domingo, 12 de octubre de 2014

Desesperanza y redes

Últimamente había estado bastante esperanzado. Y como dicen algunos autores, la esperanza no se basa en la capacidad de predecir el futuro, ni saber lo que realmente va a suceder. Es una fuerza que viene de adentro y aunque objetivamente el panorama no luzca ni claro, ni alentador, dicha fuerza es algo que se mueve por sí misma y sigue empujando hacia adelante. He llegado a pensar que es un mecanismo de autodefensa que me convence de que estoy haciendo lo que tengo que hacer. 

Pero esta última semana ciertamente ese impulso ha bajado y varias circunstancias me han hecho perder algo de esa energía. Es algo a lo que nos hemos venido acostumbrando los venezolanos, esta especie de montaña rusa constante de emociones. Cierro la semana en la bajada y escribo estas líneas para manifestarlo, aún sabiendo que mis razones son eminentemente personales y subjetivas.

Esta semana volví a confirmar una percepción que tengo desde hace tiempo con respecto al comportamiento de las personas en redes sociales. Sé que el tema suena algo banal y que evidentemente no tengo base científica para confirmar lo que he observado, pero lo comparto como parte de mis preocupaciones sobre la sociedad que somos o deseamos ser. Cada vez que en mis redes, ya sea Twitter, Facebook o Instagram publico algún comentario o foto sobre el tema político y sobretodo si ese comentario es algo visceral y antigubernamental, hay una alta probabilidad de que sea retuiteado o "likeado" inclusive por algún importante miembro de esas redes, de lo cual se generan nuevos RT y probablemente gane algunos cuantos seguidores. Hasta aquí la cosa me parece que va bien, es algo totalmente normal y es parte de la dinámica convencional en el uso de estas fabulosas vías de comunicación.
Sin embargo, por el contrario, he confirmado que cuando escribo algún tema que esté relacionado con las palabras: trabajo, esperanza, solidaridad, compromiso, Amigo Solidario; la tasa de RT o de "likes" es mínima o nula e inclusive en esos momentos pierdo los seguidores que con la verborrea política había ganado. 

Por supuesto que quien esté leyendo esto se hará mil hipótesis en este momento, muchas de las cuales también me he hecho: no debo ser un buen comunicador, no tengo evidencias claras, es comprensible con la polarización que vivimos, etc, etc, etc. Es cierto, pero lo que relato me ha pasado tantas veces que no deja de sorprenderme. Y me espicha y desilusiona cada vez. 

Siento que estamos tan mal como país, que queremos que termine de destruirse para dar un viraje. No queremos ver ni saber de buenas noticias, pues parecen un retroceso a nuestra intención de que termine de caer el gobierno. Y lo peor, hablamos, opinamos, damos las mejores sugerencias por vías digitales, pero poco nos comprometemos con el cambio. Esperamos líderes, reclamamos las erradas acciones de la oposición, convertimos de la noche a la mañana a nuestros héroes en cobardes porque las cosas no salieron como queríamos y aún así no nos damos cuenta que somos nosotros como sociedad los que debemos cambiar y sólo así la política cambiará. Ya lo decía Havel al analizar los eventos de la Primavera de Praga: "Una cosa sin embargo parece clara: el intento de una reforma política no fue la causa del despertar de la sociedad, sino su resultado último".

Al escribir estas líneas corro un riesgo pues me siento como el cura que en la misa del domingo reclama a los presentes que ahora la gente no va a misa. Y a nadie le gusta el cura regañón. Sin duda quien lea esto, será de los más identificado con mi punto de vista, pero es necesario hacer más ruido y saber que el destino de Venezuela depende cada vez más de nosotros. Cada día siento más el mal que nos ha hecho el petróleo, no sólo porque convirtió a los gobiernos en autosuficientes y autónomos de la sociedad que les debería - en condiciones normales - mantener, sino porque convirtió a los ciudadanos en personas conformistas que se excusan de todo con el petróleo: que si este gobierno no lo sembró bien, que si deberíamos repartirnos las utilidades y asignarnos las acciones, que si el petróleo esto o aquello. Mi núcleo familiar se sustenta de una actividad, que aún sin fines de lucro, da un servicio en salud a la colectividad y se autofinancia. Producimos algo tangible y de eso vivimos. No nos llega ni una gota de petróleo, gracias a Dios, pues eso nos ha hecho más comprometidos y competitivos. Y así, las otras 130 personas que trabajan conmigo. Y así, la gran mayoría de la sociedad venezolana.

Mucha gente me manifiesta su aliento por el trabajo que desempeño, pero nos ha costado un mundo poder convencer a unos pocos para que sean Amigos Solidarios, con todo y que no pedimos millones sino lo relativo a cualquier gasto superfluo mensual que cualquiera de nosotros - privilegiados - hace sin espabilar. Ya eso, salva vidas y acrecienta la esperanza en Santa Inés. 

Por otro lado, mi mayor motivo de desesperanza está en quienes "ni lavan ni prestan la batea", en aquellos que truncan procesos aunque hablan de solidaridad, en aquellos que motivos personales o el temor al riesgo los paraliza y no actúan, cuando el país nos pide actuar de manera decidida. Tengo años pidiendo mandar un solo mensaje de Amigo Solidario por una lista de base de datos de egresados de la UCAB, pero parece que en nuestro país es más importante ofrecer una promoción de celulares que vender solidaridad. Eso me entristece y me hace repensar muchas cosas. A la final, sé que si un día decido marcharme de Venezuela, será más por la gente cercana que se encerró en su status quo y en sus comodidades, que por el malandro o el chavista que piensa distinto a mi. 

Me disculpan lo emocional y directo, pero este rollo no es ni del gobierno, ni del petróleo, ni de Maduro. Cuando sea nuestro, empezaremos a cambiar. Y lo que hacemos no son dádivas para unos pobres que no quieren trabajar. En este país la gente merece ser tratada con dignidad. Y es para eso que una y otra vez animo a que se den el gusto de ayudar, así como reconozco que hay que evaluar las maneras como pretendemos transmitirlo para convencer, pues no lo hemos logrado en las dimensiones deseadas. Por cierto, espero no ser contraproducente con este post.

En fin, la desesperanza llegó esta semana disfrazada de apatía de unos e inacción de otros llamados a actuar. Pero no dudo que mi esperanza vuelva a surgir pronto con tan sólo ver el rostro o conocer la historia de algún otro venezolano que extendamos la mano con dignidad.