martes, 5 de julio de 2022

Los héroes del 22

Bernardo Guinand Ayala

Si esto fuera una película me imagino perfecto la escena inicial. El campo húmedo por la lluvia y el comentarista dice: “Se prepara el camiseta 7 del Loyola. Puede ser el penal que defina…” y acto seguido, con el pateador frente al balón, una toma mostraría la grada repleta de padres, amigos y espectadores angustiados, para después dejarnos en un largo suspenso y hacer un vertiginoso flashback, diez años atrás, cuando los mismos jugadores estaban en preparatorio del colegio, pateando a lo loco, todos tras el balón.

En casa disfrutamos mucho las tradicionales historias de Hollywood, en especial esas de la vida real sobre deportes que te mueven la fibra y dejan una lección de resiliencia. Recuerdo en particular “Remember the Titans” o “We are Marshall” por mencionar algunas, pero ¿qué pasa cuando tu hijo y su equipo son los protagonistas de esas historias? ¿de dónde, sino de la vida real, salen esos guiones?

Si yo fuera guionista de cine, tendría que contarles la historia de los “Héroes del 22” probablemente con un marcado sesgo personal por contar con uno de sus protagonistas dentro de casa. Esta es una historia que no se reduce a una temporada particular, sino a muchos años tras este preciado momento, con sus alegrías y sus lágrimas.

A Nando le ha hecho un enorme bien el fútbol. Más allá del salón de clases, fue este deporte el que le abrió la puerta a sus amistades desde preescolar. Como buen niño con necesidad de desarrollar sus habilidades y socializar, fue realmente la cancha de fútbol la que permitió su crecimiento, no solo en lo deportivo sino en lo personal. 

A diferencia de otras generaciones, nuestro equipo nunca destacó como “el equipazo”, aunque lógicamente, entre los chamos y sus padres, cada año arrancábamos con ilusión la temporada. Y desde primer grado, así como me ha tocado sufrir como fanático de los Tiburones, con el equipo de Nando también asumíamos cada año, que ese ¡sí sería el año!

Pero las adversidades no se hicieron esperar. La diáspora se llevó una buena cantidad de buenos jugadores y cada año había que ensamblar un nuevo equipo, entre los que asumían el liderazgo y nuevas fichas que subían de la categoría inferior y se abrían espacio, con ilusión, por las vacantes dejadas. Con el equipo en consolidación, también llegó la pandemia y otro importante número de buenos jugadores optó - razonablemente - por dejar el equipo ante la poca actividad en el colegio e inscribirse en academias particulares. Así, nos quedamos sin el goleador natural del equipo y sin un sólido defensa central, por mencionar solo a dos.

Cuando arrancaba aquel 2020 previo al covid-19, recuerdo que compartíamos en familia nuestros propósitos de año nuevo. Aquel año, recuerdo que Nando me pasa el papelito con sus propósitos y en uno de ellos decía: “ganar la liga”. Aquello me sirvió para hacer una reflexión con él, pues ese deseo superaba sus posibilidades personales, es decir, ese propósito no lo podría alcanzar individualmente y había muchos otros factores que le ponían condiciones a su intención. Recuerdo que luego de la reflexión replanteó su propósito así: “hacer mi mejor esfuerzo en la liga, ¡ojalá ganar!”

Pero en marzo de ese año llegó la pandemia y con ella se nos fueron dos años sin liga. Luego el colegio fue readaptándose poco a poco a la normalidad, así como los deportes. Los músculos, menos activos después de dos años atípicos, sufrieron tirones, agotamiento y lesiones al iniciar entrenamientos y ya entrado el 2022, casi a trompicones y con dudas, arrancó nuevamente la liga colegial de fútbol.

Si pudiera indicar el momento más esperado de cada semana, los 70 minutos en que Nando tenía juego estarían, sin duda alguna, en el top de la lista. Desgastar el concreto de la tribuna recorriendo de un lado al otro, pedir desesperadamente un gol, comentar con los demás papás cuál sería la alineación de ese día, empezaron a formar parte de cada viernes de la semana. Estaba más vigente que nunca esa trillada frase que reza: “se sufre, pero se goza”.

Y así, arrancamos la temporada, más sufriendo que gozando. Las ilusiones iniciales se desvanecieron muy temprano cuando perdimos consecutivamente los primeros cinco juegos de la temporada, asegurándonos el foso en la tabla. Mientras, varios jugadores titulares quedaron fuera del róster por lesiones, dejándonos aún más vulnerables. Aquel revés en Sierra Maestra frente a la UCV - en teoría el equipo más débil de la liga - significaba casi tirar la toalla. Aquella tarde, recuerdo que Nando y yo no cruzamos palabra en el carro. Sabía que no había nada que decir, cualquier mantra tratando de sacar lo positivo en medio de las adversidades, hubiese sido para que me mandara a callar.

A partir de allí la historia fue otra. Aún llena de adversidades, pero de las cuales se repusieron, siempre. No volvimos a conocer la derrota en adelante. Luego de esos cinco reveses, quedamos invictos en los siguientes siete juegos de temporada, con cinco ganados y dos empates, cinco juegos con la valla impoluta y dos remontadas que terminaron en victorias. Clasificamos en cuarto lugar para jugar la siguiente fase ante el Galicia y vencerlos en su casa para negociar luego un empate que nos llevaría a la semifinal ante el Club Ítalo, equipo temido y clasificado en primer lugar.

No terminaron las vicisitudes. Quien había emergido como goleador del equipo y pieza clave para llegar a semifinales, sufrió un esguince de segundo grado y nos volvía a poner en aprietos. Aun queriendo más, yo ya me daba por satisfecho, pero los chamos no. Emergió de ellos tal sentido de compañerismo y ganas de avanzar, que jugaron uno de los mejores juegos de toda la temporada, haciendo dos goles fenomenales y con los sustitutos poniéndole un mundo ante la oportunidad recibida. Recuerdo haberle preguntado a Nando después del juego: “¿Qué les dijo Villalonga – el capitán – justo antes del juego?” A lo que Nando me responde: “que todos creen, incluso en el colegio, que hemos llegado demasiado lejos, que nuestro equipo nunca ha sido el mejor, pero que tenemos que demostrar que tenemos aún mucho más para dar. Es por nosotros”.        

Y así fue. Luego de un maravilloso empate en el juego de vuelta, luego de cambios de posiciones de los jugadores para tapar huecos y sacrificarse por el equipo, luego de nueve largos años de espera, luego de millones de gritos, de conversas íntimas, de emociones, de lágrimas… el equipo del Loyola sub-16, el equipo de nuestros chamos, contra todo pronóstico, se metió en la final contra un talentoso y muy antiguo adversario: el Colegio San Agustín de El Paraíso.  

Vuelve el guionista de Hollywood a 2 minutos del pitazo final, juego empatado a cero y el narrador que dice: “Que cerca pasó el zurdazo de Guinand. Si esta entraba… que golazo iba a ser”. Así lo viví en la tribuna, emocionado por mi hijo y con el orgullo a mil cuando otros padres voltearon a verme aplaudiendo el bombazo que casi sella la partida. Pero la angustia debía durar más, solo que nuestro portero se erigiría como figura del encuentro al hacer varias atrapadas en tiempo regular y un paradón de feria en los penales, como seguro lo habría soñado aquella madrugada.

“Se prepara el camiseta 7 del Loyola. Puede ser el penal que defina…”  Si has leído hasta aquí, ya lo puedes imaginar: “Goooooool” Y los vi corriendo por toda la cancha y mis ojos enrojecieron. ¡Campeones, campeones, campeones! Luego de cinco derrotas, siguieron doce juegos invictos y un trofeo compartido que vale realmente oro. Toda la temporada me había preguntado: ¿cuál sería nuestro 11 ideal? para finalmente llegar a comprender que la clave fue no tener jamás un 11 ideal.     

Hace 33 años yo tenía exactamente la misma edad que Nando y cursaba también tercer año de bachillerato. También, junto a mi equipo y contra todo pronóstico – pero en béisbol y con mi uniforme de La Salle – ganábamos el campeonato. El trofeo lo mantengo en el estudio de mi casa y los recuerdos los tengo más vivos que nunca. Así como mi equipo en 1989, los héroes del 2022 no olvidarán jamás este capítulo de sus vidas. ¡Viva el deporte!    

          5 de julio de 2022