domingo, 13 de diciembre de 2020

Parábola del buen padre

Bernardo Guinand Ayala

 

-“¿Qué es un padre?” preguntó el niño al viejo sabio. Este, que se encontraba pendiente de otros asuntos se limitó a responderle: - “Un padre es aquel que te ayuda a crecer”. Pero al niño, que era entrometido y avispado, no le satisfizo la respuesta y replicó: - “¿A crecer? pero desde cuándo, pues siempre he escuchado que los primeros años de vida son muy importantes, pero luego no recordamos nada”.

 

El sabio, tentado a responder cualquier cosa pero dándose cuenta que el pequeño no cesaría en su interés, dejó a un lado lo que estaba haciendo y le comentó: – “Te voy a contar esta anécdota. Quizás así pueda responder a tu pregunta”. Y dándose el tiempo necesario, mientras se sumaban otros curiosos a la conversación, comenzó su relato.

 

Un niño nació en un hogar afortunado, no por tener lo necesario materialmente sino por la calidez que lo rodeaba. En sus recuerdos más lejanos, esos que los estudiosos dirían que era demasiado pequeño como para recordarlos, se dibujaba en su memoria una escalera semicircular. Era una escalera muy bonita y bien elaborada que iba transcurriendo la pared que la limitaba de un lado y un pasamanos de madera caoba oscura del otro. La escalera y su pasamanos siempre estaban relucientes y por ser de madera daban la impresión de elegancia y buen gusto. Si bien esa escalera solía usarla para subir de la planta baja al primer piso, donde vivía, algunas veces conectaba a un segundo piso ubicado en lo alto de la torre, pues esa parte de la casa tenía forma de castillo y la planta superior le despertaba muchísima intriga.

 

Al llegar a la parte más alta, la circunferencia de la torre estaba revestida por una bella biblioteca caoba oscura como la escalera, que solo se interrumpía por unas ventanas que daban hacia la montaña, mostrando, además del verdor impactante de sus frondosas siluetas, un cielo azul intenso como fondo, que se intensificaba sobre todo en diciembre.         

 

Debía tener unos 4 años y aun así ubica sus recuerdos o su imaginación, tal vez, en un sillón que había en esa enigmática biblioteca. No podría recordar el color o forma de la butaca, pues en ella, cada vez que le tocó la aventura de subir hasta la cima de la torre, estaba su padre sentado con un libro entre las manos. Era un libro gordo, con muchas historias y cuentos, y al igual que la escalera y la biblioteca, tenía la tapa color caoba oscura, lo recuerda clarito. Eran varios cuentos los que estaban allí escritos y su autor sonaba como inglés, o eso creía recordar, pero siempre su papá lo abría en la misma página.

 

La rutina era la misma, no tenía por qué cambiar pues siempre daba resultado. Cuando llegaba a lo alto de la torre, se sentaba en las piernas de su padre, quien con pleno gusto volvía a tomar el pesado libro marrón, abría la página del cuento del señor inglés o irlandés y pacientemente se disponía a leerle. El libro no tenía dibujos, así que el padre hacía esfuerzos por describir los lugares y personajes y entonar sus mejores voces para hacer el cuento lo más real posible. No era tampoco un cuento cualquiera, pues definía claramente valores y creencias y estaba narrado como toda buena historia donde no todo era bonito, sino que transcurrían situaciones alegres, intrigantes, desafortunadas, tristes, otra vez emocionantes y con un final inesperado que cada vez que lo escuchaba parecía que fuese por primera vez.             

 

Entonces el niño astuto y preguntón interrumpe al sabio y le dice: - “Ya entendí, ya entendí. Un padre es entonces quien te carga cuando eres pequeño, quien dedica su tiempo cuando llegas a su lado y además te deja las más bonitas enseñanzas de los libros para poder crecer”. A lo que el sabio replica: - “Es cierto, pero más aún, un buen padre es quien lo sigue haciendo al transcurrir los años y sus enseñanzas, más allá de los libros, las modela con el ejemplo”.

     

13 de diciembre de 2020