viernes, 28 de febrero de 2014

Los cardenales también mean

A propósito de la reciente proclamación de Pietro Parolin como cardenal de la iglesia católica por parte del Papa Francisco, recordé una particular anécdota personal relacionada con el actual Secretario de Estado del Vaticano.

Antes de ser nombrado como segundo de a bordo en el Vaticano, Parolin fue Nuncio Apostólico de la Santa Sede en Venezuela entre 2009 y 2013, tarea nada fácil para los momentos que ha atravesado el país por las continuas atrocidades que el ex presidente Chávez profirió contra los representantes de la iglesia católica durante su mandato. Me atrevería decir que Parolin, junto al recordado André Dupuy han sido los Nuncios más firmes que ha tenido la iglesia en ese difícil período.

Como católico, me alegró haber tenido la oportunidad de compartir un par de misas presididas por el Nuncio, pero sin llegar a conocerlo. Recuerdo especialmente la de la celebración del aniversario de las Ursulinas, donde mi hijita, para ese momento de las más pequeñas de su colegio, cantaba en el coro frente al altar.


Por motivo de su labor, supongo que Parolin visitaría con alguna frecuencia la Conferencia Episcopal Venezolana, ubicada en Montalbán, muy cerca del Parque Social P. Manuel Aguirre SJ de la UCAB. Una de esas idas, derivó en una visita al Parque Social y particularmente al Centro de Salud Santa Inés UCAB. Para mi mala suerte, no me encontraba y no tuve la oportunidad de conocerlo y mostrarle personalmente la labor que desde nuestro rinconcito hacemos. Mi equipo tuvo ese privilegio y recuerdo sus cuentos entusiasmados de la cálida visita del Nuncio.

Afortunadamente, y como ha ocurrido en varias oportunidades con otros representantes de la iglesia y de otros sectores, Parolin quedó maravillado de nuestros servicios y decidió seguir visitándonos, pero ahora como paciente. De manera muy discreta, la Hermana Pari desde “Santa Inés” se encargaba de organizarle su agenda y sus citas. Me detengo aquí, pues me emociona destacar que lo que más disfruto de mi trabajo es constatar que cuando la atención es digna, los pacientes son tan diversos que hacen pensar en una verdadera Venezuela inclusiva. El Centro de Salud Santa Inés UCAB se creó para atender fundamentalmente a nuestros vecinos de las parroquias Antímano, La Vega, Caricuao y Macarao, y así ha sido y sigue siendo (76% de nuestros pacientes vienen de esas parroquias), pero junto al niño de Santa Ana - Antímano –, o la señora de Ruiz Pineda – Caricuao –, o la adolescente que viene desde la escuela Canaima – La Vega – también se sientan en la misma sala de espera los profesores universitarios, los jesuitas o miembros de la jerarquía de la iglesia, así como mi esposa, mis hijos y papás. Ahora le tocaba a Parolin.

En una de esas visitas, recuerdo que la Hermana Pari me avisó con anticipación que asistiría a hacerse unos estudios. Era mi oportunidad de conocerlo y poder interrumpir su rutina médica para dedicarle unas palabras. El día anterior sostuve una larga conversación con mi mamá, bastante más versada que yo en materia de jerarquía eclesial. Mi principal tema de consulta giraba en torno a cómo debía dirigirme al Nuncio. Fue un buen rato hablando con mi mamá si debía decirle: Nuncio, Sr. Nuncio, Eminencia, Monseñor, Padre, y pare de contar. Entre bromas sobre el protocolo más diplomático e interés real, duramos discutiendo buena parte de la noche. Al final, mi mamá no optó decididamente por ninguna alternativa y se limitó a concluir que todo dependía del momento, de las circunstancias, de la forma como me sintiera más cómodo, que probablemente no tendría ni que nombrarlo.

Al día siguiente llegué como rutina al Parque Social. Me limité a preguntar dentro de nuestra oficina administrativa si el Nuncio había llegado. No se veía por allí pero me dieron a entender que lo habían visto pero no sabían donde se había metido. Como de costumbre, después de dejar mi morral, fui al baño antes de conocer a nuestro eminentísimo visitante. Cuál sería mi sorpresa cuando al entrar al baño veo al hoy Cardenal Parolin saliendo de uno de los cubículos, con el típico potecito para recoger la orina recién llenado. Evidentemente, ante una situación tan mundana y particular, no cabía espacio para títulos, ni saludos protocolares, ni reverencias. Más bien un clásico saludo de baño, asintiendo ligeramente con la cabeza como gesto de “que hubo”, pero sin mayor detalle. Mucho recordé a mi mamá quien me enfatizó que dependería de cómo se daban las circunstancias, pero jamás pensé que una opción sería haciendo pipí. Tanto esperar para darme cuenta que, ese día, el nuncio era nuestro paciente y que con las manos ocupadas no era precisamente el mejor momento para quedarse a conversar.

Probablemente el que haya leído este relato se haya sorprendido del título un tanto atrevido y para algunos, posiblemente irrespetuoso. Sin embargo mi intención es todo lo contrario, por más jerarquía que tengamos hay un sinfín de cosas comunes que nos toca a cada una de las personas que pisa este mundo. A mí me gustan los santos de carne y hueso, la gente que es gente, las personas que son lo que son justamente por haber pasado por las rutinas de la vida. No me gusta idealizar a la gente o esperar que por determinado cargo, alguien deba ser mejor que yo. Al fin y al cabo, los Cardenales – y me consta - también mean.