domingo, 24 de marzo de 2024

Prohibido olvidar

 

Bernardo Guinand Ayala

 

Un hombre hurga en la basura en busca de comida. Lo veo y volteo, no por indiferencia sino por evitarle la vergüenza de ser visto en tan vulnerable situación. No está revisando cualquier basura, sino los desechos de nuestra casa, cosa que me sacude aún más.

Solo un par de cuadras más adelante, casi al frente de “El Cedro” - esa casa vecina donde pasé alguno de los momentos más felices de mi infancia - veo a otro hombre, también en el culmen de su edad productiva, durmiendo entre cartones bajo el estrecho portal de entrada de otra casa.

Mientras recorro algunas otras cuadras paseando a mi perro, recuerdo nunca haber visto escenas iguales cuando niño, salvo al par de “locos” - como solíamos llamarlos - que deambulaban por Los Chorros como casos de excepción: el Loco Rosita y el Loco Chino.

Agarro mi teléfono y me urge ver, entre mis fotos destacadas, esa imagen que tengo guardada de mi papá, con su cara ensangrentada, el párpado hinchado y su mirada desorbitada, luego de recibir el impacto de una bomba lacrimógena en abril de 2017. Caigo en cuenta, de repente, que nuestro sentido de sobrevivencia nos hace seguir y casi acostumbrarnos a los horrores que hemos vivido a causa de una ambición política que se afincó en el resentimiento y la miseria.

Me obligo a recapitular algunas cosas vividas. Entonces pienso en Franklin Brito, que, luchando por la defensa de su propiedad y de lo que es justo, como un Gandhi venezolano, terminó por morir a raíz de una huelga de hambre, sin la más mínima compasión de sus saqueadores. Pienso en Rodolfo González “El Aviador”, en la soledad de su celda en El Helicoide y la desesperación que lo debe haber consumido en las últimas horas de vida, tras ser preso por el testimonio infundado de un “patriota cooperante” anónimo luego de las protestas de 2014. Pienso en Lissette - su hija -, pienso en su familia transitando aquellos duros momentos y en la responsabilidad de la sociedad de no olvidarles.

Pienso en los discursos acalorados, llenos de ira, de quienes hoy gobiernan, refiriéndose con sobresalto a alguna escaramuza ocurrida en la UCV décadas atrás, para luego convertirse ellos, supuestos reivindicadores de aquellos desmanes, en vulgares asesinos sin escrúpulos, ridiculizando incluso a sus víctimas. Al que hablaba de Derechos Humanos, verlo ahora el rol de ejecutor desde la fiscalía. Al que reclamaba justicia para su padre, verlo ahora como portavoz de un régimen al que no le tiembla el pulso para encarcelar o torturar inocentes.

Más allá de la persecución, la Venezuela que aún sobrevive está plagada de niños que han crecido desnutridos, para aspirar a ser, de adultos, solo un retazo de los que podrían haber sido. Vivimos también un terrible proceso de pérdida de aprendizaje, para lo cual no hay que irse hasta Delta Amacuro, sino darse una vuelta por cualquier escuela de una barriada caraqueña y constatar que en todos los grados de primaria hay niños que no saben leer. He visto a niños temblar de miedo cuando, a sus 13 años, se avergüenzan frente a otros por no saber identificar ni la letra A. Eso está pasando hoy, mientras la propaganda roja despliega su campaña electoral cargada de atropellos, muy lejos de ser democracia.

Sigo pensando y, tal vez, una de las maneras más directas de ilustrar la aterradora hecatombe que padece Venezuela, se resume en los siete millones de venezolanos abriéndose paso en otros países para sobrevivir. Un cuarto de la población, desde los más pudientes a los más pobres, desde los cerebros más brillantes hasta los delincuentes más aborrecibles, se han ido a buscar suerte en otro lado.

Sigo revisando en mi cabeza cifras, hechos, personas y aún no he expuesto la debacle económica. Podríamos hacer un tratado de miles de páginas, como miles han sido las empresas que ya no existen y, por ende, millones los puestos de trabajo que desaparecieron. Pero nada tan elocuente como los míseros 800.000 barriles de petróleo que hoy se producen, en un país que debería haber estado en 5 millones hace rato. ¡Qué vergüenza! Los defensores del modelo socialista, otrora críticos del desajuste económico de la “IV República”, han tenido que rasparle hasta 14 ceros a la moneda, porque hoy sería extremadamente complejo decir que un dólar, un solo dolarito, realmente nos cuesta tres mil seiscientos billones (3.600.000.000.000.000) de aquellos bolívares, que, durante toda la democracia pre-chavista, nunca perdió ni un cero.

Hace muchos años llegué a pensar que era obsesiva esa insistente necesidad de los judíos de recordar permanentemente el Holocausto. Erróneamente llegué a pensar que había que pasar la página y seguir. Pero al haberme tocado presenciar en primera persona y padecer esta Venezuela, ahora comparto el gravísimo error de que lleguemos a olvidar los horrores que hemos vivido. Y esto no se refiere a revanchas, ni venganzas, ni vivir amargados; pero es menester, para ser un país con mejor futuro, imprimir en nuestra memoria esta página para no repetir jamás los desmanes vividos. ¡Prohibido olvidar!

Olvidar sería reivindicar la barbarie, el abuso, la ignominia. Olvidar sería dejar sepultado, sin honores, a Franklin Brito, al Aviador, a Pernalete, Miguel Castillo, Neomar Lander, Bassil Da Costa y tantísimos otros. Olvidar sería asumir que Rocío San Miguel no debería haberse metido en la defensa de los oprimidos. Olvidar sería reconocer como lógica la fractura de tantas familias divididas por el resentimiento sembrado o por la distancia forzada. Olvidar sería decirle a mi viejo, o a mi padrino, o a mis suegros, que no tuvo ningún sentido cada vez que pusieron su vida en riesgo, exigiendo libertades y democracia, armados de banderas y amor a este país.

Estamos frente a una nueva alternativa de cambio que sabemos será minada con toda la furia de un régimen que ya no oculta ni las formas. Nos toca seguir buscando soluciones creativas para un cambio real. Nos toca hacerlo por nosotros, por nuestros hijos y por todos aquellos que han entregado sus vidas, que han sufrido vejaciones, que mueren de hambre, que han partido y sueñan con regresar, que buscan un repele de comida entre la basura o duermen sin un techo.

Vivamos ciertamente el presente, pero, para el país que vendrá, por favor ¡prohibido olvidar!                  

24 de marzo de 2024

domingo, 18 de febrero de 2024

Por estas calles

 

Bernardo Guinand Ayala

 

Diez y media de la noche y la Plaza Francia de Altamira seguía completamente repleta de gente. Aún cuando cientos de veces vivimos en ese mismo lugar aglomeraciones similares, esta vez la convocatoria era distinta. No porque las razones por las que nos congregábamos antes no estuviesen vigentes, pues lamentablemente siguen más vigentes que nunca, pero vivir en totalitarismo también nos ha enseñado a aprender a vivir.

 

Y esa noche fue para vivir y revivir. Diez y media de la noche y Yordano anunciaba la despedida desde la tarima ubicada en la Av. Francisco de Miranda, aun cuando estábamos plenamente conscientes que faltaban, al menos, tres canciones ícono de su repertorio. Todas ellas, al igual que probablemente todo el concierto, suponían lo que ahora llaman un “throwback”, una vuelta al pasado con cierto sabor a nostalgia, a añoranza, a reflexión.

 

No pasaron ni dos segundos y los acordes dejaban claro que una de esas canciones había llegado. Quizás, en su momento, “Por estas calles” llegó a tener tanto éxito como muchas de sus otras canciones emblema, pero a la distancia tiene un significado todavía más contundente. La canción y la novela a la cual daba título habían sido una referencia por la manera de hacer crítica sobre la situación de impunidad, corrupción y delincuencia que vivía Venezuela a principios de los noventa del siglo pasado.

 

En retrospectiva, parece que ya décadas atrás borramos de nuestro diccionario algunos conceptos claves, pues, sin duda “por estas calles la compasión ya no aparece y la piedad hace rato que se fue de viaje…”

 

Es muy paradójico volver la vista atrás y evidenciar que tanto la novela “Por estas calles” de la clausurada RCTV, como el movimiento que dio vida al chavismo en Venezuela, tuvieron como chispa originaria ese terrible acontecimiento conocido como el Caracazo, ocurrido en febrero de 1989. Pero aquella canción de denuncia y la novela homónima que plasmaba cada noche en la pantalla lo que ocurría en el país - realidad que se exhibió como el germen de dos golpes de estado (1992) y posterior ascenso a la escena política del teniente coronel Hugo Chávez Frías - quedaron como niñas de pecho cuando los supuestos redentores de los pobres llegaron al poder para convertirse, con su aura brillante de resentimiento, en algo infinitamente peor a lo que venían denunciando. 

 

En fin, “por estas calles hay tantos pillos y malhechores, y en eso si que no importa credo, raza o colores…”    

      

Si algo nos demuestra fehacientemente la historia universal, es que los regímenes totalitarios de tinte socialista, enarbolando la pretendida bandera de defensa de los oprimidos, terminan siendo todo lo que critican, multiplicado a la enésima potencia. Basta leer los célebres títulos de George Orwell – Rebelión en la Granja y 1984 – y constatar, capítulo a capítulo, el guion más perverso que siguen, al pie de la letra y sin ningún tipo de vergüenza, esta casta de pillos y malhechores.   

 

Cuando nos adentramos en un crucial año 2024, el régimen venezolano vuelve a su esencia más perversa y persigue de la manera más obscena a la activista de los Derechos Humanos, Rocío San Miguel, por un presunto complot. Como respuesta ante la crítica del mundo, expulsan a los miembros de la Oficina del Alto Comisionado de los DDHH de las Naciones Unidas. No hay muchas explicaciones que dar sobre el talante del gobierno. En fin, “tú te la juegas si andas diciendo lo que tu piensas, al hombre bueno le ponen precio a la cabeza”.   

 

El poder corrompe, pero el poder con resentimiento, mata. Así estamos. Y lo más grave, el mundo entero está igual. Basta con darse una paseadita por las noticias en una cárcel de Siberia, donde al igual que en las cárceles venezolanas, los opositores mueren en extrañas circunstancias.

 

Volvemos a la noche del viernes en Altamira. Algunos recordamos - entre acordes y estrofas pegajosas - errores del pasado que catapultaron al poder a los que hoy gobiernan. Por estas calles denunciaba la corrupción, la impunidad, el abuso de poder que ciertamente existió… pero en los noventa aún había un marco constitucional que aseguraba, al menos, la regla mínima de la democracia: la alternancia en el poder. Lo de ahora es un tema de mafias a otra escala, perverso y vil. Este año hay elecciones tanto en Rusia como en Venezuela y vale recordar que, de esos que se hacen llamar señores, “hay algunos que hasta se (re)lanzan pa´ presidente”.

 

“Por eso cuídate de las esquinas, no te distraigas cuando caminas…”

18 de febrero de 2024

domingo, 11 de febrero de 2024

Cuestión de identidad

 

Bernardo Guinand Ayala

 


Tenía 9 años, esa edad en que somos plenamente conscientes, pero aún todo nos deslumbra; donde tenemos cierta capacidad de discernimiento, pero seguimos siendo fieles seguidores de aquello que nos ha sido inculcado en nuestro entorno. Así era al menos a finales de 1982, cuando entré por primera vez, junto a mi hermano mayor, al Estadio Universitario.

 

Eduardo, no sé si con expresa intención o sencillamente transpirando su propio fanatismo, me había hecho ser seguidor de los Tiburones de La Guaira, así como lo hizo también con la albiceleste cuando de fútbol se trataba. Pero bastó aquella primera noche en el Universitario para dejar de ser seguidor y transformarme, indiscutiblemente, en fanático de los Tiburones. Y vaya todo lo que eso significaría.  

 

Recuerdo haber entrado apurado por la tribuna central, pues el juego casi comenzaba y aquellas luces - que a cualquiera que nunca ha entrado a un estadio deslumbran - invitaban a asomarte lo más rápido posible. Apenas vi el terreno, puse la mirada sobre la segunda base y reconocí a Norman Carrasco, con su tradicional número 5 en la espalda. También recuerdo haber reconocido a los importados que traía el equipo: Ron Jackson cubría la primera base, el posteriormente famoso estratega Bruce Bochy era nuestro catcher y Darrel Thomas cubría el short stop. Sería la última vez que traeríamos un importado en esa posición, pues ese preciso año nacía la célebre “guerrilla”, que si de algo estuvo plagada fue de maravillosas manos para cubrir todo el infield.

 

La tradición guairista de una familia caraqueñísima como los Guinand tuvo una determinante influencia de los hermanos mayores de mi papá: Carlos y Alfredo Guinand Baldó, quienes, quizás por llevar la contraria en su tiempo, nunca fueron seguidores de Cervecería Caracas – que luego se transformó en Los Leones – sino que apoyaban al Pampero, franquicia que luego adoptaría el nombre de los Tiburones de La Guaira.

 

Lo cierto es que el fanatismo de Carlos Guinand Baldó tuvo un efecto multiplicador en gran parte de la familia, cuando en la 1970- 71 los Tiburones ganan el título y el equipo en pleno fue invitado a la casa, siendo mi tío Carlos, no solo fanático sino Gobernador de Caracas. Yo aún no había nacido, Eduardo no había cumplido los 6 años, pero siempre recuerda que ver a los peloteros en casa contribuyó al fanatismo familiar por los litoralenses.

 

Aquella fue la época dorada de los Tiburones, que llegaron a ganar hasta 4 campeonatos con figuras como Ángel Bravo, Enzo Hernández, Remigio Hermoso, Luis Aparicio, Paul Casanova y el sempiterno Aurelio Monteagudo.

 

Yo llegaría, con mi fanatismo asumido como dogma, a la segunda edad dorada, la de la famosa guerrilla en los ochenta, que nos mostró un juego alegre al más puro estilo de lo que solemos llamar “pelota caribe”. Aquel primer año de fanático – temporada 1982-83 – alcanzamos el primer título de los 3 que consiguió aquella generación de múltiples jugadores insignia como Luis Salazar, Raúl Pérez Tovar, Norman Carrasco, Gustavo Polidor, Juan Francisco Monasterio, Luis Mercedes Sánchez, Argenis Salazar, Alfredo Pedrique y Oswaldo Guillén, el ídolo de mi infancia por quien siempre me dio orgullo compartir la misma posición en el campo.     

 

A diferencia de lo que vendría en décadas posteriores, estábamos acostumbrados a ganar. La Guaira tenía un muy buen número de campeonatos para su edad como franquicia, manteníamos un récord altísimo de clasificación y éramos el equipo más difícil de blanquear. Y en la temporada 1986-87, con esa impronta encima, a mis 13 años logré, junto a mis amigos de infancia, comprar entradas para ver en primera fila, el cuarto juego de la final con una super pancarta hecha por Juank Godayol con nuestro tradicional ¡Tiburones Pa´ Encima! ¿Quién podría haber imaginado que aquella tarde, no solo nos tocaría presenciar aquel No Hit No Run en contra propinado por Urbano Lugo de los Leones del Caracas, sino además comenzar una larga sequía de títulos que se convertiría en la referencia que todos tenían de La Guaira?

            

Pero año a año, cada octubre, independientemente del chalequeo que se fue acentuando en el tiempo, volvía la esperanza de ver a los Tiburones avanzar hacia otra final. “Este es el año”. El peso de la época dorada inicial y muy especialmente de la guerrilla, habían sembrado en la fanaticada un carácter que ni las más duras circunstancias pudieron doblegar. Algunas estrategias se confabularon para que ese sentido de identidad, lejos de apagarse, se fortaleciera. Dos de ellas fueron especialmente claves: la Samba – posteriormente identificada como Macuto Samba Show – que se instaló en la tribuna derecha del parque de la Ciudad Universitaria y el circuito radial de los Tiburones de la Guaira, guiado magistralmente por un fenómeno llamado Marco Antonio “Musiú” de Lacavalerie.

 

Así, la fanaticada guarista, inspirados día a día por su estilo de juego, su samba y su circuito radial, empezó a perfilarse como una fanaticada distinta, donde el adjetivo más renombrado pasó a ser: alegre. Así, Musiú con su estilo, sus frases y su autoridad, presentaba al circuito “Alegre” de Los Tiburones de La Guaira y poco a poco, en la grada comenzaron a ser más habituales todo tipo de cánticos que se han convertido, no solo en consignas guairistas, sino en gritos de aliento copiados por otros equipos o por las selecciones venezolanas de todo tipo de deportes. ¡Ehhhhh La Guaira Uh! ¡Tiburones Eh! ¡Eh Eh Eh La Guaira!!! cantados rítmicamente al compás de los tambores.   

 

Llegaron los noventa en sincronía con mi época universitaria, donde casi cada tarde me encontraba con mi primo Carlos en el Universitario como si fuésemos familia de Padrón Panza. Quedaba cierto guayabo de la guerrilla, mientras se reestructuraba el equipo con el polémico Café Martínez como figura. Vimos pasar a muchos otros peloteros franquicia, sin embargo, empezaban esos largos años duros para el equipo.  

 

Aún con ausencia de títulos, la alegría en la grada no cesó y la economía entonces rendía para que el popular “Chapita” nos sirviera una Polar tras otra, bien fría, que acumulabas en pilas de vasos para sacar la cuenta al final. No era extraño ver a un fanático caraquista o magallanero, salir del estadio contrariados, pues aún a pesar de haber ganado ellos, la samba sonaba más fuerte y los guairistas pasábamos del enojo a la algarabía en un dos por tres. Había en el equipo, en su fanaticada, una identidad muy característica que se había forjado en el tiempo para no irse.

 

Alegría, arraigo, identidad, resiliencia podrían perfectamente describir el talante guairista. Tengo años pensando, que ser fanático de los Tiburones nos preparó para los años que nos ha tocado vivir en Venezuela a partir de 1999. Esa palabra – resiliencia – puesta de moda desde hace muy poco, fue concebida en la tribuna de primera base del Estadio Universitario antes de ser aceptada por la Real Academia. La capacidad de recibir leña y aún así levantarse y decir “este si es el año” está tatuado en el ADN del guarista, así como del venezolano.

 

Finalmente, luego de una temporada 2022-23 donde coqueteamos con el título,volvimos en el 2023-24 para alzar, después de 37 largas temporadas, la copa de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional con Oswaldo Guillén, mi ídolo de infancia, ahora a la cabeza. Como guinda del helado, también levantamos el trofeo de la Serie del Caribe representando a Venezuela luego de 15 años sin triunfos. Parece que la larga espera vino cargada de una euforia desbordada que contagió, no solo a guairistas, sino a todo un país.

 

Luego de tantos años, en Caracas, La Guaira o Miami ha estado en el ambiente una pregunta que no deja de ser emocionante: “¿de dónde ha salido tanto fanatismo por los Tiburones de La Guaira?” Creo que hasta a los más cercanos nos ha sorprendido y llego a la misma conclusión que han sacado países regidos, por muchos años, por sistemas totalitarios y luego parece inexplicable evidenciar el talante democrático de las nuevas generaciones. La identidad, así como el ideal de libertad, de democracia o los más fundamentales valores de la persona, son inherentes al ser humano y, aunque parezcan dormidos, allí mismo reverdecerán.

 

Este fue el año. Este es el año. ¡Pa´ Encima!

  

11 de febrero de 2024