domingo, 16 de diciembre de 2018

Un morral de oportunidades

Bernardo Guinand Ayala

La vida es parecida a una excursión. Nos plantea un trayecto por recorrer, en el cual esperamos alcanzar algunas cumbres e ir apuntando más alto. También vas aprendiendo que ese recorrido tiene subidas y bajadas, que hay terrenos planos, agradables, pero también algunos llenos de piedras y dificultades. Con el tiempo y algo de experiencia caes en cuenta que el propio recorrido es lo significativo, pero ese descubrimiento también es parte de la vida.

Como en toda buena excursión, para la vida también nos hace falta un morral lleno de herramientas necesarias para salir adelante. Sería absurdo pensar en acampar en el Pico Naiguatá, en la Laguna Verde o en El Himalaya sin tener en nuestro morral las provisiones necesarias para suministrarnos comida, techo o abrigo.

Cada ser humano llega a la vida con su propio morral y tratará de llenarlo lo mejor posible a lo largo de los años para poder llegar más lejos. Pero hay que destacar, que antes de haber hecho algo por nuestra cuenta, ese morral viene más o menos equipado dependiendo de una serie de circunstancias que nada tienen que ver con méritos propios. Es decir, realidades como el país donde naces, la familia donde creces, el lugar donde habitas, el nivel socio-educativo de tus padres, la existencia o no de padre y madre, el número de hermanos que tienes, el peso cuando naces y un larguísimo etcétera, que determinarán si tu “morral de arranque” está mejor o peor equipado.

La pobreza se caracteriza por ponerle a las personas al nacer un "morralito de arranque" esmirriado, y allí uno de los mayores dramas, pues estudios apuntan que aún hoy en día cerca del 80% de los niños que nacen pobres, seguirán siendo pobres cuando adultos (Informe de Cáritas España, 2016). Ese 20% estadístico que nació pobre y pudo salir de la pobreza, durante su vida ha tenido que hacer esfuerzos y sacrificios que, probablemente, ninguno de los que me lee es capaz de imaginar.

Cuando el año antepasado - Carolina Fernández y yo - soñamos con la creación de una organización no lucrativa para seguir apostando a este país, poniendo la mirada en los más vulnerables, teníamos claro que la dignidad del ser humano y la solidaridad con el otro serían ejes de nuestra Fundación. Comenzamos por escribir esos valores.

Cuando el año pasado constituimos Fundación Impronta apostamos con especial énfasis por los adolescentes, por ser un “target” en vertiginoso ascenso demográfico en toda Latinoamérica y aún poca atención, así como lleno de riesgos en las condiciones actuales del país [violencia, deserción escolar y embarazo adolescente]. De hecho, si quien nace pobre tiene 80% de posibilidades de seguirlo siendo, salir embarazada siendo adolescente, es como comprar el ticket completo de la pobreza para la madre y para el hijo. En otras palabras, es garantía que el morral de la vida se mantendrá pírrico para asumir retos y desarrollar su potencial.

En esa reflexión estratégica sobre cuál sería nuestra misión, la palabra “Oportunidades” apareció como clave para nuestro trabajo, ya que lejos de parecernos a lo que tanto criticamos, deseamos generar espacios, formación, redes, contactos que cada chamo pueda aprovechar, pero donde cada individuo sea gestor de su propio camino. Bajo esa reflexión, nuestra misión se enfocó en "generar oportunidades" para que esos jóvenes puedan sacar todo su potencial, es decir, poder ir llenando ese morral lo máximo posible, a pesar de las condiciones de partida de cada uno.

El año pasado también conocí Caucagüita, parroquia del municipio Sucre algo aislada y hasta olvidada. A través de un llamado del Radar de los Barrios para apoyar dicha comunidad en la organización de aquel masivo y contundente plebiscito ciudadano del 16 de julio de 2017, conocí a Henry Vivas, líder comunitario a quien tocó la tarea de montar los “puntos soberanos” de dicha parroquia. Meses después, Henry me escribe informándome que había instalado un comedor comunitario para 50 niños en la sala de su casa con el apoyo de Alimenta La Solidaridad - Petare y nos invitaba a conocerlo y ver de qué manera podíamos vincularnos. Me presenté con mi equipo de Impronta y el resto es historia. De ese sencillo contacto terminó germinando el elemento que faltaba para que Fundación Impronta tuviera un propósito contundente: una comunidad con la cual trabajar de la mano, interesada en nuestra propuesta y con deseos de construir juntos ese mundo de oportunidades.  

Durante 2018 nuestros esfuerzos se han orientado casi 100% a trabajar con nuestros aliados de Caucagüita. Jornadas de salud, plan vacacional, planes de formación, talleres, actividades recreativas, apoyo a los comedores; pero sobre todo construcción de vínculos que nos permitan apostar decididamente a futuro, así como alianzas para alcanzarlo. De hecho, al cerrarse la puerta para establecer un centro integral de atención a adolescentes en Petare [que era nuestra gran apuesta este año] se abrió una más grande para hacer lo propio en un centro comunitario medio abandonado frente a la iglesia de Caucagüita y en un entorno lleno de niños, adolescentes, jóvenes y mujeres deseosos en participar.

Haciendo evaluación de este año y planificando el que viene, nos tomamos un día para definir qué podemos ofrecer a diversos colaboradores, amigos, familia para vincularlos. “Vender oportunidades" en un país con hambre se hace cuesta arriba, aunque dentro de esas oportunidades - vía alianzas -  también se pueda considerar un plato de comida, solo que deseamos ir más allá. Y se nos vino a la mente la figura del morral, un “morral de oportunidades”, pues es una manera de hacer tangibles esas oportunidades. Hace poco, desde Panamá nos donaron unos cuantos morrales escolares y pudimos equiparlos de útiles y entregarlos a un grupo (aún muy reducido) de adolescentes como incentivo para sus clases. Nos dimos cuenta del impacto que ello podía tener, sobre todo por vincularlo al elemento más empoderador que puede existir, la educación.

Buscamos a quienes quieran sumarse en equipar esos morrales para nuestros chamos de Caucagüita y cerrar esa brecha de quienes llegaron al mundo con menos herramientas dentro de su equipaje. Ciertamente, en nuestras acciones, habrá elementos tangibles para llenar ese morral, como los propios morrales por ejemplo, así como útiles y cuanto insumo haga falta para desarrollar nuestro trabajo. Pero fundamentalmente nuestro morral puede llenarse con elementos o herramientas intangibles que permitan poner en contacto a cada niño o adolescente con sus talentos y virtudes para ser personas trabajadoras y de bien, para que sean independientes de un Estado paternalista y futuros emprendedores o empleados de las empresas productivas que requiere Venezuela.

Henry Vivas en plena jornada comunitaria
Foto: Ivonne Velasco
Brindar un taller de arte a quien tenga esas destrezas, clases de computación para hacerlos competitivos o tener entrenadores deportivos de calidad que permita descubrir a nuestros próximos "vinotinto" son algunos ejemplos. También empoderar a las adolescentes para que decidan cuándo y con quien tener relaciones sexuales y sobre todo decidir cuándo ser madres. Ayudar, tanto a varones como a niñas y adolescentes, a desarrollar un proyecto de vida alternativo, productivo y retador puede ser el mejor anticonceptivo para ellos. Mantenerlos en la escuela y complementarla con actividades idóneas para cada joven. En fin, transformar vidas y ayudar a que nuestros chamos sean parte de ese 20% que sale de la pobreza, o mejor aún, ayudar a un mundo donde esa cifra se incremente. Enseñar a pescar es clave, pero más aún, saber si lo tuyo es pescar, cazar, producir o ser pintor. Y ser los mejores en ello.

Así, desde Fundación Impronta, empezamos a vislumbrar el 2019. ¿Quién se suma para transformar vidas? ¿Quién quiere llenar de oportunidades esos morrales?

PD: desde $10 estarás llenando nuestros morrales de oportunidades. Súmate y corre la voz!


Si estás en Venezuela:

Fundación Impronta
RIF: J-409230120
Banco Mercantil
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16 de diciembre de 2018




domingo, 2 de diciembre de 2018

La belleza como antídoto


Bernardo Guinand Ayala

“La belleza de la naturaleza y la belleza del entorno cultural creado por el ser humano son, evidentemente, ambos necesarios para mantener la salud del alma y del espíritu del ser humano” Konrad Lorenz

Hace algo más de un mes, cuando escribí un artículo titulado “La maldad existe” el P.  Alfredo Infante SJ - director de la Revista SIC y párroco activo de la parte alta de La Vega - generosamente me ofreció feedback sobre lo escrito. Vía whatsapp puntualizó: “Bernardo, el gobierno utiliza la mentira, la fealdad (el horror) y la maldad como estrategia de control. Ya has abordado dos: la mentira con tu artículo sobre (Vaclav)  Havel y la maldad. Te falta el de la fealdad. Por eso creo que hay que apostar a la verdad, a la belleza y al bien como alternativas”.

Al ofrecer tan acertado aporte a mi escrito, sentí un gran compromiso con el P. Alfredo por escribir sobre este tercer flagelo que ciertamente carcome a Venezuela – la fealdad – y sobre todo, apostar al antídoto que debemos sembrar con mucho más ahínco: la belleza. Para algunos parecerá probablemente un tema cosmético, pero muchos otros pensamos que se trata de un tema hasta espiritual ¿Acaso Dios, el cielo, el paraíso, nuestros más inspiradores anhelos, no nos hablan de belleza?

Hace un par de semanas recorría las calles cercanas a la casa y la conversa con Mimina - mi esposa - se centraba en el paupérrimo estado de la vía y sus alrededores. “Parece que estamos en un pueblo abandonado” comentamos. “¡Que espanto! ¡Que horror! ¿En qué nos hemos convertido?” pasa a ser uno de los diálogos más recurrentes en nuestra cotidianidad. En esos mismos días, también a escasos metros de la casa, un camión descargó unas diez reses vivas en una “comuna” convertida ahora en matadero. Muestras de un retroceso absurdo que no guarda ni las formas. Ni hablar de los basureros que encuentro en mis cotidianas subidas a Caucagüita, que no solo afean el ya golpeado escenario, sino que acarrean enfermedades y epidemias. Esa fealdad la podemos llevar actualmente a todo espacio cotidiano, al abandono de la empresa petrolera, al modelo económico del bachaqueo, al aspecto informal que ahora luce cada funcionario público y un larguísimo etcétera.

Recuerdo el espanto de mi mamá, un 27 de noviembre de 1992, cuando aparecieron en pantalla de VTV aquel grupo de golpistas que pretendían voltear la historia del país. El aspecto de aquellos hombres, reseñados para la historia en el célebre artículo de José Ignacio Cabrujas: “El hombre de la franela rosada” sentó un precedente que desgraciadamente terminó por imponerse. La ramplonería de aquellos tipos, escudados siempre en una supuesta lucha social - como si ser pobre sea sinónimo de salvajismo - era un abre-bocas de lo que estaba por venir.

Los Frescos del Buen Gobierno
En un escenario opuesto, la ciudad de Siena en Italia, tiene una de las anécdotas más emblemáticas sobre la relación de la belleza y el buen gobierno, o la fealdad y un gobierno nefasto. Según relata Mariella Carlotti, exhaustiva investigadora del tema, “entre el 1337 y el 1339 Ambrogio Lorenzetti realizó en el Palacio Público de Siena los frescos del Buen Gobierno. En el momento de mayor esplendor de la historia de Siena, el gran artista dio, con el lenguaje de la belleza, una interpretación sugestiva del tema del bien común”[i] Continúa Carlotti en su entrevista: “En la pared oriental de la sala se ve una ciudad en que se trabaja, se construye, se comercia, se estudia, la gente se casa y trae al mundo hijos, y una campiña que se vuelve un jardín en que se puede viajar sin miedo; en la pared occidental un paisaje urbano y rural desolado, en que ya nadie trabaja, en el que la violencia es la clave de toda relación y sobre la cual aletea la tétrica figura del Miedo”[ii]

No es casualidad que en dicha descripción, se relacione belleza con prosperidad, con vida, con naturaleza; mientras que la fealdad se define no solo por lo lúgubre que puede ser un paisaje, sino también con desidia, con ausencia de trabajo productivo, con violencia y miedo. ¿Acaso la descripción podría haber sido más parecida a lo que vivimos hoy?

Mi papá junto a Edgardo Tenreiro en el Pico Naiguatá
Vengo de una familia de arquitectos, con especial vocación por la arquitectura que se conecta con la naturaleza, huella sembrada por mi abuelo paterno. Puedo también recalcar unas sólidas raíces católicas, cimentadas por mi abuela y mis abuelos maternos. Esa poderosa mezcla, alimentada con el ejemplo cotidiano, obliga a apreciar tanto la belleza presente en la naturaleza como creación de Dios, así como la belleza esculpida por el hombre a través de sus manos. Crecí, junto a mis hermanos, burlándonos de mi papá por un silbidito particular que suele hacer al quedarse extasiado frente al paisaje de un páramo venezolano, del mar infinito, de unos techos rojos y fachadas coloridas que puedan quedar en algún pueblo venezolano o viendo el amanecer desde lo alto del Pico Naiguatá cuando lo pudo coronar casi a sus 70 años.

Apreciar la belleza es escuchar ese silbido como signo de que hay algo indiscutiblemente superior a nosotros. Algo inexplicable, pero que nos deja asombrados y agradecidos. Apreciar el intenso verde del Ávila con un telón azul decembrino de fondo es apreciar la belleza de Dios en nuestras vidas. Quizás entonces, aquello que origina fealdad, mentiras y maldad, tenga sus raíces en la ausencia de Dios en la vida de sus autores.

Corona de Adviento
Hoy comienza el Adviento, período para prepararnos a la llegada de Jesús. Que Dios nos de la gracia para “apostar a la verdad, a la belleza y al bien (común) como alternativas” y que sirvan de contrapeso necesario para vencer el horror que padecemos. Navidad es época de fe y esperanza, época en que nuevamente encomendamos a nuestra preciosa Venezuela para salir de esta crisis. Seamos antídoto contra la indolencia, la fealdad y la desesperanza. Seamos generadores de belleza en nuestro alrededor.   

2 de diciembre de 2018



[i] “El bien de todos” Los frescos del Buen Gobierno de Ambrogio Lorenzetti en Siena. http://www.paccosi.net/wp-content/uploads/2012/10/El-bien-de-todos-Mariella-Carlotti.pdf
[ii] Ibídem