viernes, 30 de octubre de 2015

Pobreza

A nadie le gusta ser pobre. A nadie. Es muy significativo que las Naciones Unidas vuelvan a fijar como primer Objetivo de Desarrollo Sostenible “poner fin a la pobreza, en todas sus formas, en todo el mundo” para el 2030. Es decir, esta debería ser la primera preocupación de todos los que habitamos este planeta.

Afortunadamente no nací pobre, aunque este año, por primera vez en mi vida y guardando las enormes distancias, he percibido lo que significa perder calidad de vida, lo cual me ha hecho reflexionar lo espantoso que debe ser vivir pobre. Salvo unos muy pocos, en Venezuela nos hemos empobrecido todos. Aquello que oíamos de los especialistas cuando hablaban que el sector más pobre usaba casi la totalidad de sus ingresos en comida, ha tocado la puerta de las familias profesionales “clase media”. El tema de que faltan diez días para volver a cobrar y ya se acabó la quincena, es ahora generalizado y cualquier consumo adicional a comida y colegio de los hijos parece ahora un gasto suntuoso.

En el país llevamos algo más de tres lustros oyendo hablar que la riqueza es mala y ser pobre es bueno. Con ese discurso se ha pretendido, con gran efectividad, igualar hacia abajo; justo lo opuesto a lo que propone la ONU para el mundo entero. Ser pobre casi que se ha convertido en un estatus. Estatus que el pobre “utiliza” para acceder a bienes y servicios por su condición, es decir, tiene que sufrir la humillación de decir que es pobre, justamente porque quiere dejar de serlo. Pero el sistema lo obliga a ser eternamente pobre, si quiere seguir subsistiendo. El modelo es perverso y mientras más se pule, más pobre queda el individuo, sobretodo en su dignidad.

Mucha gente afortunada, como yo, de no ser pobre, se refiere a ellos de manera distante y despectiva. Reclamamos al pobre cualquier cantidad de defectos y no somos capaces, con nuestro privilegiado conocimiento, de acercarnos o tratar de comprenderlos. ¿Acaso esta situación que estamos viviendo ayudará para ponernos en el zapato del otro?

Ante la angustia de no poder suplir todas las necesidades de mi familia, percibo el terror que debe sentir quien no tiene como asegurar los tres golpes de comida a la suya. Ante la imposibilidad de cubrir el gasto del seguro del carro - siendo afortunado de tener carro y haberlo asegurado en un pasado – comprendo ahora más de cerca por qué los pobres se aferran más al azar, al horóscopo o a creencias religiosas, pues tengo mi carro full de estampitas de cuanto santo se me ha aparecido en el camino para que me lo proteja. Ser pobre, pobre de verdad debe ser muy jodido y hay que pensarse dos veces la situación antes de emitir un juicio.

Lo contrario a la pobreza es la riqueza. Una palabra casi vetada en Venezuela, casi que da pena nombrarla pues simboliza al individuo rico que lo que posee lo ha hecho a expensas de otros. Pero Venezuela necesita riqueza y no justamente de la que está en el subsuelo. Más bien hemos visto como toda riqueza material es insuficiente si no se aprovecha para enseñar a producir, sino que se abusa de ella como dádiva, manteniendo a los pobres en su estatus de pobres.

La riqueza que produce más riqueza, la riqueza que necesita ahora Venezuela, podría  resumirla y ejemplificarla con otros dos Objetivos de Desarrollo Sostenibles que me parecen clave: educación de calidad - poniendo especial énfasis en la calidad – y trabajo decente, es decir, empleo que garantice a las familias una vida digna y el desarrollo del potencial del ser humano.

A nadie le gusta ser pobre. Tenemos que poner todo nuestro talento y solidaridad efectiva para erradicar la pobreza en Venezuela y al modelo que la acentúa.