sábado, 23 de mayo de 2020

Un típico jesuita


Bernardo Guinand Ayala

Junto al P. Adolfo Nicolás sj
Había sido una mañana extraordinaria. Desde hacía algunos meses, la curia provincial de los jesuitas en Venezuela nos había encomendado recibir aquel día al Superior General de la Compañía de Jesús en el mundo, tradicionalmente conocido como el “Papa Negro”. Para esa fecha - abril de 2014 - el Padre General era un jesuita español, que de manera muy similar a otro recordado superior como el Padre Arrupe o incluso uno de los fundadores de la orden como San Francisco Javier, había destinado su carrera pastoral en Asia. Su nombre Adolfo Nicolás y hoy he decidido contar esta anécdota, que por años he tenido en el tintero, a propósito de su fallecimiento este pasado 20 de mayo.

La famosa pasarela del Parque Social. Caricatura de Meollo Criollo
Aquella visita había estado en tres y dos. El primer trimestre de aquel 2014 había sido terrible en Venezuela a raíz de las protestas que se agudizaron en febrero a partir del día de la juventud. Sin embargo, aún con la situación de tensión - ¿cuándo no? - aquella mañana de finales de abril nos permitió mostrarle al P. Nicolás sj el trabajo social que venía desarrollando la UCAB con gran compromiso. Pasear al Padre General por todo el Parque Social P. Manuel Aguirre sj era todo un privilegio. Recuerdo que en su alocución en medio de la plaza concluyó diciendo “Creo que aquí en el Parque Social se están realizando todos los sueños que tenemos en la Compañía de Jesús de hacer un puente, la pasarela esa famosa que hemos visto. Ánimo, esta es la vía… sigan construyendo pasarelas y puentes que nos acerquen a la gente”

Después de una mañana que casi valdría para otro cuento, tuve la suerte de anotarme en la
Recorriendo el Parque Social junto a Adolfo Nicolás sj
visita que daríamos con nuestro insigne invitado a la parte alta de La Vega, donde los jesuitas y la Universidad Católica han sostenido una dilatada trayectoria de trabajo pastoral, voluntariado estudiantil y verdadero compromiso social. Debía ser algo más de mediodía y con el calor a cuestas nos resguardamos en la casa de la comunidad de jesuitas que queda contigua al Colegio Andy Aparicio de Fe y Alegría en el sector Las Casitas. Para ese momento tres jesuitas jóvenes residían allí y con mucho entusiasmo transmitían al “gran jefe” los avatares de su vida en comunidad.

No sé cómo llegamos a ese punto, ni cómo sucedieron las cosas pero en cierto momento arrancó una interesante conversa entre curas sobre quien estaba más cerca de Dios. El disparador había sido la reciente canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II ya que el tema de la santidad despierta múltiples emociones, más aún entre los siempre agudos jesuitas. Ahora bien, lo verdaderamente insólito es que después de esa disertación me quedé solo en un pasillo de la casa y sin saber cómo, de repente me encontré conversando en privado con el Superior de la Compañía de Jesús.

Hna. Pari (Una Santa de carne y hueso)
Después de tanta conversación teologal, no me quedaba más que aterrizar el tema a un plano más terrenal y le comento al padre Nicolás que yo estaba convencido de la existencia de los santos más cercanos, los de carne y hueso, aquellos que seguramente no van a ser canonizados pero llevan una verdadera vida de santidad. En mis comentarios me refería sin duda a la hermana Pari, sobre quien escribí uno de mis primeros post titulado “El día que contraté a una Santa” http://revistasic.gumilla.org/2015/el-dia-que-contrate-a-una-santa/ y le hice mención al video en el cual ella hablaba justamente de la pasarela – del Parque Social - como símbolo de conexión entre la universidad y nuestros vecinos más vulnerables, tal cual como él había también referido esa misma mañana.

Luego de esa introducción a la conversación, toma la palabra, baja el volumen de la voz y me dice - más o menos - algo así: “te voy a confesar algo, yo siempre tuve algún tipo de problema con esto de los santos. A mí me incomodaba profundamente ver las campañas que se hacen o las presiones que en la historia han existido para que alguien llegue - formalmente - a ser santo”. Mi sorpresa no se hizo esperar, imagino que mi cara - entre la confesión y ser receptor de tan abierta conversa - se debe haber notado. Pero el Padre Superior continuó: “Tenía ese problema e incomodidad hasta que yo mismo tuve que hacer mi propia clasificación de los santos y sentirme en paz. Ahora los tengo clasificado en cuatro escalafones y cada vez que pienso en alguno que me genere tal incomodidad, lo pongo en mi orden y listo”

Entonces, pasó a revelar sus cuatro categorías de santos, que si mi memoria no falla o con algún pequeño detalle que quizás pueda haber variado sería algo así. “La primera categoría son los Santos Indiscutibles, donde fundamentalmente yo ubico a los fundadores de la Iglesia, a los apóstoles. El mejor ejemplo de esta categoría vendría dado por San Pedro y San Pablo, indiscutiblemente. Allí nadie tiene dudas”

Volteo para los lados y nadie se acerca ni interrumpe nuestra conversación. Sigo siendo el privilegiado de tener exclusivamente esa tertulia, aunque supongo que a muchos más lo habrá contado a lo largo de su vida. Entonces pasa a hablar de la segunda categoría cuyo nombre era algo así como Vidas de Santidad. “En esta segunda categoría yo ubico a aquellas personas que verdaderamente llevaron una vida admirable y un legado importante para la Iglesia, una vida de santidad. Allí ubico a algunos grandes fundadores de órdenes religiosas, así como aquellos que sentaron unas bases sólidas para llegar a la Iglesia de hoy” Por supuesto que entre los primeros que nombró destacó a San Ignacio de Loyola, sin embargo aparecen allí grandes hombres y mujeres como San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Santa Teresa de Jesús, San Francisco de Asís por nombrar algunos.

Llegó el momento crucial de la conversación. La tercera categoría realmente ere el meollo de todo su conflicto con la iglesia, que recordemos, está conformada por hombres y mujeres, con sus egos, deseos y toda típica característica del ser humano. Entonces me dice: “Antes me enojaba mucho ver en un mismo pedestal a santos destacados con algunos otros que creo que no están a la misma altura; mucho peor cuando sentía que su canonización venía por presiones de ciertos sectores de la iglesia. Pero para ellos inventé la categoría Medalla de Honor. Entonces, cuando siento que algún caso me genera algo de conflicto interno me digo internamente, a ese le otorgaron su medalla de honor, me tranquilizo y paso la página. Desde que asumí eso, soy más feliz”.

Curiosamente, había dicho todo eso y aún estábamos él y yo. Quizás para la cuarta categoría podría haberse acercado alguien, pero allí no había mucho más que agregar: “La cuarta categoría ya me la has dicho tú, son esos santos de carne y hueso, sin duda esas vidas increíbles de santidad que solo la gente que vivió alrededor de ellos lo pueda constatar. Allí está la religiosa que mencionas y cientos de miles de historias similares”.

P. Adolfo Nicolás sj y P. Arturo Peraza sj 
Llegó el tiempo de agarrar el jeep y bajar de La Vega. Después de la cena de aquel día en la residencia de los curas en la UCAB no lo volví a ver, aunque seguí su trayectoria. Siendo un hombre de estos tiempos - aunque su cargo fuera vitalicio - decidió dar un paso a un lado en 2016 y convocó una nueva Congregación General de la cual resultó electo el venezolano Arturo Sosa Abascal como nuevo Superior General, siendo el primer jesuita no europeo en llegar allí. Esta semana Adolfo Nicolás sj murió en Japón; no podría especular sobre todos los detalles de su vida, pero entre la manera en que lo describen como “una persona de espíritu alegre y servicio”, así como la agudeza mezclada con ese humor tan peculiar que pude disfrutar en vivo, podría decir que fue un típico jesuita. ¡Descansa en paz!                 
          
23 de mayo de 2020

jueves, 7 de mayo de 2020

Mi mamá lo llama milagro

Bernardo Guinand Ayala

Reaccioné desconcertado, sentado en una acera, adolorido y totalmente desubicado. Apenas amanecía, no sé cuánto tiempo tenía fuera del carro y la gente empezaba a ubicarse a mi alrededor. Alguien me ofreció un teléfono, ni idea si era hombre o mujer, pero me dijo: “llama a un familiar” y lo primero que recuerdo fue la pesadilla que significaba que mis papás no estuviesen en Venezuela. Empezaba a caer en cuenta sobre qué podía haber pasado y sería muy difícil afrontarlo sin ellos cerca.

Sin poder articular palabras, balbuceé los números de un teléfono y rápidamente me lo pasaron al oído: “Guachamarón, creo que choqué, porfa ven a ayudarme”. Mientras Luis Alfredo - mi pana de la universidad - llegaba en mi rescate, deambulé como un zombi entre la calle y la acera sin querer aún creerlo. Mi carro, mejor dicho, el carro de mi hermana que había estado usando casi en comodato, estaba tirado hacia la acera, pero contra un carro de frente. Recuerdo haber visto la silueta de una cara humana esculpida en el parabrisas del otro carro. Sin saber qué hacer, me montaba una y otra vez en mi carro, pero casi no había suficiente espacio para entrar. El volante se pegaba contra el cuerpo y comprendí entonces el dolor en la nariz y una rodilla, aunque mucho menores al de la clavícula izquierda. El cinturón, sin duda, había hecho su trabajo, pero aun así era absurdamente ilógico el buen estado en el que estaba con el poco espacio que había en la cabina y lo destrozado en general del carro.

Venía de una fiesta y me quedé completamente dormido camino a mi casa. Había dejado previamente a una amiga, emocionado pues la había pasado genial. Más nunca volví a llamarla. Me encerré a partir de ese día y la vergüenza duró mucho. Hasta ese día, jamás había experimentado lo que era vivir con tensión. Pasaron meses hasta que mis hombros cedieron a la contractura por estrés. Ahora, cada vez que sufro alguna situación así sea leve, mi cuello y hombros se entumecen y me recuerdan que todo nació ese día.   

Hoy se cumplen 25 años de aquel accidente y casualmente pasé trotando esta mañana por allí. Es una ruta que transito con cierta frecuencia, como para recordarme las segundas oportunidades que te da la vida. Hoy también se cumplen 25 años de la
Beata Madre María de San José 
beatificación de la Madre María de San José. Revisando luego detalles, mi choque sucedió, no solo el mismo día, sino que fue también a la misma hora que en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el Papa Juan Pablo II elevaba a los altares a la primera beata venezolana. Mis papás no pudieron estar a mi lado aquel fatídico día, pues justamente estaban en el Vaticano, en la Plaza de San Pedro, en la ceremonia de beatificación. Mis papás estaban rezando, por su familia, por Venezuela.

No sé cómo sobreviví esos días, fueron terribles moralmente. Mi familia en todo ayudó y afortunadamente la otra familia también. Recuerdo que cuando mis papás llegaron a Venezuela y tuvieron que afrontar el tema legal, la abogada de quienes yo había chocado - jueza de oficio - dijo a las familias en disputa: “Si solo existieran familias como ustedes, el mundo no necesitaría abogados”. Los padres de aquel chamo, cuya cara quedó plasmada en su parabrisas y una pierna bastante más afectada que la mía, reconocieron a mis papas que el solo hecho de haber asumido mi responsabilidad, fue para ellos una aval para resolver las cosas en paz.  

Tiempo después llegó el carro a la casa. Repararlo era más costoso que venderlo para repuestos, así que se declaró la pérdida total. Mi papá no dejó de sorprenderse que hubiese salido de allí sin lesiones. Mi mamá nunca quiso ver el carro, siempre supo, amparada en su fe, que se trataba de la Madre María de San José. Mi mamá lo llama milagro.               


7 de mayo de 2020