Bernardo Guinand Ayala
Cero
punto seis grados centígrados marcaba el termómetro de Alex, el estadístico
oficial de la expedición. Durante toda esa mañana variaría poco la temperatura,
llegando incluso a estar bajo cero, cosa muy rara para quienes vivimos en
Venezuela. Claro, estábamos a más de 4.500 msnm en plena Sierra Nevada de
Mérida y habíamos madrugado para procurar hacer cumbre en el Pico Bolívar esa
misma mañana. Semana y media antes ni idea tenía que estaría inaugurando el
2021 caminando nuevamente por nuestras cumbres, pero una llamada inesperada de
Naty no me dejó dudarlo mucho y aproveché los días que quedaban de vacaciones
para embarcarme, esta vez con Nando, a esta nueva aventura.
A las
4:30am habíamos coincidido en la carpa-comedor para agarrar calor y tomarnos un
buen café y el desayuno necesario para la jornada que tocaría ese 8 de enero.
Café, té, avena, cereal, arepas de trigo con queso ahumado… todo un festín obsequiado
por nuestras queridas Goya y Norelis para poder asumir la pela del día de
cumbre, aunque a esa hora Nando y yo optamos por compartir un poco de avena y
media arepa cada uno. Y café por supuesto, siempre café.
Tenía
aún reciente en mi memoria la anterior subida al Humboldt y Bonpland, así que
la adrenalina se dispara aún sin haber dado un paso. Es increíble cómo moverse
por encima de cierta altura acelera el ritmo cardíaco. No me quiero ni imaginar
dar un paso sobre los 7.000 u 8.000 metros, debe ser una verdadera odisea. A
las 5:20 am nos pusimos en marcha, creo que a menos cero en ese instante según anunciaba
Alex con su particular estilo alemán. Marcus siempre a la cabeza, como todo
jefe de expedición y más cargado que los demás pues a él y a su equipo les
tocaba llevar las cuerdas y equipos necesarios para la seguridad del trayecto.
Salimos
de la Charca Alta - nuestro campamento base - y luego de unos 35 minutos ya
estábamos en la explanada denominada Albornoz, que suele usarse también de
campamento. Íbamos todos juntos, quizás una de las mayores virtudes de ese grupo
que heredé una vez nos montamos en el autobús. Desde que salimos de Los Nevados
siempre estuvimos todos muy cerca y a muy buen ritmo, cosa que le dio un
significado y disfrute especial a toda la expedición y la felicitación de
nuestro experto guía. Así que nos disfrazamos de andinistas pro con cascos,
arneses, mosquetones y pa’ arriba. Un pequeño “toque técnico” de Marcus a esa
altura, cosa que todos agradecimos y seguimos subiendo, encarando la Sierra
Nevada por su vertiente sur.
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P. Abanico y garganta Bourgoin |
Algo
más arriba divisamos la Laguna de Timoncito ¡cuántos recuerdos de mi infancia
escuchar ese nombre! De chamo siempre me había fascinado oír hablar del color
turquesa de esa laguna - aunque la veía en un librito en blanco y negro - y del
famoso Glaciar de Timoncito, lamentablemente ya desaparecido. Al frente también
se asomaba “El Abanico”, la garganta Bourgoin y a la izquierda, sobre nosotros,
el famoso “Vértigo”, un pico que también me emocionaba de niño por lo
puntiagudo y estilizado, aunque estaba envuelto en nubes y niebla, que no nos
abandonarían durante toda esa mañana, a pesar de estar en plena sequía y se
esperaba cielo azul intenso. Imaginé los años que me tomó llegar allí y mi
chamo, de apenas 14, ya estaba enrumbado al tope de nuestras montañas. Hacerlo
con él, con su paso seguro y sus ganas de estar siempre a la cabeza, le daba un
toque aún más especial. A veces se quejaba ¡claro! sobre todo del frío, pero
sube como una cabra y ni se inmuta con la altura.
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Laguna de Timoncito |
Llegamos
a una parada obligatoria. El giro que hay que tomar hacia la izquierda para
atacar la Ruta Weiss nos exigía una primera escalada relativamente sencilla,
pero Marcus se adelantó para tender una primera cuerda que facilitara la subida
y ofreciera seguridad. Nando ascendió rápidamente y luego de seguirlo
apreciamos la dinámica propia de escalada en roca: enganchar equipos, subir,
asegurarte y esperar pacientemente, sobre todo eso. Ir en grupo e ir seguro
exige paciencia, así que dos tramos más arriba nos agarró montados en la ladera
de una roca grande donde esperábamos que el resto del team subiera mientras
Marcus ascendía algo más y aseguraba un nuevo tramo. En medio de esa espera,
con cielo gris y frío intenso, veo unas pequeñas gotas que caen y pienso:
“lluvia, lo que faltaba”. Pero las gotas bajaban lento y acto seguido veo a
Sirius y Manuel - los pupilos de Marcus - poner la palma de la mano hacia
arriba como quien quiere agarrar lo que cae del cielo. Eran las 7:27 de la
mañana según reporta el primer video que grabé cuando indudablemente lo que
caía del cielo no eran gotas sino nieve. Manuel y Sirius parecían unos
carajitos con juguete nuevo y yo no cabía de la emoción en decirle a Nando que
estábamos presenciando una nevada más que inesperada. Curiosamente la noche
anterior Marcus había considerado la probabilidad de nieve como algo similar a
que nevara en Madrid… pero en verano.
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Nando en plena nevada |
Poco a
poco se fue pintando todo de blanco. No era la típica agua-nieve que se derrite
al tocar suelo, sino que fueron unas 3 horas con intensas ráfagas que fueron
cambiando el panorama gris a un intenso blanco de unas dos pulgadas de espesor.
Ver hacia arriba los copos cada vez más gruesos y todos los picos nevados y
hacia abajo Timoncito en su esplendor como cuando hubo glaciar y se hablaba de
la leyenda de las cinco águilas blancas no tenía precio. Un espectáculo que por
más que programes, sería imposible sin que Dios lo agendara. Nadie más rondaba
la montaña, así que además te sientes testigo de algo maravilloso del cual solo
tú - y tus fotos - pueden dar fe.
Pero
como un buen gusto tiene sus consecuencias, llegó la hora de constatar lo que
todos
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Descenso en Rapel |
imaginábamos. Por prudencia, Marcus prefirió abortar la subida a cumbre
faltándonos apenas 160 metros de desnivel. Habíamos subido desde 2.700 msnm hasta
algo más de 4.800 y justo allí nos retiraríamos. Como consuelo, ese mantra que
te dice que la montaña seguirá allí, pero esa experiencia es irrepetible, la
llevamos todos confiados de que era así. Ni siquiera los López, nuestros
compañeros de Valencia que por tercera vez se les negaba el Bolívar, se sentían
frustrados. Era una bendición ser testigos de esa nevada y caminar por más de 4
horas por nieves vírgenes venezolanas. Tan así, que efectivamente la bajada fue
lenta y tediosa, ajustando varios puntos de cuerdas para bajar en rapel, pero
de uno en uno hasta completar los 17 expedicionarios lo que se convirtió en una
espera larga con un frío intenso sobre todo en manos y pies.
La
noche anterior, en una agradable conversa en torno a la cocina y previo al gran
día, uno a uno fue diciendo qué canción le pondría a la excursión. Se nos fue
grabando un play-list de canciones maravillosas de las cuales, grandes y
pequeños, éramos afines. Puros clásicos, cero reggaetón; todos emocionados con
las propuestas de los demás que ávidamente iba reproduciendo el apodado DJLo en
su iPod: Queen, The Beatles, U2, Sinatra, Fito, Yordano, Cold Play, Paul Simon,
Soda y otros más. Nos alegró escuchar la historia de Marcus sobre “Beautiful Day” de U2 que había marcado la exitosa expedición al
Everest de Proyecto Cumbre hace casi 20 años, con un radiecito de cassettes a
cuestas en pleno Himalaya. Y en efecto eso fue lo que terminamos viviendo, aún
sin cumbre: un día espectacular.
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Todos. Foto: Naty Lashly |
“La verdadera cumbre está en el camino” dicen los tibetanos y la verdad es que nos lo
tomamos muy en serio, tanto así, que el día de bajada extrañamente fue un día
realmente maravilloso y que queda en mis recuerdos. Esos días de retorno suelen
ser largos, tediosos, cansones, “de trámite” como dirían en un juego de fútbol
que no tiene ningún valor para la clasificación, pero para nosotros pasó a ser
un día más de disfrute y de sensaciones muy a flor de piel sobre la montaña, el
valle, la experiencia por la que veníamos descendiendo. Ese día se abrió y
pudimos apreciar la cordillera desde el Pico Espejo en un extremo, hasta el
Bonpland en el otro; enfilarnos nuevamente al Valle del Indio, un lugar
indescriptible que vale la pena conocer así no vayas buscando cumbres. En fin,
un día para repasar los días previos y recordar al más puro estilo de Fito Páez
que: “me gusta abrir los ojos y estar
vivo”. Hoy, agradezco a Marcus, a su maravillosa gente de su escuela de
montaña Sagarmatha y a cada uno de mis compañeros por permitirme estar a su
lado en el camino.
17 de enero de 2021