No se trata de un tema coyuntural. No planteo el
tema como estrategia para que caiga el gobierno actual. Estoy hablando a largo
plazo. Soy de los que piensa que el petróleo – o mejor dicho, sus alzas astronómicas
de precios - han sido una calamidad para los venezolanos, al igual que para
muchos otros países dependientes del preciado oro negro.
Trataré de explicar mi posición, ya que sin duda
tendrá muchos detractores y con razón. Jamás será descabellado reconocer el
inmenso potencial de crecimiento que tendría un país con los ingresos que nos
provee la industria petrolera, pero aun así, el saldo final - desde mi óptica -
ha sido negativo y ha degenerado en más problemas como sociedad, que los que ha
resuelto con su prodigiosa chequera.
Lo primero que hay que aclarar, es que si bien el régimen
chavista ha representado el
culmen del modelo rentista-populista, todos los
gobiernos de la era democrática han sucumbido ante el oasis de la bonanza
petrolera y en cada caso, hemos terminado peor. Uno puede argumentar que lo que
ha faltado es un buen gobierno que sepa administrar eficientemente la renta,
ahorrando e invirtiendo en época de “vacas gordas”. Pero tanto adecos como
copeyanos y chavistas han fallado en tan obvia recomendación y es que la
desproporción que genera los casi inimaginables recursos que entran, termina
desbocando hasta al más conservador y echando al traste la sensatez de
políticas económicas de largo plazo. Más aún cuando la tentación de usar esa
“varita mágica” en el plano electoral, anima al detentor del gobierno a
aumentar el gasto público en busca de popularidad.
No es casual que la matriz de opinión pública
ubique el punto de quiebre de nuestra era democrática entre el primer gobierno
de Carlos Andrés Pérez y el de Luis Herrera Campins. Es decir, veníamos por
década y media construyendo una democracia - no exenta de dificultades - y en
el momento justo que aparece en nuestra historia una gran bonanza ¡cataplum! empezamos a quebrar la institucionalidad,
aumentar en forma desmedida el gasto público, padecer de la corrupción como
modo de vida de funcionarios gubernamentales, por nombrar solo algunas secuelas
de la rumba petrolera.
Carlos Andrés Pérez fue el primer protagonista de
esta lluvia de petrodólares, que muy bien le calzaba con su estilo populista
latinoamericano. En el imaginario popular quedó sembrado ese quinquenio como de
gran bonanza (razón que le hizo ganar de nuevo las elecciones en 1988, así como
apresurar el sacudón de febrero de 1989 al exigir sacrificios que contrastaban
con lo que la gente soñaba de su regreso) mientras algunos críticos denunciaban
la tragedia de no haber gerenciado correctamente esa riqueza.
Luego Luis Herrera, quien comenzaba su mandato
estableciendo políticas coherentes en materia económica debido al “país
hipotecado” que reconocía recibir, sucumbió a la tentación de medidas más
populares apenas el precio del barril petrolero se volvió a disparar. Lo demás,
es historia. A partir de esa fiebre petrolera, temas como control cambiario,
inflación, corrupción, gasto público, devaluación, endeudamiento, han sido
titulares cotidianos de los periódicos venezolanos.
Mientras más ha subido el petróleo, más bajo hemos
caído. Por el contrario, el único presidente de la era democrática que culminó completamente
dos mandatos y en sana paz, no exento de críticas pero con la reputación en
alto, fue Rafael Caldera, justamente quien transitó sus dos períodos con
precios muy bajos del petróleo y poderes públicos no complacientes.
Venezuela salió recientemente de la década más
escandalosa en recursos petroleros. La cifra de ingresos es prácticamente
imposible de cuantificar y aun así el país vive una verdadera ruina en
cualquier área o sector productivo que podamos imaginar. Ni siquiera en la
propia industria petrolera se hicieron las inversiones necesarias para producir
más. La corrupción de la IV se quedó pálida al lado de las fortunas alcanzadas
por funcionarios actuales, enchufados, boliburgueses y testaferros. “Lo que
fácil llega, fácil se va” dice un trillado refrán popular. Y en efecto, de
todos los ingresos recibidos a lo largo de estos años, no queda nada, sino un
país en medio de una crisis a todo nivel. Es vergonzoso.
Los petroestados caen en un vicio común. Al
dispararse los precios del petróleo, el gobierno de turno prácticamente puede
gobernar dándole la espalda a la sociedad, cosa totalmente inconcebible en
países con economías diversificadas. Es decir, un gobierno de un país no
petrolero necesita de una sociedad con economía próspera - con inversión
privada y empleo bien remunerado - pues de ella sacará sus ingresos - a través
de los impuestos - para poder administrar transitoriamente ese Estado. A esos países
les interesa generar bienestar, es decir, crear riqueza, pues de ella depende su subsistencia y crecimiento. El gobierno depende de la sociedad.
En oposición, en países petroleros durante períodos
de abundancia, es tanto el flujo de divisas que entra, que podrían quedarse
produciendo solo petróleo. El gobierno podría “darse el lujo” de prescindir de
cualquier otra empresa productora de bienes y tener la tentación de traer todo
lo demás de afuera. Pero esa situación acaba con el empleo y crea un ciclo de pobreza y dependencia, tal como hemos
vivido de manera aguda en años recientes.
En estos casos, se voltea la fórmula y es la sociedad la que depende del gobierno, lo cual acarrea graves
consecuencias.
Dichas consecuencias fueron analizadas por el periodista
(3 veces ganador del Pulitzer) Thomas Friedman, quien relacionó los precios del
petróleo con las libertades democráticas: “En
los países petroleros el precio del crudo y el ritmo de las libertades se
mueven siempre en direcciones opuestas…. Mientras más se eleva el precio promedio global del crudo, más se
erosionan la libertad de expresión, la viabilidad de elecciones libres y
transparentes, la independencia de los jueces, el imperio de la ley y el
sistema de partidos políticos”. (Recomiendo leer "La Primera Ley de la Petropolítica" por Ibsen Martínez )
Desde que tengo uso de razón, he oído el anhelo de
acabar con el modelo dependiente de la renta del petróleo, pero erróneamente se
empiezan a tomar medidas en esa dirección justo cuando el precio ha caído. Craso
error. El modelo rentista se acaba si durante
la bonanza el gobierno se concentrase en invertir esos excedentes en lo que
le toca: desarrollo en infraestructura, vialidad, promoción de inversiones,
mejora en la calidad de servicios educativos y sanitarios que eleven el nivel
de competitividad del venezolano; de manera que al caer la renta, el país esté
preparado en compensar tal baja con oferta turística y competitividad en otras
áreas de la economía. Hablar de acabar con el modelo rentista cuando la renta
cayó ya no es ninguna estrategia, es simple sobrevivencia. Y eso nos ha pasado
una y otra vez. El vicio de usar los excedentes de manera populista es una
práctica muy tentadora para seguir ostentando el poder. Es muy difícil hacer lo
que se debe hacer cuando tienes caja de sobra para inventar y presiones de todo
tipo en el entorno para distribuir esos recursos. Duro, triste, pero cierto. Y
esa es la sombra que oscurece a las economías petroleras.
Por eso espero que el petróleo tenga también un
“precio justo”, que permita desarrollar dicha industria pero obligue a
consolidar el aparato productivo del resto de la economía no petrolera
necesaria para ofrecer millones de empleos bien remunerados.
De no ser así, temo que se cumpla el vaticinio
de Arturo Uslar Pietri: “La manera como
el petróleo ha deformado la vida venezolana nos ha corrompido... Podría llegar
ese día trágico... en que la historia de Venezuela se escribirá con tres
frases: Colón la descubrió, Bolívar la liberó y el petróleo la pudrió”.
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