miércoles, 16 de noviembre de 2016

Running y pausa ignaciana

Probablemente quien comience a leer estas líneas pensará lo incongruente de poner bajo un mismo título cosas que aparentemente nada tienen que ver. Para mí tampoco tendría sentido, pero las cosas van sucediendo de una manera muy particular. O podría incluso afirmar que Dios obra de manera muy misteriosa.

Hace algún tiempo he empezado a correr en serio, entrenar todas las semanas y recorrer distancias cada vez más largas, al punto de haber realizado mis primeros tres maratones en el último año y medio. Dos veces en Caracas y más recientemente la maratón de Buenos Aires. En este último pude afirmar casi con total precisión aquella máxima de los runners que dice que un maratón se corre 30 kilómetros con las piernas, 10 kilómetros con la cabeza y 2 kilómetros con el corazón.
Maratón de Buenos Aires Octubre 2016

Parecerá tal vez cursi para algunos corredores y más aún para quien jamás ha recorrido esa distancia, pero la interpretación es casi exacta a lo que sucede en la práctica. Para quien ha entrenado, los primeros 30 kilómetros son el primer - y largo - escalón, pero al estar en buenas condiciones puedes transitar esta etapa con bastante consistencia. Los kilómetros se van consumiendo con relativa rapidez y el nivel de concentración permite disfrutar la ciudad mientras el cronómetro va haciendo lo suyo y las piernas van aguantando la mecha.

La segunda parte - cuando uno alcanza el kilómetro 30-32 - es sin duda la más dura de la prueba. Muchos dicen que allí realmente comienza un maratón. Aún quedan suficientes kilómetros por recorrer, pero el cuerpo ya experimenta síntomas de agotamiento y aparece ese fantasma que tanto teme un corredor: “la pared” que no es otra cosa que el agotamiento del glucógeno almacenado en los músculos, que sirve como carburante para correr. A partir de esta distancia, empiezas a sentir que el peso del cuerpo recae sobre la cadera y esta no puede empujar las piernas con tanta velocidad como deseas. Pero más allá del agotamiento físico, la cabeza empieza a tomar el control de la situación, para bien o para mal. Dejas de percibir la ciudad con la misma nitidez y los kilómetros empiezan a parecer más largos. La concentración, el foco, la mente, es la que manda. Y cuando uno dice que manda, quiere decir que cuando ella dice para, se acabó lo que se daba.

Recuerdo que mientras entrenaba para Buenos Aires, en los domingos que me tocaban largos de más de 30k, mi cabeza me mandó a parar en un par de ocasiones. Simplemente me desconcentraba y decidía que no podía más. Una vez me tocó incluso un largo retorno a la casa caminando, pues el abandono mental me dejo “botado” en la Plaza Las Tres Gracias a la altura del kilómetro 27, en un día que tocaban 34. Los domingos siguientes me empecé a preocupar y comencé a explorar técnicas que ya había dejado atrás: música para distraerme. Eso logró tranquilizarme las siguientes jornadas, sin embargo, luego aparecería otra estrategia para cuando la cabeza es la que manda en un maratón: la pausa ignaciana.

San Ignacio de Loyola
Resulta que nunca he sido muy bueno con la oración. Honestamente me cuesta concentrarme y seguir una reflexión tranquila y ordenada. Hace algún tiempo le pedí a un joven jesuita que me diera algunas claves para rezar y me habló de la pausa ignaciana, propuesta en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola.

La pausa ignaciana es una propuesta de oración muy sencilla para culminar el día. Es una reflexión para examinar la jornada y hacer un examen de conciencia para irte a dormir tranquilo. En rigor, consta de 5 pasos sencillos que según la información que encuentres puede tener sus variantes, pero en mi caso, este joven jesuita me decía que podría resumirse en tres pasos: agradecer, pedir perdón y confiar en Dios.

El agradecimiento es la parte más sabrosa y en ella incorporo uno de los pasos claves de la pausa: hacer una evaluación del día. De lo bueno y de lo malo, de cómo te sentiste frente a determinada situación, qué viviste, qué sucedió desde que te levantaste hasta ese momento. Para finalmente apreciarlo todo y agradecer por todo. Lo bueno nos da satisfacción, pero los obstáculos nos enseñan y nos permiten apreciar mejor las demás cosas.

Pedir perdón, así como perdonar, es el segundo gran paso de esta reflexión. Es la parte más dura pues evaluamos nuestras debilidades y tocamos la fibra de nuestras situaciones de mayor vulnerabilidad. Reiteradas veces llego a identificar esos rasgos de personalidad que sabemos menos constructivos, pero que nos cuesta desarraigar de nuestra forma de ser.

La tercera y última parte es ponernos en manos de Dios, confiar en Él, sobre todo en aquellas cosas que escapan de nuestras manos. Para esta fase, me ha servido de guía la muy conocida conversación con “Jesús de la Misericordia”, una extraordinaria oración para descargar nuestras angustias y preocupaciones en Dios, haciendo, por supuesto, todo lo que esté a nuestro alcance aquí en la tierra. Venezuela es un tema recurrente en este punto y así como con nuestro trabajo y esfuerzo ciudadano esperamos que haya un cambio, nunca es inoportuno mirar arriba y decir ¡Jesús, yo confío en Ti! Al final de la pausa, pensamos en el día que está por venir, nos preparamos para enfrentarlo con entusiasmo, optimismo y dedicación.  

Aunque casi a diario rezo con mis hijos y tomamos algunos elementos de esta guía - agradecemos por lo que tenemos y recordamos las cosas vividas durante el día - realmente no cumplo a diario esta fabulosa fórmula. Para mí y casi sin percatarme, el mejor momento para hacer esta pausa ha aparecido en esos largos kilómetros cuando corro más de lo normal y sobre todo en esos que me llevan a la meta, cuando el cuerpo está agotado y la cabeza necesita concentración. No es que vaya todo ese trayecto reflexionando y rezando, pero he encontrado suficiente tiempo, paz y dedicación, no solo para hacer la pausa del día, sino para hacer una reflexión más general de lo que estoy viviendo en esos momentos. No tienen idea de cuántas personas y situaciones aparecen al momento de agradecer. Cuántos defectos y cosas por las cuales pedir perdón y cuánta necesidad de confiar en un Dios sobre el cual descargar algunas angustias.

Mientras transitaba Buenos Aires entre el kilómetro 30 y el final del maratón vi a mucha gente quedarse en el camino. Recuerdo haber alentado a un paraguayo que después de dejar atrás Puerto Madero frenó su trote. Le grité suavemente “vamos Paraguay” al ver la camisa que, como la mía, identificaba su nacionalidad. Después de recibir el gesto amable del paraguayo indicando que ya retomaría, recordé que tenía que concentrarme en mi carrera y me encerré un rato en esta pausa. Estar allí, en ese momento, en ese instante, totalmente agotado, pensando lo mucho que había soñado durante años hacer una proeza como esa, fue lo primero que agradecí. Vivir el ahora y tenerlo totalmente presente. En fin, de eso se trata la felicidad.

Por cierto, los últimos dos kilómetros no hay piernas, ni cabeza, ni nada. Solo una fuerza extraordinaria que te anima a seguir adelante tratando de no perder el ritmo ya tambaleante para alcanzar tu meta. Pero nunca llegaría a ese momento de no tener la mente enfocada durante los kilómetros anteriores. Como muchas cosas en la vida, cada quien tiene su modo de matar pulgas. Creo haber descubierto la mía.      
 

16 de noviembre de 2016

viernes, 15 de julio de 2016

“El Relevo” Discurso por los 37 años del IPN

(Discurso dado por mi papá Eduardo Guinand Baldó 
con motivo de cena pro-fondos por los 37 años del 
Instituto de Previsión del Niño)

Cuando mis hermanos Alfredo y Alberto estaban cerca de cumplir los 73 años, cada uno en su momento, estaban convencidos que les faltaba poco para dejar este mundo puesto que papá y mamá habían muerto a esa edad. Yo no lo asumí de esa forma tan radical puesto que a ellos no les pasó. Ya esa especie de conjuro había caducado.

Es así que la próxima semana, el 20, piso la década de los 80. Y la piso esperanzado, pues más allá de los años recorridos está el legado que se pueda transmitir. Y hoy para mí ese legado está muy presente en este encuentro que celebramos por los 37 años del Instituto de Previsión del Niño.

Eduardo Guinand Baldó en pleno discurso
Volteamos hacia atrás y esa larga historia parece que ha pasado más rápido de lo imaginable, pero también ese tiempo ha sido vida y en ella hemos acumulado un sin fin de experiencias que nos permiten decir que hemos vivido y que no terminaremos de hacerlo mientras soñemos y nos comprometamos con lo mejor, para lo mejor.

Pasamos de un régimen dictatorial a uno democrático en el que la libertad adquirió un valor importante y nos encaminaba por una vía de desarrollo para el país y un crecimiento que beneficiaba a todos con la explotación y apropiación de nuestras riquezas naturales que a la vez nos ponía en contacto con un mundo cada vez más entrelazado.

Si bien hemos tenido grandes aciertos no son menos notorias la debilidades, omisiones y fallas, sin embargo, Venezuela creció en educación, salud, cultura, instituciones pensadas para la gente y personas ocupadas por los otros.

Betty Urdaneta de Herrera C. y Eduardo Guinand Baldó
fundadores del Instituto de Previsión del Niño
Así hemos llegado al día de hoy. Recuerdo que hace algo más de 37 años, la Sra. Herrera – a quien no conocía directamente – me invitó a colaborar en el sueño que tenía de crear una Asociación Civil avocada a los niños y que perdurara más allá de su paso como Primera Dama. Doña Betty buscaba gente afín al tema social más que al mundo político y así fuimos contactados cada uno de los fundadores por diversas maneras. Meses antes, la Sra. Herrera había conocido la Casa Hogar de Niñas Ciegas en El Junquito, cuyo proyecto me había tocado liderar. Ese encuentro, así como la cercanía mutua con Laura Febres, fue el disparador para conectarme con el Instituto, y desde mayo de 1979 hasta el día de hoy sigo agradecido con Betty por la confianza depositada en mí para acompañarla como vicepresidente del IPN.  

Si bien siento que como sociedad, a menudo no apreciamos lo que hemos hecho y estamos más atentos a las carencias que a los logros, hoy es un día diferente. Hoy es un día propicio para reconocer lo que hemos hecho, enmendar y apuntar nuestra acción hacia el futuro.

El IPN está aquí con ánimo de renovación y actualización. Conscientes de haber dado, todos los que a lo largo de estos 37 años hemos formado parte de él, lo mejor de nuestro esfuerzo por cumplir los objetivos con los que arrancamos y de haber trabajado por una sociedad más justa. Para nuestra mayor alegría, se nos suma el apoyo de nuevas generaciones que con su entusiasmo joven y entrenado para la tarea que tienen en sus manos, enfrentan los retos de una nueva época y de un país, que como en los albores de la democracia, demanda gran compromiso, trabajo y suma de voluntades.

Para lograrlo contamos con la colaboración, el entusiasmo, la ayuda, el ánimo de los que hoy nos acompañan. Esta noche, esta cena, es un logro en sí y lo recaudado significa un aliento inmenso para una organización como la nuestra. Pero esta noche no es el punto de llegada, sino una enorme posibilidad de transmitirles que estamos en este proceso de renovación y que el Instituto de Previsión del Niño desea prepararse para el momento histórico que nos demanda nuestra golpeada Venezuela.

Hoy nos acompañan familia, amigos, gente exitosa de las más variadas áreas productivas; personas expertas en el mundo de la salud, como de la niñez; allegados de mi generación, como algunos muchos más jóvenes. En fin, en este espacio se ve reflejado el talento venezolano necesario para salir adelante. Somos unos cuantos, pero con orgullo vemos alrededor y está presente uno de los mejores chef del continente, un diputado que se la juega por el país, agricultores que siguen sembrando, empresarios que siguen invirtiendo y todos, absolutamente todos, deseosos de colaborar. Decía que esta noche no es el punto de llegada. Queremos que cada quien, con su área de experticia y sus posibilidades se sienta invitado a convertir al IPN en una organización útil a las necesidades que están transitando los venezolanos menos afortunados.

La Iglesia nos invita a atender a los que están sufriendo graves carencias de diversa índole en nuestro país y a tener gestos concretos de solidaridad entre todos como hermanos.

Ante la emergencia actual tenemos que salir al encuentro del otro. El Papa Francisco en este año de la misericordia nos recuerda: “Les animo a que estén atentos a las personas que necesitan ayuda. Sean para ellos el rostro fraterno y misericordioso de Jesús”

Que esta situación catastrófica nos obligue a hacer milagros humanos que produzcan transformaciones que cambien la vida y la comodidad diaria. En este momento de profundo drama nacional hay que ayudar en solidaridad para vencer la violencia, la resignación y la desesperanza. Transformarnos en protagonistas de los cambios en nuestra historia y nuestra cultura.

Los fundadores y el relevo
Doy gracias a Dios por mis hijos en quienes he depositado grandes esperanzas, hoy muy especialmente por Bernardo y María Beatriz – hija de la Sra. Herrera - quienes con su insuperable espíritu de servicio y sensible a los sufrimientos de los otros, continuarán la tarea que emprendimos un grupo de soñadores y a quienes acompañaré en su misión a favor de los más necesitados. Pero ese agradecimiento se hace más amplio cuando veo que los hijos de muchos de los fundadores se han sumado de diversas maneras, ya sea incorporándose a la junta – como el caso de Luis Guillermo Boggiano – así como aportando y dando ideas al alcance de sus posibilidades y talentos desde cualquier rincón del mundo donde se encuentren. Allí están también mis hijas que no pudieron llegar hoy a acompañarnos, así como Carolina Febres – hija de Laura – y los Reyes Zumeta, que afortunadamente si acompañan hoy a su mamá.

Contamos con todos ustedes para seguir adelante en la construcción de una nueva realidad en nuestro país. Contamos con ustedes para que el Instituto de Previsión del Niño se prepare para los próximos 37 años.

¡Muchas gracias!

Eduardo Guinand Baldó

13 de julio de 2016

jueves, 26 de mayo de 2016

Por la calle del Centro

Quien aprecia un juego de béisbol, reconoce a simple vista que el jardín central abarca el terreno más amplio del campo. Incluso aquel que ha jugado sabe que todo equipo desea contar con la mejor línea central, en cuyas posiciones se ubican la mayoría de los jugadores en el terreno. Podríamos decir que en el fútbol ocurre algo similar y es frecuente escuchar que quien domina la media cancha, domina el juego. Gran parte del juego transcurre en ese sector donde incluso convergen mediocampistas, defensores y atacantes. Y quien quiera estar bien ubicado para observar un juego, tratará de hacerlo en la tribuna central para seguir con mayor amplitud el desarrollo del mismo.
 
Pero parece que en la política no sucede así. De hecho, bastante poco se oye hablar del centro, un terreno considerado incluso como blandengue, neutro, vago y hasta carente de fundamentos filosóficos. Sin embargo no me siento identificado ni con la derecha ni con la izquierda, menos aun cuando al hablar de ellas todo lleva a unos extremos absurdos e históricamente fracasados. Evidentemente para todo hay matices y aparece la gama de colores que va desde la extrema izquierda, pasando a la izquierda tradicional, centro-izquierda, centro-derecha, derecha tradicional, hasta la derecha extrema. Pero centro-centro parece no existir, pues cuando se le nombra está siempre amarrado a sus apellidos izquierda o derecha.

Hoy en día, ser del centro representa el verdadero espacio de rebeldía que adversa abiertamente tanto al gobierno con su chantajista ideología, como a cualquier manifestación extrema que asevere que esto se resuelve si el timón gira 180 grados hacia la derecha. Para mi agrado, Fernando Mires recientemente publicó un artículo titulado “El centro en la política” en el cual asevera:

En verdad, no hay nada más incómodo en los procesos históricos que llevan a la recuperación de la democracia que situarse en una posición centrista. Sin embargo, es la única opción política. Es por eso que los grandes políticos de la historia han sido en su gran mayoría, centristas. Entre otros, Gandhi, Havel, Walesa, Mandela. Los cuatro fueron perseguidos por el poder establecido. Los cuatro, al comienzo de sus luchas, estuvieron aislados de las grandes masas. Los cuatro fueron furiosamente atacados por los extremistas, sobre todo por los que actuaban en sus propias filas”.

La semana pasada, al salir a manifestar en una marcha pidiendo condiciones para realizar un referéndum revocatorio al Presidente, sentí la responsabilidad de estar en esa posición de centro - para nada neutra - adversando claramente al gobierno así como a aquellos que esperan como espectadores que algún alzado de uniforme verde oliva ponga orden en la pea. Y es claro que en nuestras filas no está Gandhi ni Havel ni Mandela, pero esperar de brazos cruzados es como pretender ver el capítulo final de una novela sin enterarte que eras protagonista.   

Probablemente estemos en un momento para reinventar la política y sacar del libreto el discursito de los polos. El polo izquierdo se asocia a los modelos socialistas y en su extremo se ubica el comunismo, que aunque plagado de buenas intenciones no ha sido sino una  herramienta de manipulación populista y un modelo de imposible implementación por negar la natural diversidad del ser humano. Quienes hemos puesto nuestro empeño en erradicar la pobreza, sabemos que el populismo asociado a modelos de extrema izquierda no son otra cosa sino multiplicadores de pobres.

Por otro lado, a la derecha se le suele asociar con el modelo capitalista[1]. Pero aquí hay
una gran diferencia entre el modelo económico más extendido en el mundo y el extremo que llega al “capitalismo salvaje”. Si a la realidad vamos, el capitalismo - con sus defectos y virtudes - funciona como el motor económico del mundo entero. No se trata de izquierdas ni derechas como ideología, sino la práctica económica difundida alrededor del planeta, al punto que los gobiernos que se dicen anticapitalistas, funcionan con reglas de mercado aunque suelan establecer mayores controles que terminan desfavoreciendo la inversión, la inventiva y el trabajo.

Aquí el tema esencial no es negar al capitalismo como instrumento de las economías del globo, sino efectivamente reconocer que hay un extremo “salvaje” donde marcas e intereses privan sobre la persona. Y allí tampoco me anoto. Cada vez me doy más cuenta que el eje debe ser la persona, pero eso no representa las dádivas del populismo, sino la siembra de oportunidades para que cada quien desarrolle su máximo potencial a raíz de la educación y del trabajo productivo. Y allí está el centro.

En 2008, Bill Gates pronunciaba en el Foro Económico Mundial un discurso harto elocuente donde proponía a los presentes un modelo que tituló Capitalismo Creativo. Gates exponía en Davos:

“En la naturaleza humana hay dos grandes fuerzas: el interés egoísta y el impulso de ayudar a otros. El capitalismo canaliza el interés egoísta en una forma útil y sostenible, pero solo para los que pueden pagar. La ayuda filantrópica o de los gobiernos canaliza nuestro impulso de ayudar a otros. Si queremos una rápida mejora de los pobres necesitamos un sistema que aproveche a los inventores y a las empresas mucho mejor que hoy…
Me gusta llamar esta idea 'capitalismo creativo': un enfoque en el que gobiernos, empresas y entidades sin ánimo de lucro trabajen juntos para ampliar el alcance de las fuerzas del mercado de modo que más gente gane, o gane reconocimiento, haciendo lo que se necesita para reducir las desigualdades”.

En fin, en economía y política, así como en los deportes, la oportunidad de jugar hacia el centro, lejos de ser terreno neutro, es el verdadero terreno de la acción. Y cierro con Mires quien afirma: “La libertad llega siempre por el centro (el lugar de la de-liberación), jamás por los extremos”.

26 de mayo de 2016



[1] Evidentemente habría que diferenciar modelos económicos de modelos políticos, pero lo uso a manera de ilustración sobre los extremos.

domingo, 15 de mayo de 2016

Desobediencia

Murió otro bebé en el J.M. de Los Ríos. Después de un tiempo en otro hospital donde ni siquiera fue diagnosticado, falleció esta mañana después de días en estado crítico y en el constante deambular buscando donantes de sangre, fenobarbital y una tomografía que no había en el hospital. Se llamaba Sebastián, de 2 años de edad y era nietico de una trabajadora del Instituto de Previsión del Niño, organización de la cual formo parte. Sebastián representa a miles de otros niños y familias venezolanas que sufren día tras día esta tragedia y aunque pedí por redes y radio su medicamento y ofrecí canalizar su tomografía, hoy siento que no pude hacer nada.

El viernes pasado mis hijos nuevamente perdieron clases. Obviamente todo el mundo sabe que esta medida no impactará en ningún ahorro energético, pero la inmensa mayoría de los colegios – y aplaudo a las escasas excepciones – han preferido acatar el decreto y no contrariar al régimen amenazador. A pesar de mi voz de protesta con algunos padres y buscar audiencia con directivos del colegio, a la final - como la gran mayoría - terminamos optando por una solución individual de proveer clases particulares en casa. Pero sin duda creo que la solución no debe, ni puede ser en estos momentos individual y hoy nuevamente siento que no hice nada.

Hoy despierto con el titular de que “Maduro llama a tomar las plantas paralizadas, encarcelar empresarios y radicalizar la revolución” en clara alusión a Empresas Polar, nuevamente burlándose de todos y tratando de engañar a quienes se alimentan con resentimiento. Todo lo paralizado, improductivo, expropiado o desvalijado son obras de este gobierno y su política de siembra de miseria. No creíamos en expropiación de fincas y empresas, en la debacle de la industria petrolera, así como vemos aún con asombro que puedan tocar la Polar. Veo un país arruinado y me siento interpelado en un futuro por mis hijos cuestionándome por qué no pudimos hacer nada.
   
Abordo solo tres temas de hoy que me tocan el alma, pero la lista puede ser eterna: la inseguridad, la inflación, el bachaqueo, las indignantes colas por todo, el abuso constante de poder, la corrupción obscena, la pérdida de todos los principios morales, la partida de tanto talento a otros países, el incremento de la pobreza y el hambre luego de la mayor bonanza en la historia y así puedo continuar. ¿Será que vamos a seguir sintiendo que no hemos hecho nada?

Y aquí viene el momento en el que quien me lee se podrá preguntar qué propongo. Obviamente no tengo soluciones mágicas y ni siquiera me siento tentado por la política, más allá de mi rol como ciudadano, mi identidad como venezolano y mi aporte como apasionado por las organizaciones de la sociedad civil, pero sí creo que debemos cambiar la apatía y visión individual por acciones y decisiones más arriesgadas y contundentes, sin que esto signifique que salgamos a la calle a matarnos. Creo que hay que buscar alternativas ingeniosas de desobediencia. A un gobierno que cada día toma decisiones arbitrarias y con cada vez menos sustento, no podemos agacharle la cabeza como mansos corderos. A un gobierno débil, que ha perdido abrumadoramente en las urnas electorales, no hay que hacerle sentir más fuerte de lo que realmente es.

Bastante se ha dicho que los dirigentes actuales no están a la altura de los ciudadanos, pero nosotros los ciudadanos ¿estamos a la altura del país?

Siento que en la medida que sigamos protegiendo nuestra parcelita individual, resolviendo mientras nuestro bachaquero nos consiga lo que necesitamos, justificando que podemos emparejar a nuestros hijos con tareas dirigidas, encontrando medicinas más allá de las fronteras por el privilegio que tenemos algunos de contar con familia afuera, pensando que lo que le ocurrió a Sebastián no le pasará a los nuestros, vamos alargando lentamente esta agonía y acostumbrándonos a este absurdo que estamos padeciendo.

Muchísimos ciudadanos no hacen más que criticar a la oposición, justificando que un gobierno – evidentemente antidemocrático – no se le puede sacar por vías democráticas y probablemente tengan razón, pero a ninguno de ellos los he visto ofrecerse como carne de cañón ¡Que mantequilla! Como yo no estoy dispuesto a cargar un fusil y menos apuntar a algún otro venezolano, no me queda otra que apostar por una salida democrática, constitucional y electoral y presionar para que así sea. Y en esa presión está la desobediencia que creo que tenemos que accionar.

Como dijera Chúo Torrealba cuando tomó las riendas de la secretaría de la MUD, calle no es solo una movilización enorme sino es hablar con el vecino, convencer al chavista, hacer el trabajo poco a poco en tu área de influencia. Y eso repercutió en los resultados del 6D. Hoy en día creo que desobediencia es accionar medidas contra las arbitrariedades del gobierno. Suspenden clases, abramos los colegios. Violan los tiempos de verificación de firmas, no lo asumamos como previsible, accionemos nuestra protesta. No dejan llegar una marcha, veamos que otra estrategia suma y los deja en ridículo.

No tengo todas las respuestas, pero creo que la era de aceptación del abuso de poder está en su ocaso y nuestra presencia ciudadana - nuestra desobediencia - desprendiéndonos un rato de la parcela, va a hacer la diferencia. Vale la pena por Sebastián, por nuestros hijos y su educación, por la Polar y todas las empresas que realmente trabajan por el desarrollo del país. Vale la pena mirarnos en unos años y decir que nosotros, los ciudadanos, lo hicimos.   


15 de mayo de 2016

domingo, 8 de mayo de 2016

Huir hacia adelante

Las comparaciones suelen ser odiosas, pero también pueden ser muy ilustrativas, sobre todo si pretendemos plasmar las distintas posiciones que podemos adoptar nosotros y las instituciones a las cuales pertenecemos en medio del país que tenemos y queremos.

La situación país nos puede paralizar o nos puede animar a ser creativos y buscar formas novedosas para avanzar y no quedarnos a la espera de que un cambio llegue para luego actuar. A raíz de algunos encuentros en diversas organizaciones pero de áreas afines, llego a la conclusión que existen una serie de premisas claves que inciden en que alguna organización decida achantarse o echar para adelante en medio de esta crisis que estamos padeciendo.

Nadie duda que el sector salud está en terapia intensiva, sin embargo, en reuniones en dos instituciones prestadoras de salud de cuarto nivel, constaté dos realidades totalmente opuestas. En un hospital público de gran envergadura, me encontré con un nivel de desesperanza atroz por parte del cuerpo médico. Parece tan difícil salir del atolladero que casi desean que el hospital termine de colapsar para ver si arrancan de cero en algún otro lugar. En sus manos sienten que solo queda elevar su voz de protesta, divulgar la situación de crisis y que de ese colapso venga algo nuevo. Ya sus propuestas parecen carentes de soluciones por sentirse atados de manos.

Al día siguiente tuve otra reunión en una institución privada sin fines de lucro que brinda también servicios asistenciales de salud. En medio de esta crisis han convertido en realidad el sueño de tener hospitalización y convertirse en la mayor referencia de salud del país. La demanda de sus servicios - en algún momento de estos álgidos años - se elevaba al ritmo de 10% mensual con los retos que significa responder a esa vorágine. En la reunión plasmaban el deseo de seguir avanzando y de crear una generación de relevo que sea capaz de responder a los retos futuros.

Para que la discusión o conclusión no se quede en una diferencia entre lo público y lo privado, abordo otro ejemplo en el sector educación, ambas instituciones privadas sin fines de lucro y particularmente me voy a referir a sus estrategias de recaudación de fondos para sus programas.

En el primer caso he querido apoyar como voluntario a una institución donde me formé, tratando de incentivar la búsqueda de mejores prácticas de fundraising (procura de fondos). Por más de un año todos los esfuerzos han sido en vano por múltiples razones, destacando la falta de articulación y la escasa libertad otorgada para poder ayudar. Cada discusión se ha centrado en abordar asuntos internos, cuotas de poder, niveles de decisión, metas impuestas y muy poco sobre lo que realmente podríamos hacer y menos aún, hacerlo.    

La segunda institución es un colegio el cual no conocía directamente sino hasta hace poco, a raíz de la referencia hecha por un amigo – padre del colegio – que me propuso para dictar un taller de fundraising a la comisión de financiamiento institucional - conformada por padres del colegio y su directiva -. Solo bastó una mañana de mi tiempo para terminar de inyectar al equipo el empuje necesario para articular una extraordinaria campaña que busca hacer las inversiones necesarias para adecuarse a los niveles de educación exigidos internacionalmente.

Este equipo tuvo la gentileza de invitarme como “experto” a constatar el desarrollo de una de sus primeras iniciativas de la campaña. Más allá de la campaña en sí, lo que pude observar fue el liderazgo del equipo directivo del colegio, su transparencia y profesionalismo frente a sus potenciales donantes, su deseo de articular y hacerlo mejor la próxima vez. La campaña es osada y aun así, la desplegaron en medio de toda la incertidumbre que vive Venezuela.    

Estos cuatro casos me ayudan a esbozar algunas premisas que sirvan de orientación a las organizaciones venezolanas en estos momentos. Traté de resumir todo en 3 ideas claves bautizadas como AGA: Autonomía, Gerencia y Articulación

En el caso de las instituciones públicas, la falta de autonomía suele ser un elemento crítico. Ya hace muchos años le oí a un director de hospital que sin autonomía funcional y financiera, era imposible rescatar un hospital. Eso se ha acrecentado recientemente con la vuelta de la más absurda centralización. De hecho, los hospitales públicos que fueron exitosos en un pasado cercano, fueron producto de la descentralización y consecuente autonomía en decisiones y financiamiento. Un gerente, por bueno que sea, jamás podrá actuar adecuadamente si no tiene la posibilidad de disponer de sus diferentes recursos, ya sean humanos, materiales, financieros, relacionales o tecnológicos.

Ahora bien, en los casos que ilustramos, autonomía no solo significa tenerla sino saberla otorgar y por ello la falta de la misma no solo afecta a entidades públicas, sino también puede estar presente en organizaciones donde algún departamento o institución afín, aun queriendo colaborar, termina por no hacer nada pues todo depende de un nivel central que no otorga libertades ni confianza para que otros construyan. En estos momentos país, ese desaprovechamiento de los talentos es letal.

En segundo lugar, para toda organización, tener el necesario nivel de gerencia es medular. Allí radica gran parte de la lógica organizacional moderna y más aún, en momentos difíciles. Un buen gerente es que el que sabe otorgar buen nivel de autonomía a sus entidades o departamentos y sabe articular sus talentos y aliados para orientarlos al cumplimiento de sus objetivos. En los dos casos positivos que resalté arriba, los gerentes han ejercido el correcto nivel de liderazgo, compartiendo la visión y sumando los esfuerzos y aportes de los demás. Esos líderes, con la dura situación actual, han salido fortalecidos y han puesto a sus instituciones a la vanguardia.

Por último, la situación actual de nuestro país exige de sus organizaciones y líderes, muchísima capacidad de articulación. Lo que antes podíamos hacer por nuestra cuenta, ya no es así. No es un tema fácil pues significa salir del área de confort, salir del lugar que domino y donde mando,  depende de mucho tacto y de reconocer que para ciertos temas debes contar con aliados – que tienen su propia dinámica e intereses -. Articular, en este caso significa sumar, convocar, conectar. Significa alianzas, convenios, sinergia, confianza.

En el fundraising, por ejemplo, articular significa poner de acuerdo a un sinnúmero de potenciales aliados, pero cada quien con roles y posiciones diferentes. Los tiempos suelen ser ajustados, las palabras deben ser precisas, el objetivo debe ser muy claro y compartido y sobre todo debe existir la convicción de que es factible, aún en la Venezuela de hoy. Quien lo entiende y practica así - como el caso del colegio donde el tren directivo, los padres, las distintas comisiones encargadas están alineados – saldrá, no solo con el financiamiento esperado sino con el liderazgo fortalecido.  Quien por el contrario, no emprende escudándose en la situación económica del país, o no da suficiente valor y reconocimiento a sus donantes y aliados, o compite internamente por recursos sin articular ni mostrar los objetivos a sus colaboradores, se quedará sin recursos y sin gente.

Venezuela exige un esfuerzo adicional y medidas concretas e inspiradoras. Quienes estamos aquí, no podemos esperar a que la situación cambie para arrancar a construir. Nuestros niños y jóvenes no pueden aplazar la calidad de sus estudios mientras esto se resuelve, los enfermos no pueden esperar que terminen de colapsar los hospitales o que cambie el gobierno, para aspirar a curarse o ser tratados con dignidad. Los que estamos aquí, no tenemos otra escapatoria que no sea procurar construir enfocados en elementos que apunten a la autonomía de las instituciones, una gerencia de calidad y articulados con colaboradores y aliados claves. Los que estamos aquí, no tenemos otra – y copio las palabras de un director de colegio preocupado por la calidad de la educación en Venezuela – que “huir hacia adelante”.          
     

08 de mayo de 2016

viernes, 15 de abril de 2016

Cole

Gracias por acompañarnos hoy a celebrar la vida de Cole. Queremos recordarla como fue y nos damos cuenta que no es nada difícil hacerlo.

Un jesuita norteamericano llamado James Martin SJ escribió un libro maravilloso titulado "Mi Vida con los Santos" que me recomendó un buen amigo una vez que le contaba sobre una religiosa que trabajaba conmigo y que yo consideraba una “santa de carne y hueso”. Martin reseña en su libro, los santos que han sido significativos en su vida y lo han guiado en sus decisiones, en sus momentos de dificultades, en sus alegrías, en su vocación como sacerdote; pero sobretodo, con cada uno de esos santos enfatiza ese lado humano que nos hace más cercanos y pone la santidad como ese norte al que está llamado todo cristiano.   

Entre muchos de esos santos, Martin tiene un capítulo bellísimo dedicado a San José y que titula "Vidas Ocultas" pues a través de la vida de José destaca a todas esas personas que, sin ser reconocidas públicamente, viven realmente una vida de santidad dedicadas de manera silenciosa a servir a otros y por ende, servir a Dios.

Y esa descripción es nuestra querida Cole, una santa “de carne y hueso” dedicada en silencio a los demás, comenzando por Mamí a quien cuidó y acompañó como misión personal por tantos años; así como luego a Mamabel, que aún siendo tan distinta a ella se entregó con dulzura hasta sus últimos días. Pero su generosidad dio para todos, pues Cole acompañó, cuidó y consintió tanto a los que convivíamos con ella día a día, como a toda su familia cercana y extendida, incluso a tíos y primos de la comarca, una vez que mis viejos la recibieron en la casa ya hace unos 40 años.

Julieta, Cole, Coleti, Coletica, Juliet… se nos fue como era ella, sin querer molestar, calladita y con mucha fe. Tan solo pidió a Dios que ya quería irse, que su misión en la vida estaba más que completa, que no quería ser carga de ningún tipo a su familia pues no había cosa que la mortificara más que eso y fue tan buena que Papá Dios la consintió.

Describir a Cole, sus anécdotas, nuestros cuentos junto a ella, es un canto a la vida. Ayer revisábamos entre primos y tíos con alegría lo que recordábamos cada uno para así nutrir estas líneas y llego a la conclusión que fue una mujer auténtica, transparente, es decir, la misma persona percibida por todos. Una sola Cole con sus cualidades y sus defectos, pero clara como el agua. Hasta gozábamos recordando cómo se ponía a cantar o tararear sus coplas o saetas cuando evidentemente estaba molesta con alguien. Creo que Luisa, probablemente la persona más cercana a Cole, de compartir día a día estos últimos 40 años en esa misma cocina, cada una creando sus maravillas, debe haber sido quien más canticos de esos le sacó, muy competido, por supuesto, con mi mamá.    

Cole fue mil veces compañía al acostarnos cuando niños - así como más recientemente para nuestros hijos y sobrinos -, una enamorada de la Sagrada Familia, pues de ella recuerdo su acostumbrado “Jesús, María y José” al rezar; fue cuenta cuentos - ¿Cómo olvidar "Currito" el cantaor? - donde al contarlo se le salía esa afición tan particular que sentía por España y especialmente por Andalucía, por las corridas de toros y hasta el Guadalquivir. Y en los últimos tiempos, gracias a la televisión por cable, engancharse con la TV Española.

Solo su afición por esa España, podía ser superada por su amor a Venezuela y su capital: Caracas. Cole fue la primera en seguir de cerca los pasos de Valentina Quintero con sus guías de Venezuela y su programa Bitácora, del cual luego nos ponía al día. Su cuarto probablemente haya sido en algún momento la playa más grande del país, pues no había viaje que no pidiera que le trajéramos arena del lugar y conchitas de mar. Era tan buena, que era capaz de disfrutar el viaje, así ella no hubiese ido ¿Quién hoy en día es capaz de ser feliz por el simple hecho de ver felices a quienes quiere?

Ayer me daba cuenta que muchos de nosotros conocimos el centro de Caracas por iniciativa de Cole. Parada obligatoria: la casa de Bolívar con su tan mencionado “patio de granados”. También nuestras primeras aventuras en transporte público (y esto lo recordará mucho mi hermano Carlos - ahijado de Cole – hoy ausente por la distancia) a Chacao para ir a las mercerías a comprar hilos, agujas y algo más.  

Pero su amor por Venezuela sería incompleto si no recordamos a su amor platónico: Renny Ottolina. Nunca dejó de repetir que Venezuela sería distinta si Renny no hubiese muerto. Cuando hablaba de él se le iluminaba la cara y sacaba alguna anécdota, así como de chamos nos hacía ver un programa - un cuento - que hizo Renny con sus hijas llamado “El angelito más pequeño” que si mal no recuerdo fue grabado en el Parque Los Chorros con la inconfundible voz de fondo de Ottolina.  

Entre algunas curiosidades, Cole fue una pionera en el uso de lentes de contacto. Debe haber tenido el primer par que llegó a Venezuela los cuales cuidaba con exhaustivo rigor, al punto que si requerías también sus dotes como enfermera cuando necesitabas una inyección, estabas incómodo si el puyazo te tocaba ya con los lentes guardados, pues no sabías si apuntaría al lado correcto de la nalga.

Volviendo a las similitudes con San José, Julieta Josefina fue también una excelsa
artesana. En sus manos tenía tal habilidad, que desarrolló a lo largo de su vida innumerables actividades manuales desde costura, pasando por repujado en tapas de lata, grabados y esmalte sobre metal, pintura de frascos, cortes de pelo - pollina y puntas - y por supuesto, la repostería.


Cómo no recordar la siempre compañera máquina de coser SINGER en un lado de su cuarto, ese cuarto que compartía con millones de latas, cajitas y frascos de todas las formas y tamaños y que cada gaveta tenía ese inconfundible olor tan característico. Allí Cole confeccionó desde vestidos para un cortejo completo hasta sencillos ruedos a los pantalones de cuantas personas requerían sus servicios. En mi caso, lo que más destacó fue la confección de disfraces, ya fuese para obras relevantes como la acostumbrada Pasión del Colegio La Salle - donde hizo desde túnicas hasta uniformes de soldado romano – así como cuanto disfraz de vaquero, deportista y superhéroe tanto en tamaño normal como en miniatura para peluches, que por supuesto, algunos ya llevaban botones en lugar de ojos.

Pero el capítulo, quizás, más extenso de la vida de Cole, estará fijado en la mente de todos nosotros a esas miles de horas dedicadas a la cocina, particularmente en repostería y pasapalería (si tal palabra tiene cabida). Aunque suene trillado, pero convencido de que la cocina es una arte al que hay que meterle pasión, el ingrediente indispensable en cada torta o pallé que Cole preparó fue el amor. Uno incluso podía percibir el estado de ánimo de Cole cuando al probar una crema eslava – que a mí me encantaba - estaba más o menos “borracha”, como decía Luisa. Así que, al más puro estilo de “Como agua para chocolate” Cole se afincaba más o menos con el roncito para que quedara según la alegría de su corazón.

Cada uno de nosotros tenía su pasapalo o torta favorita y Cole era capaz de saber y complacer a todos. De hecho, cuando tenía encargos, uno podía reconocer si quien lo había hecho eran los Hernández París o mi tía Cheché o cualquier otro, según la torta que reposaba en la ventana de la cocina.

La lista de sus exquisiteces es larga – y cada quien irá recordando su favorito con una sonrisa en la cara - pero no podemos dejar de mencionar sus pallé – marca de fábrica de Juliet -, sus palitos de anchoas, sus tartaletas tan variadas, sus deliciosas quesadillas o aquellas suculentas Masa Real (o Mansa Real como decía Jose carricito), las papitas de leche, polvorosas, suspiros (que no sé si me gustaba más el producto terminado o el merengue en la paleta de la batidora cuando lo tenía a punto). ¿Y qué tal las almendras Lalito?, esas tostadas y recubiertas con sal; lo único que mi viejo ha logrado encaletarse en su vida.

¿Qué fiesta o reunión familiar no arrancó con un paté de Cole? ¿O cual no terminó con una torta de canela o de café o quizás alguna María Luisa o Crema Eslava? Hoy están contentos todos aquellos quienes nos precedieron, así como santos y ángeles del cielo, pues se armó la fiesta allá arriba y ya debe estar Cole raspando su platico de postre con la cuchara hasta no dejar ni un solo rastro de crema.

Para todos nosotros, Cole fue un ángel presente en cada uno de nuestros días. Nada le complacía más que poder ser útil, especialmente si había un bebé nuevo en casa. Tuvo sus consentidos que no ocultaba, así como podía tener sus rabietas en la dinámica familiar, pero siempre, siempre, siempre, queriendo no molestar.


Siguiendo las coincidencias, el libro “Mi Vida con los Santos” nos recuerda que los católicos invocan tradicionalmente a San José como el Patrón de la Buena Muerte. Y en su libro Hermanos del Alma, Richard Rohr se pregunta: “¿Cómo no podía ser buena? Sabía que había obedecido lo que Dios le había pedido en sueños”. Tal cual como Cole.

Ayer entrevistaba a una extraordinaria mujer que trabaja con niños con cáncer y al final de la entrevista le pregunté por qué hacía lo que hacía; y me respondió que lo hacía pues cuando estuviese parada frente a Dios no quería llegar a su presencia con las manos vacías. Y así me imaginé que anteayer debe haber llegado Cole al cielo, con las manos repletas y esas manos no cargaban otra cosa que el amor que nos tuvo a cada uno de nosotros.   

Mil bendiciones mi Cole. Endulza nuestras vidas ahora desde el cielo.

Cementerio del Este, 15 de abril de 2016

domingo, 10 de abril de 2016

La solidaridad existe

Vivimos momentos de desesperanza y a ratos pensamos que el país no podrá levantar cabeza debido a la terrible crisis – económica, política y moral - que padecemos. Esta semana dos hechos me levantaron alarmas, no tanto por la noticia en sí sino por quienes la transmitían. Mi hermano mayor, generalmente optimista y luchador comunicaba en nuestro chat familiar su total indignación frente a los anaqueles vacíos de la ferretería a la que asistía para comprar insumos necesarios para su trabajo. Reclamaba, enardecido y frustrado, la actitud pasiva y conformista de los venezolanos frente al deterioro generalizado de nuestra calidad de vida.

Por otro lado, Evelyn - vocera principal de la A.C. El Radar de los Barrios - una mujer echada pa´lante de Antímano, generalmente alegre y esperanzada, también me contaba con un dejo de tristeza su temor de que nos volvamos menos solidarios frente a la necesidad de supervivencia que se está viviendo, particularmente en zonas populares, quienes aún con poco destacaban por su capacidad de compartir sus bienes y alimentos con vecinos y familiares. 

Frente a esos hechos recordé también la crisis ocurrida esta semana en el Hospital de Niños, cuando salió a la luz pública la ausencia de fórmulas infantiles para alimentar a los lactantes. Pero más allá de engancharme con la crisis en sí, recordé una vivencia que tuve recientemente en el hall de entrada del mismo Hospital de Niños J.M de los Ríos.

Mientras esperaba que llegara la persona con quien me iba a entrevistar me acerqué al módulo de las damas de Acción Voluntaria de Hospitales, mejor conocidas como “Ángeles Azules” o “Damas de Azul”, organización fundada en 1969 y en cuya creación intervinieron los dos únicos hermanos de mi papá hoy fallecidos: Carlos Guinand Baldó, quien siendo Gobernador de Caracas impulsó su creación y Alberto Guinand Baldó, quien murió recientemente luego de una vida dedicada al servicio por los demás y casualmente encontré documentos que revelan que perteneció a la primera junta directiva de dicha organización voluntaria. Mi abuela paterna y algunas otras personas conocidas también fueron voluntarias de AVH hace ya 45 años. Es una organización presente en los principales hospitales públicos del país llevando una palabra de aliento, orientación, recreación, información y toda labor en la que puedan ser útiles estas mujeres con su característico uniforme azul.

Ese día conocí a la Sra. Judith, voluntaria de hace más de 25 años en el Hospital de Niños y que prácticamente suplía la labor de recepcionista del mismo. Me contó de su trabajo voluntario en el tiempo y la necesidad de formar una próxima generación. Con la realidad actual de la mujer trabajadora se ha hecho cuesta arriba crear el relevo pero estas mujeres siguen comprometidas día a día con su labor, ofreciendo una sonrisa a cuanto venezolano angustiado se acerca por ayuda. ¿Acaso una organización voluntaria que siga en pie luego de 47 años no es una señal de esperanza?

Los "Ángeles azules" realizan una labor maravillosa y
fundamental, bajo el más bajo perfil durante 47 años.
Mientras Judith atendía uno a uno a los visitantes y recibía palabras de agradecimiento de alguna madre a quien socorrió días atrás, se acercó una joven de unos 20 años o menos con su bebé en brazos. De una manera muy natural preguntó a la Sra. Judith - mientras sacaba un latica que traía en una bolsa - si podía dejar allí ese pote de fórmula infantil, pues su niño ya no la necesitaba y podría ser útil a algún otro niño del hospital.

Y allí estaba yo, como un simple testigo, viendo como en un país abrumado por el tema del bachaqueo y de la necesidad individual por sobrevivir o hacer trueque con alimentos, una joven madre de origen humilde dejaba una lata de fórmula láctea para que otro hijo de quien sabe quién pudiera aprovecharla ante la urgencia.

Ese caso no fue titular de periódicos y como hecho aislado tal vez no pueda tapar la crisis que efectivamente estamos sufriendo, pero por otro lado es un hecho fehaciente de que entre nuestra gente la solidaridad existe y esa será una extraordinaria base para poder luego reconstruir este país.        

Cierro rescatando unas palabras de Vaclav Havel cuando apenas comenzaba a soñar con la reconstrucción de Checoslovaquia luego de 40 años de yugo soviético y en una situación de desesperanza similar a la que tenemos hoy en Venezuela: “Nuestros principales enemigos hoy son nuestros principales defectos: la indiferencia ante el bien común, la vanidad, la ambición personal, el egoísmo y la rivalidad. La batalla tendrá que librarse en ese ámbito” (Discurso de Año Nuevo a la nación. Praga, 1 de enero de 1990)

10 de abril de 2016

domingo, 7 de febrero de 2016

Petróleo, no subas nunca

No se trata de un tema coyuntural. No planteo el tema como estrategia para que caiga el gobierno actual. Estoy hablando a largo plazo. Soy de los que piensa que el petróleo – o mejor dicho, sus alzas astronómicas de precios - han sido una calamidad para los venezolanos, al igual que para muchos otros países dependientes del preciado oro negro.

Trataré de explicar mi posición, ya que sin duda tendrá muchos detractores y con razón. Jamás será descabellado reconocer el inmenso potencial de crecimiento que tendría un país con los ingresos que nos provee la industria petrolera, pero aun así, el saldo final - desde mi óptica - ha sido negativo y ha degenerado en más problemas como sociedad, que los que ha resuelto con su prodigiosa chequera.    

Lo primero que hay que aclarar, es que si bien el régimen chavista ha representado el
culmen del modelo rentista-populista, todos los gobiernos de la era democrática han sucumbido ante el oasis de la bonanza petrolera y en cada caso, hemos terminado peor. Uno puede argumentar que lo que ha faltado es un buen gobierno que sepa administrar eficientemente la renta, ahorrando e invirtiendo en época de “vacas gordas”. Pero tanto adecos como copeyanos y chavistas han fallado en tan obvia recomendación y es que la desproporción que genera los casi inimaginables recursos que entran, termina desbocando hasta al más conservador y echando al traste la sensatez de políticas económicas de largo plazo. Más aún cuando la tentación de usar esa “varita mágica” en el plano electoral, anima al detentor del gobierno a aumentar el gasto público en busca de popularidad.


No es casual que la matriz de opinión pública ubique el punto de quiebre de nuestra era democrática entre el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez y el de Luis Herrera Campins. Es decir, veníamos por década y media construyendo una democracia - no exenta de dificultades - y en el momento justo que aparece en nuestra historia una gran bonanza ¡cataplum! empezamos a quebrar la institucionalidad, aumentar en forma desmedida el gasto público, padecer de la corrupción como modo de vida de funcionarios gubernamentales, por nombrar solo algunas secuelas de la rumba petrolera.

Carlos Andrés Pérez fue el primer protagonista de esta lluvia de petrodólares, que muy bien le calzaba con su estilo populista latinoamericano. En el imaginario popular quedó sembrado ese quinquenio como de gran bonanza (razón que le hizo ganar de nuevo las elecciones en 1988, así como apresurar el sacudón de febrero de 1989 al exigir sacrificios que contrastaban con lo que la gente soñaba de su regreso) mientras algunos críticos denunciaban la tragedia de no haber gerenciado correctamente esa riqueza.

Luego Luis Herrera, quien comenzaba su mandato estableciendo políticas coherentes en materia económica debido al “país hipotecado” que reconocía recibir, sucumbió a la tentación de medidas más populares apenas el precio del barril petrolero se volvió a disparar. Lo demás, es historia. A partir de esa fiebre petrolera, temas como control cambiario, inflación, corrupción, gasto público, devaluación, endeudamiento, han sido titulares cotidianos de los periódicos venezolanos.

Mientras más ha subido el petróleo, más bajo hemos caído. Por el contrario, el único presidente  de la era democrática que culminó completamente dos mandatos y en sana paz, no exento de críticas pero con la reputación en alto, fue Rafael Caldera, justamente quien transitó sus dos períodos con precios muy bajos del petróleo y poderes públicos no complacientes.

Venezuela salió recientemente de la década más escandalosa en recursos petroleros. La cifra de ingresos es prácticamente imposible de cuantificar y aun así el país vive una verdadera ruina en cualquier área o sector productivo que podamos imaginar. Ni siquiera en la propia industria petrolera se hicieron las inversiones necesarias para producir más. La corrupción de la IV se quedó pálida al lado de las fortunas alcanzadas por funcionarios actuales, enchufados, boliburgueses y testaferros. “Lo que fácil llega, fácil se va” dice un trillado refrán popular. Y en efecto, de todos los ingresos recibidos a lo largo de estos años, no queda nada, sino un país en medio de una crisis a todo nivel. Es vergonzoso.   

Los petroestados caen en un vicio común. Al dispararse los precios del petróleo, el gobierno de turno prácticamente puede gobernar dándole la espalda a la sociedad, cosa totalmente inconcebible en países con economías diversificadas. Es decir, un gobierno de un país no petrolero necesita de una sociedad con economía próspera - con inversión privada y empleo bien remunerado - pues de ella sacará sus ingresos - a través de los impuestos - para poder administrar transitoriamente ese Estado. A esos países les interesa generar bienestar, es decir, crear riqueza, pues de ella depende su subsistencia y crecimiento. El gobierno depende de la sociedad. 

En oposición, en países petroleros durante períodos de abundancia, es tanto el flujo de divisas que entra, que podrían quedarse produciendo solo petróleo. El gobierno podría “darse el lujo” de prescindir de cualquier otra empresa productora de bienes y tener la tentación de traer todo lo demás de afuera. Pero esa situación acaba con el empleo y crea un ciclo de pobreza y dependencia, tal como hemos vivido de manera aguda en años recientes.  En estos casos, se voltea la fórmula y es la sociedad la que depende del gobierno, lo cual acarrea graves consecuencias.

Dichas consecuencias fueron analizadas por el periodista (3 veces ganador del Pulitzer) Thomas Friedman, quien relacionó los precios del petróleo con las libertades democráticas: “En los países petroleros el precio del crudo y el ritmo de las libertades se mueven siempre en direcciones opuestas…. Mientras más se eleva el precio promedio global del crudo, más se erosionan la libertad de expresión, la viabilidad de elecciones libres y transparentes, la independencia de los jueces, el imperio de la ley y el sistema de partidos políticos”.  (Recomiendo leer "La Primera Ley de la Petropolítica" por Ibsen Martínez )

Desde que tengo uso de razón, he oído el anhelo de acabar con el modelo dependiente de la renta del petróleo, pero erróneamente se empiezan a tomar medidas en esa dirección justo cuando el precio ha caído. Craso error. El modelo rentista se acaba si durante la bonanza el gobierno se concentrase en invertir esos excedentes en lo que le toca: desarrollo en infraestructura, vialidad, promoción de inversiones, mejora en la calidad de servicios educativos y sanitarios que eleven el nivel de competitividad del venezolano; de manera que al caer la renta, el país esté preparado en compensar tal baja con oferta turística y competitividad en otras áreas de la economía. Hablar de acabar con el modelo rentista cuando la renta cayó ya no es ninguna estrategia, es simple sobrevivencia. Y eso nos ha pasado una y otra vez. El vicio de usar los excedentes de manera populista es una práctica muy tentadora para seguir ostentando el poder. Es muy difícil hacer lo que se debe hacer cuando tienes caja de sobra para inventar y presiones de todo tipo en el entorno para distribuir esos recursos. Duro, triste, pero cierto. Y esa es la sombra que oscurece a las economías petroleras.

Por eso espero que el petróleo tenga también un “precio justo”, que permita desarrollar dicha industria pero obligue a consolidar el aparato productivo del resto de la economía no petrolera necesaria para ofrecer millones de empleos bien remunerados.

De no ser así, temo que se cumpla el vaticinio de Arturo Uslar Pietri: “La manera como el petróleo ha deformado la vida venezolana nos ha corrompido... Podría llegar ese día trágico... en que la historia de Venezuela se escribirá con tres frases: Colón la descubrió, Bolívar la liberó y el petróleo la pudrió”.