viernes, 28 de abril de 2017

Carta pública al Defensor del Pueblo Tarek William Saab

Tarek:

Escribo esta carta pública, que debería ser privada, para intentar que llegue a su conocimiento.

Hace muchos años seguí sus intervenciones sobre los Derechos Humanos, considerándolo a usted un hombre comprometido con ellos.

Por esa razón, creí que su participación en la Constituyente del 99 era una garantía para que ellos fueran tomados en cuenta. Lo que sí se hizo.

Lo aprecié.

Sin embargo, su actuación no tiene nada que ver con los principios allí expuestos.

¿Qué le pasó?

Cuando vi el video de su hijo Yibram, a quien conocí de niño porque era compañero de una de mis nietas en el Colegio Don Bosco de Nueva Barcelona, sentí admiración y dolor.

Admiración por su valentía al reclamarle públicamente su complicidad con la ruptura del orden constitucional, con la terrible y feroz represión de los cuerpos de seguridad del gobierno, por permitir que la injusticia se haga dueña del país.

¿Por qué NO ha cumplido con su deber?

Dolor porque su hijo percibe que usted dejó en el camino los principios y valores en los que formó a su familia.

Cada venezolano caído por la represión de este gobierno nos duele como propio. Podría ser su hijo o el mío.

Tarek, HAGA LO CORRECTO

Elizabeth Ayala de Guinand
C.I. 1.881.919

miércoles, 26 de abril de 2017

Estoy dispuesto a morir?

Bernardo Guinand Ayala

Corre el mes de abril. Otro año, la misma calle, más arrechera. El único legado que dejó aquel populista militar fue odio y aún hoy lo seguimos padeciendo. Como ha sido costumbre estos días, la Guardia Nacional [cuyo lema “el honor es su divisa” ahora nos produce no menos que un ataque de acidez] despliega su incontenible furia contra cientos de miles de manifestantes que pedimos libertad y elecciones.

Represión en la AFF #19Abr
Bombas, humo, tanquetas, estruendos vuelven a la escena. Cabe destacar que nos vamos acostumbrando a ellas, pero cada quien a su respectiva distancia. Emprendemos retirada - demasiada gente para correr - y entre la multitud, las piernas de mi padrino destacan entre las menos ágiles. A medida que pasan los años parece que la responsabilidad asumida en la pila bautismal se invierte.

“Por aquí no, sigue por la autopista, muévete viejito, móntate en esa isla” voy dando instrucciones, pero igual nos vamos rezagando y nuestros compañeros de marcha se dispersan, escapando cada quien por su cuenta. Entre la angustia y el desespero, mi padrino con sus ojos enrojecidos cae - cual largo es - en plena vía y al volver la vista atrás quedamos junto a los jóvenes traga-bombas y las tanquetas endemoniadas. Bajo la mirada, trato de cargarlo y una bomba va volando hacia nosotros por un costado. Entro en pánico y al no poderlo levantar corro unos metros más adelante, mientras un par de héroes anónimos con máscaras anti-gas lo socorren.

Leopoldo Guinand Baldó afectado por las bombas
Aún en medio del bombardeo me tranquilizo, ajusto la máscara de buceo que llevé, empapo el pañuelo con más bicarbonato diluido en agua y volteo de nuevo a buscar a mi padrino entre las latas de humo que revolotean alrededor. Tal como le escuché a Tomás Vivas [el joven merideño que toca el cuatro mientras nos reprimen] ese momento parece vivirse en cámara lenta. Ya no se escuchan las bombas, te acostumbras a transitar en un campo lleno de humo, ves volar cosas en todas direcciones y aun así me encuentro ahora sorpresivamente relajado, al punto de sacar el teléfono con esa obsesión que tenemos en esta era digital de documentar todo.

Hemos marchado desde la proclama del decreto 1.011. Hemos recorrido cada calle de Caracas pidiendo elecciones, renuncias, derechos, paz, alimento y un larguísimo etcétera. Hemos enfrentado la muerte cientos de veces. Pero nunca - como en este 2017 - me he cuestionado tan en serio si estoy dispuesto a morir.

Sé que tal vez esta interrogante suene desproporcionada o hasta chocante. Incluso que suene pedante tirárnosla de mártires. Quizás la mayoría piense que la época en que la gente daba la vida por la Patria o la independencia quedó para los libros de historia. Pero acaso, consciente o inconscientemente ¿cada vez que salimos a la calle a protestar desprovistos de cualquier protección [o hasta literalmente desnudos] no nos estamos jugando la vida?

Mis anécdotas son cada vez más cercanas. Mi padrino, mi papá, mi primo Andrés [dado de
Andrés Guinand herido #19Abr
alta ayer luego de fractura de cráneo] afortunadamente viven para contarlo. Pero hoy #26Abr un joven estudiante [Juan Pablo Pernalete] murió por el impacto de una bomba lacrimógena en su pecho, en el mismo asfalto que recorríamos nosotros.  

Obvio que no quiero morir. Obvio que quiero ver a mis hijos crecer. Obvio que hay mucho trabajo por hacer y que nos necesita vivos. Pero aún conscientes que mañana puede tocarnos la suerte de Juan Pablo [o tantos otros asesinados por este régimen] seguimos saliendo.

Está pasando algo importante en Venezuela, está pasando algo trascendental. Pareciera que estamos dispuestos a jugarnos la vida individual por valores colectivos. Pareciera que nos jugamos la vida a cambio de un país con justicia. Pareciera que nos jugamos la vida por el rescate de la dignidad. No es cuestión de heroísmo, pero en la práctica, estamos saliendo millones de personas cada día dispuestos a sacrificar nuestras vidas, por un sueño llamado democracia.  


26 de abril de 2017

domingo, 9 de abril de 2017

Pasión venezolana

Bernardo Guinand Ayala

El domingo de ramos ha sido de los días que más gratos recuerdos me trae de la tradición católica y tengo muy claro el por qué. Durante toda mi infancia - cercano a la celebración de la Semana Santa - en mi Colegio De La Salle tan querido solíamos representar la pasión de Cristo. Era realmente una producción increíble que convocaba a todos los alumnos del colegio, bajo la dirección general del muy apreciado Hno. Iñaki. La puesta en escena de esta representación viviente se llevaba a cabo en el campo de fútbol del colegio e iniciaba con la entrada triunfante de Jesús en Jerusalem, entre palmas y alegría, justo lo que hoy celebramos como domingo de ramos.

Cuando estaba en los primeros años de primaria, recuerdo haber vivido ese momento como si fuera real. Jesús, que solía ser representado por algún alumno de los últimos años de bachillerato, iba efectivamente montado en un burro que era guiado por el propio Hno. Iñaki con una túnica que parecía trasladarnos a la época. Recuerdo los saltos de algarabía que dábamos rodeando a Jesús con el “Hosanna” de fondo de la versión en español de Jesucristo Superstar.    

Foto: José A. Guinand A.
Cada domingo de ramos, al recibir la palma a las puertas de la iglesia revivo mi infancia y el recuerdo de ese Jesucristo triunfante. Pero el domingo de ramos tiene una característica muy particular, pues durante la liturgia se muestran dos momentos antagónicos en la vida de Jesús. En primer lugar, se lee el texto correspondiente a ese momento de euforia durante la llegada a Jerusalem, pero luego se de paso al evangelio de la pasión de Cristo. En menos de una semana, Jesús pasa de ser aclamado para ser luego condenado, azotado y crucificado.    

Quien haya asistido a misa, se le hará prácticamente imposible no comparar estos evangelios con lo que estamos viviendo en Venezuela. Frecuentemente nos aconsejan leer la palabra de Dios y tratar de entender su significado en nuestros tiempos. Hoy, fue realmente contundente esa cercanía a nuestros tiempos. Comparto algunas de mis reflexiones.

Jesús fue perseguido y condenado por los que ostentaban el poder. Los sumos sacerdotes - sin pruebas ni razón - exigían la condena de Jesús. Actuaban como “magistrados” todopoderosos, que sin sustento en la ley y a través de un juicio viciado, pretendían mantener su posición. Hoy Venezuela cuenta con magistrados del mismo talante, distantes de la ley y más aún, de la gente. Describir a los sumos sacerdotes de esa época es describir a aquellos funcionarios corrompidos que desean mantener sus prebendas en la Venezuela de hoy.      

Después de condenado, Jesús es entregado a los soldados romanos para ser azotado. Recuerdo que de niño siempre me impactó la escena cuando, con saña, era flagelado por varios pretorianos. Recientemente rememoré esa escena, pero de la polémica película dirigida por Mel Gibson y me estremecía viendo el horror como se afincaban para proferirle mayor dolor. No contentos con el sufrimiento, los ejecutores reían, escupían y se burlaban cínicamente de Jesús. Es difícil asimilar tanta maldad, tanta crueldad; sin embargo, estos días hemos visto como policías y militares, vistiendo el uniforme que los obliga a defender una patria, propinan a sus coterráneos bombazos, perdigones, pero sobre todo linchan entre varios y con mucha saña a personas indefensas que solo piden respeto a la ley, a la libertad, a la democracia. ¿De dónde proviene tanto odio y resentimiento? ¿Esta gente disfruta haciendo el mal? ¿Cómo llegan a sus casas y ver a la cara a sus hijos? ¿Por qué tanta ausencia de Dios?

La pasión de Cristo está en nuestras calles, en los padecimientos de nuestra gente. La pobreza de espíritu sembrada y abonada por el régimen que gobierna se transforma en una grave carencia de valores. Que falta hace Dios entre nosotros, entre todos nosotros.                 

Vivimos momentos críticos y tanto ahora, como en la época de Jesús, el miedo se apodera de nosotros. Pilatos prefirió lavarse las manos por miedo a contradecir. Pedro negó a Jesús tres veces por miedo a ser perseguido. Un nutrido grupo de personas, que días atrás aclamaba a Jesús, se convirtió en turba que lo apresaba por miedo a desencajar. Hoy muchos estamos también llenos de miedo, los que hemos opuesto siempre al gobierno y también los que están dentro buscando salidas. Pero ese miedo que paraliza se neutraliza con una fuerza mucho más grande: la fe.

De la euforia de las palmas pasamos a la cruda pasión de Jesucristo. Pero, gracias a nuestra fe, sabemos que al final Jesús resucitó. Tal como sucederá con Venezuela.  


9 de abril de 2017

Domingo de Ramos

miércoles, 5 de abril de 2017

Todo sea por el país

Bernardo Guinand Ayala

Otra mañana de cielo azul ya bien entrado el año. Llegamos a abril y no deja de sorprender la nitidez del Ávila y del cielo que cubre a Caracas. No así en lo político, con un nubarrón que nos acecha desde hace unos 18 años.      

Llevo a los chamos al colegio y me devuelvo a la casa a trabajar un rato. Había suspendido una reunión pautada para esa mañana acatando la convocatoria de los demócratas a salir una vez más a la calle, en este caso para comenzar el proceso de destitución de los “magistrados” del TSJ quienes, a través de una sentencia sin precedentes, dieron un nuevo golpe de estado. No el primero de este régimen ciertamente [quien viola la Constitución a diestra y siniestra con bastante regularidad] pero si el más obvio y descarado.

Entre 9:00 y 9:30am suena el timbre de la casa. Como ha sido costumbre desde aquella primera marcha, un ya lejano 23 de enero en los albores del siglo XXI, mi viejo se presenta preguntando quién lo acompañaría a marchar. “Ya yo estoy listo, dime cuando salimos pues la convocatoria es temprano”. Entre esa hora y las 10:00am tocó el timbre unas dos veces más, impaciente por salir.

Emprendimos rumbo a Chacao para recoger a José Antonio en la acera norte de la Francisco de Miranda. Mi viejo se impacienta al ver que no llega. Mil y un marchas y aún sigue inquieto queriendo llegar pronto. Se baja del carro a apurar a Jose a quien encuentra en toda la esquina. Seguimos y en la vía nos enteramos que la concentración se reubicaría hacia las cercanías de la Plaza Brión de Chacaíto, pues, para variar, desde muy temprano el gobierno había desplegado su séquito de militares, policías y paramilitares armados, para impedir el normal desarrollo hacia la Asamblea Nacional.

El mundo entero clamando la restitución plena de las funciones de los parlamentarios y el régimen sigue de espaldas, apostando al único refugio que le queda: violencia y abuso de poder.

A golpe de 10:45am nos incorporamos al río de gente que venía subiendo a pie desde Chacaíto tomando la Av. Libertador. Apenas recorríamos los primeros metros recibo una llamada desde Radio Caracas Radio para hacer un contacto en vivo para “El Radar de los Barrios”. Vamos al aire, Evelyn y Jim desde el estudio me dan el pase para dar un breve resumen de lo que está sucediendo en ese momento. En medio de mi intervención se me ocurre decir que prefiero tener el testimonio de la persona que me ha sembrado el amor por este país: mi papá, quien con sus ya casi 81 años estaba nuevamente allí, marchando por Venezuela. Siempre más emocional que racional, mi viejo trasmitió en vivo sus razones de estar allí, su llamado a los más jóvenes a que se incorporaran y su convicción por ver el inicio de un cambio en el país. Como es usual en él, dijo poco y transmitió mucho. Me sorprendió el breve espacio de silencio que tomó para que Evelyn recobrara el mando, manifestando luego estar sumamente emocionada con el espíritu de mi viejo. “Don Eduardo” comienzan a llamarlo mis compañeros del Radar, en señal de respeto y admiración.

Minutos más tarde ya estábamos en medio del tumulto entre diputados y demás manifestantes. Estábamos en la última de las barricadas puesta por la Policía Nacional Bolivariana en la parte alta de la Av. Libertador. Cuadras más adelante se veía otro grupo, aún más numeroso, cuyo destino también estaba bloqueado por otro contingente antimotines. Prudentemente José Antonio - mi hermano menor - me sugiere no adelantarnos mucho para quedarnos más rezagados con mi papá. Inclusive, en un momento que algunos sugirieron bajar a la parte inferior de la Libertador, me dijo “ni de vaina”. Ya tantos años tragando gas del bueno, hacen que uno empiece a dominar ciertas técnicas de escape. “Y menos con mi viejo”, recalcaba Jose.

En un camión improvisado, un mensaje del Diputado Carlos Paparoni transmitía algo diferente: “Manténganse aquí. Hoy no vamos a ceder tan fácil”. Algo hacía sentir que los diputados se la estaban jugando.

A pesar de haber percatado el viento a nuestro favor, algo después comenzó la lluvia de lacrimógenas. A lo ancho de ese cielo azul se empezaba a ver el humo de las bombas que venía y luego se devolvía a quienes las lanzaban. Sin embargo, poco a poco empezó a llegar y comenzaron las carreras desesperadas de algunos con los ojos llorosos. Nos pintamos la cara con la pasta de diente que nos prestó algún estudiante más preparado. Mi viejo, a pesar de haber marchado todos estos años y de habernos dado un susto aquel 11 de abril de 2002, sigue preguntando para qué sirve la pasta de dientes. Igual le puse su “bigote” blanco y empezamos a retroceder manteniendo la calma. Pasito a pasito como la canción íbamos entre una multitud que se hacía más apretada.

Jose iba a la cabeza, yo luego, mi viejo detrás. En un momento volteo para ver que no se
quedara rezagado y lo veo justo dando una mirada hacia atrás, cuando me parece ver algo muy rápido volando como con una estela de humo. No puedo garantizar si vi una bomba lacrimógena o una piedra, pero lo cierto es que algo venía de forma horizontal desde el lugar que estaba la PNB, con la puntería necesaria para atinarle a la cabeza de mi viejo justo en la ceja derecha. Al ver como se agachó y llevó sus manos a la cara me di cuenta rápido que le habían dado. Retrocedo y lo veo con sus dos manos tapándose el ojo. Le pido que abra las manos para verlo con el susto de no saber qué encontrar. Apenas se deja ver, ya las manos estaban ensangrentadas y se empezaba a formar un bulto en su frente. Calma, calma. Si algo me doy cuenta que hemos aprendido con este régimen malandro, es a no desesperar. Paro a Jose y le digo que a Lalo le pegaron. Ambos lo abrazamos con el único norte de salir pronto del ambiente lacrimógeno. En ese trayecto solo atinaba a decir, con la fe en Dios que lo caracteriza: “Todo sea por el país, todo sea por el país”.  

Levanto la cabeza y justo en frente tengo a Carlos Ocariz, Alcalde del Municipio Sucre a quién Jose agarró pidiendo apoyo. No pasaron dos segundos que Ocariz dijo a un motorizado que andaba con él, que socorriera a mi viejo: “A Salud Chacao, a Salud Chacao, pronto” y mi papá, golpeado pero enterito se montó en esa moto como un carajito. Al mejor estilo venezolano, me percaté que si mi viejo abrazaba bien al pana motorizado, yo cabía atrás al estilo de San Pancracio “Una nalga adentro y la otra en el espacio”. Y así nos fuimos sin saber mucho a donde, pero alejándonos pronto del tumulto.

Después de una perdida en Chapellín, atravesamos el Country Club y llegamos al Pedregal. Recordé que allí está un ambulatorio que lleva el nombre del Dr. Guillermo Hernández Zozaya, insigne médico venezolano, abuelo de mis primos Guinand Hernández. Recordé la anécdota que cuando el Dr. Hernandez Zozaya murió, la comunidad de El Pedregal no dejó que la familia cargara su féretro. Ellos mismos lo levantaron en hombros y lo pasearon por esa comunidad popular de la cual fue médico abnegado.

El Dr. Hernández había sido pediatra de mi viejo, así que podía ser un buen presagio para

este reencuentro. Bajo de la moto y pregunto rápidamente si pueden brindarme los primeros auxilios. En pocos minutos mi viejo estaba en un cubículo, custodiado de varias enfermeras y doctoras. Diligentemente una enfermera agarró gasa y le limpió la herida percatándonos que no era profunda. Un par de steri strips bastaron para tapar la herida, mientras la cara se le iba transfigurando al punto que el ojo derecho se le iba desapareciendo tras la hinchazón. Una doctora hacía la referencia urgente a un oftalmólogo, mientras la enfermera tomaba la tensión percatándose, que, a pesar del susto, el paciente ya sonreía marcando un estupendo 120/80.


El cuerpo de mi viejo puede ser vulnerable, pero su espíritu es inquebrantable.   

Minutos más tarde llegó mi hermano Eduardo con su hija Daniela y luego mi mamá, que con su característico temple de acero ya tenía todo resuelto para llevarse a su viejito [55 años juntos] a chequearse a profundidad. Mi papá, aún herido, dedicó unos minutos para agradecer y "echarle" la bendición a todo el personal del ambulatorio, así como contarles sobre el insigne doctor que da nombre al centro asistencial.    

Mi viejo está bien, su ojo está fuera de riesgo gracias a Dios. Aprendimos a amar este país con su ejemplo de trabajo y honradez. Se siente fuerte para seguir luchando por este país hasta que Dios le de fuerzas y sumamente emocionado por las innumerables manifestaciones de cariño y solidaridad que le han llegado de cualquier rincón del planeta. Quien ha sembrado amor, no puede cosechar otra cosa.

Su llamado una y otra vez es a los más jóvenes, a que esta lucha es por ellos y que debemos mantenernos unidos. Te seguiremos acompañando en tus convicciones viejito.

¡Todo sea por el país!