domingo, 11 de abril de 2021

Cómplices

Bernardo Guinand Ayala

“Nos hemos acostumbrado al sistema totalitario y lo hemos aceptado como un hecho inmutable, lo que nos ha ayudado a perpetuarlo”  Vaclav Havel

 

La historia se conoce, se escribe, se enseña abiertamente y aun así, que difícil resulta no repetirla incluso teniendo en nuestras manos el libreto de miseria que dejan como legado autócratas delirantes de poder. La clave de todo sistema totalitario consiste, o bien en despacharte o en acomodarte como a un rehén a sus reglas. Y el ser humano, con su instinto natural a la sobrevivencia, termina siendo cómplice de su propia calamidad. Es rudo reconocerlo y más chocante decirlo, pero es una de las características clásicas de estos sistemas hacerte saber que si no alzas demasiado la voz, podrías incluso aspirar a un poco de sosiego en la vida.


Recientemente, en un almuerzo familiar, vivía una típica conversación sobre esta situación. Asumiendo mi libre interpretación, la conversa versaba sobre algo así: “No se pongan a alborotar el avispero, ni a exponerse demasiado, que ahora por lo menos estamos un poquito mejor. Ustedes solos no van a cambiar nada, así que mejor no vayan a exponernos a los demás” La conversa incluso se ponía más aguda, indicando que unos - por sus ideales - podrían ser responsables de perjuicios a los otros. Me vino a la mente la clásica alusión que teníamos de nuestros mayores cuando se hablaba de la dictadura de Pérez Jiménez: “Si tú no te metías con el régimen, podías sobrellevar la vida tranquilamente”. No me toca sentar posición sobre quien tiene la razón - de hecho, cada visión es válida según cual sea tu prioridad - pero sí exponer que esa es la estrategia de los “poderosos” y nos neutralizan haciéndonos convenientemente cómplices de su régimen aterrador.  


Llevado a otro terreno, muy particularmente en los momentos de mayor auge de protestas, la clase media recriminaba a los más pobres poco acompañamiento en sus reclamos, casi acusándolos de depender vergonzosamente de una bolsa de alimentos suministrada por el régimen. Y es así, la bolsa Clap - y una larga lista de condicionantes como esta - es tan responsable del silencio de millones de venezolanos como algo de sosiego y libertades económicas lo son para los más pudientes. Y todos lo necesitamos, pero en ese silencio aletargado vamos olvidando en el camino, los anhelos, los sueños y las vidas de quienes han quedado atrás o de lo que podríamos ser como nación.

 

Soy también de los que busca una vida más ordenada y confortable, pero bajo esta reflexión me toca traer nuevamente sobre la mesa a aquellos neutralizados por tratar de no seguir siendo cómplices, pues tal como han hecho los judíos con el holocausto, a veces nos toca refrescar la memoria para nunca olvidar los atropellos de quienes abusan del poder. ¿Acaso nos podemos olvidar de la muerte de Franklin Brito o de cada persona herida o asesinada que salió a patear la calle en busca de libertad? ¿Acaso ya pasamos la página de aquellos que han cruzado las fronteras o han muerto en una balsa escapando de abusos y falta de oportunidades? ¿Qué hay de las víctimas de tortura o presos o exiliados por pensar distinto? ¿Qué hay de los niños víctimas de desnutrición o “dejados atrás” por haberles tocado fortuitamente nacer en el socialismo del siglo XXI? ¿Acaso hemos rebajado nuestra dosis de dignidad para pasar agachados y sobrevivir?


Y no, no reclamo a nadie más que a mí mismo para tratar de escapar de la complicidad silenciosa que nos obliga este tipo de sistema, que nos pone a unos contra otros para olvidarnos quien es el verdadero responsable de nuestras desgracias como país. Así, la clase media reclama al pobre su sumisión a la Clap, mientras el pobre hubiese esperado de este otro, acompañamiento en sus demandas por servicios básicos dignos. El que se fue pretende canalizar su impotencia dirigiendo el camino del que sigue aquí; mientras el de aquí cree que el que se fue vive todo color de rosa. Somos más crueles con nuestros propios dirigentes políticos y a su vez los dirigentes revientan la confianza de sus seguidores cada vez que se creen los elegidos. Y en ese circo interminable de auto-saboteo, el régimen aplaude y se consolida. Cómplice no es solo el soplón del barrio, el guardia nacional desalmado, el enchufado con las agallas más grandes o el narcotraficante aliado; cómplices terminamos siendo todos, que aun siendo una inmensa mayoría seguimos sintiendo que “solos no vamos a cambiar nada” y es mejor esperar la llegada de un salvador de otras tierras pues ya bastante hemos sacrificado.    


Luego de 40 años de atropellos del régimen totalitario en Checoslovaquia, Vaclav Havel tomaba el poder un primero de enero de 1990 en Praga y lejos de enfocar su discurso en los abusos de sus predecesores, mostraba la responsabilidad colectiva:   

             

“No podemos culpar de todo a los anteriores gobernantes, no sólo porque sería falso sino también porque desgastaría al deber que cada uno de nosotros se enfrenta hoy: concretamente, la obligación de actuar independiente, libre, razonable y rápidamente… La libertad y la democracia conllevan participación y, por tanto, responsabilidad por parte de todos nosotros”.    


No tengo plan, ni recetas mágicas. Quizás estas líneas sean para repetirme a mí mismo que, aun buscando algo de sosiego en la vida, dejar de sentir indignación no es una opción. Que quizás sea cierto que “un solo palo no hace montaña”, pero nunca olvidemos el inmenso poder que tendríamos como colectivo cuando hayamos logrado dibujar una propuesta de país en la que nos veamos todos representados. Esa sigue siendo una tarea pendiente y responsabilidad de todos.         

 

          11 de abril de 2021