sábado, 10 de noviembre de 2018

Hoy solo quiero llorar


Bernardo Guinand Ayala

“Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé”
José Ángel Buesa

¿Has escrito alguna vez una carta de despecho? ¿Has leído a Buesa o a Neruda en medio de un desamor? ¿Por qué será que los sentimientos más extremos sacan de nuestra pluma las líneas más trascendentes? Quizás por ello los poetas son tan desordenados con el amor, pues no hay musa más fecunda que la pasión cuando florece, ni líneas más intensas que cuando ese mismo amor desgarra.

¿Será acaso por ello que he sentido deseos de escribir tanto recientemente? Uno de esos amores que desgarra. Uno de esos amores que pueden llegar a parecer un lugar común pero que al sentirlo sabes que de verdad duele. Uno de esos amores que sabes imperfecto, que sientes ingrato, del cual hay mil cosas que no te gustan, que te retan y te hacen dudar. Un amor inexplicable, incluso cursi llamarlo amor. Un amor con nombre de país. Un amor llamado Venezuela.

¿Qué no hicimos bien? ¿Qué dejamos de hacer? ¿Dónde perdimos la conexión? Son tantas preguntas, tantos años luchando por conservarlo y hoy siento que se nos escapa de las manos. Afuera podemos encontrar las excusas perfectas: un gobierno sin escrúpulos, una oposición sin norte, una población languidecida y obnubilada; pero yo ¿qué más pude haber hecho?, o si cabe ¿qué más puedo hacer?

Soñaba con escribir las páginas de un final feliz, pero hoy honestamente, no lo veo. Me veía a mí, a mis viejos, a mis hermanos, como héroes al final de esta cruzada, pero hoy siento que la perdemos. Soy de los que jamás pensó que podíamos llegar a lo que ahora vemos a diario; eso que se puede ilustrar, lamentablemente, con miles de estadísticas aterradoras. Muertos por hambre, familias entre basura, gente dependiente de una caja de comida, diáspora que se traduce en una verdadera hemorragia de talento y de futuro, calles vacías, encierros obligados, miedo, tristeza, desamor.

¿Qué pasó mientras creía que luchaba por ti? ¿Qué pasó mientras te ponía incluso en el centro de mi trabajo, de mis pasiones, de mis razones para seguir? ¿Cómo un amor engañoso, fracasado, inescrupuloso, pudo más que este amor que me enseñaron mis padres y abuelos y que construí con mi esposa y mis hijos? ¿He estado, acaso, equivocado todo este tiempo? Comienzo a sentirme un extraño entre tus brazos. El otro día un niño me preguntó que de dónde era ¡Coño! ¿De donde carajo voy a ser? Pero me voy cansando de explicarlo. Parece que el discurso divisionista, discriminatorio, balurdo; de tanto repetirlo encontró resonancia. ¿Cómo pudimos llegar hasta aquí?   

Sé que quien me lee, espera al menos en la última línea un atisbo de esperanza. Es mi estilo, mi naturaleza, es mi impronta. No quisiera decepcionarlos y menos a mi querida Venezuela. Pero de pasiones, desamores, despechos también estamos hechos. Tal como Neruda, guardando las distancias claro, yo también: “puedo escribir los versos más tristes esta noche”.  De seguro, mañana volverá la esperanza; pero hoy… hoy solo quiero llorar.

10 de noviembre de 2018

miércoles, 7 de noviembre de 2018

¿Pibe o Chamo?


Bernardo Guinand Ayala

Llegar a cualquier país de Hispanoamérica es disfrutar el acento tan particular que cada región le pone a un mismo idioma. Es increíble como una misma lengua puede tener tantos matices, velocidades, acentuaciones. Somos tan parecidos y a la vez tan diversos. Una maravilla sin duda, para una lengua tan viva y bella como el castellano. Y dentro de esa gran gama de entonaciones, la argentina tiene un estilo en exceso característico.

Llegar a Buenos Aires es constatar que el “vos” aún existe y no es solo historia antigua que aprendimos en clases de pronombres durante la primaria. Llegar a Buenos Aires es destacar la “doble ele” con ese tono tan descriptivo, hasta en los altavoces del Subte [Metro] cuando dicen: “Estación… Callao”. Llegar a Buenos Aires es usar palabras agudas, en donde nosotros solemos usar graves o llanas: Comé, bebé, cantá, vení….

Pero en este último viaje, algo diferente sucedió. En cada restaurant, hotel, esquina, barra, tienda, empezaron a aparecer el “tú o Ud.” en vez del “vos”; la “doble ele” se atenuó y la acentuación grave volvió a jugar su rol eliminando tildes en cada vocal al final de las palabras. Buenos Aires se llenó de venezolanos y eso no puede sino generar una profunda mezcla de sentimientos que van desde la angustia y la tristeza, hasta el orgullo y la alegría.

Luis, el clásico venezolano sabrosón, nos atendió en un restaurant donde nos comentó que el 80% de los mesoneros son de Venezuela. Nos dio un trato cálido y servicial, en un local que estaba a reventar. Otra noche, mientras pedía una cerveza en una barra por Corrientes, al escuchar la voz de la cajera, entre los murmullos de los cientos de personas que atestaban el lugar, le pregunté: “¿De dónde eres?”, a lo que inmediatamente recibí como respuesta: “Pues del mismo país que tú”.

También tuve el honor de participar en un programa de radio llamado Somos Ciudadanos Radio, muy parecido en contenido y misión al Radar en Positivo que conduzco cada jueves en Radio Caracas Radio RCR. Pues uno de los conductores del programa es un gocho de San Cristóbal que terminó siendo hasta primo mío. Ahora tengo ese nexo con Gustavo, a quien vine a conocer en Buenos Aires.

No puedo dejar de mencionar a mi tocayo, el hijo de Elvira, la guajira que trabaja ayudándonos con los quehaceres de la casa y la oficina. Pues con Bernardo me cité en mi hotel, muy cerquita del cementerio de Recoleta donde reposa Evita, así como para que el halo populista lo tengamos siempre presente. Yo llegaba con un regalo de su mamá. El me contó sus peripecias desde que salió de Caracas en autobús cruzando país por país. Me habló de las vicisitudes de cada país, de los meses trabajando duro en Perú para reunir una platica para seguir hacia el sur, del autobús accidentado bajo una nevada que les cayó cruzando los Andes una noche de luna llena que terminó en una emotiva reunión de latinoamericanos bebiendo pisco chileno. Y así hasta estabilizarse en Buenos Aires trabajando de lunes a sábado, con una bicicleta como medio de transporte.          

Daniel, el chamo - o el pibe - de la recepción del hotel, se despidió de nosotros con abrazo. “Manda saludos por allá” nos dijo, entendiendo que ese saludo es un querer sentirse parte. Estas líneas quizás sean mi mejor esfuerzo para que su mensaje llegue.    

Tantos años escuchando la historia de inmigrantes españoles, italianos y portugueses, entre muchos otros, que llegaron a Venezuela a trabajar para labrarse una nueva vida y ahora nos toca a la inversa, siendo probablemente la diáspora más consistente de los últimos años en el mundo. Sin guerra ni catástrofes naturales, sino una hecatombe llamada socialismo del siglo XXI.  

Se siente mucha nostalgia y ganas de regresar por parte de un buen grupo. Pero en definitiva, no sé si los venezolanos esparcidos por el mundo volverán o no. ¿Cuántos habrán tendido carpa definitiva al momento que lleguen vientos de cambio por aquí? Supongo que algunos regresarán y muchos otros seguirán su destino, tal como españoles, italianos y portugueses. La vida sigue corriendo y las familias echando raíces en el mundo entero.

Lo que es claro es que Venezuela dejó de ser ese espacio limítrofe que nos enseñaron en geografía, con el Mar Caribe al norte, rodeado por Colombia, Brasil y Guyana. Venezuela ahora no es un territorio sino una identidad. No es un lugar en el planeta, sino una esencia, una idiosincrasia, un gentilicio esparcido por todo el planeta. Llegarán tiempos para hacer el balance de lo que esto representa, por lo pronto soy un impaciente protagonista relatando una época que, sin duda, será historia en las páginas de nuestro país.       

7 de noviembre de 2018