domingo, 17 de noviembre de 2019

¿Fracaso?


Bernardo Guinand Ayala

¿Fracaso? Sí, fracaso. Que palabra tan pesada y odiosa, pero cada día que fui pensando en las líneas de este post, me fui convenciendo que así debía titularse. Le perdí el miedo, pues a la distancia, hasta el fracaso se ve como parte esencial de la vida, sobre todo cuando te aventuras a vivirla.

Luego de mi último maratón quedé fuertemente golpeado física y moralmente; más moralmente sin duda, aunque es decir bastante pues mi cuerpo aún resiente la pela tan dura que me dio. “El maratón te humilla” suelen decirte, pero es que este me zarandeó por completo. Nunca había llegado tan preparado a un maratón, nunca había tenido tanta gente pendiente de mí, nunca había tenido apuestas tan auspiciosas para mi tiempo y aun así, terminé caminando varios kilómetros con la mente solo puesta en cruzar la meta y colgarme la medalla. Sentí que el trabajo de todo un año y la emoción por alcanzar el éxito se me esfumaba en pocas horas.  

El sinnúmero de imponderables no previstos en la ecuación podrían aliviar el golpe anímico, pero aun así duele. Lluvia de principio a fin, pies bien mojados durante la ruta, humedad al 95%, trayecto quebrado, viento de frente durante varios kilómetros, en fin, un cóctel de dificultades ambientales que se atravesaron como un camión de frente y sin frenos. Es lo complejo de este deporte, a diferencia de otros donde un día malo lo puedes compensar al día o la semana siguiente, un maratón si acaso podrás correr uno o dos al año. Y ese día previsto, el día del examen final, como que el evaluador quiso poner todas las conchas de mango en la prueba y patiné.

Sí, fracasé en Washington considerando que un buen tiempo - el mejor tiempo - era la meta. Sí, aún con las condiciones adversas me pega haber tenido que llegar a rastras a la meta. Y sí, me he dado cuenta que mi carrera como maratonista ha tenido bastante más de fracasos que de éxitos contundentes. De hecho, de los ocho maratones que he realizado, en seis he pasado más trabajo que el fugitivo. Y aun así, a veces yo mismo me pregunto por qué sigo intentándolo, por qué no termino de darme cuenta que probablemente esa distancia sobrepasa las condiciones de mis piernas o mi columna.

Pero es allí donde esa dosis de fracaso te impulsa hacia adelante. Donde la terquedad te empuja a seguir fortaleciendo las piernas con sus limitaciones o ver de qué manera más abdominales puedan compensar la escoliosis que hace que me duela toda la pierna, menos cuando corro. Y aunque por varios días pueda pensar en dedicarme solo a correr una distancia más corta, al rato me doy cuenta que es justamente lo difícil del reto lo que hace que desee volver a intentarlo. Una cosa es fracasar por no haberlo intentado y otra muy distinta es asumir los desafíos y mirarlos de frente, por ello no me incomoda el título de este post sino que me motiva aún más.

Es cierto que mejorar tus marcas y exigirte al límite es lo que le pone ese toque adictivo a cada carrera, pero jamás debemos perder de vista ese intangible que hace de esta pasión algo verdaderamente especial: tu familia gritando a lo largo de la ruta - así sea emparamados - , estos cinco años seguidos sano corriendo maratones, las ciudades que conoces a través de 42k de calles y bosques, los amigos con quienes sueñas el próximo maratón y que esperas ver cada madrugada, el cariño de todo un team que apenas conocías y ahora siguen tus pasos como si nos conociéramos de siempre, los otoños o primaveras que te deslumbran con sus colores, la sonrisa o lágrimas que sueltas cada vez que cruzas la meta - así sea a rastras- . Así, no hay fracaso que no sea una lección para seguir.

17 de noviembre de 2019

viernes, 8 de marzo de 2019

La historia de María en medio del apagón

Bernardo Guinand Ayala

Es viernes y vamos rumbo a 20 horas sin luz a nivel nacional. Un viernes particularmente atípico por circunstancias obvias, donde la única rutina respetada fue nuestra corrida mañanera en el Parque del Este, aunque literalmente éramos tres personas en la inmensidad del parque. Viene a mi mente el poema “Esos locos que corren” del uruguayo Marciano Durán, que perfectamente define ese momento de madrugada, a oscuras, mientras un empleado del parque abría la reja al constatar que aún sin luz, algunos locos saldríamos a trotar.      

Más tarde, todos en casa empiezan a buscar cosas poco convencionales para hacer, aunque en otra época sería bastante normal salir al encuentro de los primos, privilegiar el balón antes que la tv o algún juego de mesa. Es increíble como la falta de energía eléctrica es capaz de afectar completamente la rutina, más aún en un mundo cargado de necesidades tecnológicas donde el celular, YouTube o Netflix marcan el día a día.

Afortunadamente, algunos encontramos refugio en la lectura y ha sido un buen día para revisar libros. Más que leer, fue de revisar textos o releer algunos fragmentos de esos libros cuyos capítulos ofrecen historias puntuales. Como es usual desde hace años, cuando me quedo observando mi biblioteca, suelo poner la mirada en un libro titulado “Red de Propósitos” el cual atesoro con verdadero cariño y reviso con cierta regularidad. Podría definirse como un libro de auto-ayuda, de esos que ofrecen reflexiones u oraciones de una sola página al estilo Anthony de Mello, Bernard Shaw, Confucio, santos o autores reconocidos, así como otros tantos anónimos. Más allá de cada texto, que escojo al azar y suelo reflexionar algún rato sobre su moraleja, el verdadero valor del libro viene representado por quien me lo regaló. Por eso, cada vez que lo abro, lo primero que leo es la nota escrita a mano en una hoja carta anexa que dice:

“Lic. Bernardo: Reciba este regalo, escrito por el padre de nuestro querido Ricardo Márquez, en agradecimiento por todo lo que he recibido de usted. El mejor trabajo que he tenido. Gracias. Dios lo bendice” María Josefina

María es una mujer con quien compartí varios años de trabajo cuando dirigí el Centro de Salud Santa Inés de la UCAB. Enfermera de profesión y vocación y probablemente la persona de origen más humilde con quien haya trabajado en mi vida. Siempre fue agradecida con su trabajo y con las oportunidades que pudimos brindarle. María me dio una de las lecciones más contundentes cuando me habló de calidad de vida y me hizo comprender que esa situación depende de las posibilidades de crecer y prosperar, así como la actitud que tengas frente a la vida. Mientras a mí podría preocuparme el solo hecho de pensar vivir en un barrio, María una vez se me acercó a agradecerme porque su trabajo en “Santa Inés” había incidido en su calidad de vida. Lo decía justo el día en que pudo comprar un candado para la puerta de su casa, a la cual se había mudado hacía muy poco. Dicha casa era un rancho de bloque que quedaba en una zona pobre de Antímano. Para ella representaba una mejora, pues anteriormente su casa no se trancaba y era de latón y madera en la carretera hacia Guarenas-Guatire. Había ganado en cercanía a su trabajo - lo cual le ahorraba costos de pasaje y tiempo – así como en mejores materiales de su vivienda y seguridad. Ese día no pude quejarme de nada sino agradecer profundamente por todas las cosas recibidas.

A esa anécdota siguieron muchas más. María era una mujer muy sola que había sufrido mucho en la vida. Me llamó particularmente la atención cómo se apuntó de primera para atender el recién creado servicio amigable para adolescentes. Entonces comprendí que había sido madre adolescente y el servicio le permitía ser empática y cercana con las pacientes, pues había calzado esos mismos zapatos. Quizás gracias a ello, así como la cercanía que tuvo con Ricardo Márquez, quien para la época dirigía el Departamento de Pastoral de la UCAB y a quien pudo conocer gracias a los talleres anuales que hacíamos con nuestros empleados, se reencontró con sus hijas de quien se había distanciado. El acompañamiento de Ricardo, el trabajo estable, la independencia económica, el deseo de autoevaluarse para avanzar más que para reprocharse, fueron dando luces para reencaminar su vida, acercarse a sus afectos y tomar decisiones importantes. Aprendí mucho de María y su humildad sigue siendo un referente en mi vida.

Además, durante muchos años, tal vez por el temor de encontrarse sola en su casa, dedicaba las vacaciones como voluntaria en algún hospital público, así como trabajada en el turno nocturno en Hogar Bambi cuidando a niños huérfanos justo después de cumplir su faena en Santa Inés. Esa mujer, se acercó un día a mi oficina, sin motivo alguno a regalarme esa “Red de Propósitos”, así que cuando lo abro y leo, no solo disfruto sus enseñanzas, sino los gestos que hacen que uno pierda el aliento y se sienta chiquitico frente a esa nobleza.

Hoy, nuevamente al azar, abrí el libro en la página 192 con un texto tomado de “La Oración de la Rana” del jesuita Anthony de Mello titulado “Confianza” y como anillo al dedo, en medio del apagón, me encuentro este texto:

En cierta ocasión, un discípulo le dijo a Confucio: “¿Cuáles son los ingredientes fundamentales de un buen gobierno?”
Le respondió Confucio: “Alimentos, servicios y la confianza del pueblo”
“Pero, si tuvieras que prescindir de uno de estos tres ingredientes” siguió preguntando el discípulo, “¿de cuál de ellos prescindirías?”
“De los servicios”
“¿Y si tuvieras que prescindir de uno de los otros dos?”
“De los alimentos”
“Pero, sin ellos la gente moriría”
“Desde tiempo inmemorial” dijo Confucio, “la muerte ha sido el destino de los seres humanos. Pero un pueblo que ya no confía en sus gobernantes, está verdaderamente perdido”

En fin, se hace obvio que este régimen que pretende atornillarse contra viento y marea, está verdaderamente perdido pues ha aniquilado no uno, ni dos, sino los tres ingredientes fundamentales para ser un buen gobierno. El apagón nos recuerda el enorme fracaso en los servicios públicos. La gente comiendo entre basura o niños muriendo por desnutrición, también nos habla de un gobierno que no es capaz de dar el sustento básico. Pero por sobre todo, Maduro y su combo, perdieron hace rato la confianza de la gente. Podrán aguantar con armas un rato, pero la historia universal ya anuncia su ocaso.

Y no es ciencia ficción, ni palabra de expertos, sino esa sabiduría popular y la sencillez, que tal como este texto y el ejemplo de María se presentan, como cosas de Dios, en nuestras vidas. 

8 de marzo de 2019

sábado, 9 de febrero de 2019

Guaidó ¡Pa´ Encima!


Bernardo Guinand Ayala

Como la gran mayoría de los venezolanos, no tenía mayor referencia sobre Juan Guaidó,
Juan Guaidó. Fanático de los Tiburones de La Guaira
salvo una cierta empatía que nada tiene que ver con la política. Transcurría 2017 y como fue costumbre dicho año, luego de las grotescas sentencias del TSJ que pretendían anular la Asamblea Nacional, estábamos en la calle alzando nuestra voz en alguna de las multitudinarias marchas que sucedieron ese año. Ese día nos concentrábamos en la autopista justo frente a la base aérea La Carlota cuando un camión con unas exiguas cornetas avanzaba entre la multitud. José Antonio - mi hermano - levanta la mirada hacia el camión y me dice: “ese chamo es diputado por Vargas y mira, siempre lleva orgulloso su gorra y camisa de los Tiburones de La Guaira”.

Para quien nos conoce, sabe que la mayoría de los Guinand somos guaristas. Cuenta la leyenda familiar que los hermanos mayores de mi viejo, mis tíos Carlos y Alfredo, quienes jugaron pelota de chamos, por alguna razón seguían al Pampero, quizás por llevar la contraria a la mayoría. El Pampero pasó a ser La Guaira a principios de los sesenta y quedó así la afición. Eduardo, mi hermano mayor, recuerda que siendo mi tío Carlos gobernador de Caracas, los Tiburones de la Guaira ganaron el campeonato 1970-71 y como para ese entonces aún existía el Distrito Vargas bajo la competencia de la Gobernación, mi tío - tanto por fanático como por gobernador - invitó al equipo campeón a un agasajo en la casa. Yo aún no había nacido, Eduardo no había cumplido los 6 años, pero me dice que ver a los peloteros celebrando en casa marcó una huella imborrable en él y en mis primos mayores y contribuyó al fanatismo familiar por los litoralenses. Eran los años de figuras como Ángel Bravo, Enzo Hernández, Remigio Hermoso, Paúl Casanova y el sempiterno Aurelio Monteagudo.

Muchos años después, Eduardo me inculcó esa pasión por los Tiburones y me llevó por primera vez al Universitario en los tempranos ochenta, tendría yo unos 9 años y Juan Guaidó estaba próximo a nacer. Era la época de la célebre “Guerrilla”, quizás la conjugación de figuras insignia más resonada del equipo. Recuerdo que lo primero que vi al entrar al estadio, deslumbrado por la luz de quien ve un campo profesional por primera vez, fue a Norman Carrasco ocupando su puesto en la segunda base con su característico número 5. Esa generación de peloteros, cuya marca de fábrica - al puro estilo venezolano - fue la de reunir extraordinarios jugadores defensivos, sin duda me sembró la pasión por jugar SS. La guerrilla incluso se dio el lujo de prestar a Alfredo Pedrique al Magallanes pues había demasiadas buenas manos juntas en el infield. Además del “atabacado” Carrasco en 2B, Oswaldo Guillén y Argenis Salazar se disputaban el SS y Gustavo Polidor, recordado por su caballerosidad dentro y fuera del terreno, debía conformarse con la 3B. Ese equipo era completado por figuras de la talla de Luis Salazar, Juan Francisco Monasterio y Raúl Pérez Tovar, uno de los jugadores más completos y el CF más elegante que he visto jugar.

Ahora bien, hablar hoy de La Guaira es hablar de la larga sequía en títulos del equipo, cosa
Caricatura de EDO. Cabrujas y Petkoff
que ha valido de eternas burlas a lo largo de los años, sobre todo de nuestros rivales más cercanos: los caraquistas. Célebre es aquella “Carta a Padrón Panza” fechada ya en un lejano 1995 donde el recordado dramaturgo José Ignacio Cabrujas, gran fanático de los Tiburones, manifestaba su impotencia “renunciando” al equipo y atribuyendo al propietario la falta de competitividad. Pero, como diría otro destacado fanático escualo, Teodoro Petkoff:
“como todos los fanatismos políticos y religiosos, el fanatismo deportivo tiene un alto componente de irracionalidad, algo que no se puede explicar”. Y es así, como a pesar de la ausencia de títulos, hay algo irracional que nos identifica como fanáticos y que, en el caso de La Guaira, tiene más peso que el campeonato en sí. Cuando ves a alguien con la gorra o algún otro elemento que lo identifica con los Tiburones, te sientes rápidamente conectado con esa persona, más aún, cuando tu equipo no es aquel equipo de masas, sino más bien un especial grupo de fanáticos con unas características muy particulares.

No conozco personalmente a Juan Guaidó. No espero de él algo más allá que el cumplimiento de este enorme compromiso de transición que la historia le ha encomendado, en el cual sin duda tendrá aciertos y también desaciertos. Pero como fanático que soy del mismo equipo, siento esa particular simpatía que nos conecta. Por eso trataré de esbozar en unas líneas tres características que, bajo mi perspectiva, definen a la fanaticada de nuestros Tiburones, que bien pueden ser útiles en medio de este compromiso.

La alegría. La Guaira, su fanaticada, es eminentemente alegre. Por supuesto que somos un equipo que quiere ganar, pero sobre todas las cosas sabe disfrutar. Es algo contagioso, como su samba, sus gritos - por cierto que han sido copiados poco a poco por otros equipos – y la buena vibra que retumba en la tribuna. Por muchos años me sorprendió salir del estadio, aun cuando habíamos perdido y la algarabía que ponía la samba justo al salir de las gradas era inexplicable para el equipo que había ganado. Es esa particularidad del venezolano de ver el lado positivo de las cosas, aún en los momentos menos afortunados y saber que vivir no es llegar a un fin determinado, sino disfrutar también del trayecto.

Resiliencia. Hasta hace pocos años, la resiliencia era una palabra que no existía en nuestro vocabulario y que la situación venezolana nos obligó a desempolvar o inventar para procurar seguir en medio de la debacle que el régimen nos metió. A veces pienso que la resiliencia fue una palabra inventada por los fanáticos de los Tiburones de La Guaira para seguir apostando, aún en medio de tal sequía. También siento que haber sido fanático de los Tiburones me ha dado herramientas para enfrentar con optimismo lo que vivimos como país.

Ser diferentes. Por sobre todas las cosas, La Guaira nos ha enseñado a ser diferentes, ni mejor ni peor que otros, sencillamente distintos y auténticos. Los fanáticos de los Tiburones tenemos claro que no somos el equipo de multitudes como Caracas o Magallanes, pero es que además no está en nuestro plan llegar a serlo. Ese ser únicos se manifiesta de muchas maneras, por ejemplo, un fanático de La Guaira suele ser fanático del béisbol, en consecuencia lo conoce y aprecia y es capaz de ver lo fabuloso del deporte así se trate de un rival; hay un gran respeto por el otro. En ese sentido, podemos reconocer que Vizquel superó en trayectoria a Guillén y seremos de los primeros en aplaudirlo al llegar al Salón de la Fama. O sabemos apreciar la hazaña - aun cuando sufrí enormemente siendo adolescente en la primera fila del estadio - de aquel “no hit no run” de Urbano Lugo en la final del campeonato 1986-87. Ese ser diferente también se define por nuestra lealtad al equipo. ¿Que si sufrimos? por supuesto, pero la fidelidad a esa tradición y manera de ser, está por encima.

En fin, al ver a Guaidó con su uniforme de La Guaira, es imaginarme una persona que, al menos, en el plano deportivo ha conjugado esas tres características. Lejos podría yo definirlo como político, pero si la comparación funciona podría afirmar que es un tipo alegre, cual clásico venezolano. Podría también afirmar que es resiliente, de hecho le tocó arrancar de nuevo cuando el deslave de Vargas afectó fuertemente a su familia. Y quisiera sobre manera pensar que es diferente, que es auténtico. Ni mejor, ni peor que otros, pero único y leal como político. Que sepa la gente que Guaidó es escualo, más no escuálido y que si Musiú Lacavalerie estuviese vivo, hoy diría que Maduro “empieza a mecerse, como paloma en alambre” y que “recojan su gallo muerto” pues el guaireño los tiene en 3 y 2.

Guaidó ¡Pa´Encima! que #VamosBien                   

9 de febrero de 2019