Bernardo Guinand Ayala
Llega el otoño al hemisferio norte y acabo de terminar mi quinto
maratón y primero que
realizo de los World
Marathon Majors. Aun cuando logro hacer el segundo mejor tiempo de mi corta
carrera en el asfalto, no me siento satisfecho pues me había preparado e
ilusionado para más. Un calambre en el último cuarto de la carrera me destrozó los
planes iniciales y así como en la vida, tuve que reaccionar para poner en
marcha el plan “Z”: terminar lo mejor
posible. Paradójicamente, las lecciones más duras nos dejan los mayores
aprendizajes.
Es impresionante como una “simple”
carrera de 42 kilómetros puede tener tantas similitudes con la vida cotidiana. En
un flash que nos puede tomar unas
cuantas horas de una mañana, podemos ver a la velocidad de una película, una vida
entera. No seré el primero en escribir una comparación entre la vida y un
maratón, menos pretendo enseñar a otros cómo vivir, pero me atrevo a compartir
estas 4 reflexiones [y una ñapa] que me llevo luego de haber recorrido las
calles de Chicago.
Carrera de resistencia. El maratón, como la vida
misma son carreras de resistencia. No son simples explosiones de velocidad que
ocurren a la misma intensidad. Como todo proceso relativamente largo,
encontramos a través de su recorrido altos y bajos, momentos de aprendizaje y
también de ocio, momentos felices y otros no tantos.
En un maratón los primeros kilómetros suelen ser como la infancia,
pasan demasiado rápido y somos plenamente felices, luego maduramos y solemos
poner cierto piloto automático que nos permita ser “productivos” durante los largos kilómetros que suceden. El
transcurrir de la vida de una persona trabajadora es algo así como lo que
ocurre entre el kilómetro 10 y el 30. Pasan cosas importantes, pero estamos
concentrados en comer kilómetros y mantener el ritmo para lo que suceda a
futuro. Los últimos 10 - 12 kilómetros se asemejan a la vejez; nos hemos
preparado para vivirla a plenitud, pero el cansancio está presente y es mucho más
posible contar con algunos imponderables que la vida nos plantea. Debería ser
un momento de goce y sosiego, pero sabemos que estamos retando a la vida misma.
Así pues, habrá momentos de velocidad efervescente, pero comprender que
nos embarcamos en una aventura de resistencia, aguante y esfuerzo permanente es
una primera similitud entre la vida y un maratón.
Nunca estamos lo
suficientemente listos. Si algo queda claro al cruzar la meta, es que nunca terminamos de
estar listos del todo. La primera vez que corrí un maratón lo hice prácticamente
sin mucho conocimiento y supe que para mejorar debía asesorarme bien. Luego entrené
con un buen plan y mejoré, pero al terminar me di cuenta de que no todo es correr,
sino que debes fortalecer el core (abdomen,
espalda, caderas) y cuando mejoré el core,
pues aprendí que a las piernas o la nutrición les debes poner más atención. Y
así ocurre también con la parte psicológica, las emociones, la preparación
mental y la motivación.
Como todo en la vida, hay una gran cantidad de cosas que dependen de
uno: el entrenamiento, la alimentación, la disciplina, el plan de carrera. En
ello hay que poner todo el esfuerzo, pues no existen excusas. Sin embargo, hay
también muchas otras cosas que se nos escapan de las manos: el clima del día de
la carrera, situaciones no planificadas, alguna lesión o malestar de última
hora. Allí no vale la pena mortificarse de más sino prepararse y, para los que
somos creyentes, confiar en los planes de Papá Dios. Quizás una reflexión de San
Ignacio resuma muy claro este punto: “Haz las cosas
como si todo dependiera de ti y confía como si todo dependiera de Dios”.
Si para hacer mi mejor carrera pretendo estar totalmente listo, nunca voy
a salir a correrla, pues justamente los tropiezos son los que nos van diciendo
qué cosas debemos perfeccionar. De igual manera, uno no puede parar de vivir para
estar listo del todo. Recuerdo que una gran amiga, en esos momentos que se
sentía abrumada por alguna situación de estrés, solía decir: “paren el mundo que me quiero bajar”.
Por otro lado, los seres humanos tenemos esa particularidad de chocar
con la misma piedra varias veces. En todos y cada uno de los maratones he vuelto
a cometer los mismos errores. El deseo de conquistar una meta o imponer un récord
ciertamente te hace mejorar, pero también te tropiezas mil veces con obstáculos
que ya conocías. Y así, la vida.
Carrera individual: Nadie puede correr una
carrera por ti, mucho menos, alguien puede vivir la vida por ti. Cada uno de
nosotros viene equipado con su caja de herramientas útiles, así como defectos
que nos pesan en la espalda. Lo que me sirve a mí, no necesariamente sirve a
los demás y algunas virtudes que no logramos desarrollar probablemente a otros
se les den de manera natural.
Casualmente esta carrera la terminé casi en sincronía con el cuñado de
mi hermano. Solo 19
segundos nos separaron y aún así, ambos preparamos
estrategias y planes diferentes. Ambos sufrimos los últimos kilómetros, pero
mientras mi principal problema fueron calambres y rigidez de mis piernas, para
él la alimentación durante la carrera fue el tema crucial.
De igual manera, la vida, así como el maratón dependen fundamentalmente
de las expectativas que pongamos en ellos y esas expectativas son individuales.
Yo no pretendería ganarle a los keniatas, pero basado en mi entrenamiento y
experiencia previa, tuve la expectativa de hacer un mejor tiempo. Y en base a
ello puedo sentirme desilusionado. Por el contrario, mi primo llegó algunos
minutos detrás de mí, pero para él significaba su récord personal y el tiempo
que soñaba hacer. Cada quien debe trazar su carrera [y su vida] de la manera
que pueda desarrollar su máximo potencial.
Compartida, es mejor. Recalco que cada carrera es un desafío individual.
Nadie vive la
vida de otro. Cada vida, cada persona es única, sin embargo, podemos
compartir nuestra vida con otros y eso nos aligera el peso y le da mucho más
sentido. Originalmente tanto por costos como por logística, mi esposa me dijo
que me fuera solo a correr Chicago, sin embargo, aunque era mi reto, el compartirlo
con mis seres queridos le da un valor extraordinario.
Junto con otro grupo de venezolanos, mi esposa recorrió toda la ciudad
para vernos pasar en tres puntos de la carrera. Gritaron y animaron a los
élites, a los latinos, a atletas con silla de ruedas y a los invidentes. Habré
pasado frente a ellos unos pocos segundos y sin embargo la emoción es indescriptible.
Creo que si se hace un estudio quedará demostrado cómo al pasar frente a tus
familiares instintivamente aceleras el paso y se te pone la piel de gallina al escuchar tu nombre.
Cada uno de nosotros debe construir y trabajar en su propia vida, sin
embargo, que emoción cuando alguien, manteniendo su individualidad, quiere
además ser parte de la tuya. Quien anima, apoya y acompaña es tan clave como el
que corre y el que vive.
Consejo final. No importa que tan dura haya
sido la prueba, cuanto de logros o cuanto de aprendizaje haya representado. La
vida va a tener imponderables, altos y bajos, emociones y decepciones, pero
cada carrera como la vida misma es una sola, así que más vale que disfrutes su
trayecto, aprendas de los tropiezos y seas capaz siempre, siempre, siempre, de
levantar la cabeza al final y cruzar la meta con una gran sonrisa.
12
de octubre de 2017
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