martes, 5 de julio de 2022

Los héroes del 22

Bernardo Guinand Ayala

Si esto fuera una película me imagino perfecto la escena inicial. El campo húmedo por la lluvia y el comentarista dice: “Se prepara el camiseta 7 del Loyola. Puede ser el penal que defina…” y acto seguido, con el pateador frente al balón, una toma mostraría la grada repleta de padres, amigos y espectadores angustiados, para después dejarnos en un largo suspenso y hacer un vertiginoso flashback, diez años atrás, cuando los mismos jugadores estaban en preparatorio del colegio, pateando a lo loco, todos tras el balón.

En casa disfrutamos mucho las tradicionales historias de Hollywood, en especial esas de la vida real sobre deportes que te mueven la fibra y dejan una lección de resiliencia. Recuerdo en particular “Remember the Titans” o “We are Marshall” por mencionar algunas, pero ¿qué pasa cuando tu hijo y su equipo son los protagonistas de esas historias? ¿de dónde, sino de la vida real, salen esos guiones?

Si yo fuera guionista de cine, tendría que contarles la historia de los “Héroes del 22” probablemente con un marcado sesgo personal por contar con uno de sus protagonistas dentro de casa. Esta es una historia que no se reduce a una temporada particular, sino a muchos años tras este preciado momento, con sus alegrías y sus lágrimas.

A Nando le ha hecho un enorme bien el fútbol. Más allá del salón de clases, fue este deporte el que le abrió la puerta a sus amistades desde preescolar. Como buen niño con necesidad de desarrollar sus habilidades y socializar, fue realmente la cancha de fútbol la que permitió su crecimiento, no solo en lo deportivo sino en lo personal. 

A diferencia de otras generaciones, nuestro equipo nunca destacó como “el equipazo”, aunque lógicamente, entre los chamos y sus padres, cada año arrancábamos con ilusión la temporada. Y desde primer grado, así como me ha tocado sufrir como fanático de los Tiburones, con el equipo de Nando también asumíamos cada año, que ese ¡sí sería el año!

Pero las adversidades no se hicieron esperar. La diáspora se llevó una buena cantidad de buenos jugadores y cada año había que ensamblar un nuevo equipo, entre los que asumían el liderazgo y nuevas fichas que subían de la categoría inferior y se abrían espacio, con ilusión, por las vacantes dejadas. Con el equipo en consolidación, también llegó la pandemia y otro importante número de buenos jugadores optó - razonablemente - por dejar el equipo ante la poca actividad en el colegio e inscribirse en academias particulares. Así, nos quedamos sin el goleador natural del equipo y sin un sólido defensa central, por mencionar solo a dos.

Cuando arrancaba aquel 2020 previo al covid-19, recuerdo que compartíamos en familia nuestros propósitos de año nuevo. Aquel año, recuerdo que Nando me pasa el papelito con sus propósitos y en uno de ellos decía: “ganar la liga”. Aquello me sirvió para hacer una reflexión con él, pues ese deseo superaba sus posibilidades personales, es decir, ese propósito no lo podría alcanzar individualmente y había muchos otros factores que le ponían condiciones a su intención. Recuerdo que luego de la reflexión replanteó su propósito así: “hacer mi mejor esfuerzo en la liga, ¡ojalá ganar!”

Pero en marzo de ese año llegó la pandemia y con ella se nos fueron dos años sin liga. Luego el colegio fue readaptándose poco a poco a la normalidad, así como los deportes. Los músculos, menos activos después de dos años atípicos, sufrieron tirones, agotamiento y lesiones al iniciar entrenamientos y ya entrado el 2022, casi a trompicones y con dudas, arrancó nuevamente la liga colegial de fútbol.

Si pudiera indicar el momento más esperado de cada semana, los 70 minutos en que Nando tenía juego estarían, sin duda alguna, en el top de la lista. Desgastar el concreto de la tribuna recorriendo de un lado al otro, pedir desesperadamente un gol, comentar con los demás papás cuál sería la alineación de ese día, empezaron a formar parte de cada viernes de la semana. Estaba más vigente que nunca esa trillada frase que reza: “se sufre, pero se goza”.

Y así, arrancamos la temporada, más sufriendo que gozando. Las ilusiones iniciales se desvanecieron muy temprano cuando perdimos consecutivamente los primeros cinco juegos de la temporada, asegurándonos el foso en la tabla. Mientras, varios jugadores titulares quedaron fuera del róster por lesiones, dejándonos aún más vulnerables. Aquel revés en Sierra Maestra frente a la UCV - en teoría el equipo más débil de la liga - significaba casi tirar la toalla. Aquella tarde, recuerdo que Nando y yo no cruzamos palabra en el carro. Sabía que no había nada que decir, cualquier mantra tratando de sacar lo positivo en medio de las adversidades, hubiese sido para que me mandara a callar.

A partir de allí la historia fue otra. Aún llena de adversidades, pero de las cuales se repusieron, siempre. No volvimos a conocer la derrota en adelante. Luego de esos cinco reveses, quedamos invictos en los siguientes siete juegos de temporada, con cinco ganados y dos empates, cinco juegos con la valla impoluta y dos remontadas que terminaron en victorias. Clasificamos en cuarto lugar para jugar la siguiente fase ante el Galicia y vencerlos en su casa para negociar luego un empate que nos llevaría a la semifinal ante el Club Ítalo, equipo temido y clasificado en primer lugar.

No terminaron las vicisitudes. Quien había emergido como goleador del equipo y pieza clave para llegar a semifinales, sufrió un esguince de segundo grado y nos volvía a poner en aprietos. Aun queriendo más, yo ya me daba por satisfecho, pero los chamos no. Emergió de ellos tal sentido de compañerismo y ganas de avanzar, que jugaron uno de los mejores juegos de toda la temporada, haciendo dos goles fenomenales y con los sustitutos poniéndole un mundo ante la oportunidad recibida. Recuerdo haberle preguntado a Nando después del juego: “¿Qué les dijo Villalonga – el capitán – justo antes del juego?” A lo que Nando me responde: “que todos creen, incluso en el colegio, que hemos llegado demasiado lejos, que nuestro equipo nunca ha sido el mejor, pero que tenemos que demostrar que tenemos aún mucho más para dar. Es por nosotros”.        

Y así fue. Luego de un maravilloso empate en el juego de vuelta, luego de cambios de posiciones de los jugadores para tapar huecos y sacrificarse por el equipo, luego de nueve largos años de espera, luego de millones de gritos, de conversas íntimas, de emociones, de lágrimas… el equipo del Loyola sub-16, el equipo de nuestros chamos, contra todo pronóstico, se metió en la final contra un talentoso y muy antiguo adversario: el Colegio San Agustín de El Paraíso.  

Vuelve el guionista de Hollywood a 2 minutos del pitazo final, juego empatado a cero y el narrador que dice: “Que cerca pasó el zurdazo de Guinand. Si esta entraba… que golazo iba a ser”. Así lo viví en la tribuna, emocionado por mi hijo y con el orgullo a mil cuando otros padres voltearon a verme aplaudiendo el bombazo que casi sella la partida. Pero la angustia debía durar más, solo que nuestro portero se erigiría como figura del encuentro al hacer varias atrapadas en tiempo regular y un paradón de feria en los penales, como seguro lo habría soñado aquella madrugada.

“Se prepara el camiseta 7 del Loyola. Puede ser el penal que defina…”  Si has leído hasta aquí, ya lo puedes imaginar: “Goooooool” Y los vi corriendo por toda la cancha y mis ojos enrojecieron. ¡Campeones, campeones, campeones! Luego de cinco derrotas, siguieron doce juegos invictos y un trofeo compartido que vale realmente oro. Toda la temporada me había preguntado: ¿cuál sería nuestro 11 ideal? para finalmente llegar a comprender que la clave fue no tener jamás un 11 ideal.     

Hace 33 años yo tenía exactamente la misma edad que Nando y cursaba también tercer año de bachillerato. También, junto a mi equipo y contra todo pronóstico – pero en béisbol y con mi uniforme de La Salle – ganábamos el campeonato. El trofeo lo mantengo en el estudio de mi casa y los recuerdos los tengo más vivos que nunca. Así como mi equipo en 1989, los héroes del 2022 no olvidarán jamás este capítulo de sus vidas. ¡Viva el deporte!    

          5 de julio de 2022

jueves, 5 de mayo de 2022

La confianza como clave

 

Bernardo Guinand Ayala


Uno de los grandes desafíos que tienen las organizaciones sin fines de lucro, está en la dificultad de medir su impacto tal como ocurre en el mundo lucrativo, donde la efectividad se mide en unidades vendidas, rendimiento, utilidades, tasa de retorno y un sinfín de indicadores cuantitativos muy tangibles

Conversando con María Guinand, a propósito de la alianza entre la Schola Cantorum de Venezuela y Fundación Impronta para la creación del núcleo de Pequeños Cantores de Caucagüita, compartíamos ese punto. María me contaba cómo muchos colaboradores le seguían solicitando la fórmula que mostrara cómo medir el impacto del canto coral en un niño que se estaba formando. Entre bromas, me decía que alguna vez llegó a insinuarle a alguno de ellos, que aún no sabía de la existencia del “espiritómetro” para ver cómo la música elevaba el espíritu de sus pupilos.

Ciertamente y dependiendo del área de desempeño que aborde cada organización social, habrá algunos indicadores para mostrar, pero, casi siempre, el apoyo parte de un elemento esencial que es la confianza. La confianza que pone un colaborador en la organización con la que contribuye. La confianza que pone dicha organización en el individuo a quien sirve. Y la confianza se retribuye ciertamente con hechos y resultados, pero sin ella jamás se puede arrancar. 

Peter Drucker, ese gurú de la gerencia de finales del siglo XX, aparte de su prolífica obra, escribió un libro sobre la gerencia de organizaciones no lucrativas y en la propia definición que hace de ellas al inicio de su libro, explica cuán ambicioso – pero tan complejo de medir - es el impacto de una ONG:

“La institución sin fines de lucro no provee bienes o servicios ni controla. Su ‘producto’ no es un par de zapatos, ni una reglamentación efectiva, sino un ser humano cambiado. Estas organizaciones son agentes del cambio humano. Su ‘producto’ es un paciente curado, un niño que aprende, un muchacho o muchacha transformado en un adulto que se respeta a sí mismo, una vida humana enteramente cambiada”[1]

 

Una vida humana enteramente cambiada” ¡vaya desafío! En Fundación Impronta, nos identificamos con cada una de esas líneas, tan parecidas a nuestra proclama de misión y las páginas de este informe buscan dar cuenta de ello. Por eso, a quien nos lee, a quien nos acompaña, a quien colabora con su talento, recursos o tiempo, agradecemos la confianza puesta en nosotros para llegar a 5 años sin dejar de crecer y con las ganas de seguir.

 

Quisiera relatar una anécdota muy puntual, producto de uno de los planes más desafiantes que pudimos concretar en 2021 y apenas comienza: el programa de Becas Impronta. Y digo desafiante, pues del mismo se desprende un modelo de confianza hacia el individuo, hacia aquel que apuesta por su futuro a través de la formación. Si pensáramos en medir la “tasa se retorno” quizás nunca emprenderíamos tal programa pues la incertidumbre es enorme. Pero, así como hemos recibido confianza de quienes creen en nuestro trabajo, así también apostamos por cada uno de nuestros jóvenes, a pesar de no tener certezas futuras.

 

En fin, durante esos días habíamos tenido una reunión con el sociólogo Luis Pedro España, para interpretar los resultados de la Encuesta de Condiciones de Vida ENCOVI que acababa de ser presentada y entre las recomendaciones puntuales nos hizo mucho sentido esta: “deben impulsar la formación para el trabajo, pero con herramientas prácticas, ágiles; es decir, más allá de formación a largo plazo, deben proveer o promover cursos, actualizaciones que sean muy pertinentes para la empleabilidad a corto plazo”. En resumen, valorar el indiscutible nexo entre educación y trabajo, pero con elementos de adaptabilidad a la Venezuela de hoy y a muy corto plazo.      

 

En esos mismos días, Melany, una joven de 17 años que ha participado en cuanto programa hemos tenido desde que llegamos a Caucagüita y a quien habíamos puesto en la mira por su disposición a formarse, se me acerca un día y me dice algo que ya habíamos evaluado. Por su corta edad e inexperiencia se le dificultaba encontrar empleo, pero tampoco podía seguir estudiando por un tema de costos. Luego agrega: “He evaluado algunas opciones y creo que hay una que quiero plantearles. Conseguí un curso de Tripulante de Cabina y se ajusta a varios elementos que son importantes para mí: me gusta el servicio, me permite seguir estudiando, pero además es un curso relativamente corto y me permitirá encontrar trabajo en poco tiempo. No hay tiempo que perder”.

 

Es decir, el análisis académico y contexto país que acabábamos de recibir de Luis Pedro España, lo había descifrado, con sus propias palabras, una adolescente de Caucagüita con los pies sobre la tierra del país en el que vive. Poco nos costó decidir la aprobación de su beca y semanas más tarde la vi, en la parada de la camioneta en Caucagüita, uniformada de aeromoza con una sonrisota, para asistir a sus clases.

 

Al momento de escribir estas líneas, Melany obtuvo el grado de su curso siendo la primera en su clase y aún no sabemos si encontrará o no trabajo en esa rama. Por supuesto esperamos que así sea, pero su destino lo irá labrando día a día en esta Venezuela de incertidumbres. El tema es que ella requería una oportunidad que además valoramos totalmente coherente con nuestros planes. Melany, como cualquier ciudadano en el mundo, acertará y errará durante su vida, no pretenderemos que todos sus logros o fracasos se deban a nuestra vinculación, pero nos recuerda constantemente que las personas, para prosperar, requieren oportunidades y la confianza necesaria para avanzar. Será difícil de medir, pero es a lo que apostamos, con pasión, en Impronta.

                           

          Abril de 2022



 * Texto escrito para el editorial del informe de gestión 2021 de Fundación Impronta

[1] Drucker, Peter F. Dirección de instituciones sin fines de lucro. Editorial El Ateneo. 2001

martes, 12 de abril de 2022

Respeto mutuo

 

Bernardo Guinand Ayala

 

He entregado todo por estos chamos que están aquí” fueron las palabras de Henry en un emotivo homenaje que la comunidad de Caucagüita le realizaba en el último domingo que vivió. Luego de casi dos semanas sin dializarse y un diagnóstico inminente, Henry agarraba fuerzas donde no había, para recibir todo el cariño de la comunidad a quien tanto ayudó.

 


Frente a él, abrazados y con los ojos bañados en lágrimas, los jóvenes y niños por quien dio todo, lucían sus nuevos uniformes de “Los Halcones”, último deseo que Henry se dio el gusto de cumplir cuando pidió a su familia abandonar la emergencia del Hospital Pérez Carreño para pasar esos últimos días en casa, con su gente, con sus chamos, y entregar él personalmente cada uniforme. A Carlos, uno de sus pupilos, le dejó instrucciones muy precisas: “Sabiduría Carlos, sabiduría. Te toca seguir el legado, buscar apoyo y, cada vez que se pongan ese uniforme, lúzcanlo con honor. No quiero que nadie lo esté usando por allí para manguarear, ese uniforme es para usarlo en la cancha”.

 

Homenaje a Henry Vivas abril 2022

Henry Vivas Reyes nació en Guasdualito, estado Apure, y aunque se vino muy jovencito, siempre honró su gentilicio llanero, sobre todo en su comida, una de sus pasiones. “Vente este sábado con tu viejo, que puse a secar la carne para prepararles un picadillo llanero como nunca se han comido” decía siempre animándome a acercarme con mi papá, por quien sentía un respeto muy especial, que era recíproco. A diferencia mía, el papá de Henry había desaparecido de sus afectos hacía mucho tiempo. Había sido un tipo bien posicionado económicamente en su pueblo, pero lejos de significar una ventaja para Henry, su padre siempre lo desafió. Luego de una dura - de muchas - palizas, un día Henry, aún siendo niño, se rebeló e independizó y empezó a aprender a sobrevivir contra todo obstáculo, desde contrabandear gasolina cruzando el Apure en una pequeña embarcación, hasta despedirse de su Guasdualito natal siendo aún menor de edad.

 

Mi historia con Henry comenzó el 15 de julio de 2017. Ese día lo conocí y marcó nuestro camino. Sin temor a equivocarme, Henry Vivas dio foco y un lugar para que Fundación Impronta aterrizara tantos sueños; mientras que, a Henry, esta sinergia le dio razones y fuerzas para vivir a plenitud sus últimos años de vida. Aquel día, me acerqué por primera vez a Caucagüita por un motivo más que social, ciudadano. Al día siguiente se celebraría aquel contundente plebiscito que realizó la sociedad civil venezolana y Henry se encargó de coordinar tal consulta en su parroquia. Yo había logrado reunir algún apoyo para el refrigerio necesario para tal evento y el equipo del Radar de los Barrios me insistió en tender la mano a aquel icónico líder social que trabajaba incansablemente por su comunidad.

 

Henry y Lalo
Pocos meses después, un astuto Henry Vivas me invitaba para que fuera a conocer lo que estaba sucediendo en su casa. Esa vez fuimos como Impronta y nunca dejó de sorprenderme cómo alguien ofrece su casa entera para que decenas de niños almuercen cada día. En efecto, Henry y su familia ponían su cocina, su sala, su gas, sus utensilios, sus manos, para que surgiera el primer comedor de Alimenta La Solidaridad en Caucagüita que albergaba 30, 40 y luego hasta 80 niños cada jornada. En algún momento de nuestra historia, esta multitudinaria muestra de solidaridad esparcida, no solo en casa de Henry, sino en las casas de hombres y mujeres humildes de todo el país, recibirá su justo reconocimiento. Así como Abraham y Patricia Reyes ofrecieron la mitad de su rancho en Catia para que naciera Fe y Alegría en 1955, hoy en Venezuela hay miles de venezolanos que, como ellos, como Henry, nutren de esperanza a un país. Ante aquella muestra de desprendimiento, semanas después hacíamos nuestra primera donación a Caucagüita, completando parte de las mesas, sillas y utensilios de ese comedor; pero realmente nos aguardaba un destino más grande.

 

“¿Qué no hicimos Bernardo?” me decía un Henry ya abatido por su enfermedad renal. “¿Cuantos inventos no nos apoyamos?” y así fue. Mientras Impronta no lograba concretar sus propuestas iniciales en otros barrios de Caracas, bastó una primera jornada de salud en casa de Henry y ya todo es historia. - “Henry, necesitamos 100 chamos…” - “Te los tengo”. - “Henry: ¿será posible hacer 200 arepas en tu casa? – “¿Sólo 200? – “Henry: ¿podemos hacer la comida del plan vacacional en tu casa?” – “Ah bueno, ¿y donde más la ibas a hacer?” En el léxico de Henry Vivas, la palabra NO estaba ausente, y en 2018, Fundación Impronta tomó la importante decisión de focalizar todos sus esfuerzos en Caucagüita. El responsable fue Henry, no por su capacidad de darnos luz verde a cuanto plan le proponíamos, sino que, además, dejando de lado todo interés personal, nos fue presentando a muchas otras personas o acercando a otros sectores para ampliar nuestro espectro. La Embajada, Los Sapitos, Los Guacamayos, La A, Los Bloques, Ciudad Tablita, El Milagro, Rosa Mística, Turumo, Calle Bolívar, Villa Esperanza, 28 de Julio… todos fueron sectores que fuimos conociendo de la mano de Henry, quien, como baquiano de la zona, salía de copiloto a bordo del Improntomóvil transmitiéndole confianza a la gente: “Ellos son de Fundación Impronta y vienen conmigo”. En lenguaje futbolístico, Henry fue una estrella abriendo y repartiendo juego.    

 

En todo este trabajo, sin descanso, en paralelo aprendí lo que significa ser paciente renal. Los riñones de Henry fallaban desde hacía unos 20 años y dependía de los servicios de diálisis de un hospital público. El trasplante de un riñón donado por su hermano Aaron había colapsado años atrás, así que Henry tenía tres riñones, pero ninguno funcionaba. Tres veces por semana, Henry salía a las 4:00 de la madrugada de Caucagüita - en el extremo este de la ciudad - hasta el Hospital Dr. Miguel Pérez Carreño - en el extremo oeste - para conectarse a una máquina de hemodiálisis por 4 horas que purificara su sangre. Luego debía volver en transporte público a su casa o incluso, asistir a alguna reunión de trabajo, cuando su cuerpo pedía descanso. “Dame unos minutos y me repongo” decía jadeando, pero nunca dejó de aprovechar una reunión post diálisis, a la que llegaba exhausto y a la vez rechazando algo para beber, para aguantar hasta su próxima visita al hospital.

 

La expectativa de vida de un paciente renal, con el trajín que Henry le imponía a la suya, es muy inferior a lo vivido por él. Su vida con propósito, su servicio a los demás, sus ganas de cumplir metas fueron realmente admirables. Tanto así, que sus médicos y particularmente sus enfermeras se convirtieron en testigos de primera fila de una vida que no dejó de luchar un solo día, hasta que el último catéter para diálisis que logramos encontrar y colocarle en la vena cava también colapsó y redujo sus probabilidades.

 

Henry Vivas no dejó jamás de buscar aliados donde fuera posible. Cuando lo conocí ya se había incorporado a la política como vía para aspirar a un mejor país. En paralelo, nunca dejó de tocar puertas a empresarios y otras fundaciones para llegar a más. Su trabajo no le permitía depender de un solo aliado. Supo, muy claramente, desligar su vocación partidista con el trabajo social cuando se vinculaba con nosotros e incluso, ir en búsqueda del encuentro con quienes pensaban distinto. Cuando re-inauguramos la cancha de La Embajada, recuperada por Fundación Impronta, a pesar de ser artífice clave de aquel logro, se quedó tras bastidores para minimizar cualquier manifestación política que repercutiera en el acto y en el sentido real de aquel espacio deportivo.

 

Desde la llegada de Henry del hospital, su casa volvió a ser la de siempre, atiborrada de gente, atiborrada de jóvenes que vieron en él la necesaria figura masculina entre la ausencia de sus padres. Henry fue un verdadero referente clave para sus vidas. A pesar de la conflictiva relación de Henry con el suyo, se comportó como un padre, en el más amplio sentido de la palabra, no solo para Henry y Angelina, sino para decenas de chamos a quien dio cobijo. Y vaya que Henry no era una perita en dulce, sino un personaje que decía de manera muy directa y fuerte las cosas a sus muchachos. Tal como hace un padre. Sería difícil determinarlo, pero ¿a cuántos niños le habrá salvado Henry su futuro?

 

Aquel sábado, desayunando, recibí una video llamada y veo la cara de Henry diciéndome: “me voy Bernardo, me voy”. Aquel sábado, aprovechó la increíble lucidez que tenía para despedirse y dar directrices a todos sus seres queridos. Llegué corriendo a su casa y un vecino me cedió la silla junto a su cama. Henry, más que hablarme a mí, habló para sus familiares cercanos. Les habló de por qué nuestra amistad había sido fructífera y fue la cátedra de humanidad más maravillosa que haya presenciado en mi vida. “Respeto mutuo, siempre nos tuvimos respeto mutuo. Y no solo para mantener una amistad, fue respeto en la construcción de un proyecto común”. Y después de hablar las más maravillosas anécdotas de todo lo que hicimos y sufrimos con Impronta, agregó: “La clave Bernardo, es que tú siempre te sentiste bienvenido en mi casa, así como yo me sentí en la tuya”.

 

Además de Lucy, su esposa, y su hija, también estaba Nancy, su madre, quien jamás se despegó de Henry en cada momento duro de su vida. Henry enfatizaba que lo que él era, lo había aprendido en su casa. ¿De quien más sino de su madre? Henry murió un viernes de concilio, había perdonado a su padre y había recibido en vida el homenaje que merecía. Fue velado en su cancha de La Embajada, donde Los Halcones vistieron su uniforme, con honor, para su último juego, de donde salió cargado en brazos.      

 

          12 de abril de 2022

domingo, 27 de marzo de 2022

Algo raro está pasando

 

Bernardo Guinand Ayala


¿Cómo ves la cosa?” ha sido una pregunta recurrente en la Venezuela de finales de 2021 y principios de 2022. La verdad que no hay nada más complejo que tomarle el pulso a esta Venezuela tan enrevesada y cambiante, que ni siquiera quienes vivimos aquí, logramos descifrar.

 

Hay personas que se enfurecen si alguien insinúa la existencia de alguna mejoría económica, como si eso significara una victoria para el régimen, o como si seguir ahogados en nuestras miserias sea la vía para salir de él. Hay otros que con sarcasmo declaran que, si Venezuela ya se mejoró, entonces no hay que seguir apoyando ningún programa de desarrollo social.

 

En fin, opiniones hay muchas y diversas, pero ciertamente la voluntad del ser humano es seguir hacia adelante y aprovechar cada brecha para colarse y aspirar a su propio bienestar. Efectivamente comienza como una burbuja, pero que va ampliándose en la medida que llegue a quienes tienen alguna capacidad productiva, mientras aquellos sin capacidades, lamentablemente puedan quedar atrapados en una espiral de mayor desigualdad.

 

En definitiva, tanto hemos retrocedido que Venezuela necesitará inversión y crecimiento por muchos años. Pero como la economía es cosa de mayores y decisiones cargadas de análisis, cuando a mi me preguntan ¿cómo ves la cosa? se me ocurre más bien ver las lecciones que estoy recibiendo de niños y maestros en el sector educativo, que, aun siendo siempre tan subestimado, me está dando los mejores aprendizajes de ese deseo de la gente común de avanzar.

 

Y este es el cuento. Al retomar actividades en escuelas en esta fase “post pandemia”, desde Fundación Impronta hemos impulsado, con mucho ánimo, programas educativos en Caucagüita con especial foco en cerrar la brecha agravada por el Covid, mejorar la lectura y comprensión lectora e impulsar la lectura por placer. Lo primero que vale la pena resaltar, aunque parezca obvio, es el alarmante rezago de nuestros niños. Los dos años sin clases presenciales parecen como si el tiempo se hubiese detenido a principios de 2020. Una evaluación en una pequeña escuela en la parte alta de Turumo demostró que hay al menos un niño en 6to grado que no sabe leer, pero solo uno que sabe leer en 2do grado.

 

Como podrán imaginarse, hablar de lectura por placer, cuando ni siquiera se lee, ha venido replanteando el alcance y las estrategias de los programas, con un equipo docente animado a adaptarse a los cambios. Y así, el programa Lectura sobre Ruedas que apenas arrancamos, rápidamente y con mucha creatividad ideó una respuesta creando el “taller mecánico” como el espacio donde acuden los niños que requieren ajustar algunas piezas o darles alineación y balanceo.

 

El primer día de Lectura sobre Ruedas, que nació para incentivar el amor por la lectura y hacerlo de manera lúdica, se acercó Yeiler, un niño des-escolarizado de 13 años que deambula por las calles del sector Marín de Turumo y que Pily interceptó al ver el interés del niño en averiguar qué estaba sucediendo esa tarde en esa escuela. Al enterarse que no sabía leer, Pily lo invitó a pintar, lo cual agradeció con una sonrisa. Honestamente pensé que Yeiler iría solo ese día, pero desde aquella acogida, no ha perdido una sola clase los martes y jueves, aún con su desventaja. Yeiler, con su cara siempre feliz y su sonrisa inocultable, pasó a ser inspiración para todos siendo aplicado en todas las actividades y alumno ejemplar del taller donde Vanessa tiene el desafío de enseñarle a leer.

 

No ha habido, a la fecha, un representante adulto como intermediario, solo el deseo de un niño de 13 años que, por alguna razón, se quedó atrás, pero vio en esta movida una tabla de salvación para su futuro. Igual sucedió en una de las últimas lecciones de Lectura sobre Ruedas, donde dos representantes llevaron a su hijo a una sesión con la psicopedagoga de la escuela, quien les recomendó que dejaran al niño aquella tarde en el programa. Es un niño de 1er grado con algún tipo de dificultad de aprendizaje, pero que, bajo el asombro de sus acompañantes, por primera vez se quedó trabajando con otros niños y aunque está algo debajo de la edad del programa, también se quedó fijo ante la súplica de los padres.

 

Algo raro está pasando. Los mismos niños están saliendo al encuentro de oportunidades. Como Omar, de 12, que hace algunos años abandonó el programa de refuerzo escolar que tenemos con Vanessa en Los Guacamayos, pero al ver que su primo - quien si siguió - aprendió a leer y a escribir, acaba de pedir por cuenta propia, ser readmitido en el programa.

 

Como los adultos con la economía, estamos palpando a través de niños en edad escolar, ese deseo de avanzar. Ciertamente, la voluntad de nuestros niños no será suficiente si no viene acompañada por un impulso institucional y la suma de voluntades a todo nivel. En todas las organizaciones que apoyo estamos poniendo especial énfasis en este tema, así como la visualización de cómo la tecnología nos permitirá avanzar más rápidamente. Hace poco, un potencial colaborador me hablaba de la necesidad de dar “un salto de rana” hacia adelante, al hacer uso de nuevas estrategias en educación que aceleren el proceso de aprendizaje. A eso queremos dedicar tiempo y recursos en apoyo a las escuelas donde echamos una mano.

 

Algo raro ciertamente está pasando. Y para mí, más allá de la burbuja económica o el fenómeno de bodegones y movimiento comercial que viene creciendo, es ver el deseo de los más vulnerables, por tomar decisiones en su vida a través de la educación.          

          27 de marzo de 2022

jueves, 3 de febrero de 2022

Detrás del podio

 

Bernardo Guinand Ayala

 

Hay una imagen que me encanta y que de vez en cuando circula en redes, donde se muestra a tres figuras deportistas en lo alto de un podio con sus medallas de oro, plata y bronce siendo aplaudidos y retratados por la prensa. En la parte superior de esa imagen dice: “aquello que vemos”; pero más abajo, debajo del suelo, detrás del podio, así como la típica simbología del iceberg con la punta que se ve y lo que hay debajo del agua, muestra aquello “que no vemos” y entonces aparecen talladas en peldaños subterráneos de ese podio, palabras como: sacrificio, pasión, fracasos, madrugonazos, aprendizajes, miedos, visión, dudas, planificación y pare usted de contar.       

 

Celebrar hoy los primeros 5 años de Fundación Impronta, es como estar parados un ratico en ese podio, dando muy especialmente gracias a Dios por los frutos recogidos y permitirnos visibilizar nuestro trabajo. Pero realmente, estos días he pensado mucho en todo eso que hay por detrás, que nos ha permitido estar aquí y es la historia que hoy quiero compartir.

 

Como buena historia, esta tiene muchísimos antecedentes, pero quiero comenzar este relato hacia finales de 2015. Como Venezuela es tan cambiante política y económicamente, ya no tenemos idea de qué sucedió en cada período, pero recuerdo que en diciembre de aquel 2015, las clásicas recomendaciones de finales de año de Luis Vicente León y otros analistas expertos daban alertas de un país en crisis y recetaban pautas como las siguientes: “no es momento de cambios”, “si usted tiene un trabajo consérvelo”, “cuide el presupuesto familiar”… y en ese preciso momento, luego de varias conversaciones y todo el respaldo de Mimina, a mí se me ocurre todo lo contrario, renunciar a mi trabajo y por primera vez en mi actividad profesional quedarme sin un quince y último y con muchos sueños pero sin planes concretos.

 

Ese mismo diciembre, en pleno almuerzo de Navidad, una conversa totalmente fortuita con Oscar Grossmann, que él mismo catalogó como una “serendipia”, me abrió las puertas para poder, al menos, arrancar aquel 2016 con cierta estabilidad involucrándome con el trabajo de la Fundación MMG. El transcurrir de ese año fue para ordenar planes, sueños y proyectos; de evaluar mis capacidades para saber qué podía y qué quería hacer. Ese año, a todo decía que sí, al punto de llegar a participar como en unas siete juntas directivas de diversas instituciones, por supuesto, todas ellas sin fines de lucro y ad honorem.

 

Entonces llegué a vaciar en una página de Excel, una lista de iniciativas que venía cocinando, para poder definir dónde debía poner mi mayor esfuerzo. Recuerdo tener algunas variables a ponderar que era algo así como: cuál de estas te apasiona, en qué tienes talento, cuáles tienen posibilidad de algún ingreso garantizado, personalidad jurídica constituida, etc. Y así, empecé a trabajar en paralelo en la propia Fundación MMG, en el Instituto de Previsión del Niño, dando consultoría en temas de recaudación de fondos, sentando las bases de una asociación para la profesionalización del fundraising en Venezuela y la posibilidad de crear una nueva fundación. Y esta última, aunque tenía la gran desventaja de no tener un céntimo para fundarla ni figura jurídica creada, siempre era la que más me movía el piso.

 

Así, luego de ese año de transición, un 3 de febrero de 2017, en el Registro de Los Ruices, estampaba mi firma como miembro fundador de Fundación Impronta y empezaba a buscar gente que me acompañara en este viaje, empezando por mis viejos.

 

De allí en adelante, el camino, ese camino empedrado que está por detrás del podio, esa masa del iceberg gigante que está bajo del agua y que nadie ve, ha estado siempre presente, recordándonos lo difícil ¡sí!, pero lo satisfactorio de alcanzar metas cuando los desafíos son grandes. Y vaya que Venezuela nos la ha puesto complicado.

 

El propio 2017 estuvo plagado de protestas y fue sentar las bases de una novel institución a tiempo compartido con la labor ciudadana de hacer país. Un par de años más tarde, el apagón eléctrico nacional nos cambió las reglas del juego y desafió nuestro talento, mientras en paralelo familiarmente decidíamos nuestro futuro, para volver a optar por Venezuela e Impronta aún con Green Card en el bolsillo. Y qué hablar de los dos últimos años donde ya las palabras sobran sobre el tránsito en las turbulentas aguas de la pandemia. Impronta, así como un sinfín de instituciones y personas que han optado por nuestro golpeado país, parece ser forjada en acero. Quizás, muy en lo personal, ser fanático de los Tiburones de la Guaira me ha preparado para aquello que hoy llamamos resiliencia y ha sido clave para levantarnos cada día a brindar oportunidades.  

 

Cinco años en los que no hemos dejado de crecer, aun cuando algunas alianzas que parecían obvias se caen en el camino, pero donde siempre hay muchas más puertas que se abren; la mayor de ellas, una gigantesca, como las puertas de una catedral que tiene nombre en lengua cumanagoto: Caucagüita. La otra gran puerta, cada una de las personas que nos hemos topado en el camino, amistades maravillosas puestas al servicio del otro, haciendo voluntariado, aportando recursos o talentos, involucrándose dentro y fuera de la comunidad. Quiero que todos los que nos acompañan hoy aquí, sepan que este mensaje es con ustedes. Ni en mis más extraordinarios sueños pude imaginar, en este relativo poco tiempo, tanta gente levantando una bandera por una causa común llamada Impronta.

 

¿Y el podio? ¿Qué hay de ese podio, esa medalla, que nos hace visibles cuando el esfuerzo que hay detrás da resultados? No pretendo hacer una rendición de cuentas, ya pronto saldrá nuestro informe de gestión con data suficiente para medir y analizar cuánto hemos logrado. Hoy, en esta celebración aniversario solo expreso, muy simbólicamente algunas medallas doradas que para mí, brillan en ese podio y que me recuerdan que ha valido la pena:

  • Cada niño o niña que hemos permitido que vivan la experiencia de ser niños.
  • Cada chamo, cada joven que se ha tomado en serio el tema de las oportunidades y que hoy se sigue formando y nos sigue retando.
  • Cada mujer que ve en nosotros contención, consuelo, compañía y ánimo.
  • Cada hombre que descubre que juntos, transformamos para mejor.


Y así podría seguir sin parar. Solo para recordar o recordarme, que ha valido la pena.

 

A todos ¡muchísimas gracias!

 

          3 de febrero de 2022

miércoles, 5 de enero de 2022

Ser felices

Bernardo Guinand Ayala

 * A mis hijos Alexandra Elena y Bernardo Andrés Luis

La llegada de un nuevo año es momento oportuno para reflexionar, revisarnos, plantearnos metas. Cuando uno va creciendo, aprendes a valorar ciertas cosas por encima de otras y enfocarte en aquellas que te brindan mayor tranquilidad, alegrías y esa tan ansiada felicidad. Hay muchas recetas y muchos autores que han escrito sobre ello, algunas veces hasta las hemos puesto en la cartelera de la cocina ¿recuerdan?, pero hoy quiero compartir estas que – si bien no son todas – se me presentaron como un regalo de año nuevo para ustedes, pues nada me alegraría más como papá, a que ustedes puedan seguir sus propios sueños, siendo gente de bien y por sobre todo, personas felices.

Coman bien: suena muy trillado y repetido, lo sé, pero estar bien con nosotros mismos depende mucho de todo aquello que comamos. Coman rico, variado, de todo. Habrá, lógicamente, cosas que les gusten más y otras no tanto, pero variar y no excederse es clave para sentirse bien. La comida es además motivo de reunión, de tradición, de compartir. También recuerden que el alcohol puede alegrarnos una comida o fiesta, pero hay que tenerle respeto, ya saben que hay historias desafortunadas con su exceso. Y sobre las drogas, ni de lejos. Ellas matan. Punto.

Muevan el cuerpo: mucha gente descubre los beneficios del ejercicio y lo bien que se sienten ya de adultos. No esperen demasiado para decir luego: “si hubiese intentado antes”. No importa lo que hagan: fútbol, bici, aerobics, cerro, trote, yoga, pilates, tenis, caminata… lo importante es mantenerse activos y si es al aire libre, mucho mejor. La mente, el estudio, la felicidad, necesitan un cuerpo sano.

Cultiven amistades: las relaciones humanas son las mayores generadoras de alegrías, de apoyo, de ideas. Algunos estudios dicen que uno es parecido al promedio de las cinco personas más cercanas que te rodean, así que busquen estar cerca de personas positivas, optimistas, echadas para adelante, que les hagan reír y sentir a gusto, que los valoren y respeten y que los impulsen a ser mejores personas.

Familia es familia: quienes tienen la bendición de tener familia cerca, más aún familia grande y más aún familia que los quiere, deben cuidar y cultivar ese tesoro. Ciertamente, como en toda familia – y en la convivencia en general ­– habrá con quienes nos llevamos mejor y también habrá algún que otro pleito que, cuando queremos de corazón, nos pega un poco más. Pero la sabiduría estará en buscar siempre la armonía pues la familia brinda soporte en todo momento y alegrías en toda celebración, tal como lo acabamos de vivir en Navidades.  

Busquen a Papá Dios: Dios está en todos lados. Algunos lo encuentran en la iglesia, otros en su cuarto, otros en libros, otros en la montaña o en la tranquilidad de la cama. Algunos son más de oración y otros somos más de encontrarlo en la acción, en las obras que hacemos. El Padre Azagra siempre recordaba a San Juan, quien decía que para poder amar a Dios – a quien no vemos – no hay mejor manera que amar al prójimo – a quienes si podemos ver, querer, tender una mano –. Busquen ustedes el mejor lugar y forma para dedicarle un tiempito a Dios. Recuerden siempre ser agradecidos en los momentos que nos sentimos afortunados y en paz, pero también pedirle cuando nos sentimos más vulnerables y nos flaquean las fuerzas. Cuando estuve de reposo, un amigo solía recordarme que Dios es un padre y a los padres es normal pedirles. Así que denle gracias y también pídanle, con la mejor manera que cada uno de ustedes sabrá cultivar.   

Sean apasionados: con quienes quieren, con lo que hagan… sean apasionados. Mucho de ello dependerá en buena medida de poder encontrar aquello para lo cual se sientan útiles y encontrarse con aquellas personas que les muevan el piso. Pero nadie encuentra eso que lo apasiona echado en su cuarto sin moverse o inmerso permanentemente en la pantalla de un aparato electrónico. Deben probar cosas nuevas, aventurarse a cosas desconocidas, viajar, leer, conocer gente nueva y conocerse ustedes mismos. Cuando uno logra dedicarse a aquello que lo apasiona, la cara, los ojos, las palabras lo transmiten. Eso no significa que todo va a ser maravilloso ¡no!, la vida tiene altas y bajas, pero si permite conectarse permanentemente con lo que nos identifica y nos permite seguir avanzando, seguir viviendo.   

Miren adentro: la felicidad no es un destino, ni un lugar. Ni siquiera es igual para todo el mundo. Mucha gente tiene millones y son seres totalmente infelices y hay algunos muy pobres que saben darle sentido maravilloso a su vida y ser felices. No quiero decir que pretendan ser pobres, pero sí que pongan lo verdaderamente importante por encima de cosas materiales. La felicidad deben hallarla dentro de cada uno de ustedes, es poder vivir en armonía entre nuestros sentimientos, afectos, condiciones de vida, decisiones que tomamos. También es tener un propósito que nos haga consistentes entre nuestros deseos y sueños y nuestras posibilidades y talentos para alcanzarlos. Unos japoneses, en la isla de Okinawa, suelen vivir muchos años; algunos investigaron el secreto de eso y además de su dieta y algunas otras lecciones, coincidieron en que promovían como cultura lo que ellos denominan “ikigai” cuya traducción sería algo así como “la razón por la que te levantas cada mañana”, es decir, viven con un propósito. No pretendo que eso sea un foco que ahora les preocupe, ya habrá tiempo para descubrir su propósito mientras siguen preparándose, pero si pueden irse conociendo internamente, buscando dentro de ustedes mismos cómo cada cosa o circunstancia los afecta. Conocerse internamente, a través de ustedes mismos o con ayuda, es una buena manera para ir construyendo su propósito en esta vida.

Finalmente, porque ya se me hizo larga esta página que quería escribirles, la felicidad en la vida no es la ausencia de sufrimiento o de circunstancias difíciles. Es más, ciertos momentos duros y tristes les harán valorar aún más los destellos de felicidad en su día a día. Y aquí tampoco están todas las lecciones, solo quise plasmar algunas que recordé con este nuevo año y dejar que ustedes sigan también construyendo su propia receta. Para mí, tenerlos a ustedes, quererlos a ustedes, escribirles a ustedes, es parte de las cosas que más feliz me hace. Los quiero.                   

          5 de enero de 2022