Quien aprecia un juego de béisbol, reconoce a
simple vista que el jardín central abarca
el terreno más amplio del campo. Incluso aquel que ha jugado sabe que todo equipo
desea contar con la mejor línea central,
en cuyas posiciones se ubican la mayoría de los jugadores en el terreno.
Podríamos decir que en el fútbol ocurre algo similar y es frecuente escuchar
que quien domina la media cancha, domina el juego. Gran parte del juego
transcurre en ese sector donde incluso convergen mediocampistas, defensores y
atacantes. Y quien quiera estar bien ubicado para observar un juego, tratará de
hacerlo en la tribuna central para
seguir con mayor amplitud el desarrollo del mismo.
Pero parece que en la política no sucede así. De
hecho, bastante poco se oye hablar del centro,
un terreno considerado incluso como blandengue, neutro, vago y hasta carente de
fundamentos filosóficos. Sin embargo no me siento identificado ni con la
derecha ni con la izquierda, menos aun cuando al hablar de ellas todo lleva a
unos extremos absurdos e históricamente fracasados. Evidentemente para todo hay
matices y aparece la gama de colores que va desde la extrema izquierda, pasando
a la izquierda tradicional, centro-izquierda, centro-derecha, derecha
tradicional, hasta la derecha extrema. Pero centro-centro
parece no existir, pues cuando se le nombra está siempre amarrado a sus
apellidos izquierda o derecha.
Hoy en día, ser del centro representa el verdadero espacio de rebeldía que adversa abiertamente
tanto al gobierno con su chantajista ideología, como a cualquier manifestación
extrema que asevere que esto se resuelve si el timón gira 180 grados hacia la
derecha. Para mi agrado, Fernando Mires recientemente publicó un artículo
titulado “El centro en la política” en el cual asevera:
“En verdad, no hay nada más incómodo en los procesos
históricos que llevan a la recuperación de la democracia que situarse en una
posición centrista. Sin embargo, es la única opción política. Es por eso que
los grandes políticos de la historia han sido en su gran mayoría, centristas.
Entre otros, Gandhi, Havel, Walesa, Mandela. Los cuatro fueron perseguidos por
el poder establecido. Los cuatro, al comienzo de sus luchas, estuvieron
aislados de las grandes masas. Los cuatro fueron furiosamente atacados por los
extremistas, sobre todo por los que actuaban en sus propias filas”.
La semana pasada, al salir a manifestar en una
marcha pidiendo condiciones para realizar un referéndum revocatorio al
Presidente, sentí la responsabilidad de estar en esa posición de centro - para
nada neutra - adversando claramente al gobierno así como a aquellos que esperan
como espectadores que algún alzado de uniforme verde oliva ponga orden en la
pea. Y es claro que en nuestras filas no está Gandhi ni Havel ni Mandela, pero
esperar de brazos cruzados es como pretender ver el capítulo final de una
novela sin enterarte que eras protagonista.
Probablemente estemos en un momento para
reinventar la política y sacar del libreto el discursito de los polos. El polo
izquierdo se asocia a los modelos socialistas y en su extremo se ubica el
comunismo, que aunque plagado de buenas intenciones no ha sido sino una herramienta de manipulación populista y un
modelo de imposible implementación por negar la natural diversidad del ser
humano. Quienes hemos puesto nuestro empeño en erradicar la pobreza, sabemos
que el populismo asociado a modelos de extrema izquierda no son otra cosa sino
multiplicadores de pobres.
Por otro lado, a la derecha se le suele asociar
con el modelo capitalista[1]. Pero
aquí hay
una gran diferencia entre el modelo económico más extendido en el
mundo y el extremo que llega al “capitalismo salvaje”. Si a la realidad vamos,
el capitalismo - con sus defectos y virtudes - funciona como el motor económico
del mundo entero. No se trata de izquierdas ni derechas como ideología, sino la
práctica económica difundida alrededor del planeta, al punto que los gobiernos
que se dicen anticapitalistas, funcionan con reglas de mercado aunque suelan
establecer mayores controles que terminan desfavoreciendo la inversión, la
inventiva y el trabajo.
Aquí el tema esencial no es negar al capitalismo
como instrumento de las economías del globo, sino efectivamente reconocer que
hay un extremo “salvaje” donde marcas e intereses privan sobre la persona. Y
allí tampoco me anoto. Cada vez me doy más cuenta que el eje debe ser la
persona, pero eso no representa las dádivas del populismo, sino la siembra de
oportunidades para que cada quien desarrolle su máximo potencial a raíz de la
educación y del trabajo productivo. Y allí está el centro.
En 2008, Bill Gates pronunciaba en el Foro
Económico Mundial un discurso harto elocuente donde proponía a los presentes un
modelo que tituló Capitalismo Creativo.
Gates exponía en Davos:
“En
la naturaleza humana hay dos grandes fuerzas: el interés egoísta y el impulso
de ayudar a otros. El capitalismo canaliza el interés egoísta en una forma útil
y sostenible, pero solo para los que pueden pagar. La ayuda filantrópica o de
los gobiernos canaliza nuestro impulso de ayudar a otros. Si queremos una
rápida mejora de los pobres necesitamos un sistema que aproveche a los
inventores y a las empresas mucho mejor que hoy…
Me
gusta llamar esta idea 'capitalismo creativo': un enfoque en el que gobiernos,
empresas y entidades sin ánimo de lucro trabajen juntos para ampliar el alcance
de las fuerzas del mercado de modo que más gente gane, o gane reconocimiento,
haciendo lo que se necesita para reducir las desigualdades”.
En fin, en economía y política, así como en los deportes, la oportunidad
de jugar hacia el centro, lejos de ser terreno neutro, es el verdadero terreno
de la acción. Y cierro con Mires quien afirma: “La libertad llega siempre por el centro (el lugar de la de-liberación),
jamás por los extremos”.
26 de mayo de 2016
[1]
Evidentemente
habría que diferenciar modelos económicos de modelos políticos, pero lo uso a
manera de ilustración sobre los extremos.
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