jueves, 19 de marzo de 2020

Bitácora de un cumpleaños en el Pico Humboldt


Bernardo Guinand Ayala

En las montañas está la libertad. Las fuentes de la degradación no llegan a las regiones puras del aire. El mundo está bien en aquellos lugares donde el ser humano no alcanza a turbarlo con sus miserias Alexander Von Humboldt

En el Pico Humboldt con Jose - Marzo 2020
Esta historia podría ser larga. Fatal - tal vez - en una época de mensajes cortos, lecturas a vuelo e’ pájaro, Twitter y videos TikTok. Pero les aseguro que la publicación del Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente” obra maestra del gran Alejandro de Humboldt, no era tampoco apto para tuiteros. Además, será solo la bitácora de un viaje, un viaje corto, que se me hace vital mantener en el recuerdo y adicionalmente sale publicado en medio de cuarentena nacional, así que no hay excusas, pues hay tiempo para una lectura diferente y distinta al odioso coronavirus. Además, no será realmente tan largo y quizás hasta se animen a una aventura similar.

Todo comenzó con una llamada de Jose: “Epa Nando, Luis Felipe Luciani cumple 50 años y
Cumbre Humboldt 1992
los quiere celebrar en la cumbre del Pico Humboldt. Me dijo que te avisara. Es en la primera quincena de marzo, pues cumple el 13 y ese día quiere estar allá encaramado ¿le echamos pichón?”
Era efectivamente una fecha bastante atravesada, con compromisos de trabajo y todo lo que sueles pensar cuando no tienes algo planificado, pero Mimina me terminó de empujar: “Siempre has querido volver al Humboldt, más fácil no te la pueden poner, dale”. Así que rápidamente dije que me anotaba y empezaba a recordar aquella primera subida en un ya lejano 1992 junto a mi hermano Carlos y mis primos Leo y Alberto.

Luis Felipe, Mariana, Carlos, Tita, Elías, Jota, Robert, Jose y yo nos embarcamos el lunes por la mañana rumbo a Mérida, luego de haber planificado semanas antes todo el itinerario y la logística. La verdad que el cumpleañero nos la puso en bandejita de plata, todo al extremo bien planificado, al punto que casi solo requería nuestra presencia y el morral con nuestra ropa y el sleeping. Luego me percataría que la planificación desde Mérida estaba siendo ejecutada por profesionales de la montaña, que nos hicieron la aventura – ya de por sí fenomenal – en algo extraordinario. A diferencia de mi subida en los años noventa, este paseo proponía algo diferente, ya que la ruta de ida no sería vía La Mucuy sino saliendo desde el valle de Gavidia, lo que permitiría, además de días de aclimatación, una travesía entre montañas y valles, con subidas y bajadas, que conferiría al viaje un disfrute adicional a la sola expectativa de subir más alto y lograr la cumbre.

Día 1: ¡Nos fuimos!
Arreglando la bomba de gasolina en Guanare
Tres carros salimos encaravanados en una Venezuela con el turismo en estado crítico y escasez de gasolina, rodando a buen ritmo hasta mitad del trayecto entre Acarigua y Guanare. Nuestro líder de caravana y promotor de la aventura reducía drásticamente la velocidad, ponía luces de emergencia y se orillaba en una evidente situación inesperada. Con la clásica actitud para mantener la calma pero obviamente preocupado, rápidamente intuyó el problema: “debe ser la bomba de gasolina que ya en Margarita estuvo echando vaina”. No es que fuera muy alentador, pero un diagnóstico temprano era mejor que la incertidumbre absoluta. En minutos se presentaron varias alternativas de solución, pero viendo que Jose cargaba una cincha a la mano, decidimos jalar el carro esperando ver si soportaba los 45-50 kilómetros que nos faltaban para llegar a la capital portugueseña. Entre jalones, rupturas de la cincha y empates, logramos llegar a Guanare y ubicar rápidamente un proveedor de repuestos donde apareció la bomba requerida; solo faltaba el taller para hacerlo y ya que en plena hora de almuerzo todo estaba cerrado, el ofrecimiento a un mecánico de motos en plena acera terminó resultando una buena oportunidad para el susodicho y para los viajeros. Un par de horas tomó desmontar el tanque de gasolina, montar la nueva bomba, verificar que la presencia de sucio y agua en la gasolina ha debido ser el detonante de la emergencia; para luego seguir, agradecidos con el amable llanero y su familia que nos acogió, bajo el inclemente calor del llano. Un retraso inesperado pero sin nada que lamentar; el team seguía contento, el cumpleañero sonriente - una constante que se mantendría durante todo el viaje - y todos dispuestos a seguir la aventura que apenas comenzaba.

Horas más tarde, habiendo transitado el llano, el piedemonte barinés y parte del páramo, nos deteníamos en Santo Domingo con la esperanza de adentrarnos en la gastronomía merideña, dispuestos a devorar unos típicos pastelitos andinos. Éramos los únicos en el local, pero aparecieron dos jóvenes andinas dispuestas a atendernos; una friendo al momento los pastelitos de sabores varios deseados y otra repartiendo jugos de fresas, café y facturando alegremente la llegada de los escasos turistas de la jornada. Minutos más tarde estaríamos estacionando los carros en una posada a las afueras de Apartaderos solo con chance de ordenar algunas cosas finales, dejar ropa de repuesto y gasolina en la posada para el regreso y hacer una última llamada a Caracas pues preveíamos no tener más comunicación una vez adentrados en la montaña.  

Dos Toyotas chasis largo aparecieron rápidamente y de allí salió Ender, el gran organizador de la excursión, con quien Luis Felipe y algunos otros conocidos habían planificado travesías anteriormente con altísima satisfacción. Además de cerebro de la operación, descubriríamos luego que era capaz de montarse en el lomo un morral del doble de su tamaño y de tomar decisiones acertadas en los momentos apremiantes. Así partimos, morrales en un Toyota y la gente pa’l otro rumbo a Gavidia, pueblito inmerso en medio del páramo, muy conocido por la cantidad de paseos que pueden planificarse desde allí. La posada “Llano del Trigo” increíblemente acogedora y bien atendida nos recibía para la primera noche, última con cama, agua caliente y con mesa y sillas para sentarse a comer. Al día siguiente tocaría una de las caminatas, si no la más fuerte, sí la más larga, por lo cual cenamos un abundante plato de pasta con salsa de tomate fresca hecha con especial cariño y aderezada con abundante albahaca y queso parmesano. Descubríamos así a otra de las piezas claves de la excursión, nuestro guía y cocinero Yovanny, un pana que perfectamente podría estar montado en la montaña, a pie o en su bici - alto competidor en estas disciplinas - así como con una tabla de surf en pleno mar Caribe venezolano. Su chispa y buena vibra solo podrían compararse con su excelente gastronomía de alta montaña. Siempre pensé que nosotros sabíamos llevar buena comida a las excursiones, hasta que conocimos a Yovanny. Claro, anteriormente gerenció su negocio “La Casa del Páramo” en Apartaderos, reconocido por sus artesanías y buen restaurant, pero que lamentablemente la terrible crisis venezolana obligó a cerrarlo - por ahora -. 

Día 2: De Gavidia a Don Alfonso
Dormimos como unos bebés en la posada, desayunamos huevo frito, par de arepas andinas, queso rallado y abundante café - eso del abundante café se repetiría cada día, pues el sonido de la greca colando en la mañana se convertiría en nuestro despertador en la montaña, claro, junto a las risas de los primos Gil quienes lo preparaban -. Allí conocimos a Juan, primo de Yovanny, ambos de apellido Gil. Juan, Juancito o Juancho, es lo más parecido que he conocido a Cantinflas, tanto en lo físico - con su idéntico bigote - como por la picardía de cada comentario. Un personaje de esos que te alegra conocer. Además del café, Juan era el encargado de preparar también un té de hierbas varias que era perfecto para mantenerte caliente o para acostarte a dormir relajado. Ese té, propio de su manufactura, llevaba un compuesto de hojas secas que traía empaquetadas pero que aderezaba adicionalmente con papelón, flores de frailejón - dice que las flores son menos amargas que las hojas - ramitas de hinojo fresco y hasta alguna vez unos sobrecitos de hojas de coca que trajo de una expedición que hizo a Bolivia.

Ese martes tocaría caminar casi 15,5 kilómetros, comenzando desde Gavidia en el sector Las Piñuelas - último lugar al que llegan los carros - haciendo una travesía que tomaría unos primeros 6 kilómetros en subida hasta el Alto de Santo Cristo a unos 4.200 msnm y luego descender el resto del kilometraje hasta más abajo del sector denominado como Don Alfonso. A los 9 excursionistas mencionados se nos sumaban nuestros guías Ender, Yovanny, Juan, Alexis y Andrew, así como los arrieros Giovanni y Alexis con su hijo Alexander y 9 “bestias”- como suelen llamar en los Andes a los animales de carga - entre mulas y caballos.

El Humboldt desde el Alto de Santo Cristo
Comenzar a subir plantea de inicio el reto de la altura. Aún arrancando a unos 3.300 msnm aproximadamente, se siente que debes tomarte las cosas con calma. Poco a poco fuimos ordenando los grupos, unos más adelante y otros más rezagados, pero realmente fuimos un grupo bastante compacto sin largos espacios de espera entre primeros y últimos y eso fue genial para el paseo. Llegar adelante suponía, por un lado, tomar buenos períodos de recuperación, pero sobre todo, tiempo para sacar el celular del bolsillo - que de teléfono valía poco pero de cámara de fotos un montón -. En el Alto de Santo Cristo visualizamos por primera vez el objetivo: el Pico Humboldt mostraba su esplendor a la distancia, aunque tendríamos que dar una amplia vuelta para llegar a su base. Media canilla rellena con tortilla de papas dejaba en evidencia que nuestros nutricionistas harían lo posible por mantener nuestras reservas de carbohidratos altas para la caminata, y así, luego de una inesperada comunicación telefónica con Caracas en lo alto del camino, emprendimos la bajada entre montañas, valles, piedras hasta llegar a las ruinas de un antiguo refugio que se mostraba como el sector Don Alfonso, pero donde debíamos caminar unos 2-3 kilómetros más surcando el río hasta el lugar decidido para acampar. Allí, a orillas del río y bajo un espectacular cielo con nubes estrafalarias montamos el primer campamento, con una gran tienda pentagonal como de circo que serviría de cocina y centro de reuniones. Yovanny montaba rápidamente un caldero full de arroz blanco mientras sazonaba una a una tanto con ajo recién picado y pimienta recién molida, una suculenta pechuga de pollo para cada comensal. A eso debía sumarle unos vegetales mixtos pre-elaborados que traía sellados al vacío y unos plátanos maduritos que rápidamente buscaron espacio en un sartén con un toque de margarina y azúcar para caramelizar. El hambre que suele dar en una excursión no sería excusa para abortar, pues bien alimentados estaríamos todos los días.
Campamento Don Alfonso

Día 3: Don Alfonso hasta Las Ruinas:
La primera noche en carpa fuimos sorprendidos por un oso frontino en el campamento. Bueno, en realidad era Carlos - hermano del cumpleañero - quien roncó desde las 8:30 de la noche hasta las 6:30 de la mañana siguiente. A partir de ese día su carpa siempre se instaló algo más alejada del resto, aunque su pobre esposa Tita, acostumbrada a tales menesteres, se tuvo que conformar con el uso de tapones. Arepitas andinas, recogida del campamento y a ponernos en marcha. La caminata fue justo la mitad de la del día anterior pero supuso varios retos de subidas y bajadas. Arrancamos bajando el río junto a unas formaciones rocosas impresionantes para luego caer al Valle de los Aranguren. Durante toda la tarde anterior y arrancando el día habíamos estado bordeando por completo la cadena montañosa, para finalmente abrirnos espacio en un valle que nos permitía nuevamente retomar el camino en dirección al Humboldt. Ese trayecto, conocido como el “Camino Real” conecta desde ese valle hasta Tabay, siendo una travesía reservada para arrieros y lugareños para trasladar ganado y mercancías.

Del Valle de los Aranguren pasamos al Valle de los Molinos, no sin antes escuchar de Juan sus aventuras entre las únicas dos familias que quedan viviendo en ese sector. Contaba que una vez, tratando de hacer esa excursión en invierno, el palo de agua no les permitió avanzar más de allí, así que apeló por dar una vuelta a la aldea en Los Aranguren quienes celebraron su visita entre cantos, miche, ron y hasta una botellita de Old Parr. Cada buena celebración siempre recordaba a Juancito su estrechez con los divertidos habitantes de Los Aranguren, tanto así como la gente que conoció en Nepal.

Campamento Las Ruinas
En Los Molinos encontramos un río con cascadas de agua cristalina que caían por la ladera que nos disponíamos a subir. Aprovechando los rayos del sol, algunos nos aventuramos a echarnos un chapuzón en uno de los pozos y quitarnos el olorcito a “guaralito e’ guindá chorizos” que veníamos arrastrando, para salir frescos hacia Las Ruinas, un espacio protegido del viento donde armaríamos el segundo campamento. No habíamos terminado de llegar cuando Yovanny ya estaba sacando sus famosos platicos metálicos llenos con falafel de arvejas, crema de berenjenas, pan pita y la novedad del día: una ensalada verde de pimentones, cebollas, vinagreta de cilantro y plátano verde rallado que rápidamente anotamos en el recetario montañés. Si eso parecía bueno, bastaba esperar la noche para darnos un festín de lomito – sí, lomito en la montaña – magistralmente acompañado con papas “a las finas hierbas”, hinojo salteado que le daba un toque aromático a la cena y lo que quedó de la famosa ensalada verde. Lamentablemente, esa noche Jose ya venía algo descompuesto y creo que no ha debido comer ni carne ni hinojo. En medio del frío de la madrugada requirió salir hasta 3 veces al baño, no sin antes dejarme perfumada la carpa y no precisamente con hinojo. Había sobrevivido a los ronquidos de Carlos la noche anterior, pero esa noche hubiese preferido sinceramente al oso frontino que al mapurite.

Día 4: Rumbo al campamento base
Cada nuevo día nos tocaba formalmente menos kilometraje, pero ganar más altura así como mayor nivel de dificultad, lo cual hacía el trayecto igual de largo. Ese jueves, rumbo a la Laguna Verde - una de las más grandes y espectaculares lagunas de nuestros Andes - suponía además un reto adicional, dejar a nuestros fieles arrieros y sus maravillosas mulas, para echarnos todo el peso en el lomo. Por supuesto, no dejamos de salir sin un buen desayuno compuesto esta vez por par de arepas de maíz, revoltillo con cebollín recién cosechado, caraotas negras, queso ahumado rallado, nata y la sorpresa del día: unas truchitas bien fritas que habían pescado nuestros arrieros la tarde anterior. Como si se tratase de sardinas, yo me comía la mía - y alguna otra que quedó allí pagando - con todo y el espinazo, situación que me atribuyó por un momento el apodo de” el gato Guinand”.

Laguna Verde
Desayuno digerido y campamento recogido, emprendimos marcha por el mismo camino dejando en un punto el antiguo “Camino Real” para desviarnos hacia la montaña rumbo al Alto de Los Parra. En los Andes suelen llamar “Alto o Ventana” al lugar donde hay que encaramarse para poder atravesar una cordillera de montañas. Suele ser el sitio más accesible por el cual cruzar, aunque supone subir fuertemente. Dichos “Altos” suelen ser bautizados con el nombre de lagunas o referencias próximas con los cuales identificarlos y generalmente una vez alcanzada esta ventana, la recompensa suele ser poder ver la laguna que está del otro lado. Así, en todo el trayecto atravesamos el Alto de Santo Cristo, próximo a la laguna del mismo nombre, el Alto de Los Parra, antes de la Laguna de Los Parra y el Alto de La Verde, antes de llegar a la laguna que anticipa el campamento base para el Pico Humboldt y el Bonpland. Justo en el Alto de Los Parra despedimos a las mulas, nos montamos los morrales con todo, distribuimos carpas y comida y arrancamos pasito a pasito hasta el Alto de la Laguna Verde, punto más alto de la travesía de ese día.

El descenso desde el Alto de la Verde comenzó relativamente manejable hasta llegar a la laguna La Verdecita donde nos zampamos el almuerzo de marcha compuesto por fajitas con pisillo de trucha o carne molida, acompañados por una crema de cebollín bautizada “Cusicori”. Aunque continuábamos en bajada rumbo al desagüe de la Laguna Verde que nos
Paso de las cabras
permitiría cruzar al otro lado donde montaríamos campamento, faltaba sortear dos duros pasos de la vía. En primer lugar, de la Verdecita hasta La Verde, se presentaba una bajada abrupta entre rocas monumentales cuyos pasos había que realizar con precisión. El peso en la espalda ponía todo más riesgoso por el desbalance que suponía, sin embargo, uno a uno fuimos sorteando el camino, a veces con ayuda de nuestros maravillosos guías, otras veces apelando a nuestras manos o al muy útil “culicross” para minimizar riesgos. Una vez cruzado el desagüe de la laguna y ya rumbo al sector del acampada, faltaba atravesar el “paso de las cabras” un sector sin camino, formado solo por monumentales piedras inclinadas en diagonal con un interesante precipicio hacia abajo. Afortunadamente, el agarre en las piedras durante toda la travesía fue genial por encontrarnos en pleno verano y con suelas adaptadas a la superficie. Cruzado ese paso, voilá, ya estábamos instalados en nuestro campamento final a orillas del riachuelo que baja de la Laguna El Suero hacia la Laguna Verde.

Día 5: Cumbre y cumpleaños
Si algo se me hace verdaderamente difícil en la montaña es poder dormir corrido. Las noches se hacen eternas ya sea por el frío, por incomodidad en el sleeping bag o por lo que hayamos escogido de almohada. Uno se suele parar mil veces revisando el reloj y las horas pasan en cámara lenta. Así que esa mañana para nada me molestó levantarnos a las 2:45 am para que rindiera el día. Nuevamente, las voces de los primos Gil y el sonido del café colando, indicaron que era hora de pararse aun faltando un cuarto para la hora prevista. Afortunadamente el frío no se sentía particularmente intenso y había algunas pocas nubes en el cielo. Empezamos con cierta angustia al ver hacia arriba esperando tener buen clima. La naturaleza siempre es impredecible y aunque el cumpleañero rezaba como mantra desde días atrás que nos tocaría buen día, en las montañas las ráfagas de viento transforman las expectativas en segundos.

Con botas, chaquetas, morral de ataque, linterna en la frente, gorros y guantes, cada uno se
Primeros rayos de luz
fue acercando a la carpa comedor por su taza de café, su ración de avena y su arepita andina. Algo temprano para desayunar de esa manera pero buscando tener fuerzas para ascender unos 900 metros esa mañana. A eso de las 4:10 am Ender - como jefe de la expedición - salió de primero secundado por Jose y por mí. Cada dos excursionistas iban con un guía con algo de luz de la luna para el horizonte y linternas para las pisadas. Así salimos a la conquista del segundo pico más elevado de nuestra geografía. 4.100, 4.200, 4.300, 4.400 msnm iban siendo alcanzados poco a poco. Me percaté que la altura, más allá de fatiga respiratoria, generaba alteraciones en la frecuencia cardíaca que subía con cada escalón y se aliviaba increíblemente en los descansos, aunque luego costara volver a tomar el ritmo. Tres estrellas brillantes se posaron en la oscuridad sobre el reflejo también brillante del último pedacito de glaciar que queda en nuestro país. Hace casi 30 años, cuando escalaba por primera vez esa misma cumbre, había tocado llevar crampones para atravesar el glaciar en una larga caminata sobre la nieve y el hielo. Ya hoy es totalmente innecesario pues el pedacito que queda solo lo atraviesas para saber que estuviste allí, antes de que termine de desaparecer “el último glaciar” El último glaciar de Venezuela

Amanecer en plena subida
Con la luna siempre presente – que se coló en casi todas las fotos de ese día – empezaron a despuntar las primeras luces del amanecer justo detrás del Humboldt. El día, tal como predijo el cumpleañero, se fue despejando por completo apareciendo un azul intenso pintado con los tonos amarillos, anaranjados y rojizos de los primeros rayos de sol. Al taparse directamente el sol por la presencia de la cordillera que sube al pico, la luz se reflejaba detrás de nosotros en las montañas que circundan al Pico Agustín Codazzi, mostrando las piedras cada vez más encendidas por el efecto directo de los rayos solares. Al fondo se veía clarita, cual trazos de un electrocardiograma, la silueta constante de la Sierra de La Culata, hermana de la Sierra Nevada.

En alguna parte del ascenso, Ender cedió el puesto de vanguardia para pedirle a Juancito que nos acompañara al frente. Así, los hermanos Guinand llegamos al glaciar de la Corona con tiempo para echar bromas con Juan, siempre dispuesto a alegrarnos el día. El sol seguía tapado tras el Humboldt pero ya el cielo lucía impecablemente despejado, las linternas terminaron de apagarse y tras jugar brevemente en el glaciar y ver las grietas que aún quedan, nos embarcamos en un último jalón hacia la masa rocosa que te encamina hacia la cumbre. Hubo algunos últimos tramos que había que sortear con precaución, donde el corazón latía más rápido en cada pisada al estar arañando los 5.000 msnm. Faltando una última cuesta, de manera muy delicada, Juan se hizo a un lado simulando ir a apoyar a José Antonio para dejarme pasar a la delantera y coronar los 4.952 msnm del espectacular Pico Humboldt por segunda vez en mi vida. Serían poco más de las 8:00am, tiempo para sacar de una el celular convertido en cámara de video y ver llegar a Juan y a Jose para darnos un abrazo en lo alto de la montaña. Dos veces conquistada esa cumbre, dos veces realizada con alguno de mis hermanos.

A pesar de estar en el tope, arriba finalmente el sol calentó y el azul del techo era contrarrestado con una cama de espesas nubes blancas a nuestros pies del otro lado de la cordillera que dibujaban la forma de la montaña. Detrás de nosotros, el Pico Ruiz Terán, un vertiginoso pico solo apto para escaladores pro. A nuestra izquierda, perfectamente definida la cresta que lleva hacia el Bonpland, cuarto pico más alto de nuestros Andes, que lleva el nombre del francés Aimé Bonpland, inseparable amigo y compañero de expediciones del barón Von Humboldt. A diferencia de lo que muchos creen, ni Humboldt ni Bonpland estuvieron jamás en lo alto de los Andes venezolanos; de hecho, nuestros picos emblemáticos de la Sierra Nevada fueron todos conquistados durante el primer tercio del siglo XX, mientras que Humboldt y Bonpland pasaron por estas tierras justo un siglo antes. Y finalmente, frente a nosotros, se exponía en toda su dimensión el resto de la cordillera en lo que otrora fueran las cinco águilas blancas. Perfectamente se definía la silueta logrando ver a lo más lejos la estación del teleférico en Pico Espejo, el característico perfil del Pico Bolívar, la Concha, así como “la travesía” que se refiere al camino que va justo desde la Laguna del Suero, pasando por la temida subida de Chumajoma, hasta la base del Pico Bolívar.

Cumbre con todos en el Pico Humboldt - marzo 2020
Una hora más tarde asomaba su cara entre la grieta final Mariana - la esposa de Luis Felipe - que con su sonrisa característica venía más atrás para efectivamente cumplir su promesa de pasar su cumpleaños en la cumbre del Humboldt. No le cabía la cara de la felicidad y se vaciló segundo a segundo la celebración que tiempo atrás había planificado. #QueBuenPlan se fue posicionando como nuestro hashtag imaginario de esos días, un hashtag más contundente pues no estaba escrito en ninguna red - en efecto estábamos desde el martes sin señal - sino en la cabeza y en los sentimientos de cada uno de nosotros. Uno a uno fue llegando el resto de los expedicionarios y sus guías, mientras entonábamos un desafinado ¡Feliz Cumpleaños! y hasta salía una “carterita de ron” que traía Elías reservada para tal ocasión. Foto grupal, abrazos, emoción por todos lados y el mejor día – ya de por si todos buenos – de la aventura.  

Cumbre en el Pico Bonpland junto a Jose, Juan y Alexis
Días atrás había rodado la idea de que un grupo pudiese también hacer Bonpland. Con el cansancio y lo agreste de la arista que lleva al pico, hubo poca mención arriba. Jose dudaba y Juan - quien probablemente nos podría acompañar - me mostraba con cierta preocupación el ascenso de la niebla desde la cordillera. También dudé pero dije a Jose: “luego seguro nos vamos a arrepentir de no haberlo hecho, esta ahí frente a nosotros” Así que con mayor determinación pregunté quién se anotaba y Luis Felipe termina de empujarnos: “Hermanos Guinand: el día no puede estar mejor, échenle pichón con un par de guías que nosotros bajamos con los otros tres”  Y así, mientras el grupo grueso bajaba nuevamente rumbo al glaciar, Jose y yo, acompañados por Juan y Alexis - uno de los guías más experimentados, clásico merideño reservado pero increíblemente colaborador - emprendíamos camino rumbo a la temida cresta que planteaba, durante casi todo su trayecto, acantilados de ambos lados del camino, compuesto por lajas de piedras sueltas producto del clásico vaivén de congelación y descongelación a la cual se ven expuestas constantemente. Cada paso se convirtió en un movimiento bien pensado y luego de la larga cresta, en las cuales hubo un sector muy parecido al “paso de las cabras” pero mil metros más arriba, finalmente entrompamos la subida final donde nuevamente, ante mi pregunta: “dime Juancito que esa es la cumbre” me volvió a dejar pasar para coronar ahora, a 4.883 msnm el tope del Pico Bonpland. Jose, Juan y Alexis llegaban segundos más tardes para volver a repetir el video, el abrazo, la foto y el grito de cumbre.

Vista al Humboldt desde el Bonpland (y team en el glaciar)
Desde arriba veíamos al resto del team jugando y tomándose fotos en plena nieve, así como una vista panorámica hacia el Humboldt verdaderamente privilegiada. El descenso de la cresta fue aún más temeroso que la subida, sentía que el corazón se me salía por la boca con la adrenalina a mil, buscando descender lo antes posible de la zona más vertiginosa. Emprendimos así, luego de una pequeña conferencia de nuestros guías, la bajada por el antiguo camino del glaciar vía Laguna El Suero, siendo un trayecto largo y complejo entre tramos de piedras deslizantes, piedras gigantes, morrenas y enormes formaciones de roca colorada, alguna vez totalmente escondidas debajo de la masa de hielo que una vez fue glaciar. En el trayecto dejamos atrás las lagunas Los Hielitos y finalmente llegamos a El Suero, para seguir a toda velocidad, ya finalmente en terreno firme, hacia la Laguna Verde
Jose y Alexis en la cresta del Bonpland
donde el resto del grupo esperaba.

Para no finalizar la emoción, esa tarde Robert había estado tosiendo más de lo normal y luego de un pertinente chequeo médico por parte de Ender, se planteó la necesidad de bajarlo de altura lo más posible, previendo la posibilidad de un edema pulmonar causado por la altura. Y así, entre cansancio y decisiones apresuradas, tres de los guías - Ender, Alexis y su hijo Andrew - se suman a la tarea de acompañar hasta la Laguna de La Coromoto, para que Robert pudiera pasar la noche a mucha menor altura. El desafío planteaba quedarnos el resto solo con dos guías y desmontar el campamento al día siguiente con parte de la carga, sin embargo, antes de que pudiéramos salir de las carpas esa última madrugada después de hacer cumbre y bajo un fría mañana bajo cero que dejó todo escarchado a nuestro alrededor, escuché las voces de Ender y Alexis llegar nuevamente desde La Coromoto, justo a tiempo para desmontar campamento y volver a emprender camino hacia abajo bien cargados, mientras Andrew se había quedado con la responsabilidad de bajar junto a Robert a La Mucuy, habiendo pasado buena noche. Son unos bárbaros esos merideños. Jose y yo estábamos agotados la tarde anterior por la doble cumbre, mientras Alexis no solo había hecho lo mismo junto a nosotros, sino que bajó a La Coromoto – unos casi mil metros de altura por debajo de la Verde – descansó algo y volvió a subir justo a la hora que nosotros apenas abríamos los ojos.

Día 6 y 7: De la euforia al coronavirus
Y como esta historia se está poniendo muy larga, es preciso decir que ese día nos tiramos el jalón completo desde la Laguna Verde hasta el Puesto de Guarda Parques de La Mucuy, con almuerzo - siempre especial - en la Laguna La Coromoto. Al llegar a La Mucuy nos alegró ver a Robert totalmente tranquilo y descansado, segundos antes de chequear que finalmente, luego de cinco días sin comunicación, había señal y marcaba a Mimina para saber de ella, de mis chamos y especialmente de mi suegro que había sido operado durante mi ausencia. Luego de constatar que mi suegro, luego de un buen susto, ya se encontraba bien, Mimina pasó a comentar el próximo punto de agenda: “pero no creas que todo está tan bien, durante tu ausencia el país cambió: llegó el coronavirus, se acabaron las clases y arrancamos la cuarentena”. Debido a ello, luego de poder atravesar con relativa pero incierta tranquilidad medio país de regreso a Caracas, es que he tenido chance de escribir esta novela aprovechando que este virus - al menos - nos traiga horas de lectura, escritura, familia y recuerdos de los buenos, como el que he narrado.  
  
Infinitamente agradecido con Jose, Luis Felipe, su familia y la mía, compañeros de travesía, guías, arrieros y todos los que hicieron posible esta recarga de buena energía que nos permite afrontar esta cuarentena con ánimo y sosiego. A ver cuando sumamos más cumbres.

19 de marzo de 2020