jueves, 26 de mayo de 2016

Por la calle del Centro

Quien aprecia un juego de béisbol, reconoce a simple vista que el jardín central abarca el terreno más amplio del campo. Incluso aquel que ha jugado sabe que todo equipo desea contar con la mejor línea central, en cuyas posiciones se ubican la mayoría de los jugadores en el terreno. Podríamos decir que en el fútbol ocurre algo similar y es frecuente escuchar que quien domina la media cancha, domina el juego. Gran parte del juego transcurre en ese sector donde incluso convergen mediocampistas, defensores y atacantes. Y quien quiera estar bien ubicado para observar un juego, tratará de hacerlo en la tribuna central para seguir con mayor amplitud el desarrollo del mismo.
 
Pero parece que en la política no sucede así. De hecho, bastante poco se oye hablar del centro, un terreno considerado incluso como blandengue, neutro, vago y hasta carente de fundamentos filosóficos. Sin embargo no me siento identificado ni con la derecha ni con la izquierda, menos aun cuando al hablar de ellas todo lleva a unos extremos absurdos e históricamente fracasados. Evidentemente para todo hay matices y aparece la gama de colores que va desde la extrema izquierda, pasando a la izquierda tradicional, centro-izquierda, centro-derecha, derecha tradicional, hasta la derecha extrema. Pero centro-centro parece no existir, pues cuando se le nombra está siempre amarrado a sus apellidos izquierda o derecha.

Hoy en día, ser del centro representa el verdadero espacio de rebeldía que adversa abiertamente tanto al gobierno con su chantajista ideología, como a cualquier manifestación extrema que asevere que esto se resuelve si el timón gira 180 grados hacia la derecha. Para mi agrado, Fernando Mires recientemente publicó un artículo titulado “El centro en la política” en el cual asevera:

En verdad, no hay nada más incómodo en los procesos históricos que llevan a la recuperación de la democracia que situarse en una posición centrista. Sin embargo, es la única opción política. Es por eso que los grandes políticos de la historia han sido en su gran mayoría, centristas. Entre otros, Gandhi, Havel, Walesa, Mandela. Los cuatro fueron perseguidos por el poder establecido. Los cuatro, al comienzo de sus luchas, estuvieron aislados de las grandes masas. Los cuatro fueron furiosamente atacados por los extremistas, sobre todo por los que actuaban en sus propias filas”.

La semana pasada, al salir a manifestar en una marcha pidiendo condiciones para realizar un referéndum revocatorio al Presidente, sentí la responsabilidad de estar en esa posición de centro - para nada neutra - adversando claramente al gobierno así como a aquellos que esperan como espectadores que algún alzado de uniforme verde oliva ponga orden en la pea. Y es claro que en nuestras filas no está Gandhi ni Havel ni Mandela, pero esperar de brazos cruzados es como pretender ver el capítulo final de una novela sin enterarte que eras protagonista.   

Probablemente estemos en un momento para reinventar la política y sacar del libreto el discursito de los polos. El polo izquierdo se asocia a los modelos socialistas y en su extremo se ubica el comunismo, que aunque plagado de buenas intenciones no ha sido sino una  herramienta de manipulación populista y un modelo de imposible implementación por negar la natural diversidad del ser humano. Quienes hemos puesto nuestro empeño en erradicar la pobreza, sabemos que el populismo asociado a modelos de extrema izquierda no son otra cosa sino multiplicadores de pobres.

Por otro lado, a la derecha se le suele asociar con el modelo capitalista[1]. Pero aquí hay
una gran diferencia entre el modelo económico más extendido en el mundo y el extremo que llega al “capitalismo salvaje”. Si a la realidad vamos, el capitalismo - con sus defectos y virtudes - funciona como el motor económico del mundo entero. No se trata de izquierdas ni derechas como ideología, sino la práctica económica difundida alrededor del planeta, al punto que los gobiernos que se dicen anticapitalistas, funcionan con reglas de mercado aunque suelan establecer mayores controles que terminan desfavoreciendo la inversión, la inventiva y el trabajo.

Aquí el tema esencial no es negar al capitalismo como instrumento de las economías del globo, sino efectivamente reconocer que hay un extremo “salvaje” donde marcas e intereses privan sobre la persona. Y allí tampoco me anoto. Cada vez me doy más cuenta que el eje debe ser la persona, pero eso no representa las dádivas del populismo, sino la siembra de oportunidades para que cada quien desarrolle su máximo potencial a raíz de la educación y del trabajo productivo. Y allí está el centro.

En 2008, Bill Gates pronunciaba en el Foro Económico Mundial un discurso harto elocuente donde proponía a los presentes un modelo que tituló Capitalismo Creativo. Gates exponía en Davos:

“En la naturaleza humana hay dos grandes fuerzas: el interés egoísta y el impulso de ayudar a otros. El capitalismo canaliza el interés egoísta en una forma útil y sostenible, pero solo para los que pueden pagar. La ayuda filantrópica o de los gobiernos canaliza nuestro impulso de ayudar a otros. Si queremos una rápida mejora de los pobres necesitamos un sistema que aproveche a los inventores y a las empresas mucho mejor que hoy…
Me gusta llamar esta idea 'capitalismo creativo': un enfoque en el que gobiernos, empresas y entidades sin ánimo de lucro trabajen juntos para ampliar el alcance de las fuerzas del mercado de modo que más gente gane, o gane reconocimiento, haciendo lo que se necesita para reducir las desigualdades”.

En fin, en economía y política, así como en los deportes, la oportunidad de jugar hacia el centro, lejos de ser terreno neutro, es el verdadero terreno de la acción. Y cierro con Mires quien afirma: “La libertad llega siempre por el centro (el lugar de la de-liberación), jamás por los extremos”.

26 de mayo de 2016



[1] Evidentemente habría que diferenciar modelos económicos de modelos políticos, pero lo uso a manera de ilustración sobre los extremos.

domingo, 15 de mayo de 2016

Desobediencia

Murió otro bebé en el J.M. de Los Ríos. Después de un tiempo en otro hospital donde ni siquiera fue diagnosticado, falleció esta mañana después de días en estado crítico y en el constante deambular buscando donantes de sangre, fenobarbital y una tomografía que no había en el hospital. Se llamaba Sebastián, de 2 años de edad y era nietico de una trabajadora del Instituto de Previsión del Niño, organización de la cual formo parte. Sebastián representa a miles de otros niños y familias venezolanas que sufren día tras día esta tragedia y aunque pedí por redes y radio su medicamento y ofrecí canalizar su tomografía, hoy siento que no pude hacer nada.

El viernes pasado mis hijos nuevamente perdieron clases. Obviamente todo el mundo sabe que esta medida no impactará en ningún ahorro energético, pero la inmensa mayoría de los colegios – y aplaudo a las escasas excepciones – han preferido acatar el decreto y no contrariar al régimen amenazador. A pesar de mi voz de protesta con algunos padres y buscar audiencia con directivos del colegio, a la final - como la gran mayoría - terminamos optando por una solución individual de proveer clases particulares en casa. Pero sin duda creo que la solución no debe, ni puede ser en estos momentos individual y hoy nuevamente siento que no hice nada.

Hoy despierto con el titular de que “Maduro llama a tomar las plantas paralizadas, encarcelar empresarios y radicalizar la revolución” en clara alusión a Empresas Polar, nuevamente burlándose de todos y tratando de engañar a quienes se alimentan con resentimiento. Todo lo paralizado, improductivo, expropiado o desvalijado son obras de este gobierno y su política de siembra de miseria. No creíamos en expropiación de fincas y empresas, en la debacle de la industria petrolera, así como vemos aún con asombro que puedan tocar la Polar. Veo un país arruinado y me siento interpelado en un futuro por mis hijos cuestionándome por qué no pudimos hacer nada.
   
Abordo solo tres temas de hoy que me tocan el alma, pero la lista puede ser eterna: la inseguridad, la inflación, el bachaqueo, las indignantes colas por todo, el abuso constante de poder, la corrupción obscena, la pérdida de todos los principios morales, la partida de tanto talento a otros países, el incremento de la pobreza y el hambre luego de la mayor bonanza en la historia y así puedo continuar. ¿Será que vamos a seguir sintiendo que no hemos hecho nada?

Y aquí viene el momento en el que quien me lee se podrá preguntar qué propongo. Obviamente no tengo soluciones mágicas y ni siquiera me siento tentado por la política, más allá de mi rol como ciudadano, mi identidad como venezolano y mi aporte como apasionado por las organizaciones de la sociedad civil, pero sí creo que debemos cambiar la apatía y visión individual por acciones y decisiones más arriesgadas y contundentes, sin que esto signifique que salgamos a la calle a matarnos. Creo que hay que buscar alternativas ingeniosas de desobediencia. A un gobierno que cada día toma decisiones arbitrarias y con cada vez menos sustento, no podemos agacharle la cabeza como mansos corderos. A un gobierno débil, que ha perdido abrumadoramente en las urnas electorales, no hay que hacerle sentir más fuerte de lo que realmente es.

Bastante se ha dicho que los dirigentes actuales no están a la altura de los ciudadanos, pero nosotros los ciudadanos ¿estamos a la altura del país?

Siento que en la medida que sigamos protegiendo nuestra parcelita individual, resolviendo mientras nuestro bachaquero nos consiga lo que necesitamos, justificando que podemos emparejar a nuestros hijos con tareas dirigidas, encontrando medicinas más allá de las fronteras por el privilegio que tenemos algunos de contar con familia afuera, pensando que lo que le ocurrió a Sebastián no le pasará a los nuestros, vamos alargando lentamente esta agonía y acostumbrándonos a este absurdo que estamos padeciendo.

Muchísimos ciudadanos no hacen más que criticar a la oposición, justificando que un gobierno – evidentemente antidemocrático – no se le puede sacar por vías democráticas y probablemente tengan razón, pero a ninguno de ellos los he visto ofrecerse como carne de cañón ¡Que mantequilla! Como yo no estoy dispuesto a cargar un fusil y menos apuntar a algún otro venezolano, no me queda otra que apostar por una salida democrática, constitucional y electoral y presionar para que así sea. Y en esa presión está la desobediencia que creo que tenemos que accionar.

Como dijera Chúo Torrealba cuando tomó las riendas de la secretaría de la MUD, calle no es solo una movilización enorme sino es hablar con el vecino, convencer al chavista, hacer el trabajo poco a poco en tu área de influencia. Y eso repercutió en los resultados del 6D. Hoy en día creo que desobediencia es accionar medidas contra las arbitrariedades del gobierno. Suspenden clases, abramos los colegios. Violan los tiempos de verificación de firmas, no lo asumamos como previsible, accionemos nuestra protesta. No dejan llegar una marcha, veamos que otra estrategia suma y los deja en ridículo.

No tengo todas las respuestas, pero creo que la era de aceptación del abuso de poder está en su ocaso y nuestra presencia ciudadana - nuestra desobediencia - desprendiéndonos un rato de la parcela, va a hacer la diferencia. Vale la pena por Sebastián, por nuestros hijos y su educación, por la Polar y todas las empresas que realmente trabajan por el desarrollo del país. Vale la pena mirarnos en unos años y decir que nosotros, los ciudadanos, lo hicimos.   


15 de mayo de 2016

domingo, 8 de mayo de 2016

Huir hacia adelante

Las comparaciones suelen ser odiosas, pero también pueden ser muy ilustrativas, sobre todo si pretendemos plasmar las distintas posiciones que podemos adoptar nosotros y las instituciones a las cuales pertenecemos en medio del país que tenemos y queremos.

La situación país nos puede paralizar o nos puede animar a ser creativos y buscar formas novedosas para avanzar y no quedarnos a la espera de que un cambio llegue para luego actuar. A raíz de algunos encuentros en diversas organizaciones pero de áreas afines, llego a la conclusión que existen una serie de premisas claves que inciden en que alguna organización decida achantarse o echar para adelante en medio de esta crisis que estamos padeciendo.

Nadie duda que el sector salud está en terapia intensiva, sin embargo, en reuniones en dos instituciones prestadoras de salud de cuarto nivel, constaté dos realidades totalmente opuestas. En un hospital público de gran envergadura, me encontré con un nivel de desesperanza atroz por parte del cuerpo médico. Parece tan difícil salir del atolladero que casi desean que el hospital termine de colapsar para ver si arrancan de cero en algún otro lugar. En sus manos sienten que solo queda elevar su voz de protesta, divulgar la situación de crisis y que de ese colapso venga algo nuevo. Ya sus propuestas parecen carentes de soluciones por sentirse atados de manos.

Al día siguiente tuve otra reunión en una institución privada sin fines de lucro que brinda también servicios asistenciales de salud. En medio de esta crisis han convertido en realidad el sueño de tener hospitalización y convertirse en la mayor referencia de salud del país. La demanda de sus servicios - en algún momento de estos álgidos años - se elevaba al ritmo de 10% mensual con los retos que significa responder a esa vorágine. En la reunión plasmaban el deseo de seguir avanzando y de crear una generación de relevo que sea capaz de responder a los retos futuros.

Para que la discusión o conclusión no se quede en una diferencia entre lo público y lo privado, abordo otro ejemplo en el sector educación, ambas instituciones privadas sin fines de lucro y particularmente me voy a referir a sus estrategias de recaudación de fondos para sus programas.

En el primer caso he querido apoyar como voluntario a una institución donde me formé, tratando de incentivar la búsqueda de mejores prácticas de fundraising (procura de fondos). Por más de un año todos los esfuerzos han sido en vano por múltiples razones, destacando la falta de articulación y la escasa libertad otorgada para poder ayudar. Cada discusión se ha centrado en abordar asuntos internos, cuotas de poder, niveles de decisión, metas impuestas y muy poco sobre lo que realmente podríamos hacer y menos aún, hacerlo.    

La segunda institución es un colegio el cual no conocía directamente sino hasta hace poco, a raíz de la referencia hecha por un amigo – padre del colegio – que me propuso para dictar un taller de fundraising a la comisión de financiamiento institucional - conformada por padres del colegio y su directiva -. Solo bastó una mañana de mi tiempo para terminar de inyectar al equipo el empuje necesario para articular una extraordinaria campaña que busca hacer las inversiones necesarias para adecuarse a los niveles de educación exigidos internacionalmente.

Este equipo tuvo la gentileza de invitarme como “experto” a constatar el desarrollo de una de sus primeras iniciativas de la campaña. Más allá de la campaña en sí, lo que pude observar fue el liderazgo del equipo directivo del colegio, su transparencia y profesionalismo frente a sus potenciales donantes, su deseo de articular y hacerlo mejor la próxima vez. La campaña es osada y aun así, la desplegaron en medio de toda la incertidumbre que vive Venezuela.    

Estos cuatro casos me ayudan a esbozar algunas premisas que sirvan de orientación a las organizaciones venezolanas en estos momentos. Traté de resumir todo en 3 ideas claves bautizadas como AGA: Autonomía, Gerencia y Articulación

En el caso de las instituciones públicas, la falta de autonomía suele ser un elemento crítico. Ya hace muchos años le oí a un director de hospital que sin autonomía funcional y financiera, era imposible rescatar un hospital. Eso se ha acrecentado recientemente con la vuelta de la más absurda centralización. De hecho, los hospitales públicos que fueron exitosos en un pasado cercano, fueron producto de la descentralización y consecuente autonomía en decisiones y financiamiento. Un gerente, por bueno que sea, jamás podrá actuar adecuadamente si no tiene la posibilidad de disponer de sus diferentes recursos, ya sean humanos, materiales, financieros, relacionales o tecnológicos.

Ahora bien, en los casos que ilustramos, autonomía no solo significa tenerla sino saberla otorgar y por ello la falta de la misma no solo afecta a entidades públicas, sino también puede estar presente en organizaciones donde algún departamento o institución afín, aun queriendo colaborar, termina por no hacer nada pues todo depende de un nivel central que no otorga libertades ni confianza para que otros construyan. En estos momentos país, ese desaprovechamiento de los talentos es letal.

En segundo lugar, para toda organización, tener el necesario nivel de gerencia es medular. Allí radica gran parte de la lógica organizacional moderna y más aún, en momentos difíciles. Un buen gerente es que el que sabe otorgar buen nivel de autonomía a sus entidades o departamentos y sabe articular sus talentos y aliados para orientarlos al cumplimiento de sus objetivos. En los dos casos positivos que resalté arriba, los gerentes han ejercido el correcto nivel de liderazgo, compartiendo la visión y sumando los esfuerzos y aportes de los demás. Esos líderes, con la dura situación actual, han salido fortalecidos y han puesto a sus instituciones a la vanguardia.

Por último, la situación actual de nuestro país exige de sus organizaciones y líderes, muchísima capacidad de articulación. Lo que antes podíamos hacer por nuestra cuenta, ya no es así. No es un tema fácil pues significa salir del área de confort, salir del lugar que domino y donde mando,  depende de mucho tacto y de reconocer que para ciertos temas debes contar con aliados – que tienen su propia dinámica e intereses -. Articular, en este caso significa sumar, convocar, conectar. Significa alianzas, convenios, sinergia, confianza.

En el fundraising, por ejemplo, articular significa poner de acuerdo a un sinnúmero de potenciales aliados, pero cada quien con roles y posiciones diferentes. Los tiempos suelen ser ajustados, las palabras deben ser precisas, el objetivo debe ser muy claro y compartido y sobre todo debe existir la convicción de que es factible, aún en la Venezuela de hoy. Quien lo entiende y practica así - como el caso del colegio donde el tren directivo, los padres, las distintas comisiones encargadas están alineados – saldrá, no solo con el financiamiento esperado sino con el liderazgo fortalecido.  Quien por el contrario, no emprende escudándose en la situación económica del país, o no da suficiente valor y reconocimiento a sus donantes y aliados, o compite internamente por recursos sin articular ni mostrar los objetivos a sus colaboradores, se quedará sin recursos y sin gente.

Venezuela exige un esfuerzo adicional y medidas concretas e inspiradoras. Quienes estamos aquí, no podemos esperar a que la situación cambie para arrancar a construir. Nuestros niños y jóvenes no pueden aplazar la calidad de sus estudios mientras esto se resuelve, los enfermos no pueden esperar que terminen de colapsar los hospitales o que cambie el gobierno, para aspirar a curarse o ser tratados con dignidad. Los que estamos aquí, no tenemos otra escapatoria que no sea procurar construir enfocados en elementos que apunten a la autonomía de las instituciones, una gerencia de calidad y articulados con colaboradores y aliados claves. Los que estamos aquí, no tenemos otra – y copio las palabras de un director de colegio preocupado por la calidad de la educación en Venezuela – que “huir hacia adelante”.          
     

08 de mayo de 2016