Bernardo Guinand Ayala
Momentos. La vida es la suma de efímeros momentos que se plasman en nuestra memoria y al recordarlos volvemos a vivir. Mil veces se ha escrito que un maratón es como la vida resumida en 42 kilómetros de intensidad y manteniendo la comparación, también está cargado de fugaces momentos y emociones muy marcadas. Suelo escribir de mis carreras y siempre ha habido similitudes pero también grandes diferencias entre ellas sobre esos momentos épicos que se quedan grabados y que generalmente suelo recordar por el kilómetro que recorría. Este año no podía ser diferente y aunque en lo deportivo hice quizás la peor carrera posible, vengo cargado de momentos maravillosos que son con los que me quedo.
A
diferencia de cualquier experiencia previa, donde siempre exponía los momentos
vividos a partir de kilómetros muy avanzados o de máxima exigencia, este
maratón tuvo un toque muy especial desde muy temprano. La salida y quizás los
primeros tres kilómetros, esos que ni cuenta te das en cualquier carrera - no solo
competitiva sino cotidiana - tuvieron un significado muy especial para mí.
Desde la convocatoria, el encuentro madrugador aún oscuro y la llegada de participantes
que se unieron porque nos empeñamos que este año no dejaríamos de correr un
maratón. Habíamos logrado congregar no solo al hatajo de locos que saldría a
correr, sino a un contingente de apoyo entre ciclistas y motorizados para la
ruta, aguateros para puestos claves, fotógrafos y familia. Habíamos convertido
un reto muy personal en una fiesta de muchos.
La semana previa, Ricardo y Edgard habían decidido participar también en los 42k, así que después de la angustia con el GPS de Limón que no agarraba señal, nos vimos once locos - los tres ya mencionados más Pedro Luis, Jose, Karina, Adil, Ovid, Alex el alemán, Kike y yo - tras la cinta de salida como si de élites se tratara, en posición de ataque, cosa que no me hubiese creído si no fuese por las maravillosas fotos de Naty a esa hora de la madrugada. Al finalizar la cuenta regresiva salimos todos disparados y Ovid D’Jesús - sub 3 este mismo año en Miami - rápidamente nos dejó el pelero quedando en segunda avanzada Pedro, Jose, Adil y yo.
Días atrás, Pedro había dejado muy claro que cada quien debía hacer su propia carrera. Yo llegaba nuevamente agotado al día de la prueba y por el contrario, Jose llegaba en gran momento; sin embargo, ese tramo de menos de 3 kilómetros sobre la Francisco de Miranda, quizás bastante más rápido de lo planificado, fue verdaderamente especial. Íbamos rápido pero me sentí ligero y feliz. Esos minutos ya lo valieron, viendo como ninguno quería quedarse, teniendo a ratos a Pedro jalando, a veces Jose quien se notaba cómodo y otras tantas a Adil. No sé si será la amistad o la emoción acumulada con la planificación del Reto Impronta 42k, pero esa madrugada, entrompando lo que sería mi noveno maratón, fue un momento que dejo grabado en algún lugar de mi cabeza.
Un segundo momento está en el otro extremo de la carrera: la llegada. La verdad, la llegada de cualquier maratón es especial, pues lo vulnerable que te hace el desgaste físico, así como la finalización tangible del logro suele afectar enormemente tus emociones; pero lo del domingo 1 de noviembre fue casi de guión de Hollywood. Aunque venía muy sobregirado de tiempo, ese día sabía que a toda costa debía llegar a la meta, pero jamás imaginé la cantidad de gente que se congregaría a la llegada. Justo marcar el kilómetro 42 y empezar a sentir la algarabía mientras llegaba. Miré rápidamente a los lados y divisé a mis viejos, siempre presentes en cualquier logro o dificultad de nuestras vidas. A pesar del covid19 y que ellos han guardado pacientemente su cuarentena, días antes mi mamá me dijo que querían estar presentes. También vi a Pedro Luis acercarse, aplaudiendo, con su clásico gesto y presencia motivadora, así como a muchos otros a quienes les guardo un profundo agradecimiento. Me sentí verdaderamente especial.
Hay millones de pequeñas anécdotas y de personas en cada momento descrito o en el resto de
Hoy observo las fotos finales y ellos se quedaron atrás, dejándome el protagonismo a mí y a los chamos de Caucagüita, sin embargo escribo estas líneas para recalcarles a ellos y a mí mismo, que nada hay más poderoso que una familia unida que se quiere, se acompaña, se da soporte en las buenas y en las malas. Y aunque lo vives cotidianamente y aunque esta cuarentena - afortunadamente en mi caso – ha sido una bendición para sentirlo, son esos breves momentos de vida, esa mirada levantada por un segundo, esa manifestación involuntaria del cuerpo, lo que te hace recordarlo con mayor intensidad.
Cada kilómetro, cada momento, ha sido una aventura. La salida y la llegada me emocionaron como nunca, la amistad y el compañerismo fueron alegría y soporte que agradezco sinceramente a Dios, unir mi pasión con el trabajo que hago fue algo que soñé mil veces y ese kilómetro 40 fue para recordar lo que verdaderamente importa. Vendrán carreras mejores, pero esta, me deja el corazón grandote.
8 de noviembre de 2020
Muy bueno Bernardo, una experiencia única que viviste paso a paso. Te felicito por ese gran logro, y a tus grandes colaboradores que te mantuvieron animado. Todas tus palabras recogen el trabajo que realizaste durante un largo período de tiempo pero resumido en 42k. Eres una persona comprometida y eso tiene un valor incalculable. Te deseo mucho éxito. Un gran abrazo.
ResponderEliminarIndudablemente tu relato es muy conmovedor porque más allá de una marca o un tiempo fue un propósito y eso es lo que verdaderamente no tiene precio. A veces en la vida debemos apartarnos de nuestros objetivos personales y centrarnos en dar a terceras personas más momentos alegres. No me cansaré de felicitarte a ti a Pedro a toda tu familia y a todo tu equipo de impronta por dejar el 1 de noviembre una gran huella, lo que un día inicio como un sueño después un objetivo hoy es un gran logro.saludos Bernardo
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