jueves, 13 de agosto de 2015

Encuentro con Jesús en Tocorón

Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis;  estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.… (Mt 25, 35-36)

La Torre - Centro Penitenciario de Aragua (Tocorón)
Tocorón parece más una ciudad feudal que una cárcel. Un pueblo feudal latinoamericano con prácticas del Medioevo en pleno siglo XXI. Cosas que parecen imposibles, pero que son. Visité Tocorón justamente un día después que saliera un reportaje que mostraba lo que se ha convertido ese centro penitenciario con piscina, parque infantil, zoológico, finca, gallera, discoteca, canchas deportivas. A quienes aún son escépticos, puedo decir que sólo faltó mencionar que está en construcción una manga de coleo. Pero también faltó describir la vida, el rostro humano, de algún preso de la “población”.

Boulevard Tocorón con parque infantil y piscina
(solo para uso de "los cachorros") 
Sin proponérmelo, Jesús se acercó a mí. Yo había ido por la organización del primer torneo de Rugby realizado dentro de un penal, ya que desde hace más de un año la Fundación Santa Teresa y Proyecto Alcatraz se trazaron la meta de acercar este deporte y sus valores a los privados de libertad. “Si yo salgo de aquí, ¿es verdad que en la Hacienda Santa Teresa podrían darme trabajo?” me dijo apenas me abordó. Jesús estaba pensando en su futuro y gracias a Alcatraz y su proyecto dentro de los penales reconoció que en Santa Teresa se cree en segundas oportunidades. Si ya el mercado laboral venezolano está complicado, uno puede imaginar la dificultad adicional que supone para alguien con antecedentes penales, un CV donde su universidad ha sido Tocorón y ninguna experiencia laboral formal.

Luego de su abordaje inicial y mientras sucedían varios juegos de Rugby entre el equipo de la casa y los visitantes, Jesús se quedó a mi lado y estuvimos conversando largo rato. Lleva 8 años preso y tiene entre ceja y ceja salir de allí. Cuando habla de eso mira a la distancia las torres de vigilancia de la guardia nacional apostadas a lo largo del perímetro como esperando vivir algún día sin estar bajo el acecho de algún “verde”.  Cayó al mes de haber cumplido 18 años. “Apenas recién había cumplido la mayoría de edad”, me recuerda lamentándose, pero muy claro que no puede echar el tiempo atrás. Su condena es de 15 años, pero tiene la esperanza de salir pronto de acuerdo a su historial.

Jesús tiene una condición muy especial dentro de la cárcel. Así como uno logra reconocer claramente a los evangélicos pues visten camisa blanca con corbata y se dedican a ciertas labores serviciales, Jesús tiene cierto privilegio al ser “trabajador”. Así lo dice su camisa, mandada a bordar con un letrero más grande al dorso que dice Tokyo - como se le conoce cariñosamente a Tocorón -. Más tarde en el zoológico, lugar que fui a recorrer junto a él, vi que había otros trabajadores con camisas similares pero distinto color identificando el lugar donde se desempeñan. ¿Cómo lograste este trabajo? pregunté, y me respondió algo así como “echando el agua”. Al no entender muy bien, me dijo que allí en la cárcel hay un lenguaje propio: “aquí no puedes decir huevo, sino postura; a la mantequilla la llamamos quilla o mantecosa, y pare usted de contar”. “Echar el agua”, continuó diciendo, es algo así como “hacer portón”, término que utilizan los obreros que se apuestan al portón de una obra o fábrica en busca de empleo. Así que por mucho tiempo estuvo portándose bien y haciéndose notar para obtener ese trabajo.

Viviendas en Tocorón
Hoy comparte con sus compañeros un cuarto que está en la parte de atrás del duguot del campo de softball, donde duermen, cocinan y lavan todos los días la única camisa con que salen a trabajar cada jornada. Comparado con “la torre” y todos los ranchos de madera donde vive casi la totalidad de la población, ese cuarto es un lujo.

Cuando la confianza y la conversa me dieron la oportunidad me atreví a hacer la pregunta de las veinte mil lochas: Jesús, ¿qué hiciste para estar aquí? Además de la respuesta, me sorprendió la tranquilidad y sobretodo lo rápido que me respondió: “Asesinato, maté a un policía”. Es difícil mantener la cara sin mostrar asombro y seguir la conversación como si se tratara de cualquier otra cosa. El siguió más bien con ganas en contarme su historia: “Ese carajo me la tenía agarrada. Donde me veía me amenazaba, me señalaba, me decía que me iba a joder. Sí! yo robaba; de algo tenía que vivir ¿no? Un día el tipo me interceptó y teniéndome en el suelo me apuntó con su Glock. Disparó pero el arma se le trancó. La próxima vez era él o era yo”. Tenía 18 recién cumplidos y su mayoría de edad la ha celebrado año tras año en esa cárcel.

¿Cuál ha sido el peor momento que has vivido en la cárcel? Llegué a pensar que podría haber sido cuando llegó. Ese momento debe dar muchísimo miedo, inclusive para un homicida. Pero no, esa llegada fue un paseo en comparación con “la guerra”, hecho acontecido en 2010 donde un grupo de prisioneros decidieron arrebatar el control de la cárcel a los líderes del momento. Fueron días de plomo parejo para poder tomar la torre. Cuando le pregunté por el número de muertos solo me respondía “a morir, a morir” indicando tanto lo incontable como no querer recordar mucho esos hechos. A fin de cuentas, cada día no sabía si sobreviviría. Aún hoy en la fachada de la torre se ve la cantidad de plomo descargado que entiendo no se ha querido restaurar para recordar tal hazaña. Desde esa fecha ahora “hay un solo carro”. Quien lleva las riendas de una cárcel se le suele decir que “lleva el carro” y al estar claramente identificado el liderazgo del pran, hay cierto clima de paz en la cárcel. Aunque suene extraño, los presos de Tocorón prefieren las cosas así. “Si uno camina recto, no tiene por qué pasarte nada y más bien aquí tenemos la oportunidad de estar todos los días al aire libre, a diferencia de otros penales manejados por el gobierno”.

Su madre es la única persona que lo visita. Le lleva comida “seca” que él mismo cocina. De su papá no sabe desde que lo agarraron. Nunca lo visitó y la conversa se torna agria con el recuerdo. “Si estando aquí no recapacitas, ¿de qué vale?” me dice como queriendo ser otra persona cuando logre salir, aunque me confiesa el susto que da enfrentarse al mundo. Aprovecho y le cuento de Humberto Prado, director del observatorio de prisiones, a quien conocí hace poco y quedé maravillado con su historia de vida, superación, trabajo y estudio justo después de salir de la cárcel. Su testimonio da esperanza y así se lo quise transmitir. Y así sigo pensando qué puedo decirle que le sea útil a ese joven de 26 años que se me acercó buscando compañía por lo menos un ratico de su vida. No estoy para juzgar, sino aprovechar la bendición de haber entrado allí a acompañar, conocer y como siempre, recordar cuan privilegiado soy.


PD: Justo cuando empezaba a redactar este post se publicó este artículo del P. Alejandro Moreno sobre la vida de Don Bosco y su cercanía a los presos y jóvenes delincuentes. Más oportuno, imposible. Prevenir por Alejandro Moreno