Murió otro bebé en el J.M. de Los Ríos. Después de
un tiempo en otro hospital donde ni siquiera fue diagnosticado, falleció esta
mañana después de días en estado crítico y en el constante deambular buscando donantes
de sangre, fenobarbital y una tomografía que no había en el hospital. Se
llamaba Sebastián, de 2 años de edad y era nietico de una trabajadora del
Instituto de Previsión del Niño, organización de la cual formo parte. Sebastián
representa a miles de otros niños y familias venezolanas que sufren día tras
día esta tragedia y aunque pedí por redes y radio su medicamento y ofrecí
canalizar su tomografía, hoy siento que no pude hacer nada.
El viernes pasado mis hijos nuevamente perdieron
clases. Obviamente todo el mundo sabe que esta medida no impactará en ningún
ahorro energético, pero la inmensa mayoría de los colegios – y aplaudo a las
escasas excepciones – han preferido acatar el decreto y no contrariar al
régimen amenazador. A pesar de mi voz de protesta con algunos padres y buscar
audiencia con directivos del colegio, a la final - como la gran mayoría -
terminamos optando por una solución individual de proveer clases particulares
en casa. Pero sin duda creo que la solución no debe, ni puede ser en estos
momentos individual y hoy nuevamente siento que no hice nada.
Hoy despierto con el titular de que “Maduro llama a
tomar las plantas paralizadas, encarcelar empresarios y radicalizar la
revolución” en clara alusión a Empresas Polar, nuevamente burlándose de todos y
tratando de engañar a quienes se alimentan con resentimiento. Todo lo paralizado,
improductivo, expropiado o desvalijado son obras de este gobierno y su política
de siembra de miseria. No creíamos en expropiación de fincas y empresas, en la
debacle de la industria petrolera, así como vemos aún con asombro que puedan
tocar la Polar. Veo un país arruinado y me siento interpelado en un futuro por
mis hijos cuestionándome por qué no pudimos hacer nada.
Abordo solo tres temas de hoy que me tocan el alma,
pero la lista puede ser eterna: la inseguridad, la inflación, el bachaqueo, las
indignantes colas por todo, el abuso constante de poder, la corrupción obscena,
la pérdida de todos los principios morales, la partida de tanto talento a otros
países, el incremento de la pobreza y el hambre luego de la mayor bonanza en la
historia y así puedo continuar. ¿Será que vamos a seguir sintiendo que no hemos
hecho nada?
Y aquí viene el momento en el que quien me lee se podrá
preguntar qué propongo. Obviamente no tengo soluciones mágicas y ni siquiera me
siento tentado por la política, más allá de mi rol como ciudadano, mi identidad
como venezolano y mi aporte como apasionado por las organizaciones de la
sociedad civil, pero sí creo que debemos cambiar la apatía y visión individual por
acciones y decisiones más arriesgadas y contundentes, sin que esto signifique
que salgamos a la calle a matarnos. Creo que hay que buscar alternativas ingeniosas
de desobediencia. A un gobierno que
cada día toma decisiones arbitrarias y con cada vez menos sustento, no podemos
agacharle la cabeza como mansos corderos. A un gobierno débil, que ha perdido
abrumadoramente en las urnas electorales, no hay que hacerle sentir más fuerte
de lo que realmente es.
Bastante se ha dicho que los dirigentes actuales no
están a la altura de los ciudadanos, pero nosotros los ciudadanos ¿estamos a la
altura del país?
Siento que en la medida que sigamos protegiendo
nuestra parcelita individual, resolviendo mientras nuestro bachaquero nos
consiga lo que necesitamos, justificando que podemos emparejar a nuestros hijos
con tareas dirigidas, encontrando medicinas más allá de las fronteras por el
privilegio que tenemos algunos de contar con familia afuera, pensando que lo
que le ocurrió a Sebastián no le pasará a los nuestros, vamos alargando lentamente
esta agonía y acostumbrándonos a este absurdo que estamos padeciendo.
Muchísimos ciudadanos no hacen más que criticar a la
oposición, justificando que un gobierno – evidentemente antidemocrático – no se
le puede sacar por vías democráticas y probablemente tengan razón, pero a ninguno
de ellos los he visto ofrecerse como carne de cañón ¡Que mantequilla! Como yo no
estoy dispuesto a cargar un fusil y menos apuntar a algún otro venezolano, no
me queda otra que apostar por una salida democrática, constitucional y
electoral y presionar para que así sea. Y en esa presión está la desobediencia
que creo que tenemos que accionar.
Como dijera Chúo Torrealba cuando tomó las riendas
de la secretaría de la MUD, calle no es solo una movilización enorme sino es
hablar con el vecino, convencer al chavista, hacer el trabajo poco a poco en tu
área de influencia. Y eso repercutió en los resultados del 6D. Hoy en día creo
que desobediencia es accionar medidas
contra las arbitrariedades del gobierno. Suspenden clases, abramos los
colegios. Violan los tiempos de verificación de firmas, no lo asumamos como
previsible, accionemos nuestra protesta. No dejan llegar una marcha, veamos que
otra estrategia suma y los deja en ridículo.
No tengo todas las respuestas, pero creo que la era
de aceptación del abuso de poder está en su ocaso y nuestra presencia ciudadana
- nuestra desobediencia - desprendiéndonos un rato de la parcela, va a hacer la
diferencia. Vale la pena por Sebastián, por nuestros hijos y su educación, por
la Polar y todas las empresas que realmente trabajan por el desarrollo del
país. Vale la pena mirarnos en unos años y decir que nosotros, los ciudadanos, lo hicimos.
15 de mayo de 2016
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