domingo, 13 de diciembre de 2020

Parábola del buen padre

Bernardo Guinand Ayala

 

-“¿Qué es un padre?” preguntó el niño al viejo sabio. Este, que se encontraba pendiente de otros asuntos se limitó a responderle: - “Un padre es aquel que te ayuda a crecer”. Pero al niño, que era entrometido y avispado, no le satisfizo la respuesta y replicó: - “¿A crecer? pero desde cuándo, pues siempre he escuchado que los primeros años de vida son muy importantes, pero luego no recordamos nada”.

 

El sabio, tentado a responder cualquier cosa pero dándose cuenta que el pequeño no cesaría en su interés, dejó a un lado lo que estaba haciendo y le comentó: – “Te voy a contar esta anécdota. Quizás así pueda responder a tu pregunta”. Y dándose el tiempo necesario, mientras se sumaban otros curiosos a la conversación, comenzó su relato.

 

Un niño nació en un hogar afortunado, no por tener lo necesario materialmente sino por la calidez que lo rodeaba. En sus recuerdos más lejanos, esos que los estudiosos dirían que era demasiado pequeño como para recordarlos, se dibujaba en su memoria una escalera semicircular. Era una escalera muy bonita y bien elaborada que iba transcurriendo la pared que la limitaba de un lado y un pasamanos de madera caoba oscura del otro. La escalera y su pasamanos siempre estaban relucientes y por ser de madera daban la impresión de elegancia y buen gusto. Si bien esa escalera solía usarla para subir de la planta baja al primer piso, donde vivía, algunas veces conectaba a un segundo piso ubicado en lo alto de la torre, pues esa parte de la casa tenía forma de castillo y la planta superior le despertaba muchísima intriga.

 

Al llegar a la parte más alta, la circunferencia de la torre estaba revestida por una bella biblioteca caoba oscura como la escalera, que solo se interrumpía por unas ventanas que daban hacia la montaña, mostrando, además del verdor impactante de sus frondosas siluetas, un cielo azul intenso como fondo, que se intensificaba sobre todo en diciembre.         

 

Debía tener unos 4 años y aun así ubica sus recuerdos o su imaginación, tal vez, en un sillón que había en esa enigmática biblioteca. No podría recordar el color o forma de la butaca, pues en ella, cada vez que le tocó la aventura de subir hasta la cima de la torre, estaba su padre sentado con un libro entre las manos. Era un libro gordo, con muchas historias y cuentos, y al igual que la escalera y la biblioteca, tenía la tapa color caoba oscura, lo recuerda clarito. Eran varios cuentos los que estaban allí escritos y su autor sonaba como inglés, o eso creía recordar, pero siempre su papá lo abría en la misma página.

 

La rutina era la misma, no tenía por qué cambiar pues siempre daba resultado. Cuando llegaba a lo alto de la torre, se sentaba en las piernas de su padre, quien con pleno gusto volvía a tomar el pesado libro marrón, abría la página del cuento del señor inglés o irlandés y pacientemente se disponía a leerle. El libro no tenía dibujos, así que el padre hacía esfuerzos por describir los lugares y personajes y entonar sus mejores voces para hacer el cuento lo más real posible. No era tampoco un cuento cualquiera, pues definía claramente valores y creencias y estaba narrado como toda buena historia donde no todo era bonito, sino que transcurrían situaciones alegres, intrigantes, desafortunadas, tristes, otra vez emocionantes y con un final inesperado que cada vez que lo escuchaba parecía que fuese por primera vez.             

 

Entonces el niño astuto y preguntón interrumpe al sabio y le dice: - “Ya entendí, ya entendí. Un padre es entonces quien te carga cuando eres pequeño, quien dedica su tiempo cuando llegas a su lado y además te deja las más bonitas enseñanzas de los libros para poder crecer”. A lo que el sabio replica: - “Es cierto, pero más aún, un buen padre es quien lo sigue haciendo al transcurrir los años y sus enseñanzas, más allá de los libros, las modela con el ejemplo”.

     

13 de diciembre de 2020

viernes, 27 de noviembre de 2020

La solidaridad es la fuerza que nos mueve

Bernardo Guinand Ayala

 

“¡Epa primo! En unas semanas debo estar en Caracas ¿crees que puedas apoyarme coordinando unas visitas a La Vega para mi tesis de grado?” Debía ser 2014 y algo así era el mensaje que recibía de Roberto quien viajaba desde Harvard a la parte alta de La Vega para realizar una serie de entrevistas a propósito del duro tema que escogía para su tesis de post grado: la violencia.

 

A Roberto no le gustan los retos fáciles; decidió meterse en lo social, en la política, abordar el tema de la violencia en Venezuela y escoger como foco de acción el complicadísimo municipio Libertador de Caracas. Como buen millennial y miembro de la generación 2007 ha sabido “vender” muy bien su trabajo, solo que a diferencia de muchos otros, no es solo fotos y redes sociales, sino que sus propuestas llevan mucho en la bola y los resultados están a la vista.

 

Caracas Mi Convive - su organización madre - propone vías de erradicación de la violencia en Caracas con base a las mejores prácticas del mundo, con programas concretos, con un equipo multidisciplinario y con investigaciones que, más allá de mostrar resultados y desnudar este tema tan álgido, ofrece orientaciones para el resto del país con una rigurosidad académica.

 

Alimenta La Solidaridad - su consentida - es un programa convertido en organización que nace sin tenerlo previsto, dando respuesta al terrible drama del hambre presente en el país. Ha crecido vertiginosamente en cada parroquia del municipio Libertador, sirviendo también como franquicia social que ha sido exitosamente implementada en otros 13 estados del país con apoyo de líderes y aliados regionales.

 


Recuerdo, cuando eran muy pocos los comedores, fuimos como familia a preparar hallacas por estas fechas en el Colegio Andy Aparicio - Fe y Alegría - en conjunto con las familias de la comunidad de La Vega, lo que derivó en una de las primeras propuestas de auto-sostenibilidad del programa. De ese primer comedor y menos de un centenar de niños, ahora el programa se extiende a 239 comedores dando de comer a decenas de miles de niños todos los días.     

 

Esta semana, regresando a casa para almorzar, me percato que una camioneta del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional SEBIN - que todos sabemos al “servicio” de quien está - le hacía “la visita” a los padres de Roberto. La persecución, el hostigamiento y hasta el miedo se nos hacían más tangibles como familia. Y a pesar de lo obvio, es decir, que sabemos que los sistemas totalitarios no necesitan excusas para perseguir a quien le provoque, muchos se preguntarán por qué Roberto aparece como nuevo objetivo. Me atrevo a especular que Robertico - como le solíamos decir en familia - combina un par de características que aterran al régimen: talento y legitimidad.

 

El talento de Roberto no viene por lo académico. O no solo viene de allí. No depende de sus estudios y reconocimientos en la USB o Harvard, sino que tiene una gran capacidad para estar siempre un par de pasos adelante. Cuando le dicen que Alimenta La Solidaridad es un proyecto asistencialista, él tiene rato pensando y ejecutando como se transforma en un proyecto de formación y desarrollo comunitario. Cuando le dicen que será difícil la sostenibilidad a largo plazo, ya Roberto y su equipo han dado varias vueltas ejecutando programas de autofinanciamiento - como Sustento - u otras iniciativas. No han sido programas oportunistas o puntuales, sino que siempre pone la mirada en el largo plazo, incluso demostrando que el éxito del programa – así como del país – será cuando desaparezcan los comedores. Y trabaja para ello.                     

 

Por otro lado, la legitimidad de Roberto, sobre todo en las barriadas donde trabaja, generando cimientos de tejido y compromiso social en lugar de visitas esporádicas tipo campañas politiqueras, es quizás el mayor temor de quienes hoy controlan el país.

 

En 2018, preparaba con Roberto una intervención para un congreso internacional de fundraising; congreso al cual no pudo asistir en ese entonces por una señal de alerta que provenía desde el nefasto programa del fulano ese del mazo. Mientras trabajábamos en ello, analizamos los elementos de éxito que habían hecho de su programa alimenticio un caso exitoso desde el punto de vista de la consecución de recursos. Destacamos muchos factores: una cartera diversa, la constante innovación, acceso a financiamiento, mensajes claros con vías de comunicación adecuadas, inversión en campañas; pero Roberto siempre tuvo claro que el pivote central del proyecto, el verdadero motor de Alimenta La Solidaridad no es el financiamiento internacional o las alianzas desarrolladas, sino la gente de la comunidad, el aporte voluntario de las madres de cada comedor. Ese, indiscutiblemente, es el mayor aporte en recursos y representa la verdadera sostenibilidad del programa. Pagar por ello, lo haría sencillamente imposible, así que esas madres no son - solo - beneficiarias o voluntarias, sino las principales contribuyentes de ALS. Destacar, trabajar y profundizar en ello ha repercutido en la legitimidad que hoy tienen.  

 


La solidaridad es una fuerza poderosísima. Justo porque no se sustenta en la dependencia o la sumisión. La solidaridad no es una vía o calle angosta de un solo sentido, sino una autopista con múltiples canales de ida y de vuelta; el que da también recibe y el que recibe puede compartir también lo que tiene. Eso genera pavor para aquellos que desean que la pobreza siga reinando y que las relaciones sean unidireccionales. Hoy se criminaliza a la solidaridad, como se hizo con las protestas, con el que produce, con el que sueña, con el que piensa distinto. Otra piedra en el camino. Contra el atropello y hostigamiento, que siga siendo la solidaridad, esa fuerza que nos mueve. ¡Contigo primo!              

 

          27 de noviembre de 2020

domingo, 8 de noviembre de 2020

Momentos

Bernardo Guinand Ayala

Momentos. La vida es la suma de efímeros momentos que se plasman en nuestra memoria y al recordarlos volvemos a vivir. Mil veces se ha escrito que un maratón es como la vida resumida en 42 kilómetros de intensidad y manteniendo la comparación, también está cargado de fugaces momentos y emociones muy marcadas. Suelo escribir de mis carreras y siempre ha habido similitudes pero también grandes diferencias entre ellas sobre esos momentos épicos que se quedan grabados y que generalmente suelo recordar por el kilómetro que recorría. Este año no podía ser diferente y aunque en lo deportivo hice quizás la peor carrera posible, vengo cargado de momentos maravillosos que son con los que me quedo.

A diferencia de cualquier experiencia previa, donde siempre exponía los momentos vividos a partir de kilómetros muy avanzados o de máxima exigencia, este maratón tuvo un toque muy especial desde muy temprano. La salida y quizás los primeros tres kilómetros, esos que ni cuenta te das en cualquier carrera - no solo competitiva sino cotidiana - tuvieron un significado muy especial para mí. Desde la convocatoria, el encuentro madrugador aún oscuro y la llegada de participantes que se unieron porque nos empeñamos que este año no dejaríamos de correr un maratón. Habíamos logrado congregar no solo al hatajo de locos que saldría a correr, sino a un contingente de apoyo entre ciclistas y motorizados para la ruta, aguateros para puestos claves, fotógrafos y familia. Habíamos convertido un reto muy personal en una fiesta de muchos.

La semana previa, Ricardo y Edgard habían decidido participar también en los 42k, así que después de la angustia con el GPS de Limón que no agarraba señal, nos vimos once locos - los tres ya mencionados más Pedro Luis, Jose, Karina, Adil, Ovid, Alex el alemán, Kike y yo - tras la cinta de salida como si de élites se tratara, en posición de ataque, cosa que no me hubiese creído si no fuese por las maravillosas fotos de Naty a esa hora de la madrugada. Al finalizar la cuenta regresiva salimos todos disparados y Ovid D’Jesús - sub 3 este mismo año en Miami - rápidamente nos dejó el pelero quedando en segunda avanzada Pedro, Jose, Adil y yo.

Días atrás, Pedro había dejado muy claro que cada quien debía hacer su propia carrera. Yo llegaba nuevamente agotado al día de la prueba y por el contrario, Jose llegaba en gran momento; sin embargo, ese tramo de menos de 3 kilómetros sobre la Francisco de Miranda, quizás bastante más rápido de lo planificado, fue verdaderamente especial. Íbamos rápido pero me sentí ligero y feliz. Esos minutos ya lo valieron, viendo como ninguno quería quedarse, teniendo a ratos a Pedro jalando, a veces Jose quien se notaba cómodo y otras tantas a Adil. No sé si será la amistad o la emoción acumulada con la planificación del Reto Impronta 42k, pero esa madrugada, entrompando lo que sería mi noveno maratón, fue un momento que dejo grabado en algún lugar de mi cabeza.

Un segundo momento está en el otro extremo de la carrera: la llegada. La verdad, la llegada de cualquier maratón es especial, pues lo vulnerable que te hace el desgaste físico, así como la finalización tangible del logro suele afectar enormemente tus emociones; pero lo del domingo 1 de noviembre fue casi de guión de Hollywood. Aunque venía muy sobregirado de tiempo, ese día sabía que a toda costa debía llegar a la meta, pero jamás imaginé la cantidad de gente que se congregaría a la llegada. Justo marcar el kilómetro 42 y empezar a sentir la algarabía mientras llegaba. Miré rápidamente a los lados y divisé a mis viejos, siempre presentes en cualquier logro o dificultad de nuestras vidas. A pesar del covid19 y que ellos han guardado pacientemente su cuarentena, días antes mi mamá me dijo que querían estar presentes. También vi a Pedro Luis acercarse, aplaudiendo, con su clásico gesto y presencia motivadora, así como a muchos otros a quienes les guardo un profundo agradecimiento. Me sentí verdaderamente especial.

Todo ese trayecto, esos últimos 200 metros, fue acompañado por los reales protagonistas de la jornada, nuestros chamos de Caucagüita, quienes habían sido el centro de la campaña de Fundación Impronta, propósito por el cual habíamos creado el #RetoImpronta42K. Escucharlos a lo lejos coreando mi nombre, verlos levantarse de la acera para disponerse a correr, oír que me animaban mientras se unían a mi alrededor para culminar la carrera juntos. Al segundo de tenerlos a mi lado, sentí la mano de uno de ellos sujetar la mía y rápidamente darme cuenta que era Angelito, uno de nuestros consentidos quien robó la atención de todos durante esa jornada por su carisma y picardía. Un poquito más y levantar las manos para cruzar la meta y observar ahora las fotos con los chamos tan alegres y entusiasmados como yo. ¿Qué más se puede pedir? Esas son emociones que perduran y animan a seguir, por ellos, por Venezuela.

Hay millones de pequeñas anécdotas y de personas en cada momento descrito o en el resto de

la carrera. Momentos también de soledad en los tramos duros, que son aquellos que suelo muchas veces relatar. Mientras escribo, recibo una foto donde ando parado, cabeza agachada y manos en las piernas adoloridas cuando quedaban aún 5 kilómetros por recorrer. Solo que hasta la soledad y dificultad en esta nueva odisea siempre vino acompañada de una sonrisa pues sabía que el propósito era más grande a mi reto personal. Al final, ningún chamo preguntó mi tiempo, ellos solo me vieron llegar y llegar alegre. Los calambres, las paradas, el reloj haciendo tic tac consumiendo tiempo quedaron atrás. Ya vendrán tiempos de mejorar, claro que sí.


Pero hay otro momento que quise dejar al final de este relato, aun cuando no fue el final espectacular de la carrera, pero que tiene mucha simbología para mí, para la vida. Iba llegando al kilómetro 40 y quizás quien lea piense que faltaba poco, pero cuando las piernas se engarrotan con cada trotada, se siente eterno. Iba dejando atrás el Estadio Universitario rumbo a la sede de Banesco cuando a lo lejos oigo unos gritos inesperados. Mimina, mis hijos Ale y Nando y mi comadre Caro, anticipando que había pasado roncha, habían salido calladitos a mi encuentro. Habían caminado más de dos kilómetros para encontrarme y los escucho animándome y dispuestos a acompañarme. Allí no había fotos ni algarabía, solo nosotros, en la estricta intimidad demostrando que en los momentos más duros, allí estaremos juntos. Sentí el alivio de encontrar con quien llegar y sin que ellos lo percataran, se me puso la piel de gallina - es increíble como se siente cuando corres un maratón – y se me “aguó el guarapo” por segundos. Tengo la imagen grabada de cuando levanté la cabeza, escuché el grito y vi a mis hijos, mientras mi cuerpo reaccionaba instantáneamente entre lágrimas y piel erizada.

Hoy observo las fotos finales y ellos se quedaron atrás, dejándome el protagonismo a mí y a los chamos de Caucagüita, sin embargo escribo estas líneas para recalcarles a ellos y a mí mismo, que nada hay más poderoso que una familia unida que se quiere, se acompaña, se da soporte en las buenas y en las malas. Y aunque lo vives cotidianamente y aunque esta cuarentena - afortunadamente en mi caso – ha sido una bendición para sentirlo, son esos breves momentos de vida, esa mirada levantada por un segundo, esa manifestación involuntaria del cuerpo, lo que te hace recordarlo con mayor intensidad.

Cada kilómetro, cada momento, ha sido una aventura. La salida y la llegada me emocionaron como nunca, la amistad y el compañerismo fueron alegría y soporte que agradezco sinceramente a Dios, unir mi pasión con el trabajo que hago fue algo que soñé mil veces y ese kilómetro 40 fue para recordar lo que verdaderamente importa. Vendrán carreras mejores, pero esta, me deja el corazón grandote.  

         8 de noviembre de 2020

sábado, 5 de septiembre de 2020

Verdaderamente especial

 Bernardo Guinand Ayala

Andrés - mi sobrino - es un ser verdaderamente especial. Como la gran mayoría que me lee lo conoce, no habrá que dar mayores explicaciones y, para quien no lo conoce, esta historia será solo un abrebocas. Lo que hace especial a Andrés es su actitud frente a la vida, es poder enfocarse siempre en lo bueno que hay a su alrededor, de esos que ven el vaso medio lleno siempre, independientemente de cómo esté en realidad. Andrés es, por sobre todas las cosas, un tipo feliz. Y esa bendición hace particularmente feliz a su mamá, a sus hermanas y a quienes lo queremos.

No vengo a contar la historia de cómo Andrés, contra toda dificultad sacó su bachillerato en un

país donde no hablaba ni el idioma. Ni tampoco cómo se graduó en la universidad - FIU - en un programa orientado a sus talentos. Ni hablar de sus logros atléticos, que a pesar de parecer poco ágil, ha practicado más disciplinas deportivas que todos sus tíos y primos juntos y nunca dudó cuando Mimina lo retó a hacer una media maratón en Miami cuando apenas corría algo más de 5 kilómetros. Tampoco hablaré de cómo influenció para que mi ahijada - su hermana mayor - siendo más bien científica pura orientada a los números y la ingeniería, decidiera hacer un minor en discapacidades en la universidad y que ello repercutiera en el postgrado que decidió estudiar y recién empieza.

Vengo a contar tres breves anécdotas que relacionan a Andrés con lo que yo hago y que me emociona contarlas pues denotan su personalidad, así como la sangre que corre por sus venas para hacer el bien.

La anécdota primera se remonta a los años que Andrew aún estaba en bachillerato. Vivir en los Estados Unidos le permitió acceder a un programa que lo preparara para la vida. Mientras sus hermanas se fajaban con las materias formales que las catapultarían a la universidad, Andrés compartía algunas horas de estudio con oficios prácticos. En algún momento le tocó alistarse en un programa donde trabaja en los supermercados Publix y ayudaba en varias funciones. Recuerdo que le encantó la pasantía por la panadería; me temo que seguro picoteaba algún pedazo de pan de vez en cuando, pues su bondad es solo comparable con su apetito.

En dado caso, en un momento le tocó la labor de llenar las bolsas de los clientes en la caja, quienes amablemente y debido al buen servicio recibido, le dejaban alguna propina. El colegio, por norma, prohibía la recepción de tips por parte de los pasantes, cosa que preocupaba a mi hermana quien se lo recordaba frecuentemente. Un día Andrés llegó con unos dólares y le dice a Elisa: “Mamá, dije que no todo el tiempo, pero igual me lo dieron”. Poco tiempo después, en un viaje que hicieron a Londres, a mitad de vuelo las aeromozas pasaron haciendo una colecta y en menos de lo que espabila un cura loco, Andrés ¡zas! sacó sus dólares del bolsillo y los entregó íntegros a UNICEF. Cuando Elisa relató lo sucedido a dos de las profesoras del programa de educación especial, una de ellas dijo: “Daré la orden para que a este alumno se le permita recibir propinas

El segundo cuento es más reciente, hace algunos meses. Desde Fundación Impronta habíamos

activado la campaña “Cuarentena en Caucagüita” para apoyar con alimentos e implementos de higiene a las familias más vulnerables de Caucagüita. Viendo que mi lista de contactos ha sido ya bastante raqueteada, pedí a mis sobrinos del norte activarse a ver si expandíamos la base de donantes de la fundación. El acto de pedir no es tarea sencilla y la gran mayoría me transmite su dificultad o pena para llevarlo a cabo. Sin embargo, la personalidad de Andrés evade temas asociados a penas y otras dificultades clásicas de nosotros como seres humanos; así que diligentemente se activó y pidiendo apoyo a su mamá, comenzó a distribuir su propio mensaje entre sus amigos - y sus madres - del programa de Special Olympics del cual es un activo miembro en la ciudad del Doral. Además de recaudar unos buenos fondos, ahora las redes de Impronta cuentan con una variada y singular gama de seguidores muy activos, que honestamente me alegran la vida.     

Lo mejor queda para el final. La tercera anécdota está aún calientica. Entrada la cuarentena Andrés se graduó en un emotivo acto a distancia del cual, como de costumbre, nos hizo partícipes asegurando nuestra presencia vía Zoom con mucha antelación. A partir de allí y cuando las circunstancias lo permitieron, Elisa reactivó su trabajo y Andrés comenzó a acompañarla regularmente a Pompano Beach. Se trata de una pequeña fábrica de ductos de aires acondicionados que han asumido con mucho trabajo e ilusión. Luego de algunos días, uno de los socios dio a Elisa un billete de cien dólares para que se los entregara a Andrés como compensación por su esfuerzo al irse vinculando con el trabajo. Elisa, quien pondera en su justa medida el valor del trabajo, consideró inconveniente otorgarle a Andrés ese dinero pues estaba acompañándola sin realizar francamente un trabajo real.

Me llama Elisa emocionada el día que me cuenta la siguiente parte de la anécdota. Fueron

pasando los días y Andrés empezó a vincularse con el trabajo. En palabras de ella “lo más bonito fue querer aprender y estar seguro de nuevos retos”. Por iniciativa propia se acercó a un trabajador que corta en el plasma, quien con una gran paciencia empezó a enseñarle a Andrés. Y así, cada día fue haciendo algunos cortes, doblando los extremos de los ductos y aprendiendo algo más del oficio, asumiéndolo con paciencia. Viendo los avances, Elisa le cuenta del billete de cien dólares que tenía guardado y se los da en reconocimiento de sus verdaderos avances. Me cuenta mi hermana que acto seguido de recibir el dinero, le pregunta: “Mamá ¿y cuánto es que cuestan las becas del plan vacacional de mi tío Nano en Venezuela?” a lo que Elisa le dice que son cincuenta dólares por cada chamo de Caucagüita. Casi, sin agarrar el billete responde: “bueno, allí tienes dos becas más para depositárselas a Impronta” 

En fin, lo que podríamos considerar su primer sueldo, sabiendo además que a Andrés le gusta de vez en cuando darse sus gusticos, ha decidido otorgarlo completico para que unos chamos acá en Venezuela puedan pasar una semana diferente. Sencillamente, no tengo palabras; díganme ustedes si eso no es ser verdaderamente especial.   

Este personaje está hoy resguardado en su cuarto con covid19. Seguramente habrá sido una semana sintiéndose como león enjaulado, pero atento a cada movida de la relación de Messi con el Barça, pues el fútbol y particularmente el equipo culé, además de la bondad son su otra gran pasión.  

5 de septiembre de 2020

sábado, 25 de julio de 2020

¿Por dónde sale el sol?

Bernardo Guinand Ayala

 

Diciembre de 2001, todavía rondaba mis veinte y todo acontecimiento era aprendizaje puro. Aún con los tres años previos de experiencia en una institución no lucrativa, poco sabía de fundraising y menos de diplomacia. Afortunadamente tuve excelentes maestros y esta anécdota se la debo a ellos.

 

El Padre Luis Ugalde me había encomendado la retadora tarea de hacer del Centro de Salud Santa Inés UCAB un modelo que aspirara al autofinanciamiento, pero sin descuidar jamás el perfil de los pacientes a los que queríamos atender. Durante esos primeros años nos habíamos abocado a la tarea de buscar la fórmula para lograrlo. Un componente clave en la ecuación era encontrar financiamiento externo para los equipos médicos, haciendo más accesible la tarifa al paciente al no trasladarle esa cuota de inversión. Por su parte, los pacientes – provenientes en su mayoría de Antímano, La Vega, Caricuao y Macarao - contribuían con los costos de insumos, honorarios médicos, personal y mantenimiento. Esa fórmula, convertida luego en una de las claves del éxito del modelo, la denominamos “corresponsabilidad en el financiamiento”.

 

En esos momentos, mi trabajo era más hacia lo interno, tratando de equilibrar ingresos con egresos, conociendo muy bien la estructura de costos de la institución y generando buenas alianzas para alcanzarlo. La labor de fundraising la encabezaba fundamentalmente nuestra recordada María Matilde Zubillaga, en su rol de Gerente General.

 

Santa Inés creció de manera vertiginosa durante muchos años. A medida que abríamos nuevos servicios, mayor era el nivel de autofinanciamiento, pues los nuevos servicios rápidamente cubrían sus costos directos y dejaban una cuota para cubrir los indirectos. El modelo funcionaba. Transcurría el 2001 y habíamos estado planificando la apertura del servicio de gastroenterología para el año entrante, lo cual representaba un desafío mayor, pues a diferencia de muchas otras especialidades, un buen servicio de gastro debía considerar de entrada el establecimiento de una unidad de video endoscopia de vías digestivas.

 

Durante meses, María Matilde, con el apoyo cercano del Dr. Carlos Eduardo Paradisi que, además de ser nuestro Director Médico era gastroenterólogo, había estado preparando el proyecto para una convocatoria que había realizado la Embajada del Japón en Venezuela. Recuerdo que hasta broma le echábamos a MM pues no hacía sino reunirse con el Sr. Ikuo Takahashi de la embajada. La dupla técnica Zubillaga-Takahashi abonó todo el terreno para completar - con rigurosidad japonesa - todas las demandas del proyecto, mientras Paradisi y yo buscábamos las diversas cotizaciones de los equipos de endoscopia avanzados para la fecha.

 

Con el verdadero trabajo ya realizado, fuimos invitados a la Embajada del Japón para presentar el proyecto directamente al embajador. De ese día vienen los aprendizajes que ahora, a la distancia, he valorado y me han servido de anécdota para hablar de claves del fundraising.

 

Al saber que seríamos recibidos por el embajador Dr. Masateru Ito, lo razonable era que nos acompañara a la cita el Padre Ugalde en su rol de máxima autoridad de la fundación. Agradecí profundamente la invitación, pero obviamente la clave estaba en la presencia de Ugalde, María Matilde, el Dr. Paradisi, así como la compañía de Mafer Mujica por prensa UCAB.

 

Luego de acomodarnos muy protocolarmente en el sofá del despacho del embajador, un atareado Sr. Takahashi entraba y salía como quien tiene todo el peso de la responsabilidad, afinando documentos y esperando que todo se cumpliera a la perfección. El Embajador Ito se comportaba con total normalidad y comodidad, hablando un perfecto español [gracias a este escrito supe que su verdadera vocación es ser traductor de obras de la literatura japonesa al español y viceversa] mientras que Ugalde también se movía a sus anchas.

 

Una vez hechas las introducciones de rigor, el embajador hizo una sola pregunta: “¿por qué nosotros?” Recuerdo que en ese momento lo primero que pensé fue: “tan sencillo como que ustedes abrieron una convocatoria, nosotros nos enteramos, las bases daban pie a financiamiento de equipos médicos y además los montos establecidos correspondían”. Menos mal no me tocaba responder. Yo era un espectador aprendiendo lecciones de diplomacia.

 

Toma la palabra mi muy recordado y querido Dr. Paradisi, quien siendo gastroenterólogo dice: “Señor Embajador: este equipo permitirá el diagnóstico temprano de tumores de vías digestivas, entre ellos cáncer de estómago que tiene una altísima tasa de incidencia en el Japón, es decir, este es un tema especialmente sensible para los japoneses” Evidentemente yo no tenía idea de ello, pero me pareció brillante la respuesta de Paradisi. Sin duda sabía de lo suyo e iba bien preparado. Pensé: “punto a favor”.   

 

Pero la cosa no quedó allí, el Doc retoma la palabra y continúa su exposición: “Pero aún más importante Sr. Embajador, dentro de las mayores casas comerciales con tecnología de punta, hay tres en Venezuela y dos de ellas son japonesas. Ustedes fabrican en Japón los mejores equipos de endoscopia y la cotización anexa al proyecto es un equipo marca Fujinon, representado por una empresa cuyo dueño es un japonés residenciado en Venezuela y con quienes queremos además establecer un contrato de mantenimiento” En pocas palabras, Japón se pagaba y se daba el vuelto. Yo estuve a punto de pararme a aplaudir a Paradisi; jamás había considerado que el proyecto estuviera tan redondito.

 

Sin embargo, como si no fuera suficiente, una vez que el Dr. Paradisi terminó su brillante

exposición, el Embajador voltea hacia Ugalde, así como esperando que su legítimo interlocutor le responda a su pregunta “¿y por qué nosotros?”. Al sentir la mirada encima, como quien se siente interpelado pero con una actitud de profunda calma, Ugalde capta el mensaje y responde muy suavemente: “Y a quien más íbamos a pedir de primero, si el sol sale es por el Oriente” Bueno, casi caigo como Condorito ¡Plop! Pronto en 2002 estaríamos inaugurando nuestra consulta de gastroenterología junto a su modernísima unidad de video-endoscopia de vías digestivas marca Fujinon y financiada al 100% por el proyecto de cooperación japonesa.    

 

Esta anécdota la he usado luego en todos los talleres, diplomados y clases de fundraising que he dictado para recordar dos premisas claves. La primera, es quizás uno de los mayores y principales aprendizajes en fundraising: “People give to people”- “Las personas dan a las personas”. Obvio que existen instituciones, procedimientos, parámetros, convocatorias estructuradas, pero a la hora de pedir, la gente es la clave, la que pide y la que da. La confianza nunca se genera entre procedimientos o instituciones sino entre las personas que las representan. Las personas, las instituciones y los gobiernos dan a quienes confían.

 

La segunda moraleja tiene mucho que ver con el relacionamiento con grandes donantes. En dichos casos, el que pide, es clave. Por más expertos que puedas hacerte en materia de fundraising, quien abre la puerta, quien da entrada porque conoce a un donante, es fundamental. Así como para el embajador, Ugalde suponía su contraparte válida, muchas veces nos queremos lucir tratando de deslumbrar a un potencial donante con nuestro conocimiento técnico de un proyecto, cuando lo primordial es que nos dé entrada alguien en el cual el donante confía.

 

Cuando, años más tarde, Ugalde me propuso formarme en esta materia, no solo aproveché la oportunidad de hacerlo técnicamente, sino que traté de identificar y transmitir a otros, el bagaje de experiencias vividas al haber visto en acción a quienes saben por dónde siempre sale el sol.    

 

          25 de julio de 2020


lunes, 6 de julio de 2020

Un hombre bueno


Bernardo Guinand Ayala

Llegamos finalmente a la calle Guatemala en Palermo Viejo, pero Paco - como siempre - se
Celebrando el Día de los Voluntarios
quejaba que le hacía correr un maratón en Buenos Aires. “No te quejes Paco, hoy no hemos caminado casi nada y ya en esa esquina debe ser”. El día anterior, que había sido domingo, nos habíamos llevado un chasco almorzando en Puerto Madero luego de una caminata kilométrica y no podíamos regresar a Caracas sin reivindicar a la parrilla argentina. 

Aquel domingo había sido día libre luego de haber asistido nuevamente a un congreso de fundraising en Buenos Aires. Probablemente Paco era de las personas que más sabía hacer fundraising en Venezuela, pero tan discreto y humilde como solía ser, se quedaba bien calladito y decía que el experto era yo. Así era él, mucho más trabajo efectivo que parafernalia, fotos o redes. Y ese trabajo efectivo ha ayudado, junto al tesón indiscutible de Erika - su fundadora - a consolidar por casi 25 años una de las organizaciones sociales de mayor prestigio en Venezuela: Hogar Bambi.   

Bueno, estoy como mi papá yéndome por las ramas. Ese domingo habíamos comenzado la jornada, a petición de Paco, asistiendo a misa en la Catedral de Buenos Aires, la mismita donde fue arzobispo el Papa, por cierto, el mismo nombre de Paco: Francisco. Agradecí su insistencia y luego fuimos a caminar por San Telmo. “Bernardo, recuerda que yo no estoy para grandes trotes, siempre me llevas engañado” Y entre conversa, tiendita aquí, tiendita allá, mercado de San Telmo y una cuadra más allá, se fue pasando el día. “Pide un taxi, que ya recorrimos San Telmo enterito” Y de verdad traté de parar el taxi o el remise o incluso tratar de pedir un Uber, pero algo pasaba ese día en la ciudad que ninguno quiso llevarnos a Puerto Madero. En fin, fui el responsable de las ampollas de Paco y del regaño permanente, pero sé que sinceramente disfrutó el trayecto.

Vaya larga introducción para hablarles de Francisco “Paco” Segnini, esa maravillosa persona, que aunque varios años mayor que yo, pude llamar amigo. Ayer, al saber la noticia de su inesperada partida, me di aún más cuenta de la amistad que nos teníamos. ¡Cómo he llorado Paco, cómo me ha pegado tu pronta despedida! Que pérdida tan sensible para las organizaciones de la sociedad civil venezolanas.

Paco llevaba una pila de años vinculado a Bambi y entre aquel convenio que hicimos para atender a los niños de Bambi en el Centro de Salud Santa Inés UCAB, así como la presencia permanente en redes como REDSOC y FIPAN, fuimos construyendo la amistad. Él, calladito, fue haciéndose un verdadero experto en fundraising, pues Hogar Bambi no ha dejado de crecer en casas de acogida para niños y adolescentes y hay que ver lo que significa mantener 4 casas, adquirir y remodelar la 5ta y sobre todo atender, dar cariño, amor, educación, cuidados médicos, atención psicológica, alimentación completa y un largo etcétera a 105 niños que dependen de ellos.

Una anécdota cuenta que Paco estaba tan compenetrado con Hogar Bambi que se “llevaba el trabajo a la casa”. Lo contaban a manera jocosa a raíz de su vínculo afectivo con los chamos, pero muy especialmente con Rodrigo, a quien adoptó más adelante. Rody, como muchos niños de Bambi había llegado de bebé y según recuerdo, una noche que necesitaba cuidados muy especiales, Paco lo llevó a su casa. Luego vinieron una serie de operaciones de corazón y Paco se convirtió en su protector. Al crecer, Rody lo empezó a llamar “papá”, cosa por la cual le llamaban la atención en Bambi. Él decía que Rody lo hacía motu proprio y efectivamente había escogido a su papá.

Recuerdo el día que Paco me contó que Rodrigo había sido aceptado para estudiar en la UCAB. Lloraba de emoción, orgulloso y feliz. Yo solo podía pensar en la fortuna de Rody de haber podido tener esa oportunidad en la vida de encontrarse a Paco en el camino. Hoy, lloroso y descompuesto, pero sacando temple para no quebrarse, junto al ataúd de su padre, le prometió completar su carrera, sacar lo mejor de él y seguir adelante. Solo le recriminó el hecho de que hubiese sido tan sobreprotector y ahora se siente indefenso.

Paco fue mucho más nueces que ruido, más trabajo efectivo que figuración, fue – parafraseando a San Ignacio – de aquellos que puso el amor más en las obras que en las palabras. Fue hombre de valores, de compromiso, de entrega;  donde la dignidad de las personas – particularmente la de los niños de Bambi – siempre estuvo por delante. Recuerdo verlo molesto en un congreso de fundraising, cuando los expertos nos explicaban las técnicas de mercadeo sobre el efecto de las emociones en los donantes. Se negaba a mostrar a sus niños vulnerables. “Mis chamos no saldrán tristes ni desprotegidos, así eso ‘venda más’. Justamente por tener a Hogar Bambi es que, a pesar de sus adversidades, son hoy niños felices”.   

FIPAN nos acercó y acrecentó nuestra amistad. Veo hacia atrás, cuando acepté ser parte del
Consejo Directivo de FIPAN, de las cosas que más agradezco son las personas que he tenido cerca, sus consejos, su amistad sincera. Aprendí con Paco a valorar mucho más el voluntariado, al punto que ahora lo veo como cimiento clave de mi propia fundación. Quizás la celebración del Día Internacional del Voluntariado, cada 5 de diciembre, haya mantenido vigente a FIPAN durante estos últimos años y eso no ha sido, sino la terquedad de Paco de mantenerlo vivo, de poner encaletadito unos fondos que siempre logró encontrar para seguir, de involucrar a su gente, de celebrar con otros, de reconocer el trabajo de muchos, mientras él, literalmente se escondía tras los telones. “¡Grande Paco, qué nivel!” diría José Bernardo Guevara una y otra vez cuando proponía y hacía. 

Valores, entrega, compromiso, pasión, dignidad, humildad, trabajo bien hecho. Paco fue un tipazo, un súper héroe como siempre lo llamó su hijo, incluso en aquel mensaje que nos hizo de sorpresa cuando entrevisté a Paco para el Radar en Positivo en RCR y que nunca nos perdonó por haberlo hecho llorar en vivo. Y es que Paco era sobre todo, un hombre bueno.   

Llegamos finalmente a la calle Guatemala en Palermo Viejo. “Viste Paco, aquí llegamos, Parrilla Don Julio en la esquina Gurruchaga. Te prometo que almorzamos y nos regresamos en taxi” Esa tarde Buenos Aires retribuyó toda la fama de sus carnes y su atención. El lugar estaba a reventar, pero tuvimos chance de encontrar una mesa para nosotros. Así te recordaré Paco, una buena conversa, soñando en la sostenibilidad de nuestras organizaciones, en cómo apoyar a FIPAN, en seguir a pesar de las adversidades. Y dando gracias a Dios por la amistad, por reconocer el privilegio de estar allí, comiéndonos aquel jugoso bife de chorizo, con papas y la ensalada de rúgula que casi te comes el plato. ¡Ah! claro y aquella botella de Malbec mendocino que coronó la tarde. Regresamos en taxi, así como ayer decidiste tomar otro rumbo al cielo de manera prematura. Hubiese preferido que hubiésemos caminado un rato más.      
                   
          
          6 de julio de 2020

sábado, 23 de mayo de 2020

Un típico jesuita


Bernardo Guinand Ayala

Junto al P. Adolfo Nicolás sj
Había sido una mañana extraordinaria. Desde hacía algunos meses, la curia provincial de los jesuitas en Venezuela nos había encomendado recibir aquel día al Superior General de la Compañía de Jesús en el mundo, tradicionalmente conocido como el “Papa Negro”. Para esa fecha - abril de 2014 - el Padre General era un jesuita español, que de manera muy similar a otro recordado superior como el Padre Arrupe o incluso uno de los fundadores de la orden como San Francisco Javier, había destinado su carrera pastoral en Asia. Su nombre Adolfo Nicolás y hoy he decidido contar esta anécdota, que por años he tenido en el tintero, a propósito de su fallecimiento este pasado 20 de mayo.

La famosa pasarela del Parque Social. Caricatura de Meollo Criollo
Aquella visita había estado en tres y dos. El primer trimestre de aquel 2014 había sido terrible en Venezuela a raíz de las protestas que se agudizaron en febrero a partir del día de la juventud. Sin embargo, aún con la situación de tensión - ¿cuándo no? - aquella mañana de finales de abril nos permitió mostrarle al P. Nicolás sj el trabajo social que venía desarrollando la UCAB con gran compromiso. Pasear al Padre General por todo el Parque Social P. Manuel Aguirre sj era todo un privilegio. Recuerdo que en su alocución en medio de la plaza concluyó diciendo “Creo que aquí en el Parque Social se están realizando todos los sueños que tenemos en la Compañía de Jesús de hacer un puente, la pasarela esa famosa que hemos visto. Ánimo, esta es la vía… sigan construyendo pasarelas y puentes que nos acerquen a la gente”

Después de una mañana que casi valdría para otro cuento, tuve la suerte de anotarme en la
Recorriendo el Parque Social junto a Adolfo Nicolás sj
visita que daríamos con nuestro insigne invitado a la parte alta de La Vega, donde los jesuitas y la Universidad Católica han sostenido una dilatada trayectoria de trabajo pastoral, voluntariado estudiantil y verdadero compromiso social. Debía ser algo más de mediodía y con el calor a cuestas nos resguardamos en la casa de la comunidad de jesuitas que queda contigua al Colegio Andy Aparicio de Fe y Alegría en el sector Las Casitas. Para ese momento tres jesuitas jóvenes residían allí y con mucho entusiasmo transmitían al “gran jefe” los avatares de su vida en comunidad.

No sé cómo llegamos a ese punto, ni cómo sucedieron las cosas pero en cierto momento arrancó una interesante conversa entre curas sobre quien estaba más cerca de Dios. El disparador había sido la reciente canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II ya que el tema de la santidad despierta múltiples emociones, más aún entre los siempre agudos jesuitas. Ahora bien, lo verdaderamente insólito es que después de esa disertación me quedé solo en un pasillo de la casa y sin saber cómo, de repente me encontré conversando en privado con el Superior de la Compañía de Jesús.

Hna. Pari (Una Santa de carne y hueso)
Después de tanta conversación teologal, no me quedaba más que aterrizar el tema a un plano más terrenal y le comento al padre Nicolás que yo estaba convencido de la existencia de los santos más cercanos, los de carne y hueso, aquellos que seguramente no van a ser canonizados pero llevan una verdadera vida de santidad. En mis comentarios me refería sin duda a la hermana Pari, sobre quien escribí uno de mis primeros post titulado “El día que contraté a una Santa” http://revistasic.gumilla.org/2015/el-dia-que-contrate-a-una-santa/ y le hice mención al video en el cual ella hablaba justamente de la pasarela – del Parque Social - como símbolo de conexión entre la universidad y nuestros vecinos más vulnerables, tal cual como él había también referido esa misma mañana.

Luego de esa introducción a la conversación, toma la palabra, baja el volumen de la voz y me dice - más o menos - algo así: “te voy a confesar algo, yo siempre tuve algún tipo de problema con esto de los santos. A mí me incomodaba profundamente ver las campañas que se hacen o las presiones que en la historia han existido para que alguien llegue - formalmente - a ser santo”. Mi sorpresa no se hizo esperar, imagino que mi cara - entre la confesión y ser receptor de tan abierta conversa - se debe haber notado. Pero el Padre Superior continuó: “Tenía ese problema e incomodidad hasta que yo mismo tuve que hacer mi propia clasificación de los santos y sentirme en paz. Ahora los tengo clasificado en cuatro escalafones y cada vez que pienso en alguno que me genere tal incomodidad, lo pongo en mi orden y listo”

Entonces, pasó a revelar sus cuatro categorías de santos, que si mi memoria no falla o con algún pequeño detalle que quizás pueda haber variado sería algo así. “La primera categoría son los Santos Indiscutibles, donde fundamentalmente yo ubico a los fundadores de la Iglesia, a los apóstoles. El mejor ejemplo de esta categoría vendría dado por San Pedro y San Pablo, indiscutiblemente. Allí nadie tiene dudas”

Volteo para los lados y nadie se acerca ni interrumpe nuestra conversación. Sigo siendo el privilegiado de tener exclusivamente esa tertulia, aunque supongo que a muchos más lo habrá contado a lo largo de su vida. Entonces pasa a hablar de la segunda categoría cuyo nombre era algo así como Vidas de Santidad. “En esta segunda categoría yo ubico a aquellas personas que verdaderamente llevaron una vida admirable y un legado importante para la Iglesia, una vida de santidad. Allí ubico a algunos grandes fundadores de órdenes religiosas, así como aquellos que sentaron unas bases sólidas para llegar a la Iglesia de hoy” Por supuesto que entre los primeros que nombró destacó a San Ignacio de Loyola, sin embargo aparecen allí grandes hombres y mujeres como San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Santa Teresa de Jesús, San Francisco de Asís por nombrar algunos.

Llegó el momento crucial de la conversación. La tercera categoría realmente ere el meollo de todo su conflicto con la iglesia, que recordemos, está conformada por hombres y mujeres, con sus egos, deseos y toda típica característica del ser humano. Entonces me dice: “Antes me enojaba mucho ver en un mismo pedestal a santos destacados con algunos otros que creo que no están a la misma altura; mucho peor cuando sentía que su canonización venía por presiones de ciertos sectores de la iglesia. Pero para ellos inventé la categoría Medalla de Honor. Entonces, cuando siento que algún caso me genera algo de conflicto interno me digo internamente, a ese le otorgaron su medalla de honor, me tranquilizo y paso la página. Desde que asumí eso, soy más feliz”.

Curiosamente, había dicho todo eso y aún estábamos él y yo. Quizás para la cuarta categoría podría haberse acercado alguien, pero allí no había mucho más que agregar: “La cuarta categoría ya me la has dicho tú, son esos santos de carne y hueso, sin duda esas vidas increíbles de santidad que solo la gente que vivió alrededor de ellos lo pueda constatar. Allí está la religiosa que mencionas y cientos de miles de historias similares”.

P. Adolfo Nicolás sj y P. Arturo Peraza sj 
Llegó el tiempo de agarrar el jeep y bajar de La Vega. Después de la cena de aquel día en la residencia de los curas en la UCAB no lo volví a ver, aunque seguí su trayectoria. Siendo un hombre de estos tiempos - aunque su cargo fuera vitalicio - decidió dar un paso a un lado en 2016 y convocó una nueva Congregación General de la cual resultó electo el venezolano Arturo Sosa Abascal como nuevo Superior General, siendo el primer jesuita no europeo en llegar allí. Esta semana Adolfo Nicolás sj murió en Japón; no podría especular sobre todos los detalles de su vida, pero entre la manera en que lo describen como “una persona de espíritu alegre y servicio”, así como la agudeza mezclada con ese humor tan peculiar que pude disfrutar en vivo, podría decir que fue un típico jesuita. ¡Descansa en paz!                 
          
23 de mayo de 2020