Bernardo Guinand Ayala
“¿Cómo ves la cosa?” ha sido una pregunta recurrente en la
Venezuela de finales de 2021 y principios de 2022. La verdad que no hay nada más
complejo que tomarle el pulso a esta Venezuela tan enrevesada y cambiante, que
ni siquiera quienes vivimos aquí, logramos descifrar.
Hay personas que se enfurecen si alguien insinúa la existencia de alguna
mejoría económica, como si eso significara una victoria para el régimen, o como
si seguir ahogados en nuestras miserias sea la vía para salir de él. Hay otros
que con sarcasmo declaran que, si Venezuela ya se mejoró, entonces no hay que
seguir apoyando ningún programa de desarrollo social.
En fin, opiniones hay muchas y diversas, pero ciertamente la voluntad
del ser humano es seguir hacia adelante y aprovechar cada brecha para colarse y
aspirar a su propio bienestar. Efectivamente comienza como una burbuja, pero
que va ampliándose en la medida que llegue a quienes tienen alguna capacidad
productiva, mientras aquellos sin capacidades, lamentablemente puedan quedar
atrapados en una espiral de mayor desigualdad.
En definitiva, tanto hemos retrocedido que Venezuela necesitará
inversión y crecimiento por muchos años. Pero como la economía es cosa de mayores
y decisiones cargadas de análisis, cuando a mi me preguntan ¿cómo ves la
cosa? se me ocurre más bien ver las lecciones que estoy recibiendo de niños
y maestros en el sector educativo, que, aun siendo siempre tan subestimado, me
está dando los mejores aprendizajes de ese deseo de la gente común de avanzar.
Y este es el cuento. Al retomar actividades en escuelas en esta fase “post pandemia”, desde
Fundación Impronta hemos impulsado, con mucho ánimo, programas educativos en
Caucagüita con especial foco en cerrar la brecha agravada por el Covid, mejorar
la lectura y comprensión lectora e impulsar la lectura por placer. Lo primero
que vale la pena resaltar, aunque parezca obvio, es el alarmante rezago de nuestros
niños. Los dos años sin clases presenciales parecen como si el tiempo se
hubiese detenido a principios de 2020. Una evaluación en una pequeña escuela en
la parte alta de Turumo demostró que hay al menos un niño en 6to grado que no
sabe leer, pero solo uno que sabe leer en 2do grado.
Como podrán imaginarse, hablar de lectura por placer, cuando ni siquiera se
lee, ha venido replanteando el alcance y las estrategias de los programas, con
un equipo docente animado a adaptarse a los cambios. Y así, el programa Lectura
sobre Ruedas que apenas arrancamos, rápidamente y con mucha creatividad ideó
una respuesta creando el “taller mecánico” como el espacio donde acuden los niños
que requieren ajustar algunas piezas o darles alineación y balanceo.
El primer día de Lectura sobre Ruedas, que nació para incentivar el amor por la lectura y hacerlo de manera lúdica, se acercó Yeiler, un niño des-escolarizado de 13 años que deambula por las calles del sector Marín de Turumo y que Pily interceptó al ver el interés del niño en averiguar qué estaba sucediendo esa tarde en esa escuela. Al enterarse que no sabía leer, Pily lo invitó a pintar, lo cual agradeció con una sonrisa. Honestamente pensé que Yeiler iría solo ese día, pero desde aquella acogida, no ha perdido una sola clase los martes y jueves, aún con su desventaja. Yeiler, con su cara siempre feliz y su sonrisa inocultable, pasó a ser inspiración para todos siendo aplicado en todas las actividades y alumno ejemplar del taller donde Vanessa tiene el desafío de enseñarle a leer.
No ha habido, a la fecha, un representante adulto como intermediario, solo
el deseo de un niño de 13 años que, por alguna razón, se quedó atrás, pero vio
en esta movida una tabla de salvación para su futuro. Igual sucedió en una de
las últimas lecciones de Lectura sobre Ruedas, donde dos representantes
llevaron a su hijo a una sesión con la psicopedagoga de la escuela, quien les recomendó
que dejaran al niño aquella tarde en el programa. Es un niño de 1er grado con
algún tipo de dificultad de aprendizaje, pero que, bajo el asombro de sus acompañantes,
por primera vez se quedó trabajando con otros niños y aunque está algo debajo
de la edad del programa, también se quedó fijo ante la súplica de los padres.
Algo raro está pasando. Los mismos niños están saliendo al encuentro de oportunidades. Como Omar, de 12, que hace algunos años abandonó el programa de refuerzo escolar que tenemos con Vanessa en Los Guacamayos, pero al ver que su primo - quien si siguió - aprendió a leer y a escribir, acaba de pedir por cuenta propia, ser readmitido en el programa.
Como los adultos con la economía, estamos palpando a través de niños en
edad escolar, ese deseo de avanzar. Ciertamente, la voluntad de nuestros niños
no será suficiente si no viene acompañada por un impulso institucional y la
suma de voluntades a todo nivel. En todas las organizaciones que apoyo estamos
poniendo especial énfasis en este tema, así como la visualización de cómo la tecnología
nos permitirá avanzar más rápidamente. Hace poco, un potencial colaborador me hablaba
de la necesidad de dar “un salto de rana” hacia adelante, al hacer uso
de nuevas estrategias en educación que aceleren el proceso de aprendizaje. A
eso queremos dedicar tiempo y recursos en apoyo a las escuelas donde echamos
una mano.
Algo raro ciertamente está pasando. Y para mí, más allá de la burbuja económica o el fenómeno de bodegones y movimiento comercial que viene creciendo, es ver el deseo de los más vulnerables, por tomar decisiones en su vida a través de la educación.
27 de marzo de 2022