- Si insisten que “necesitan tiempo” … pongan freno en el acto. La reelección indefinida es la afrenta más grande contra una democracia. La alternancia es innegociable.
- Si usan como pretexto “nosotros tenemos dignidad” … húyanles. Quien se llena la boca diciéndolo suelen ultrajar la dignidad del ser humano.
- Si se escudan en “la autodeterminación de los pueblos” … desconfíen. Suelen ser explotadores que quieren mantener al mundo a raya de sus fechorías.
- Si la mentira - obvia y grotesca
- la normalizan como un mantra… no se rían. Decía Havel: “la mentira, aún
cuando no la aceptes, ratifica el sistema, lo consolida, lo hace …”
- Si siempre se trata de un enemigo externo, sin importar el nombre que le inventen… pilas. El autoritarismo siempre fabrica un culpable, un traidor, un otro.
- Si cada vez se parecen más a lo que criticaron… están advertidos. La doble moral es siempre un indicador de alarma. Promesas para ganar, mentiras al gobernar.
sábado, 31 de agosto de 2024
Todos la llaman Democracia
sábado, 20 de julio de 2024
Acto de grado Colegio San Ignacio 2024
(En representación de las familias de los graduandos)
lunes, 1 de julio de 2024
Sentido de trascendencia
Bernardo Guinand Ayala
Al fundar Impronta
establecimos cinco valores orientadores: dignidad, solidaridad, pasión, impacto
y un quinto valor bastante particular: trascendencia. Personalmente me
mueve profundamente la trascendencia, no tanto – o no solo – por el interés en
ser memorables, sino como una especie de antídoto contra un flagelo que tenemos
tatuado en nuestra idiosincrasia: el cortoplacismo. El mundo entero se
ha vuelto obsesionado con el ¡para ya!, ¡para ahora!, ¡lo que me dé rédito
inmediato! y un largo etcétera.
En Venezuela, habernos
echado al pico la enorme bonanza que supuso el petróleo, sin haberlo invertido en
el futuro, en un verdadero plan de desarrollo, así como en educación, es uno de
los ejemplos más tristes de las gríngolas cortoplacistas. No sembramos el
petróleo, nos reclamaría Uslar Pietri. Adicionalmente, la premura del corto
plazo actúa como caldo de cultivo para vicios acaba-países como la
corrupción y el clientelismo.
En contraposición, una
impronta – una huella – tiene que ver con el largo plazo e invita a transitar
una vida coherente – con la maravillosa oportunidad de equivocarnos en el
camino – pero que apunta a dejar ese legado para nuestros seres queridos, nuestra
comunidad y el país.
Como fundación, la
trascendencia también ha sido una invitación para que otros apunten a ese largo
plazo, a visibilizar su legado sumándose a nuestra causa. Y vaya que hemos
visto casos, pero hoy vengo a recordar uno en particular con dos historias
paralelas.
Hace algunos años, la familia
De Sola se acercó a nosotros para, en alianza, ayudar a cumplir con el legado
de su abuelo. Don René De Sola, luego de una larga y muy productiva vida,
encomendó a sus nietos la noble tarea de crear una fundación familiar que hoy
lleva el nombre de “Letras en Acción” para promover la lectura con foco en
niños en su temprana edad escolar. De esta alianza nació “Lectura sobre
Ruedas”, probablemente el programa más bonito y contundente que, hasta
ahora, hemos desarrollado en Fundación Impronta.
Además de su dilatada
trayectoria y destacada hoja de vida como jurista al servicio del país, René De
Sola era un ávido lector y motivador por excelencia de la literatura en su
núcleo familiar. Sus hijos recuerdan, con especial lucidez, la práctica rutinaria
de la lectura a la que su padre los animaba, leyendo él en paralelo los mismos
libros para luego poder comentarlos junto a cada uno de ellos.
No cabe ninguna duda que,
cuando casi 140 niños de Caucagüita del programa reciben una palabra de aliento
por parte de los familiares directos de ese señor mayor a quien no conocieron o
incluso escriben un cuento sobre quien dio la oportunidad de que existiese Lectura
sobre Ruedas, sigue vivo el recuerdo de Don René De Sola. Eso, justamente, es
trascender. Y no solo por tenerlo muy presente, sino porque cuando un niño de
Turumo es capaz de llevarse durante un año escolar, sin obligación, más de 30
cuentos para leer en casa, es como si ese niño o niña hubiese estado sentado en
un puesto de aquella biblioteca del Doctor De Sola en su casa de Caracas.
Pero trascender va más allá.
Quizás es común que una persona de la talla de un abogado destacado, que vivió
casi 100 años y tuvo la fortuna de juntar algunos recursos en su carrera, pueda
darse el lujo de seguir presente a través del deseo que manifestó a sus nietos.
Pero quizás otros nos sintamos algo más pequeños frente a tal desafío o
pensemos que solo la riqueza material puede acercarnos a semejante nivel de
trascendencia. Yo también lo creía así, hasta que Laura, con sus ojos claros y brillosos
detrás de sus lentes, me hablara aquella tarde.
Laura asistió para sacarnos
unas fotos que iban a ser publicadas junto a una entrevista realizada para
Debates IESA. La verdad que la foto la hemos podido hacer en nuestra oficina,
pero ha sido maravilloso conectar a la gente con el trabajo que hacemos, en el
lugar donde lo hacemos. De esa forma, aprovechando una tarde cualquiera del
programa en la Escuela Don Bosco en la parte más alta de Turumo, Laura se
encaramó en el Impronto Móvil junto a Virgilio – el redactor de la entrevista –
y terminó recorriendo cada una de las estaciones donde los niños hacían sus
actividades y apuntando con su lente cada circunstancia que le llamaba la
atención.
Al cerrar la tarde, Laura se
me acerca, baja la voz en medio del bullicio de una escuela repleta de niños y me
pregunta si puede comentarme algo. Allí me confiesa que su hijo murió hace 11
años, que era también un ávido lector y que ella – y su esposo – aún no habían
podido desprenderse de muchas de sus cosas. Entre palabras pausadas y sus ojos húmedos
se evidenciaba ese duelo tan profundo que está aún presente. Simón, su hijo,
tenía apenas 13 años. Entonces me dijo: “Bernardo, aún conservamos muchas de
sus cosas, entre ellas sus cuentos. No habíamos tenido el valor de
desprendernos de ellos. Hasta hoy. Creo que encontré el lugar donde quiero que
estén los cuentos de mi hijo”.
Ese día aprendí que para trascender
no hacen faltan grandes proezas ni riqueza, sino vivir de manera auténtica entre
nuestros seres queridos y mirando un poco más allá de nuestra zona de confort.
En Impronta honramos tanto el legado de Don René De Sola, como de Simón, así
como de tantos otros que nos apoyan pensando en el futuro de nuestros niños y
no sólo en algún resultado o beneficio inmediato.
01 de julio de 2024
sábado, 29 de junio de 2024
¡De la pena al orgullo! El arte del fundraising
Bernardo Guinand Ayala
lunes, 6 de mayo de 2024
Una historia de amor
Bernardo Guinand Ayala
Un maratón tiene tantos héroes o historias como corredores inscritos, tantos héroes como quienes se atreven a organizarlo o como quienes salen a animar ese día. Incluso un maratón puede permitir, por ejemplo, que la ciudad sea ese protagonista. Tantos héroes que esta historia podría sumar a miles. Podría ser yo, podrían ser mis hijos o incluso podrían ser esas quince almas que salieron a correr esa mañana con un propósito adicional, que incluso sin conocerme salieron a correr por la fundación que represento o mejor aún, por los niños de Caucagüita que apoyamos con nuestro trabajo. Pero de esos miles de desconocidos, de esos quince maravillosos corredores con causa y de esos cuatro más cercanos de mi círculo familiar; esta historia finalmente confluye en una persona. Esta historia se ha ido convirtiendo, a medida que la digiero y que tecleo cada palabra, en una historia de amor.
Sabía que no llegaría para ver pasar a los primeros que cruzaron por allí, pues entre abrazos, distracciones y hasta alguna foto con panas en Los Caobos, el cronómetro había seguido marcando su inclemente paso. Pero sabía el tiempo que estaría rondando esa persona que no podía dejar de ver. Me dejaron en casa, busqué a Kivo - nuestro Golden Retriever - y estacionamos frente al Millenium Mall a media cuadra del punto de animación, que a esa hora estaba repleto de nuestros voluntarios vestidos color naranja, ahora convertidos en fanáticos del maratón, quizás por vocación o quizás por capricho mío y de algunos corredores miembros de la directiva la fundación. En fin, entre Fundación Impronta y el running habíamos estado coqueteando desde la pandemia y, desde entonces, esa dupla no ha dejado de proveernos alegrías y buenos retos.
¡Genial! Mimina no había pasado aún. Entonces, junto a Kivo, quien rodeado por nuestros chamos de Caucagüita presentía a quien yo estaba esperando, tuve el chance de recordar cuando ella ni soñaba en correr. Por ese eterno dilema de vivir ajustados, casi bajo protesta me acompañó a Chicago porque me había ganado la lotería para correr ese maravilloso maratón. Y fue justo allá, en la ciudad de los vientos que, como espectadora, se percató que quería correr alguna vez 42 kilómetros. No fue por adrenalina o por bienestar, ni siquiera por seguirme; realmente fue al ver a ciegos guiados por un tutor, a personas en sillas de rueda, a cientos de veteranos bien entrados en canas o hasta mujeres bastante pasadas de peso, lo que inspiró a Mimina a decir: ¡si esta gente corre un maratón, yo lo tengo que intentar alguna vez en mi vida!
Y allí estaba yo, con mi perro, mi equipo y mi gente querida de la comunidad por la que trabajamos, esperando ver pasar a Mimina rumbo a la meta de su quinto maratón, tercero en Caracas y segundo CAF, pues tuvo que esperar a la vuelta de este significativo maratón para vivir esa experiencia de una carrera de primer mundo, en nuestra agobiada ciudad.
Pasito a pasito, sin pretensiones de tiempo, pero sin descanso, sin quejadera alguna, sin calambres ni achaques y sin dudas que cruzaría la meta, finalmente venía. Puse la mirada hacia el oriente y divisé a lo lejos el tormentoso distribuidor de Los Ruices, desde donde se asomaba la silueta de ella con su característico tumbao. Kivo parecía que lo sentía, aun cuando no supiera que el encuentro sería efímero. Si yo hubiese tenido la resistencia, pero sobre todo la concentración de Mimina, sin importar lo torcido de mi columna o la persistente debilidad de mis piernas, quizás habría realizado algunas hazañas más relevantes en maratón, pero reconocerlas en ella, que sin impaciencia y sin pretensiones es verdaderamente capaz de gozar esa distancia, no tiene precio.
En 2023, Mimina había corrido por primera vez los 42 kilómetros de CAF, pero ese maratón lo había dedicado personalmente a su papá, quien había fallecido el diciembre anterior. Este año, la foto de mi suegro volvía a estar presente en su atuendo, adherida de manera artesanal a su reloj, para poder echarle un ojo cada vez que fuera a chequear su ritmo. Además del recuerdo de mi suegro en la correa de su Garmin, Mimina también llevaba a cuestas los sueños de varios jóvenes de Caucagüita, becados por nuestra Fundación, pues ella era una de esos quince que estaban corriendo con propósito. Así, cuando finalmente la vi acercarse, con su muy característica mano en forma de puño, agitando de arriba a abajo su brazo en señal de ánimo y esa sonrisa como si fuera posible gozar esa tortura sobre el kilometro 35, supe que nuevamente conquistaría aquella meta.
Y es que eso es lo más bonito que tiene la solidaridad; que nunca va en una sola dirección, sino que es recíproca. De esa manera, Mimina salió esa mañana a correr por Carlos, por sus estudios, por sus anhelos, por su futuro, y Carlos lo correspondía de la manera más cercana y útil que tenía; corriendo a su lado, con aquella franelilla sin mangas del maratón de Buenos Aires que hacía varios años yo mismo había donado a la comunidad y terminó en el armario de Carlos.
En efecto, 7 kilómetros más adelante y con Carlos a su lado, Mimina levantaba los brazos en el arco de llegada del maratón, siendo también recibida en la meta por Alexandra, quien le ofrecía la misma receta que todo maratonista anhela: la medalla que simboliza esa élite que logra desafiar la mítica distancia establecida por Filípides hace más de 2.500 años y el abrazo cálido de un ser querido.
Mimina sabe lo que es gozar un maratón. Aún habiendo hecho más tiempo que el año anterior, sin importarle horas, minutos ni segundos, tuvo la capacidad de decirme lo mucho que había disfrutado esta carrera. Y es que ciertamente la competitividad, así sea con nosotros mismos, alimenta a la mayoría de las personas, pero la capacidad de disfrutar el momento presente de manera consciente está reservada para personas especiales.
Y tengo la dicha que esa persona especial es la madre de mis hijos, es mi pareja desde hace 33 años y es la que se sumó a correr, además de la inspiración dada por ciegos o personas mayores, por tener algún plan más que hacer juntos. O me pongo las pilas o pronto alcanzará el número de maratones que he corrido. Así que Caracas, parece que esta historia de amor continuará, nuevamente en tus calles.
17 de abril de 2024
domingo, 24 de marzo de 2024
Prohibido olvidar
Bernardo Guinand Ayala
Un hombre hurga en la basura
en busca de comida. Lo veo y volteo, no por indiferencia sino por evitarle la vergüenza
de ser visto en tan vulnerable situación. No está revisando cualquier basura,
sino los desechos de nuestra casa, cosa que me sacude aún más.
Solo un par de cuadras más adelante, casi al frente de “El Cedro” - esa casa vecina donde pasé alguno de los momentos más felices de mi infancia - veo a otro hombre, también en el culmen de su edad productiva, durmiendo entre cartones bajo el estrecho portal de entrada de otra casa.
Mientras recorro algunas otras cuadras paseando a mi perro, recuerdo nunca haber visto escenas iguales cuando niño, salvo al par de “locos” - como solíamos llamarlos - que deambulaban por Los Chorros como casos de excepción: el Loco Rosita y el Loco Chino.
Me obligo a recapitular algunas cosas vividas. Entonces pienso en Franklin Brito, que, luchando por la defensa de su propiedad y de lo que es justo, como un Gandhi venezolano, terminó por morir a raíz de una huelga de hambre, sin la más mínima compasión de sus saqueadores. Pienso en Rodolfo González “El Aviador”, en la soledad de su celda en El Helicoide y la desesperación que lo debe haber consumido en las últimas horas de vida, tras ser preso por el testimonio infundado de un “patriota cooperante” anónimo luego de las protestas de 2014. Pienso en Lissette - su hija -, pienso en su familia transitando aquellos duros momentos y en la responsabilidad de la sociedad de no olvidarles.
Pienso en los discursos acalorados, llenos de ira, de quienes hoy gobiernan, refiriéndose con sobresalto a alguna escaramuza ocurrida en la UCV décadas atrás, para luego convertirse ellos, supuestos reivindicadores de aquellos desmanes, en vulgares asesinos sin escrúpulos, ridiculizando incluso a sus víctimas. Al que hablaba de Derechos Humanos, verlo ahora el rol de ejecutor desde la fiscalía. Al que reclamaba justicia para su padre, verlo ahora como portavoz de un régimen al que no le tiembla el pulso para encarcelar o torturar inocentes.
Más allá de la persecución, la Venezuela que aún sobrevive está plagada de niños que han crecido desnutridos, para aspirar a ser, de adultos, solo un retazo de los que podrían haber sido. Vivimos también un terrible proceso de pérdida de aprendizaje, para lo cual no hay que irse hasta Delta Amacuro, sino darse una vuelta por cualquier escuela de una barriada caraqueña y constatar que en todos los grados de primaria hay niños que no saben leer. He visto a niños temblar de miedo cuando, a sus 13 años, se avergüenzan frente a otros por no saber identificar ni la letra A. Eso está pasando hoy, mientras la propaganda roja despliega su campaña electoral cargada de atropellos, muy lejos de ser democracia.
Sigo pensando y, tal vez, una de las maneras más directas de ilustrar la aterradora hecatombe que padece Venezuela, se resume en los siete millones de venezolanos abriéndose paso en otros países para sobrevivir. Un cuarto de la población, desde los más pudientes a los más pobres, desde los cerebros más brillantes hasta los delincuentes más aborrecibles, se han ido a buscar suerte en otro lado.
Sigo revisando en mi cabeza cifras, hechos, personas y aún no he expuesto la debacle económica. Podríamos hacer un tratado de miles de páginas, como miles han sido las empresas que ya no existen y, por ende, millones los puestos de trabajo que desaparecieron. Pero nada tan elocuente como los míseros 800.000 barriles de petróleo que hoy se producen, en un país que debería haber estado en 5 millones hace rato. ¡Qué vergüenza! Los defensores del modelo socialista, otrora críticos del desajuste económico de la “IV República”, han tenido que rasparle hasta 14 ceros a la moneda, porque hoy sería extremadamente complejo decir que un dólar, un solo dolarito, realmente nos cuesta tres mil seiscientos billones (3.600.000.000.000.000) de aquellos bolívares, que, durante toda la democracia pre-chavista, nunca perdió ni un cero.
Hace muchos años llegué a pensar que era obsesiva esa insistente necesidad de los judíos de recordar permanentemente el Holocausto. Erróneamente llegué a pensar que había que pasar la página y seguir. Pero al haberme tocado presenciar en primera persona y padecer esta Venezuela, ahora comparto el gravísimo error de que lleguemos a olvidar los horrores que hemos vivido. Y esto no se refiere a revanchas, ni venganzas, ni vivir amargados; pero es menester, para ser un país con mejor futuro, imprimir en nuestra memoria esta página para no repetir jamás los desmanes vividos. ¡Prohibido olvidar!
Olvidar sería reivindicar la barbarie, el abuso, la ignominia. Olvidar sería dejar sepultado, sin honores, a Franklin Brito, al Aviador, a Pernalete, Miguel Castillo, Neomar Lander, Bassil Da Costa y tantísimos otros. Olvidar sería asumir que Rocío San Miguel no debería haberse metido en la defensa de los oprimidos. Olvidar sería reconocer como lógica la fractura de tantas familias divididas por el resentimiento sembrado o por la distancia forzada. Olvidar sería decirle a mi viejo, o a mi padrino, o a mis suegros, que no tuvo ningún sentido cada vez que pusieron su vida en riesgo, exigiendo libertades y democracia, armados de banderas y amor a este país.
Estamos frente a una nueva alternativa de cambio que sabemos será minada con toda la furia de un régimen que ya no oculta ni las formas. Nos toca seguir buscando soluciones creativas para un cambio real. Nos toca hacerlo por nosotros, por nuestros hijos y por todos aquellos que han entregado sus vidas, que han sufrido vejaciones, que mueren de hambre, que han partido y sueñan con regresar, que buscan un repele de comida entre la basura o duermen sin un techo.
Vivamos ciertamente el presente, pero, para el país que vendrá, por favor ¡prohibido olvidar!
24 de marzo de 2024
domingo, 18 de febrero de 2024
Por estas calles
Bernardo Guinand Ayala
Diez y media de la noche y
la Plaza Francia de Altamira seguía completamente repleta de gente. Aún cuando
cientos de veces vivimos en ese mismo lugar aglomeraciones similares, esta vez
la convocatoria era distinta. No porque las razones por las que nos
congregábamos antes no estuviesen vigentes, pues lamentablemente siguen más
vigentes que nunca, pero vivir en totalitarismo también nos ha enseñado a
aprender a vivir.
Y esa noche fue para vivir y
revivir. Diez y media de la noche y Yordano anunciaba la despedida desde la
tarima ubicada en la Av. Francisco de Miranda, aun cuando estábamos plenamente
conscientes que faltaban, al menos, tres canciones ícono de su repertorio. Todas
ellas, al igual que probablemente todo el concierto, suponían lo que ahora
llaman un “throwback”, una vuelta al pasado con cierto sabor a
nostalgia, a añoranza, a reflexión.
En retrospectiva, parece que
ya décadas atrás borramos de nuestro diccionario algunos conceptos claves, pues,
sin duda “por estas calles la compasión ya no aparece y la piedad hace rato
que se fue de viaje…”
Es muy paradójico volver la
vista atrás y evidenciar que tanto la novela “Por estas calles” de la clausurada
RCTV, como el movimiento que dio vida al chavismo en Venezuela, tuvieron como chispa
originaria ese terrible acontecimiento conocido como el Caracazo, ocurrido en
febrero de 1989. Pero aquella canción de denuncia y la novela homónima que plasmaba
cada noche en la pantalla lo que ocurría en el país - realidad que se exhibió
como el germen de dos golpes de estado (1992) y posterior ascenso a la escena
política del teniente coronel Hugo Chávez Frías - quedaron como niñas de pecho
cuando los supuestos redentores de los pobres llegaron al poder para
convertirse, con su aura brillante de resentimiento, en algo infinitamente peor
a lo que venían denunciando.
En fin, “por estas calles hay tantos pillos y malhechores, y en eso si que no importa credo, raza o colores…”
Si algo nos demuestra fehacientemente la historia universal, es que los regímenes totalitarios de tinte socialista, enarbolando la pretendida bandera de defensa de los oprimidos, terminan siendo todo lo que critican, multiplicado a la enésima potencia. Basta leer los célebres títulos de George Orwell – Rebelión en la Granja y 1984 – y constatar, capítulo a capítulo, el guion más perverso que siguen, al pie de la letra y sin ningún tipo de vergüenza, esta casta de pillos y malhechores.
Cuando nos
adentramos en un crucial año 2024, el régimen venezolano vuelve a su esencia
más perversa y persigue de la manera más obscena a la activista de los Derechos
Humanos, Rocío San Miguel, por un presunto complot. Como respuesta ante la
crítica del mundo, expulsan a los miembros de la Oficina del Alto Comisionado
de los DDHH de las Naciones Unidas. No hay muchas explicaciones que dar sobre
el talante del gobierno. En fin, “tú te la juegas si andas diciendo lo que
tu piensas, al hombre bueno le ponen precio a la cabeza”.
El poder
corrompe, pero el poder con resentimiento, mata. Así estamos. Y lo más grave,
el mundo entero está igual. Basta con darse una paseadita por las noticias en
una cárcel de Siberia, donde al igual que en las cárceles venezolanas, los opositores
mueren en extrañas circunstancias.
Volvemos
a la noche del viernes en Altamira. Algunos recordamos - entre acordes y estrofas
pegajosas - errores del pasado que catapultaron al poder a los que hoy gobiernan.
Por estas calles denunciaba la corrupción, la impunidad, el abuso de poder que
ciertamente existió… pero en los noventa aún había un marco constitucional que
aseguraba, al menos, la regla mínima de la democracia: la alternancia en el
poder. Lo de ahora es un tema de mafias a otra escala, perverso y vil. Este año
hay elecciones tanto en Rusia como en Venezuela y vale recordar que, de esos
que se hacen llamar señores, “hay algunos que hasta se (re)lanzan pa´ presidente”.
“Por eso cuídate de las esquinas, no te distraigas
cuando caminas…”
18 de febrero de 2024
domingo, 11 de febrero de 2024
Cuestión de identidad
Bernardo Guinand Ayala
Eduardo, no sé si con
expresa intención o sencillamente transpirando su propio fanatismo, me había
hecho ser seguidor de los Tiburones de La Guaira, así como lo hizo también con
la albiceleste cuando de fútbol se trataba. Pero bastó aquella primera noche en
el Universitario para dejar de ser seguidor y transformarme, indiscutiblemente,
en fanático de los Tiburones. Y vaya todo lo que eso significaría.
Recuerdo haber entrado apurado
por la tribuna central, pues el juego casi comenzaba y aquellas luces - que a cualquiera
que nunca ha entrado a un estadio deslumbran - invitaban a asomarte lo más
rápido posible. Apenas vi el terreno, puse la mirada sobre la segunda base y reconocí
a Norman Carrasco, con su tradicional número 5 en la espalda. También recuerdo
haber reconocido a los importados que traía el equipo: Ron Jackson cubría la
primera base, el posteriormente famoso estratega Bruce Bochy era nuestro catcher
y Darrel Thomas cubría el short stop. Sería la última vez que traeríamos un importado
en esa posición, pues ese preciso año nacía la célebre “guerrilla”, que
si de algo estuvo plagada fue de maravillosas manos para cubrir todo el
infield.
La tradición guairista de
una familia caraqueñísima como los Guinand tuvo una determinante influencia de los
hermanos mayores de mi papá: Carlos y Alfredo Guinand Baldó, quienes, quizás por
llevar la contraria en su tiempo, nunca fueron seguidores de Cervecería Caracas
– que luego se transformó en Los Leones – sino que apoyaban al Pampero,
franquicia que luego adoptaría el nombre de los Tiburones de La Guaira.
Lo cierto es que el
fanatismo de Carlos Guinand Baldó tuvo un efecto multiplicador en gran parte de
la familia, cuando en la 1970- 71 los Tiburones ganan el título y el equipo en
pleno fue invitado a la casa, siendo mi tío Carlos, no solo fanático sino Gobernador
de Caracas. Yo aún no había nacido, Eduardo no había cumplido los 6 años, pero siempre recuerda que ver a
los peloteros en casa contribuyó al fanatismo familiar por los litoralenses.
Aquella
fue la época dorada de los Tiburones, que llegaron a ganar hasta 4 campeonatos
con figuras como Ángel Bravo, Enzo Hernández, Remigio Hermoso, Luis Aparicio, Paul
Casanova y el sempiterno Aurelio Monteagudo.
Yo llegaría,
con mi fanatismo asumido como dogma, a la segunda edad dorada, la de la famosa guerrilla
en los ochenta, que nos mostró un juego alegre al más puro estilo de lo que solemos
llamar “pelota caribe”. Aquel primer año de fanático – temporada 1982-83 – alcanzamos
el primer título de los 3 que consiguió aquella generación de múltiples jugadores
insignia como Luis Salazar, Raúl Pérez Tovar, Norman Carrasco, Gustavo Polidor,
Juan Francisco Monasterio, Luis Mercedes Sánchez, Argenis Salazar, Alfredo Pedrique
y Oswaldo Guillén, el ídolo de mi infancia por quien siempre me dio orgullo
compartir la misma posición en el campo.
Pero año
a año, cada octubre, independientemente del chalequeo que se fue acentuando en
el tiempo, volvía la esperanza de ver a los Tiburones avanzar hacia otra final.
“Este es el año”. El peso de la época dorada inicial y muy especialmente
de la guerrilla, habían sembrado en la fanaticada un carácter que ni las más
duras circunstancias pudieron doblegar. Algunas estrategias se confabularon
para que ese sentido de identidad, lejos de apagarse, se fortaleciera. Dos de
ellas fueron especialmente claves: la Samba – posteriormente identificada como
Macuto Samba Show – que se instaló en la tribuna derecha del parque de la
Ciudad Universitaria y el circuito radial de los Tiburones de la Guaira, guiado
magistralmente por un fenómeno llamado Marco Antonio “Musiú” de Lacavalerie.
Así, la
fanaticada guarista, inspirados día a día por su estilo de juego, su samba y su
circuito radial, empezó a perfilarse como una fanaticada distinta, donde el adjetivo
más renombrado pasó a ser: alegre. Así, Musiú con su estilo, sus frases
y su autoridad, presentaba al circuito “Alegre” de Los Tiburones de La Guaira y
poco a poco, en la grada comenzaron a ser más habituales todo tipo de cánticos
que se han convertido, no solo en consignas guairistas, sino en gritos de
aliento copiados por otros equipos o por las selecciones venezolanas de todo tipo
de deportes. ¡Ehhhhh La Guaira Uh! ¡Tiburones Eh! ¡Eh Eh Eh La Guaira!!! cantados
rítmicamente al compás de los tambores.
Llegaron los
noventa en sincronía con mi época universitaria, donde casi cada tarde me
encontraba con mi primo Carlos en el Universitario como si fuésemos familia de
Padrón Panza. Quedaba cierto guayabo de la guerrilla, mientras se reestructuraba
el equipo con el polémico Café Martínez como figura. Vimos pasar a muchos otros
peloteros franquicia, sin embargo, empezaban esos largos años duros para el
equipo.
Aún con ausencia
de títulos, la alegría en la grada no cesó y la economía entonces rendía para
que el popular “Chapita” nos sirviera una Polar tras otra, bien fría, que
acumulabas en pilas de vasos para sacar la cuenta al final. No era extraño ver
a un fanático caraquista o magallanero, salir del estadio contrariados, pues aún
a pesar de haber ganado ellos, la samba sonaba más fuerte y los guairistas pasábamos
del enojo a la algarabía en un dos por tres. Había en el equipo, en su
fanaticada, una identidad muy característica que se había forjado en el tiempo
para no irse.
Alegría, arraigo,
identidad, resiliencia podrían perfectamente describir el talante guairista. Tengo
años pensando, que ser fanático de los Tiburones nos preparó para los años que
nos ha tocado vivir en Venezuela a partir de 1999. Esa palabra – resiliencia –
puesta de moda desde hace muy poco, fue concebida en la tribuna de primera base
del Estadio Universitario antes de ser aceptada por la Real Academia. La
capacidad de recibir leña y aún así levantarse y decir “este si es el año”
está tatuado en el ADN del guarista, así como del venezolano.
Luego de
tantos años, en Caracas, La Guaira o Miami ha estado en el ambiente una
pregunta que no deja de ser emocionante: “¿de dónde ha salido tanto fanatismo
por los Tiburones de La Guaira?” Creo que hasta a los más cercanos nos ha
sorprendido y llego a la misma conclusión que han sacado países regidos, por
muchos años, por sistemas totalitarios y luego parece inexplicable evidenciar el
talante democrático de las nuevas generaciones. La identidad, así como el ideal
de libertad, de democracia o los más fundamentales valores de la persona, son inherentes
al ser humano y, aunque parezcan dormidos, allí mismo reverdecerán.
Este fue
el año. Este es el año. ¡Pa´ Encima!
11 de febrero de 2024