viernes, 15 de abril de 2016

Cole

Gracias por acompañarnos hoy a celebrar la vida de Cole. Queremos recordarla como fue y nos damos cuenta que no es nada difícil hacerlo.

Un jesuita norteamericano llamado James Martin SJ escribió un libro maravilloso titulado "Mi Vida con los Santos" que me recomendó un buen amigo una vez que le contaba sobre una religiosa que trabajaba conmigo y que yo consideraba una “santa de carne y hueso”. Martin reseña en su libro, los santos que han sido significativos en su vida y lo han guiado en sus decisiones, en sus momentos de dificultades, en sus alegrías, en su vocación como sacerdote; pero sobretodo, con cada uno de esos santos enfatiza ese lado humano que nos hace más cercanos y pone la santidad como ese norte al que está llamado todo cristiano.   

Entre muchos de esos santos, Martin tiene un capítulo bellísimo dedicado a San José y que titula "Vidas Ocultas" pues a través de la vida de José destaca a todas esas personas que, sin ser reconocidas públicamente, viven realmente una vida de santidad dedicadas de manera silenciosa a servir a otros y por ende, servir a Dios.

Y esa descripción es nuestra querida Cole, una santa “de carne y hueso” dedicada en silencio a los demás, comenzando por Mamí a quien cuidó y acompañó como misión personal por tantos años; así como luego a Mamabel, que aún siendo tan distinta a ella se entregó con dulzura hasta sus últimos días. Pero su generosidad dio para todos, pues Cole acompañó, cuidó y consintió tanto a los que convivíamos con ella día a día, como a toda su familia cercana y extendida, incluso a tíos y primos de la comarca, una vez que mis viejos la recibieron en la casa ya hace unos 40 años.

Julieta, Cole, Coleti, Coletica, Juliet… se nos fue como era ella, sin querer molestar, calladita y con mucha fe. Tan solo pidió a Dios que ya quería irse, que su misión en la vida estaba más que completa, que no quería ser carga de ningún tipo a su familia pues no había cosa que la mortificara más que eso y fue tan buena que Papá Dios la consintió.

Describir a Cole, sus anécdotas, nuestros cuentos junto a ella, es un canto a la vida. Ayer revisábamos entre primos y tíos con alegría lo que recordábamos cada uno para así nutrir estas líneas y llego a la conclusión que fue una mujer auténtica, transparente, es decir, la misma persona percibida por todos. Una sola Cole con sus cualidades y sus defectos, pero clara como el agua. Hasta gozábamos recordando cómo se ponía a cantar o tararear sus coplas o saetas cuando evidentemente estaba molesta con alguien. Creo que Luisa, probablemente la persona más cercana a Cole, de compartir día a día estos últimos 40 años en esa misma cocina, cada una creando sus maravillas, debe haber sido quien más canticos de esos le sacó, muy competido, por supuesto, con mi mamá.    

Cole fue mil veces compañía al acostarnos cuando niños - así como más recientemente para nuestros hijos y sobrinos -, una enamorada de la Sagrada Familia, pues de ella recuerdo su acostumbrado “Jesús, María y José” al rezar; fue cuenta cuentos - ¿Cómo olvidar "Currito" el cantaor? - donde al contarlo se le salía esa afición tan particular que sentía por España y especialmente por Andalucía, por las corridas de toros y hasta el Guadalquivir. Y en los últimos tiempos, gracias a la televisión por cable, engancharse con la TV Española.

Solo su afición por esa España, podía ser superada por su amor a Venezuela y su capital: Caracas. Cole fue la primera en seguir de cerca los pasos de Valentina Quintero con sus guías de Venezuela y su programa Bitácora, del cual luego nos ponía al día. Su cuarto probablemente haya sido en algún momento la playa más grande del país, pues no había viaje que no pidiera que le trajéramos arena del lugar y conchitas de mar. Era tan buena, que era capaz de disfrutar el viaje, así ella no hubiese ido ¿Quién hoy en día es capaz de ser feliz por el simple hecho de ver felices a quienes quiere?

Ayer me daba cuenta que muchos de nosotros conocimos el centro de Caracas por iniciativa de Cole. Parada obligatoria: la casa de Bolívar con su tan mencionado “patio de granados”. También nuestras primeras aventuras en transporte público (y esto lo recordará mucho mi hermano Carlos - ahijado de Cole – hoy ausente por la distancia) a Chacao para ir a las mercerías a comprar hilos, agujas y algo más.  

Pero su amor por Venezuela sería incompleto si no recordamos a su amor platónico: Renny Ottolina. Nunca dejó de repetir que Venezuela sería distinta si Renny no hubiese muerto. Cuando hablaba de él se le iluminaba la cara y sacaba alguna anécdota, así como de chamos nos hacía ver un programa - un cuento - que hizo Renny con sus hijas llamado “El angelito más pequeño” que si mal no recuerdo fue grabado en el Parque Los Chorros con la inconfundible voz de fondo de Ottolina.  

Entre algunas curiosidades, Cole fue una pionera en el uso de lentes de contacto. Debe haber tenido el primer par que llegó a Venezuela los cuales cuidaba con exhaustivo rigor, al punto que si requerías también sus dotes como enfermera cuando necesitabas una inyección, estabas incómodo si el puyazo te tocaba ya con los lentes guardados, pues no sabías si apuntaría al lado correcto de la nalga.

Volviendo a las similitudes con San José, Julieta Josefina fue también una excelsa
artesana. En sus manos tenía tal habilidad, que desarrolló a lo largo de su vida innumerables actividades manuales desde costura, pasando por repujado en tapas de lata, grabados y esmalte sobre metal, pintura de frascos, cortes de pelo - pollina y puntas - y por supuesto, la repostería.


Cómo no recordar la siempre compañera máquina de coser SINGER en un lado de su cuarto, ese cuarto que compartía con millones de latas, cajitas y frascos de todas las formas y tamaños y que cada gaveta tenía ese inconfundible olor tan característico. Allí Cole confeccionó desde vestidos para un cortejo completo hasta sencillos ruedos a los pantalones de cuantas personas requerían sus servicios. En mi caso, lo que más destacó fue la confección de disfraces, ya fuese para obras relevantes como la acostumbrada Pasión del Colegio La Salle - donde hizo desde túnicas hasta uniformes de soldado romano – así como cuanto disfraz de vaquero, deportista y superhéroe tanto en tamaño normal como en miniatura para peluches, que por supuesto, algunos ya llevaban botones en lugar de ojos.

Pero el capítulo, quizás, más extenso de la vida de Cole, estará fijado en la mente de todos nosotros a esas miles de horas dedicadas a la cocina, particularmente en repostería y pasapalería (si tal palabra tiene cabida). Aunque suene trillado, pero convencido de que la cocina es una arte al que hay que meterle pasión, el ingrediente indispensable en cada torta o pallé que Cole preparó fue el amor. Uno incluso podía percibir el estado de ánimo de Cole cuando al probar una crema eslava – que a mí me encantaba - estaba más o menos “borracha”, como decía Luisa. Así que, al más puro estilo de “Como agua para chocolate” Cole se afincaba más o menos con el roncito para que quedara según la alegría de su corazón.

Cada uno de nosotros tenía su pasapalo o torta favorita y Cole era capaz de saber y complacer a todos. De hecho, cuando tenía encargos, uno podía reconocer si quien lo había hecho eran los Hernández París o mi tía Cheché o cualquier otro, según la torta que reposaba en la ventana de la cocina.

La lista de sus exquisiteces es larga – y cada quien irá recordando su favorito con una sonrisa en la cara - pero no podemos dejar de mencionar sus pallé – marca de fábrica de Juliet -, sus palitos de anchoas, sus tartaletas tan variadas, sus deliciosas quesadillas o aquellas suculentas Masa Real (o Mansa Real como decía Jose carricito), las papitas de leche, polvorosas, suspiros (que no sé si me gustaba más el producto terminado o el merengue en la paleta de la batidora cuando lo tenía a punto). ¿Y qué tal las almendras Lalito?, esas tostadas y recubiertas con sal; lo único que mi viejo ha logrado encaletarse en su vida.

¿Qué fiesta o reunión familiar no arrancó con un paté de Cole? ¿O cual no terminó con una torta de canela o de café o quizás alguna María Luisa o Crema Eslava? Hoy están contentos todos aquellos quienes nos precedieron, así como santos y ángeles del cielo, pues se armó la fiesta allá arriba y ya debe estar Cole raspando su platico de postre con la cuchara hasta no dejar ni un solo rastro de crema.

Para todos nosotros, Cole fue un ángel presente en cada uno de nuestros días. Nada le complacía más que poder ser útil, especialmente si había un bebé nuevo en casa. Tuvo sus consentidos que no ocultaba, así como podía tener sus rabietas en la dinámica familiar, pero siempre, siempre, siempre, queriendo no molestar.


Siguiendo las coincidencias, el libro “Mi Vida con los Santos” nos recuerda que los católicos invocan tradicionalmente a San José como el Patrón de la Buena Muerte. Y en su libro Hermanos del Alma, Richard Rohr se pregunta: “¿Cómo no podía ser buena? Sabía que había obedecido lo que Dios le había pedido en sueños”. Tal cual como Cole.

Ayer entrevistaba a una extraordinaria mujer que trabaja con niños con cáncer y al final de la entrevista le pregunté por qué hacía lo que hacía; y me respondió que lo hacía pues cuando estuviese parada frente a Dios no quería llegar a su presencia con las manos vacías. Y así me imaginé que anteayer debe haber llegado Cole al cielo, con las manos repletas y esas manos no cargaban otra cosa que el amor que nos tuvo a cada uno de nosotros.   

Mil bendiciones mi Cole. Endulza nuestras vidas ahora desde el cielo.

Cementerio del Este, 15 de abril de 2016

1 comentario:

  1. Que belleza Bernardo, así tal cual la recuerdo, y sin ser familia recibí ese amor y cariño que aquí mencionas. Y por supuesto que recuerdo sus artes culinarias casa vez q íbamos a estudiar, recuerdo la feria del mango y de la guayaba, cuando era temporada de alguna de estas frutas, para q no se perdieran, las preparaba en todas sus presentaciones, en especial la delicada de guayaba, para mi es mi favorita, siempre se los cuento a mi esposo e hijos.
    Que Papá Dios la tenga en su Gloria! Besos y abrazos para todos, con mucho cariño. Gaby Fonfon

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