jueves, 12 de octubre de 2017

4 lecciones de vida en 42k

 Bernardo Guinand Ayala

Llega el otoño al hemisferio norte y acabo de terminar mi quinto maratón y primero que
realizo de los World Marathon Majors. Aun cuando logro hacer el segundo mejor tiempo de mi corta carrera en el asfalto, no me siento satisfecho pues me había preparado e ilusionado para más. Un calambre en el último cuarto de la carrera me destrozó los planes iniciales y así como en la vida, tuve que reaccionar para poner en marcha el plan “Z”: terminar lo mejor posible. Paradójicamente, las lecciones más duras nos dejan los mayores aprendizajes.

Es impresionante como una “simple” carrera de 42 kilómetros puede tener tantas similitudes con la vida cotidiana. En un flash que nos puede tomar unas cuantas horas de una mañana, podemos ver a la velocidad de una película, una vida entera. No seré el primero en escribir una comparación entre la vida y un maratón, menos pretendo enseñar a otros cómo vivir, pero me atrevo a compartir estas 4 reflexiones [y una ñapa] que me llevo luego de haber recorrido las calles de Chicago.

Carrera de resistencia. El maratón, como la vida misma son carreras de resistencia. No son simples explosiones de velocidad que ocurren a la misma intensidad. Como todo proceso relativamente largo, encontramos a través de su recorrido altos y bajos, momentos de aprendizaje y también de ocio, momentos felices y otros no tantos.

En un maratón los primeros kilómetros suelen ser como la infancia, pasan demasiado rápido y somos plenamente felices, luego maduramos y solemos poner cierto piloto automático que nos permita ser “productivos” durante los largos kilómetros que suceden. El transcurrir de la vida de una persona trabajadora es algo así como lo que ocurre entre el kilómetro 10 y el 30. Pasan cosas importantes, pero estamos concentrados en comer kilómetros y mantener el ritmo para lo que suceda a futuro. Los últimos 10 - 12 kilómetros se asemejan a la vejez; nos hemos preparado para vivirla a plenitud, pero el cansancio está presente y es mucho más posible contar con algunos imponderables que la vida nos plantea. Debería ser un momento de goce y sosiego, pero sabemos que estamos retando a la vida misma.

Así pues, habrá momentos de velocidad efervescente, pero comprender que nos embarcamos en una aventura de resistencia, aguante y esfuerzo permanente es una primera similitud entre la vida y un maratón.
   
Nunca estamos lo suficientemente listos. Si algo queda claro al cruzar la meta, es que nunca terminamos de estar listos del todo. La primera vez que corrí un maratón lo hice prácticamente sin mucho conocimiento y supe que para mejorar debía asesorarme bien. Luego entrené con un buen plan y mejoré, pero al terminar me di cuenta de que no todo es correr, sino que debes fortalecer el core (abdomen, espalda, caderas) y cuando mejoré el core, pues aprendí que a las piernas o la nutrición les debes poner más atención. Y así ocurre también con la parte psicológica, las emociones, la preparación mental y la motivación.

Como todo en la vida, hay una gran cantidad de cosas que dependen de uno: el entrenamiento, la alimentación, la disciplina, el plan de carrera. En ello hay que poner todo el esfuerzo, pues no existen excusas. Sin embargo, hay también muchas otras cosas que se nos escapan de las manos: el clima del día de la carrera, situaciones no planificadas, alguna lesión o malestar de última hora. Allí no vale la pena mortificarse de más sino prepararse y, para los que somos creyentes, confiar en los planes de Papá Dios. Quizás una reflexión de San Ignacio resuma muy claro este punto: Haz las cosas como si todo dependiera de ti y confía como si todo dependiera de Dios”.

Si para hacer mi mejor carrera pretendo estar totalmente listo, nunca voy a salir a correrla, pues justamente los tropiezos son los que nos van diciendo qué cosas debemos perfeccionar. De igual manera, uno no puede parar de vivir para estar listo del todo. Recuerdo que una gran amiga, en esos momentos que se sentía abrumada por alguna situación de estrés, solía decir: “paren el mundo que me quiero bajar”.

Por otro lado, los seres humanos tenemos esa particularidad de chocar con la misma piedra varias veces. En todos y cada uno de los maratones he vuelto a cometer los mismos errores. El deseo de conquistar una meta o imponer un récord ciertamente te hace mejorar, pero también te tropiezas mil veces con obstáculos que ya conocías. Y así, la vida.     

Carrera individual: Nadie puede correr una carrera por ti, mucho menos, alguien puede vivir la vida por ti. Cada uno de nosotros viene equipado con su caja de herramientas útiles, así como defectos que nos pesan en la espalda. Lo que me sirve a mí, no necesariamente sirve a los demás y algunas virtudes que no logramos desarrollar probablemente a otros se les den de manera natural.

Casualmente esta carrera la terminé casi en sincronía con el cuñado de mi hermano. Solo 19
segundos nos separaron y aún así, ambos preparamos estrategias y planes diferentes. Ambos sufrimos los últimos kilómetros, pero mientras mi principal problema fueron calambres y rigidez de mis piernas, para él la alimentación durante la carrera fue el tema crucial.

De igual manera, la vida, así como el maratón dependen fundamentalmente de las expectativas que pongamos en ellos y esas expectativas son individuales. Yo no pretendería ganarle a los keniatas, pero basado en mi entrenamiento y experiencia previa, tuve la expectativa de hacer un mejor tiempo. Y en base a ello puedo sentirme desilusionado. Por el contrario, mi primo llegó algunos minutos detrás de mí, pero para él significaba su récord personal y el tiempo que soñaba hacer. Cada quien debe trazar su carrera [y su vida] de la manera que pueda desarrollar su máximo potencial.  

Compartida, es mejor.  Recalco que cada carrera es un desafío individual. Nadie vive la
vida de otro. Cada vida, cada persona es única, sin embargo, podemos compartir nuestra vida con otros y eso nos aligera el peso y le da mucho más sentido. Originalmente tanto por costos como por logística, mi esposa me dijo que me fuera solo a correr Chicago, sin embargo, aunque era mi reto, el compartirlo con mis seres queridos le da un valor extraordinario.

Junto con otro grupo de venezolanos, mi esposa recorrió toda la ciudad para vernos pasar en tres puntos de la carrera. Gritaron y animaron a los élites, a los latinos, a atletas con silla de ruedas y a los invidentes. Habré pasado frente a ellos unos pocos segundos y sin embargo la emoción es indescriptible. Creo que si se hace un estudio quedará demostrado cómo al pasar frente a tus familiares instintivamente aceleras el paso y se te pone la piel de gallina al escuchar tu nombre.

Cada uno de nosotros debe construir y trabajar en su propia vida, sin embargo, que emoción cuando alguien, manteniendo su individualidad, quiere además ser parte de la tuya. Quien anima, apoya y acompaña es tan clave como el que corre y el que vive.

Consejo final. No importa que tan dura haya sido la prueba, cuanto de logros o cuanto de aprendizaje haya representado. La vida va a tener imponderables, altos y bajos, emociones y decepciones, pero cada carrera como la vida misma es una sola, así que más vale que disfrutes su trayecto, aprendas de los tropiezos y seas capaz siempre, siempre, siempre, de levantar la cabeza al final y cruzar la meta con una gran sonrisa.        

12 de octubre de 2017