Gracias por acompañarnos hoy a celebrar la vida de Cole.
Queremos recordarla como fue y nos damos cuenta que no es nada difícil hacerlo.
Un jesuita norteamericano llamado James Martin SJ escribió un
libro maravilloso titulado "Mi Vida con los Santos" que me recomendó
un buen amigo una vez que le contaba sobre una religiosa que trabajaba conmigo
y que yo consideraba una “santa de carne y hueso”. Martin reseña en su libro,
los santos que han sido significativos en su vida y lo han guiado en sus
decisiones, en sus momentos de dificultades, en sus alegrías, en su vocación
como sacerdote; pero sobretodo, con cada uno de esos santos enfatiza ese lado
humano que nos hace más cercanos y pone la santidad como ese norte al que está llamado
todo cristiano.
Entre muchos de esos santos, Martin tiene un capítulo bellísimo dedicado
a San José y que titula "Vidas Ocultas" pues a través de la vida de
José destaca a todas esas personas que, sin ser reconocidas públicamente, viven
realmente una vida de santidad dedicadas de manera silenciosa a servir a otros
y por ende, servir a Dios.
Y esa descripción es nuestra querida Cole, una santa “de carne y
hueso” dedicada en silencio a los demás, comenzando por Mamí a quien cuidó y
acompañó como misión personal por tantos años; así como luego a Mamabel, que aún
siendo tan distinta a ella se entregó con dulzura hasta sus últimos días. Pero su
generosidad dio para todos, pues Cole acompañó, cuidó y consintió tanto a los
que convivíamos con ella día a día, como a toda su familia cercana y extendida,
incluso a tíos y primos de la comarca, una vez que mis viejos la recibieron en
la casa ya hace unos 40 años.
Julieta, Cole, Coleti, Coletica, Juliet… se nos fue como era
ella, sin querer molestar, calladita y con mucha fe. Tan solo pidió a Dios que
ya quería irse,
que su misión en la vida estaba más que completa, que no quería ser carga de
ningún tipo a su familia pues no había cosa que la mortificara más que eso y
fue tan buena que Papá Dios la consintió.
Describir a
Cole, sus anécdotas, nuestros cuentos junto a ella, es un canto a la vida. Ayer
revisábamos entre primos y tíos con alegría lo que recordábamos cada uno para
así nutrir estas líneas y llego a la conclusión que fue una mujer auténtica,
transparente, es decir, la misma persona percibida por todos. Una sola Cole con
sus cualidades y sus defectos, pero clara como el agua. Hasta gozábamos
recordando cómo se ponía a cantar o tararear sus coplas o saetas cuando
evidentemente estaba molesta con alguien. Creo que Luisa, probablemente la persona más cercana a Cole, de compartir día a día estos últimos 40 años en esa
misma cocina, cada una creando sus maravillas, debe haber sido quien más canticos
de esos le sacó, muy competido, por supuesto, con mi mamá.
Cole fue mil veces compañía al acostarnos cuando niños - así
como más recientemente para nuestros hijos y sobrinos -, una enamorada de la Sagrada
Familia, pues de ella recuerdo su acostumbrado “Jesús, María y José” al rezar; fue
cuenta cuentos - ¿Cómo olvidar "Currito" el cantaor? - donde al
contarlo se le salía esa afición tan particular que sentía por España y
especialmente por Andalucía, por las corridas de toros y hasta el Guadalquivir.
Y en los últimos tiempos, gracias a la televisión por cable, engancharse con la
TV Española.
Solo su afición por esa España, podía ser superada por su amor a
Venezuela y su capital: Caracas. Cole fue la primera en seguir de cerca los
pasos de Valentina Quintero con sus guías de Venezuela y su programa Bitácora,
del cual luego nos ponía al día. Su cuarto probablemente haya sido en algún
momento la playa más grande del país, pues no había viaje que no pidiera que le
trajéramos arena del lugar y conchitas de mar. Era tan buena, que era capaz de
disfrutar el viaje, así ella no hubiese ido ¿Quién hoy en día es capaz de ser
feliz por el simple hecho de ver felices a quienes quiere?
Ayer me daba cuenta que muchos de nosotros conocimos el centro
de Caracas por iniciativa de Cole.
Parada obligatoria: la casa de Bolívar con su tan mencionado “patio de granados”.
También nuestras primeras aventuras en transporte público (y esto lo recordará
mucho mi hermano Carlos - ahijado de Cole – hoy ausente por la distancia) a
Chacao para ir a las mercerías a comprar hilos, agujas y algo más.
Pero su amor por Venezuela sería incompleto si no recordamos a
su amor platónico: Renny Ottolina. Nunca dejó de repetir que Venezuela sería
distinta si Renny no hubiese muerto. Cuando hablaba de él se le iluminaba la
cara y sacaba alguna anécdota, así como de chamos nos hacía ver un programa -
un cuento - que hizo Renny con sus hijas llamado “El angelito más pequeño” que
si mal no recuerdo fue grabado en el Parque Los Chorros con la inconfundible
voz de fondo de Ottolina.
Entre algunas curiosidades, Cole fue una pionera en el uso de
lentes de contacto. Debe haber tenido el primer par que llegó a Venezuela los
cuales cuidaba con exhaustivo rigor, al punto que si requerías también sus
dotes como enfermera cuando necesitabas una inyección, estabas incómodo si el puyazo
te tocaba ya con los lentes guardados, pues no sabías si apuntaría al lado
correcto de la nalga.
Volviendo a las similitudes con San José, Julieta Josefina fue
también una excelsa
artesana. En sus manos tenía tal habilidad, que desarrolló
a lo largo de su vida innumerables actividades manuales desde costura, pasando
por repujado en tapas de lata, grabados y esmalte sobre metal, pintura de
frascos, cortes de pelo - pollina y puntas - y por supuesto, la repostería.
Cómo no recordar la siempre compañera máquina de coser SINGER en
un lado de su cuarto, ese cuarto que compartía con millones de latas, cajitas y
frascos de todas las formas y tamaños y que cada gaveta tenía ese inconfundible
olor tan característico. Allí Cole confeccionó desde vestidos para un cortejo
completo hasta sencillos ruedos a los pantalones de cuantas personas requerían
sus servicios. En mi caso, lo que más destacó fue la confección de disfraces,
ya fuese para obras relevantes como la acostumbrada Pasión del Colegio La Salle
- donde hizo desde túnicas hasta uniformes de soldado romano – así como cuanto
disfraz de vaquero, deportista y superhéroe tanto en tamaño normal como en miniatura
para peluches, que por supuesto, algunos ya llevaban botones en lugar de ojos.
Pero el capítulo, quizás, más extenso de la vida de Cole, estará
fijado en la mente de todos nosotros a esas miles de horas dedicadas a la
cocina, particularmente en repostería y pasapalería (si tal palabra tiene
cabida). Aunque suene trillado, pero convencido de que la cocina es una arte al
que hay que meterle pasión, el ingrediente indispensable en cada torta o pallé
que Cole preparó fue el amor. Uno incluso podía percibir el estado de ánimo de
Cole cuando al probar una crema eslava – que a mí me encantaba - estaba más o
menos “borracha”, como decía Luisa. Así que, al más puro estilo de “Como agua
para chocolate” Cole se afincaba más o menos con el roncito para que quedara
según la alegría de su corazón.
Cada uno de nosotros tenía su pasapalo o torta favorita y Cole
era capaz de saber y complacer a todos. De hecho, cuando tenía encargos, uno
podía reconocer si quien lo había hecho eran los Hernández París o mi tía
Cheché o cualquier otro, según la torta que reposaba en la ventana de la
cocina.
La lista de sus exquisiteces es larga – y cada quien irá
recordando su favorito con una sonrisa en la cara - pero no podemos dejar de
mencionar sus pallé – marca de fábrica de Juliet -, sus palitos de anchoas, sus
tartaletas tan variadas, sus deliciosas quesadillas o aquellas suculentas Masa
Real (o Mansa Real como decía Jose carricito), las papitas de leche, polvorosas,
suspiros (que no sé si me gustaba más el producto terminado o el merengue en la
paleta de la batidora cuando lo tenía a punto). ¿Y qué tal las almendras
Lalito?, esas tostadas y recubiertas con sal; lo único que mi viejo ha logrado
encaletarse en su vida.
¿Qué fiesta o reunión familiar no arrancó con un paté de Cole? ¿O
cual no terminó con una torta de canela o de café o quizás alguna María Luisa o
Crema Eslava? Hoy están contentos todos aquellos quienes nos precedieron, así
como santos y ángeles del cielo, pues se armó la fiesta allá arriba y ya debe
estar Cole raspando su platico de postre con la cuchara hasta no dejar ni un
solo rastro de crema.
Para todos nosotros, Cole fue un ángel presente en cada uno de
nuestros días. Nada le complacía más que poder ser útil, especialmente si había
un bebé nuevo en casa. Tuvo sus consentidos que no ocultaba, así como podía
tener sus rabietas en la dinámica familiar, pero siempre, siempre, siempre,
queriendo no molestar.
Siguiendo las coincidencias, el libro “Mi Vida con los Santos” nos recuerda que los católicos invocan tradicionalmente a San José como el Patrón de la Buena Muerte. Y en su libro Hermanos del Alma, Richard Rohr se pregunta: “¿Cómo no podía ser buena? Sabía que había obedecido lo que Dios le había pedido en sueños”. Tal cual como Cole.
Ayer entrevistaba a una extraordinaria mujer que trabaja con
niños con cáncer y al final de la entrevista le pregunté por qué hacía lo que
hacía; y me respondió que lo hacía pues cuando estuviese parada frente a Dios
no quería llegar a su presencia con las manos vacías. Y así me imaginé que
anteayer debe haber llegado Cole al cielo, con las manos repletas y esas manos
no cargaban otra cosa que el amor que nos tuvo a cada uno de nosotros.
Mil bendiciones mi Cole. Endulza nuestras vidas ahora desde el
cielo.
Cementerio del Este, 15 de abril de 2016
Que belleza Bernardo, así tal cual la recuerdo, y sin ser familia recibí ese amor y cariño que aquí mencionas. Y por supuesto que recuerdo sus artes culinarias casa vez q íbamos a estudiar, recuerdo la feria del mango y de la guayaba, cuando era temporada de alguna de estas frutas, para q no se perdieran, las preparaba en todas sus presentaciones, en especial la delicada de guayaba, para mi es mi favorita, siempre se los cuento a mi esposo e hijos.
ResponderEliminarQue Papá Dios la tenga en su Gloria! Besos y abrazos para todos, con mucho cariño. Gaby Fonfon