domingo, 16 de diciembre de 2018

Un morral de oportunidades

Bernardo Guinand Ayala

La vida es parecida a una excursión. Nos plantea un trayecto por recorrer, en el cual esperamos alcanzar algunas cumbres e ir apuntando más alto. También vas aprendiendo que ese recorrido tiene subidas y bajadas, que hay terrenos planos, agradables, pero también algunos llenos de piedras y dificultades. Con el tiempo y algo de experiencia caes en cuenta que el propio recorrido es lo significativo, pero ese descubrimiento también es parte de la vida.

Como en toda buena excursión, para la vida también nos hace falta un morral lleno de herramientas necesarias para salir adelante. Sería absurdo pensar en acampar en el Pico Naiguatá, en la Laguna Verde o en El Himalaya sin tener en nuestro morral las provisiones necesarias para suministrarnos comida, techo o abrigo.

Cada ser humano llega a la vida con su propio morral y tratará de llenarlo lo mejor posible a lo largo de los años para poder llegar más lejos. Pero hay que destacar, que antes de haber hecho algo por nuestra cuenta, ese morral viene más o menos equipado dependiendo de una serie de circunstancias que nada tienen que ver con méritos propios. Es decir, realidades como el país donde naces, la familia donde creces, el lugar donde habitas, el nivel socio-educativo de tus padres, la existencia o no de padre y madre, el número de hermanos que tienes, el peso cuando naces y un larguísimo etcétera, que determinarán si tu “morral de arranque” está mejor o peor equipado.

La pobreza se caracteriza por ponerle a las personas al nacer un "morralito de arranque" esmirriado, y allí uno de los mayores dramas, pues estudios apuntan que aún hoy en día cerca del 80% de los niños que nacen pobres, seguirán siendo pobres cuando adultos (Informe de Cáritas España, 2016). Ese 20% estadístico que nació pobre y pudo salir de la pobreza, durante su vida ha tenido que hacer esfuerzos y sacrificios que, probablemente, ninguno de los que me lee es capaz de imaginar.

Cuando el año antepasado - Carolina Fernández y yo - soñamos con la creación de una organización no lucrativa para seguir apostando a este país, poniendo la mirada en los más vulnerables, teníamos claro que la dignidad del ser humano y la solidaridad con el otro serían ejes de nuestra Fundación. Comenzamos por escribir esos valores.

Cuando el año pasado constituimos Fundación Impronta apostamos con especial énfasis por los adolescentes, por ser un “target” en vertiginoso ascenso demográfico en toda Latinoamérica y aún poca atención, así como lleno de riesgos en las condiciones actuales del país [violencia, deserción escolar y embarazo adolescente]. De hecho, si quien nace pobre tiene 80% de posibilidades de seguirlo siendo, salir embarazada siendo adolescente, es como comprar el ticket completo de la pobreza para la madre y para el hijo. En otras palabras, es garantía que el morral de la vida se mantendrá pírrico para asumir retos y desarrollar su potencial.

En esa reflexión estratégica sobre cuál sería nuestra misión, la palabra “Oportunidades” apareció como clave para nuestro trabajo, ya que lejos de parecernos a lo que tanto criticamos, deseamos generar espacios, formación, redes, contactos que cada chamo pueda aprovechar, pero donde cada individuo sea gestor de su propio camino. Bajo esa reflexión, nuestra misión se enfocó en "generar oportunidades" para que esos jóvenes puedan sacar todo su potencial, es decir, poder ir llenando ese morral lo máximo posible, a pesar de las condiciones de partida de cada uno.

El año pasado también conocí Caucagüita, parroquia del municipio Sucre algo aislada y hasta olvidada. A través de un llamado del Radar de los Barrios para apoyar dicha comunidad en la organización de aquel masivo y contundente plebiscito ciudadano del 16 de julio de 2017, conocí a Henry Vivas, líder comunitario a quien tocó la tarea de montar los “puntos soberanos” de dicha parroquia. Meses después, Henry me escribe informándome que había instalado un comedor comunitario para 50 niños en la sala de su casa con el apoyo de Alimenta La Solidaridad - Petare y nos invitaba a conocerlo y ver de qué manera podíamos vincularnos. Me presenté con mi equipo de Impronta y el resto es historia. De ese sencillo contacto terminó germinando el elemento que faltaba para que Fundación Impronta tuviera un propósito contundente: una comunidad con la cual trabajar de la mano, interesada en nuestra propuesta y con deseos de construir juntos ese mundo de oportunidades.  

Durante 2018 nuestros esfuerzos se han orientado casi 100% a trabajar con nuestros aliados de Caucagüita. Jornadas de salud, plan vacacional, planes de formación, talleres, actividades recreativas, apoyo a los comedores; pero sobre todo construcción de vínculos que nos permitan apostar decididamente a futuro, así como alianzas para alcanzarlo. De hecho, al cerrarse la puerta para establecer un centro integral de atención a adolescentes en Petare [que era nuestra gran apuesta este año] se abrió una más grande para hacer lo propio en un centro comunitario medio abandonado frente a la iglesia de Caucagüita y en un entorno lleno de niños, adolescentes, jóvenes y mujeres deseosos en participar.

Haciendo evaluación de este año y planificando el que viene, nos tomamos un día para definir qué podemos ofrecer a diversos colaboradores, amigos, familia para vincularlos. “Vender oportunidades" en un país con hambre se hace cuesta arriba, aunque dentro de esas oportunidades - vía alianzas -  también se pueda considerar un plato de comida, solo que deseamos ir más allá. Y se nos vino a la mente la figura del morral, un “morral de oportunidades”, pues es una manera de hacer tangibles esas oportunidades. Hace poco, desde Panamá nos donaron unos cuantos morrales escolares y pudimos equiparlos de útiles y entregarlos a un grupo (aún muy reducido) de adolescentes como incentivo para sus clases. Nos dimos cuenta del impacto que ello podía tener, sobre todo por vincularlo al elemento más empoderador que puede existir, la educación.

Buscamos a quienes quieran sumarse en equipar esos morrales para nuestros chamos de Caucagüita y cerrar esa brecha de quienes llegaron al mundo con menos herramientas dentro de su equipaje. Ciertamente, en nuestras acciones, habrá elementos tangibles para llenar ese morral, como los propios morrales por ejemplo, así como útiles y cuanto insumo haga falta para desarrollar nuestro trabajo. Pero fundamentalmente nuestro morral puede llenarse con elementos o herramientas intangibles que permitan poner en contacto a cada niño o adolescente con sus talentos y virtudes para ser personas trabajadoras y de bien, para que sean independientes de un Estado paternalista y futuros emprendedores o empleados de las empresas productivas que requiere Venezuela.

Henry Vivas en plena jornada comunitaria
Foto: Ivonne Velasco
Brindar un taller de arte a quien tenga esas destrezas, clases de computación para hacerlos competitivos o tener entrenadores deportivos de calidad que permita descubrir a nuestros próximos "vinotinto" son algunos ejemplos. También empoderar a las adolescentes para que decidan cuándo y con quien tener relaciones sexuales y sobre todo decidir cuándo ser madres. Ayudar, tanto a varones como a niñas y adolescentes, a desarrollar un proyecto de vida alternativo, productivo y retador puede ser el mejor anticonceptivo para ellos. Mantenerlos en la escuela y complementarla con actividades idóneas para cada joven. En fin, transformar vidas y ayudar a que nuestros chamos sean parte de ese 20% que sale de la pobreza, o mejor aún, ayudar a un mundo donde esa cifra se incremente. Enseñar a pescar es clave, pero más aún, saber si lo tuyo es pescar, cazar, producir o ser pintor. Y ser los mejores en ello.

Así, desde Fundación Impronta, empezamos a vislumbrar el 2019. ¿Quién se suma para transformar vidas? ¿Quién quiere llenar de oportunidades esos morrales?

PD: desde $10 estarás llenando nuestros morrales de oportunidades. Súmate y corre la voz!


Si estás en Venezuela:

Fundación Impronta
RIF: J-409230120
Banco Mercantil
0105 0018 41 1018 669558

Si estás fuera:

Paypal: paypal.me/FundacionImpronta
Zelle (BofA): caroferhen@gmail.com

16 de diciembre de 2018




domingo, 2 de diciembre de 2018

La belleza como antídoto


Bernardo Guinand Ayala

“La belleza de la naturaleza y la belleza del entorno cultural creado por el ser humano son, evidentemente, ambos necesarios para mantener la salud del alma y del espíritu del ser humano” Konrad Lorenz

Hace algo más de un mes, cuando escribí un artículo titulado “La maldad existe” el P.  Alfredo Infante SJ - director de la Revista SIC y párroco activo de la parte alta de La Vega - generosamente me ofreció feedback sobre lo escrito. Vía whatsapp puntualizó: “Bernardo, el gobierno utiliza la mentira, la fealdad (el horror) y la maldad como estrategia de control. Ya has abordado dos: la mentira con tu artículo sobre (Vaclav)  Havel y la maldad. Te falta el de la fealdad. Por eso creo que hay que apostar a la verdad, a la belleza y al bien como alternativas”.

Al ofrecer tan acertado aporte a mi escrito, sentí un gran compromiso con el P. Alfredo por escribir sobre este tercer flagelo que ciertamente carcome a Venezuela – la fealdad – y sobre todo, apostar al antídoto que debemos sembrar con mucho más ahínco: la belleza. Para algunos parecerá probablemente un tema cosmético, pero muchos otros pensamos que se trata de un tema hasta espiritual ¿Acaso Dios, el cielo, el paraíso, nuestros más inspiradores anhelos, no nos hablan de belleza?

Hace un par de semanas recorría las calles cercanas a la casa y la conversa con Mimina - mi esposa - se centraba en el paupérrimo estado de la vía y sus alrededores. “Parece que estamos en un pueblo abandonado” comentamos. “¡Que espanto! ¡Que horror! ¿En qué nos hemos convertido?” pasa a ser uno de los diálogos más recurrentes en nuestra cotidianidad. En esos mismos días, también a escasos metros de la casa, un camión descargó unas diez reses vivas en una “comuna” convertida ahora en matadero. Muestras de un retroceso absurdo que no guarda ni las formas. Ni hablar de los basureros que encuentro en mis cotidianas subidas a Caucagüita, que no solo afean el ya golpeado escenario, sino que acarrean enfermedades y epidemias. Esa fealdad la podemos llevar actualmente a todo espacio cotidiano, al abandono de la empresa petrolera, al modelo económico del bachaqueo, al aspecto informal que ahora luce cada funcionario público y un larguísimo etcétera.

Recuerdo el espanto de mi mamá, un 27 de noviembre de 1992, cuando aparecieron en pantalla de VTV aquel grupo de golpistas que pretendían voltear la historia del país. El aspecto de aquellos hombres, reseñados para la historia en el célebre artículo de José Ignacio Cabrujas: “El hombre de la franela rosada” sentó un precedente que desgraciadamente terminó por imponerse. La ramplonería de aquellos tipos, escudados siempre en una supuesta lucha social - como si ser pobre sea sinónimo de salvajismo - era un abre-bocas de lo que estaba por venir.

Los Frescos del Buen Gobierno
En un escenario opuesto, la ciudad de Siena en Italia, tiene una de las anécdotas más emblemáticas sobre la relación de la belleza y el buen gobierno, o la fealdad y un gobierno nefasto. Según relata Mariella Carlotti, exhaustiva investigadora del tema, “entre el 1337 y el 1339 Ambrogio Lorenzetti realizó en el Palacio Público de Siena los frescos del Buen Gobierno. En el momento de mayor esplendor de la historia de Siena, el gran artista dio, con el lenguaje de la belleza, una interpretación sugestiva del tema del bien común”[i] Continúa Carlotti en su entrevista: “En la pared oriental de la sala se ve una ciudad en que se trabaja, se construye, se comercia, se estudia, la gente se casa y trae al mundo hijos, y una campiña que se vuelve un jardín en que se puede viajar sin miedo; en la pared occidental un paisaje urbano y rural desolado, en que ya nadie trabaja, en el que la violencia es la clave de toda relación y sobre la cual aletea la tétrica figura del Miedo”[ii]

No es casualidad que en dicha descripción, se relacione belleza con prosperidad, con vida, con naturaleza; mientras que la fealdad se define no solo por lo lúgubre que puede ser un paisaje, sino también con desidia, con ausencia de trabajo productivo, con violencia y miedo. ¿Acaso la descripción podría haber sido más parecida a lo que vivimos hoy?

Mi papá junto a Edgardo Tenreiro en el Pico Naiguatá
Vengo de una familia de arquitectos, con especial vocación por la arquitectura que se conecta con la naturaleza, huella sembrada por mi abuelo paterno. Puedo también recalcar unas sólidas raíces católicas, cimentadas por mi abuela y mis abuelos maternos. Esa poderosa mezcla, alimentada con el ejemplo cotidiano, obliga a apreciar tanto la belleza presente en la naturaleza como creación de Dios, así como la belleza esculpida por el hombre a través de sus manos. Crecí, junto a mis hermanos, burlándonos de mi papá por un silbidito particular que suele hacer al quedarse extasiado frente al paisaje de un páramo venezolano, del mar infinito, de unos techos rojos y fachadas coloridas que puedan quedar en algún pueblo venezolano o viendo el amanecer desde lo alto del Pico Naiguatá cuando lo pudo coronar casi a sus 70 años.

Apreciar la belleza es escuchar ese silbido como signo de que hay algo indiscutiblemente superior a nosotros. Algo inexplicable, pero que nos deja asombrados y agradecidos. Apreciar el intenso verde del Ávila con un telón azul decembrino de fondo es apreciar la belleza de Dios en nuestras vidas. Quizás entonces, aquello que origina fealdad, mentiras y maldad, tenga sus raíces en la ausencia de Dios en la vida de sus autores.

Corona de Adviento
Hoy comienza el Adviento, período para prepararnos a la llegada de Jesús. Que Dios nos de la gracia para “apostar a la verdad, a la belleza y al bien (común) como alternativas” y que sirvan de contrapeso necesario para vencer el horror que padecemos. Navidad es época de fe y esperanza, época en que nuevamente encomendamos a nuestra preciosa Venezuela para salir de esta crisis. Seamos antídoto contra la indolencia, la fealdad y la desesperanza. Seamos generadores de belleza en nuestro alrededor.   

2 de diciembre de 2018



[i] “El bien de todos” Los frescos del Buen Gobierno de Ambrogio Lorenzetti en Siena. http://www.paccosi.net/wp-content/uploads/2012/10/El-bien-de-todos-Mariella-Carlotti.pdf
[ii] Ibídem

sábado, 10 de noviembre de 2018

Hoy solo quiero llorar


Bernardo Guinand Ayala

“Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé”
José Ángel Buesa

¿Has escrito alguna vez una carta de despecho? ¿Has leído a Buesa o a Neruda en medio de un desamor? ¿Por qué será que los sentimientos más extremos sacan de nuestra pluma las líneas más trascendentes? Quizás por ello los poetas son tan desordenados con el amor, pues no hay musa más fecunda que la pasión cuando florece, ni líneas más intensas que cuando ese mismo amor desgarra.

¿Será acaso por ello que he sentido deseos de escribir tanto recientemente? Uno de esos amores que desgarra. Uno de esos amores que pueden llegar a parecer un lugar común pero que al sentirlo sabes que de verdad duele. Uno de esos amores que sabes imperfecto, que sientes ingrato, del cual hay mil cosas que no te gustan, que te retan y te hacen dudar. Un amor inexplicable, incluso cursi llamarlo amor. Un amor con nombre de país. Un amor llamado Venezuela.

¿Qué no hicimos bien? ¿Qué dejamos de hacer? ¿Dónde perdimos la conexión? Son tantas preguntas, tantos años luchando por conservarlo y hoy siento que se nos escapa de las manos. Afuera podemos encontrar las excusas perfectas: un gobierno sin escrúpulos, una oposición sin norte, una población languidecida y obnubilada; pero yo ¿qué más pude haber hecho?, o si cabe ¿qué más puedo hacer?

Soñaba con escribir las páginas de un final feliz, pero hoy honestamente, no lo veo. Me veía a mí, a mis viejos, a mis hermanos, como héroes al final de esta cruzada, pero hoy siento que la perdemos. Soy de los que jamás pensó que podíamos llegar a lo que ahora vemos a diario; eso que se puede ilustrar, lamentablemente, con miles de estadísticas aterradoras. Muertos por hambre, familias entre basura, gente dependiente de una caja de comida, diáspora que se traduce en una verdadera hemorragia de talento y de futuro, calles vacías, encierros obligados, miedo, tristeza, desamor.

¿Qué pasó mientras creía que luchaba por ti? ¿Qué pasó mientras te ponía incluso en el centro de mi trabajo, de mis pasiones, de mis razones para seguir? ¿Cómo un amor engañoso, fracasado, inescrupuloso, pudo más que este amor que me enseñaron mis padres y abuelos y que construí con mi esposa y mis hijos? ¿He estado, acaso, equivocado todo este tiempo? Comienzo a sentirme un extraño entre tus brazos. El otro día un niño me preguntó que de dónde era ¡Coño! ¿De donde carajo voy a ser? Pero me voy cansando de explicarlo. Parece que el discurso divisionista, discriminatorio, balurdo; de tanto repetirlo encontró resonancia. ¿Cómo pudimos llegar hasta aquí?   

Sé que quien me lee, espera al menos en la última línea un atisbo de esperanza. Es mi estilo, mi naturaleza, es mi impronta. No quisiera decepcionarlos y menos a mi querida Venezuela. Pero de pasiones, desamores, despechos también estamos hechos. Tal como Neruda, guardando las distancias claro, yo también: “puedo escribir los versos más tristes esta noche”.  De seguro, mañana volverá la esperanza; pero hoy… hoy solo quiero llorar.

10 de noviembre de 2018

miércoles, 7 de noviembre de 2018

¿Pibe o Chamo?


Bernardo Guinand Ayala

Llegar a cualquier país de Hispanoamérica es disfrutar el acento tan particular que cada región le pone a un mismo idioma. Es increíble como una misma lengua puede tener tantos matices, velocidades, acentuaciones. Somos tan parecidos y a la vez tan diversos. Una maravilla sin duda, para una lengua tan viva y bella como el castellano. Y dentro de esa gran gama de entonaciones, la argentina tiene un estilo en exceso característico.

Llegar a Buenos Aires es constatar que el “vos” aún existe y no es solo historia antigua que aprendimos en clases de pronombres durante la primaria. Llegar a Buenos Aires es destacar la “doble ele” con ese tono tan descriptivo, hasta en los altavoces del Subte [Metro] cuando dicen: “Estación… Callao”. Llegar a Buenos Aires es usar palabras agudas, en donde nosotros solemos usar graves o llanas: Comé, bebé, cantá, vení….

Pero en este último viaje, algo diferente sucedió. En cada restaurant, hotel, esquina, barra, tienda, empezaron a aparecer el “tú o Ud.” en vez del “vos”; la “doble ele” se atenuó y la acentuación grave volvió a jugar su rol eliminando tildes en cada vocal al final de las palabras. Buenos Aires se llenó de venezolanos y eso no puede sino generar una profunda mezcla de sentimientos que van desde la angustia y la tristeza, hasta el orgullo y la alegría.

Luis, el clásico venezolano sabrosón, nos atendió en un restaurant donde nos comentó que el 80% de los mesoneros son de Venezuela. Nos dio un trato cálido y servicial, en un local que estaba a reventar. Otra noche, mientras pedía una cerveza en una barra por Corrientes, al escuchar la voz de la cajera, entre los murmullos de los cientos de personas que atestaban el lugar, le pregunté: “¿De dónde eres?”, a lo que inmediatamente recibí como respuesta: “Pues del mismo país que tú”.

También tuve el honor de participar en un programa de radio llamado Somos Ciudadanos Radio, muy parecido en contenido y misión al Radar en Positivo que conduzco cada jueves en Radio Caracas Radio RCR. Pues uno de los conductores del programa es un gocho de San Cristóbal que terminó siendo hasta primo mío. Ahora tengo ese nexo con Gustavo, a quien vine a conocer en Buenos Aires.

No puedo dejar de mencionar a mi tocayo, el hijo de Elvira, la guajira que trabaja ayudándonos con los quehaceres de la casa y la oficina. Pues con Bernardo me cité en mi hotel, muy cerquita del cementerio de Recoleta donde reposa Evita, así como para que el halo populista lo tengamos siempre presente. Yo llegaba con un regalo de su mamá. El me contó sus peripecias desde que salió de Caracas en autobús cruzando país por país. Me habló de las vicisitudes de cada país, de los meses trabajando duro en Perú para reunir una platica para seguir hacia el sur, del autobús accidentado bajo una nevada que les cayó cruzando los Andes una noche de luna llena que terminó en una emotiva reunión de latinoamericanos bebiendo pisco chileno. Y así hasta estabilizarse en Buenos Aires trabajando de lunes a sábado, con una bicicleta como medio de transporte.          

Daniel, el chamo - o el pibe - de la recepción del hotel, se despidió de nosotros con abrazo. “Manda saludos por allá” nos dijo, entendiendo que ese saludo es un querer sentirse parte. Estas líneas quizás sean mi mejor esfuerzo para que su mensaje llegue.    

Tantos años escuchando la historia de inmigrantes españoles, italianos y portugueses, entre muchos otros, que llegaron a Venezuela a trabajar para labrarse una nueva vida y ahora nos toca a la inversa, siendo probablemente la diáspora más consistente de los últimos años en el mundo. Sin guerra ni catástrofes naturales, sino una hecatombe llamada socialismo del siglo XXI.  

Se siente mucha nostalgia y ganas de regresar por parte de un buen grupo. Pero en definitiva, no sé si los venezolanos esparcidos por el mundo volverán o no. ¿Cuántos habrán tendido carpa definitiva al momento que lleguen vientos de cambio por aquí? Supongo que algunos regresarán y muchos otros seguirán su destino, tal como españoles, italianos y portugueses. La vida sigue corriendo y las familias echando raíces en el mundo entero.

Lo que es claro es que Venezuela dejó de ser ese espacio limítrofe que nos enseñaron en geografía, con el Mar Caribe al norte, rodeado por Colombia, Brasil y Guyana. Venezuela ahora no es un territorio sino una identidad. No es un lugar en el planeta, sino una esencia, una idiosincrasia, un gentilicio esparcido por todo el planeta. Llegarán tiempos para hacer el balance de lo que esto representa, por lo pronto soy un impaciente protagonista relatando una época que, sin duda, será historia en las páginas de nuestro país.       

7 de noviembre de 2018

sábado, 20 de octubre de 2018

La maldad existe

Bernardo Guinand Ayala

“La maldad no necesita razones, le basta con un pretexto” Johann Wolfgang von Goethe

El mayor inconveniente en ser educado en valores, en tener la bondad, el bien común, la solidaridad como premisas obvias de nuestras vidas, es que nos cuesta mucho asimilar que la maldad - en su máxima expresión - realmente existe e incluso sea el motor que alimenta la vida de algunos otros.

No es sencillo aceptar que esa maldad, generalmente concentrada en un grupo minúsculo de
la sociedad, triunfe sobre el bien. Pero basta dar un rápido repaso a la historia de la humanidad y constatar como unos pocos movidos por la maldad, pero con evidente apetito de poder, pueden someter a millones. Quizás no sea por siempre, pero si puede ser mucho más largo que lo deseable.

Me atrevería a decir, que parte del tiempo que hemos tardado en dar un vuelco a la aterradora situación política, económica y social que zarandea a Venezuela se debe a que no pudimos imaginar un grado de maldad tan aberrante, como la presente en quienes hoy, aún nos gobiernan.

Cada día tratamos de explicar bajo nuestra lógica, los enormes errores que comete el régimen en materia económica, estratégica, social; sin caer en cuenta que la lógica de quienes gobiernan nada tiene que ver con nuestros valores o nuestra siempre insistente idea de velar por el bien común. Este régimen no gobierna para la prosperidad, ellos quieren pobres porque les interesa tener pobres. Esa única y contundente razón, la debatimos una y otra vez bajo nuestra óptica porque nos cuesta creer un nivel de maldad que sea capaz, ex-profeso, de generar más pobreza en beneficio propio.

Y así volvemos insistentemente a llamarlos incompetentes, suponiendo que cada gobierno obviamente debe velar por el bienestar, cuando en realidad es a nosotros que nos cuesta creer que exista una lógica tan retorcida como para pretender mantenerse en el poder mientras más gente sufra o muera.

La maldad tiene como combustible - que así como el petróleo en Venezuela parece tener unas reservas inimaginables -  al resentimiento, que de hecho es mucho más agudo cuando es aderezado por una sed de venganza que nunca se da por satisfecha. Solo nombrar esas palabras - resentimiento y venganza - y ya uno se empieza a dibujar a una serie de dirigentes que solo destilan eso en cada decisión, acción o palabra que sale de su boca. La maldad hecha personas, la maldad con poder que busca quebrar, humillar y someter.

Pero lo más duro de todo es que el resentimiento es una enfermedad crónica incurable. Yo diría además que es la enfermedad de la infelicidad. Nada de lo que haga un resentido, puede nunca saciar su sed de felicidad. A veces cree que la obtendrá teniendo más poder, pero puede llegar a la cúspide del poder y no sentirse nunca satisfecho. A veces buscará hacerse rico y ni todo el dinero del mundo le sacia. A veces querrá estatus o reconocimiento, pero de igual manera no le hace nunca feliz. Así que después de probar todas esas suposiciones, lo único que realmente le queda al resentido es ir contra aquellos, que aún con menos recursos, privilegios, poder o estatus, son realmente felices.

El resentimiento - y la maldad que de allí germina - pasa entonces a tener un único propósito como motor de vida: tratar de hacer infelices también a los demás. Nada desespera más a un resentido que ver que aquellos con menos poder, con menos recursos, con aparentes pocos incentivos siquiera para vivir, puedan ostentar un nivel de bienestar y de felicidad que nunca ellos obtendrán. Y así, el espiral de maldad será cada vez más intenso, exacerbando una venganza contra el mundo que jamás será resuelta y que, mientras más poder tenga, será capaz de cometer actos más viles y crueles.

Ahora bien, como faro esperanzador, es bueno concluir que si la maldad existe es porque definitivamente el bien también. Si la oscuridad existe, también la luz. Si los demonios que alientan ese resentimiento o cuantas creencias extrañas que profesan aquellos movidos por la maldad están presentes, es porque sin duda alguna también existe un Dios. Un Dios bueno que nos da libertad para actuar y responsabilizarnos por nuestros actos y omisiones, pero a quien podemos apelar en momentos de desesperanza y tinieblas. A eso me aferro, en eso creo. Y si bien estos años me ha quedado claro que la maldad existe, no ha quebrado jamás mi deseo de seguir actuando por el bien común.          

20 de octubre de 2018

domingo, 14 de octubre de 2018

Kilómetro 35


Bernardo Guinand Ayala

Cada maratón es una nueva experiencia. Siempre es distinto, siempre es un reto. Sin embargo, aunque razones para plasmar esa experiencia en un papel hay miles, esta vez no pensaba dejar nada por escrito hasta que mi pana Pedro Luis, ese amigo que justamente me regaló esta sana fiebre por correr, dio por hecho que debía reseñarlo.

Tanto esmero puse al escribir odiseas pasadas, que no quise volverme repetitivo con estas
historias de vida enmarcadas en 42 kilómetros. Sin embargo, objetivamente, esta nueva aventura en Berlín marcó nuevos hitos en mi corta carrera como “maratonista”. ¿Acaso no es relevante que ya sean más las carreras hechas fuera de Venezuela? ¿O que esta vez Mimina no salió para acompañarme sino para correr su primer maratón? ¿O que en una misma ruta, el mismo día, el keniata Eliud Kipchoge siquitrillara el récord mundial mientras yo conseguía hacer mi mejor tiempo?

Puedo reseñar esta carrera a través de unos pocos pero significativos kilómetros a través de la ruta. Esos kilómetros que marcan la diferencia y que se te quedan grabados. Sí, en efecto son 42,195 en total y cada uno de ellos cuenta y pesa, pero en algunos pocos se pueden resumir los altibajos de una carrera y esas situaciones que hacen la diferencia.

Kilómetro 1: El sol calentaba sobre la espalda ya en el corral de salida. La multitud se apiñaba en Tiergarten, con la Columna de la Victoria de frente, el primer hito a recorrer durante toda la ruta. La temperatura se asomaba algo superior a lo idealmente pensado. Mi cabeza, con el peso de los últimos tres maratones afectado por contracturas musculares en las piernas, empezaba su maquiavélico juego. Sería una carrera de inteligencia, cordura y confianza.

Kilómetro 8: Tal como habíamos planificado, allí estaban. Mis viejos, mis hijos, mi hermana, mi sobrino; una barra de lujo para estar tan lejos de casa. Ya eso lo valía todo. Había sido fácil ubicar ese punto de animación, pues quedaba a pocos metros de nuestro hotel. Además, a esa altura de la carrera era aún fácil predecir a qué hora pasaríamos. Sin embargo, ellos habían decidido ir bastante más temprano para ver pasar a los élites, con la sorpresa que ya Kipchoge iba solo en la punta acompañado solo por sus liebres.    

Kilómetro 22: Había pasado la media maratón cientos de metros atrás y al ritmo deseado, ni muy ambicioso, pero tampoco conservador. Todo iba según los planes, salvo un té caliente que me tomé por error en un punto de hidratación a inicios de carrera. Pero justo allí, apenas con algo más de media carrera encima, una de mis piernas sintió un ligero templón en la parte posterior, donde han flaqueado las veces anteriores. ¿Son las piernas o es mi cabeza? Las últimas semanas del entrenamiento habían sido una lucha psicológica entre dos versiones encontradas. Por un lado, una reconocida doctora a quien visité a un mes de la prueba, me recalcó la debilidad de mis piernas y pronosticó que si corría a esa velocidad, colapsarían. Por otro lado, todos mis compañeros de trote y mi entrenador Eduardo Navas, insistían en que olvidara el presagio de la doctora en cuestión, pues la preparación había sido oportuna. Racionalidad vs. Motivación. Realidad vs. deseo. Todo eso empezaba a ser parte de mis pensamientos en ese momento. Temprano en la carrera, empecé a echar la siempre útil rezadita desde ese mismo momento. Muchas cosas para agradecer y una sola petición que se repitió a la largo de varios kilómetros: “Un kilómetro más Diosito, regálame solo un kilómetro más” Y el deseo se fue repitiendo uno a uno, cada kilómetro, hasta que mi cabeza mandara sobre las piernas.  

Kilómetro 24-25: Desde un punto de animación, entre música y alegría, una mujer
Eliud Kipchoge
corroboró el presentimiento que tenía: “New world record”. No alcancé a escuchar el nombre, ni el tiempo, pero tenía claro quien lo habría logrado. En dado caso, si ese día había habido récord mundial, ya sabía que no podría echarle la culpa ni a la ruta ni a las condiciones climáticas. Había que darlo todo. Mientras tanto, la sombra de los árboles a lo largo de la capital alemana aminoraba el efecto del sol que despuntaba más arriba.

Kilómetro 30-32: Pisar los 30 es un punto de quiebre. Tanto por la famosa pared de la cual hablan los maratonistas, como por mi experiencia personal, pues rondando esos kilómetros he tenido mis desafortunadas e intensas contracturas y calambres. Paso el 30 y me siento bien, paso el 32 y siento las piernas incluso fuertes. Sentí confianza y realmente pensé que podría lograr bajar mi tiempo anterior. Quizás tanta confianza que posiblemente hasta me relajé un poco y he podido dar incluso algo más de pelea. ¿O quizás habría que dejar otro desafío para la posteridad?  

Kilómetro 35
Kilómetro 35: Momento decisivo en Berlín. Mi cabeza se había relajado un poco desde que pisé los 30, pero mis piernas y mi cuerpo acusaban cansancio. Sueño con poder apretar en los kilómetros finales, pero aún me siento lejos de que sea así. Es más un reto por mantener los pasos danzando uno tras otro. Planificando la carrera, el Prof. Navas me había dicho: “del 35 en adelante siente que eres Bekele”. Kenenisa Bekele es un experimentado fondista etíope, que aún hoy posee los récords en 5.000 y 10.000 metros, justo la distancia en la cual se destacó Navas en su época de corredor. En fin, mis piernas bajaban algo el ritmo pero mi mente me recordaba que era Bekele y motivacionalmente iba funcionando; aunque rondando esa distancia tuve un momento de flaqueo, bajando abruptamente el ritmo al agarrar una curva. Y fue justo allí cuando oigo entre la multitud a mi hermana Elisa quien gritaba: “Nando, Nando, sigue, sigue, sigue…”  ¡Guao, que oportuno! Sabría que los vería cerca del kilómetro 8, pero no tenía idea que justo cuando más lo necesitaba, estaba allí mi barra familiar. Me di el gusto de abrazar besar a mis dos hijos y recibir la bendición de mis padres. Que lujo ¿no?

Kilómetro 42: Quien ve los parciales de mi carrera verá que del 35 al 42 no fueron precisamente los kilómetros más rápidos, pero mi cabeza sentía que era Bekele y ya disfrutaba que tendría un nuevo récord personal. Los últimos 2 fueron cuesta arriba, pero los 500 metros finales, justo atravesando la famosa Puerta de Brandemburgo, me di un lujo que solo había logrado cuando corrí Buenos Aires y un sueño personal que quería repetir: tener fuerzas para rematar y llegar entero y contento. ¡Misión cumplida! Que felicidad tan grande. Tanto así que, cual Miss en concurso de belleza, me puse a llorar al punto que un pana, ya con su medalla al cuello, tuvo que venir al auxilio y darme un abrazo.

Fueron 20 kilómetros pidiendo de uno en uno, un kilómetro más. Vaya regalo, 20 kilómetros extra, sin calambres ni contracturas. Solo esa enorme felicidad de superarte a ti mismo, de terminar de disfrutar el mismo día que Eliud Kipchoge bajó una enormidad el récord mundial y sentarte a esperar, con familia y cerveza en mano, que Mimina llegara aún más contenta al completar su primer maratón.

Gracias a todos y cada uno de los que son parte de esta historia. Que son parte de mi vida.          

14 de octubre de 2018

sábado, 11 de agosto de 2018

El juicio final


Bernardo Guinand Ayala

Una premisa clave de cualquier escritor es no cometer plagio, sin embargo aprovecho cierto anonimato en esto de las letras, para sacar a relucir un viejo relato. ¿O quizás lo llamaban parábola? De quien pretendo copiarme vivió hace ya demasiados años, unos dos mil tengo entendido y no creo que me exija derechos de autor. Además, como en vida se dedicó originalmente a recaudar impuestos, espero que haya dejado a su familia bien establecida y no pretendan ahora demandarme. Aunque supe que se retiró de ese oficio y se dedicó a seguir, junto a otros once amigos, a un líder que venía en ascenso, pero que no aspiraba a cargos políticos.    

A quien pretendo plagiar se llamaba Mateo, aunque creo que al darle el crédito, me pueden dar por absuelto y así, más bien enfocar mi relato en interpretar sus escritos para nuestra época. Nuestra época es la Venezuela de hoy, donde, al igual que en aquel momento cuando vivió Mateo, hay injusticias, impulsadas fundamentalmente por aquellos que ostentan el poder. ¿Será que el mundo se estancó? ¿Será que los Herodes, los Caifases, los Pilatos siguen actuando igual en nuestros tiempos?

Bueno, Mateo se arriesgó a hablar de un tema muy peliagudo. Quizás por ello me apoyo en él, pues sería muy pretencioso de mi parte tocar terreno tan escabroso sin data confiable. Evidentemente Mateo escribió de lo que le contó su maestro, un tipo llamado Jesús, quien a pesar de haber vivido hace tanto, está presente hoy y siempre. Mateo escribió sobre un tema que tituló “el juicio final”, justo igual como lo titulé yo, pues está difícil encontrar uno mejor. Pero como su libro realmente no contaba con títulos, quizás hasta me puedo llevar cierto crédito, aunque deba poner aquí la bibliografía [Mateo 25: 31-46]. En fin, permítanme contarles este cuento en unos pocos párrafos.    

Resulta que un juez [pero un juez bueno, sé que todos pueden estar un tanto prejuiciados al respecto] llega al estrado rodeado de toda su guardia protocolar. Gente reconocida y preparada. Además, al tratarse de un juicio realmente clave, están los mejores allí. Todos los posibles imputados se ponen frente a él, sin embargo los separa en dos grupos. En el relato original, Mateo habla de ovejas y chivos, pues su pana Jesús, solía hablarles mucho a los pastores.     

María, líder comunitaria
y cocinera. Caricuao
Colocará entonces a un grupo, el de las ovejas, que más bien llamaremos María, Doris y Henry, de un lado y al grupo de los chivos, que se me ocurre llamar al azar Nicolás, Jorge y Diosdado, del otro lado. Por cierto, el relato original pone a los chivos del lado izquierdo ¿casualidad? No lo sé. Cualquier queja dirigirse a [Mateo 25: 33].

Doris. Líder com. Carapita
Entonces el juez dirá en alta e inteligible voz a María, Doris y Henry: “Ustedes son unos emprendedores solidarios y se merecen lo mejor en este país, pues cuando yo estuve por allí descarriado me dieron techo; cuando tuve hambre me prepararon una sopa deliciosa de esas que le levantan el espíritu; cuando tuve sed, nunca les faltó un papeloncito con limón bien resuelto para ofrecer”. Entonces estas tres personas, muy contrariadas por ser gente honesta y humilde le dijeron al juez: “Pero si nosotros no lo vimos por allí, ¿cómo es posible que le hayamos dado todo eso a usted que es tan distinguido y no sabe ni donde vivimos?” Entonces el juez replicó: “Aún sin haber estado, tengo una red enorme de colaboradores que los conoce y sabemos que María habilitó el taller de latonería de su esposo para que los chamos de Caricuao comieran bajo techo, que Doris ofreció la platabanda de su casa en Carapita para que más de cien chamos coman a diario y llenen sus estómagos con sus sancochos y que Henry jamás le niega comida ni un vaso de papelón con limón a todos los carricitos de Caucagüita, a quien además los pone a jugar fútbol. De hecho, si le sobra papelón prepara hasta dulce de lechosa que comparte con sus amigos”.

Henry. Líder com. Caucagüita
Entonces el juez volteará para la extrema izquierda y verá sentados, con trajes, relojes y corbatas muy elegantes a Nicolás, Jorge y Diosdado y les dirá: “Yo sé que ustedes hoy se sienten omnipotentes y confiados. Que por justicia, han tenido un Sanedrín, perdón, un TSJ manipulado por ustedes mismos. Pero hoy vengo a decirles que todo tiene un límite y que a mí mismo, aun representando la verdadera justicia, la verdadera conciencia, la verdadera dignidad; me vieron pasar hambre y no me dieron de comer, estuve preso y hasta me torturaron, fui forastero y me dieron la espalda”. Entonces los tres, que no se pararon hasta tanto no verificar que sus guardaespaldas los escoltaban y su séquito de aduladores los acompañaban, aunque algunos de ellos se iban moviendo ligeramente hacia el centro del juzgado, luego de consultar a su grupo de abogados y asesores internacionales, así como descartar posibles argumentos contra el imperio, el capitalismo o la guerra económica, concluyeron que lo mejor era responder. Jorge, hábil para las comunicaciones fue el encargado en tomar la palabra: “Señor juez, luego de una extensa consulta concluimos que jamás lo hemos visto pasar hambre, que tenemos años que ni siquiera existen presos y que por Venezuela no lo hemos visto como forastero. Son infundadas todas las acusaciones que nos imputa”.

Juan Requesens, preso y vejado
Entonces en juez concluyó: “En verdad les digo, cada vez que murió un niño venezolano de hambre, solo producto de su ambición de poder, se los tengo anotadito aquí. Cada vez que no atendieron con dignidad a un preso, más aún, que los metieron injustamente allí y por resentimiento los torturaron y vejaron, se los tendré bien resaltado también aquí. Además, no solo no fueron capaces de recibir con dignidad a forasteros, sino que por su afán destructivo y corrupción, echaron a millones de venezolanos a ser forasteros en otros países, también lo recordaré aquí. Hoy podrán creerse intocables, pero ni la historia ni la justicia verdadera lo pasará por alto, mientras que aquellos como las ovejas, aunque se sientan afligidos, gozarán siempre de respeto y dignidad”.   

Y así como Jesús tuvo a Mateo para contar sus parábolas, también tuvo a Juan, quien además fuera su mejor amigo. Este relato también va dedicado a un Juan: Juan Requesens, otro injusto preso torturado por el régimen, quien desde hace poco puedo considerarlo dentro de mis amigos. Y a los miles de Marías, Doris y Henrys, que construyen solidaridad cada día y tienden la mano a otros para seguir adelante en esta Venezuela, dos milenios después de Mateo y Jesús.  
  
11 de agosto de 2018

jueves, 5 de julio de 2018

Don de gente

Bernardo Guinand Ayala


Inspirado por mi mamá, quien increíblemente había visitado el Hall de la Fama de las Grandes Ligas antes que cualquiera de sus hijos varones amantes del béisbol, visité Cooperstown en junio de 2010, aprovechando un viaje familiar y que tal destino nos quedaba justo en medio del trayecto entre Boston y las Cataratas del Niágara, atravesando los Estados de Massachusetts y Nueva York por la 90, una autopista kilométrica que recorre los Estados Unidos de costa a costa desde Boston hasta Seattle en el extremo oeste.

Lo primero que llama la atención al entrar en el Hall de la Fama, en ese pintoresco pueblo a
The Character and Courage Statues
orillas de un bello lago rodeado de campos de golf, es que ninguna de las tres estatuas que te reciben en el lobby de entrada pertenece a los más emblemáticos exponentes del béisbol como podrían ser Babe Ruth, Ted Williams, Mickey Mantle, Willy Mays o Ty Cobb. Evidentemente quienes te reciben también fueron estrellas fuera de serie de este deporte, pero la razón de estar allí va más allá de sus hazañas en el campo de juego. Esos señores están allí por su don de gente, por su actitud no solo dentro, sino también fuera del terreno de juego, por las adversidades que les tocó vivir y aún así, dar la talla muy por "encima del promedio".

Esas tres figuras, bajo el título de "The Character and Courage Statues" [las Estatuas del Carácter y el Coraje] corresponden a Lou Gehrig, Jackie Robinson y Roberto Clemente, exponentes de lo que significa luchar contra las adversidades y siempre con la frente en alto. 

Antes de la llegada de Cal Ripken Jr al "big show", Gehrig había impuesto la marca de más
Discurso de despedida de Lou Gehrig
juegos consecutivos sin descansar un solo día [2.130 juegos] cosa que le valió el apodo de "Iron Horse". Fue sentado por primera vez en la banca, a petición suya, luego de empezar a tener problemas de salud, lo que terminó siendo diagnosticado como Esclerosis Lateral Amiotrófica [ALS por sus siglas en inglés] hoy mejor conocida como Enfermedad de Lou Gehrig, la misma enfermedad que hace pocos años tuvo gran impacto por su campaña de fundraising [para seguir con su investigación] a través de redes sociales denominada "Ice Bucket Challenge". Lo más heróico de Lou Gehrig quizás fue asumir su enfermedad [aún hoy sin cura] con demasiada entereza. Su discurso de despedida del béisbol en Yankee Stadium, asumiendo con gallardía su mortal diagnóstico, ha quedado registrado como uno de los grandes discursos pronunciados en la historia de los Estados Unidos. Mientras todos veían con dolor su desdicha, Gehrig era capaz de enumerar las cosas por las cuales sentía que su vida era aún maravillosa, englobando todo en esa célebre frase: "Yet today I consider myself the luckiest man on the face of the earth" ["aún hoy me considero el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra"]. 

Jackie Robinson´s Day
El caso de Jackie Robinson es otro ejemplo heróico al vencer las barreras raciales y abrir paso a miles de jugadores de raza negra a la gran carpa. Expertos destacan que la escogencia de Robinson por parte de los aventureros que decidieron darle la oportunidad, más allá de su indudable talento deportivo, tuvo que ver por su temple para ser capaz de resistir todo tipo de vejaciones manteniendo una actitud sencillamente admirable. Su historia queda maravillosamente reflejada en la película "42", titulada así por el número que solía llevar en su espalda. Hace pocos años, dicho número fue retirado no solo por los Dodgers, sino por todos los equipos de Grandes Ligas en honor a él y lo que representa su gesta contra el racismo. El panameño Mariano Rivera, cerrador estelar de los Yankees fue uno de los últimos en vestir su mismo número y recientemente, cada 15 de abril, todos los jugadores de Grandes Ligas usan el mismo número 42 en sus uniformes, para recordar la lucha racial tan acentuada que se ha vivido en los Estados Unidos y la hazaña que este afroamericano de Georgia debió librar.

Roberto Clemente
El último de los corajudos en la entrada de Cooperstown es el puertorriqueño Roberto Clemente, quien así como Robinson le tocó librar tanto la barrera racial, como de defensa de los jugadores latinoamericanos en el "big show". Su ayuda a diferentes obras caritativas, su actitud fuera del terreno, su modelo como hombre de familia y de bien ha incidido que actualmente el premio de jugador modelo, aquel que represente el don de gente por su carácter admirable y sus contribuciones caritativas a la comunidad, lleve su nombre.  

Ahora bien, hasta aquí la historia en sí representa una buena oportunidad de enseñanza para mis hijos, sobre todo aquellos quienes creemos que ese don representa un valor para la vida. Pero a veces las historias opuestas también pueden ayudarnos a dibujar un panorama del cual desearíamos alejar a nuestros hijos y a nosotros mismos.

Ya que estamos en tiempos de mundial, recientemente todos pudimos voltear a las tribunas
Diego Armando Maradona en Rusia
y ver un deplorable show protagonizado por quien fuera el mejor jugador de fútbol años atrás: Diego Armando Maradona. Días previos, ese mismo personaje, usado como bufón de la corte, ondeaba una bandera de Venezuela en una tarima al ritmo de reggaeton, quizás motivado por un pago en dólares de un gobierno que no es capaz de invertir en alimento para sus gobernados, pero si en circo ramplón. Ese mismo señor, a quien aplaudí en su época de jugador, por quien celebré aquel mundial del 86, ahora convertido en una piltrafa humana y en el máximo exponente del daño que las drogas y una riqueza mal usada puede convertir a una persona.

Para mis hijos, para mis amigos, para aquel a quien quiera dar un consejo; hablaré de Gehrig, Robinson y Clemente por sus excelentes destrezas deportivas y las lecciones de vida que nos dejaron, así como lo que significó para mí verlos allí en Cooperstown. En cambio, lo más probable es que use el ejemplo de Maradona para que vean lo que las drogas hacen a las personas, inclusive a aquellas que nacieron con un talento natural extraordinario.   

Al final de tu vida ¿de qué vale haber sido el mejor en algo si lo botas todo por la borda? ¿de qué vale haber hecho tanto dinero si ese mismo dinero ayuda a hundirte? A veces exceso de dinero y fama, son más bien conducentes a estrepitosos fracasos si en el centro de tu interés dejas de tener ese don de ser gente. Hay cientos de ejemplos en Hollywood, en los deportes, así como también en los países, como el triste caso de Venezuela donde nuestra "riqueza" ha sido invertida en nuestra propia destrucción. 

El mundo está lleno de gente sencilla con voluntad para el bien. La mayoría no está inmortalizada en un salón de la fama pues no todos los trabajos nos ponen frente a una pantalla de cine, tv o un stadium repleto, pero cada trabajo bien hecho acompañado del ejemplo para sus familias, es un logro para la humanidad. Ojalá podamos contribuir a un país donde cada venezolano pueda desarrollar al máximo sus talentos, pero por sobre todo, que jamás perdamos de vista nuestra responsabilidad de ser ciudadanos, de tener don de gente. 

5 de julio de 2018