Bernardo Guinand Ayala
El domingo de ramos ha sido de los días que más gratos
recuerdos me trae de la tradición católica y tengo muy claro el por qué.
Durante toda mi infancia - cercano a la celebración de la Semana Santa - en mi Colegio De La Salle tan querido solíamos
representar la pasión de Cristo. Era realmente una producción increíble que
convocaba a todos los alumnos del colegio, bajo la dirección general del muy
apreciado Hno. Iñaki. La puesta en escena de esta representación viviente se
llevaba a cabo en el campo de fútbol del colegio e iniciaba con la entrada triunfante
de Jesús en Jerusalem, entre palmas y alegría, justo lo que hoy celebramos como
domingo de ramos.
Cuando estaba en los primeros años de primaria,
recuerdo haber vivido ese momento como si fuera real. Jesús, que solía ser
representado por algún alumno de los últimos años de bachillerato, iba efectivamente
montado en un burro que era guiado por el propio Hno. Iñaki con una túnica que
parecía trasladarnos a la época. Recuerdo los saltos de algarabía que dábamos
rodeando a Jesús con el “Hosanna” de fondo de la versión en español de Jesucristo
Superstar.
Foto: José A. Guinand A. |
Cada domingo de ramos, al recibir la palma a las
puertas de la iglesia revivo mi infancia y el recuerdo de ese Jesucristo
triunfante. Pero el domingo de ramos tiene una característica muy particular,
pues durante la liturgia se muestran dos momentos antagónicos en la vida de
Jesús. En primer lugar, se lee el texto correspondiente a ese momento de
euforia durante la llegada a Jerusalem, pero luego se de paso al evangelio de
la pasión de Cristo. En menos de una semana, Jesús pasa de ser aclamado para
ser luego condenado, azotado y crucificado.
Quien haya asistido a misa, se le hará prácticamente
imposible no comparar estos evangelios con lo que estamos viviendo en Venezuela.
Frecuentemente nos aconsejan leer la palabra de Dios y tratar de entender su
significado en nuestros tiempos. Hoy, fue realmente contundente esa cercanía a
nuestros tiempos. Comparto algunas de mis reflexiones.
Jesús fue perseguido y condenado por los que ostentaban
el poder. Los sumos sacerdotes - sin pruebas ni razón - exigían la condena de
Jesús. Actuaban como “magistrados” todopoderosos,
que sin sustento en la ley y a través de un juicio viciado, pretendían mantener
su posición. Hoy Venezuela cuenta con magistrados del mismo talante, distantes
de la ley y más aún, de la gente. Describir a los sumos sacerdotes de esa época
es describir a aquellos funcionarios corrompidos que desean mantener sus prebendas
en la Venezuela de hoy.
Después de condenado, Jesús es entregado a los
soldados romanos para ser azotado. Recuerdo que de niño siempre me impactó la
escena cuando, con saña, era flagelado por varios pretorianos. Recientemente rememoré
esa escena, pero de la polémica película dirigida por Mel Gibson y me
estremecía viendo el horror como se afincaban para proferirle mayor dolor. No
contentos con el sufrimiento, los ejecutores reían, escupían y se burlaban
cínicamente de Jesús. Es difícil asimilar tanta maldad, tanta crueldad; sin
embargo, estos días hemos visto como policías y militares, vistiendo el uniforme
que los obliga a defender una patria, propinan a sus coterráneos bombazos,
perdigones, pero sobre todo linchan entre varios y con mucha saña a personas
indefensas que solo piden respeto a la ley, a la libertad, a la democracia. ¿De
dónde proviene tanto odio y resentimiento? ¿Esta gente disfruta haciendo el
mal? ¿Cómo llegan a sus casas y ver a la cara a sus hijos? ¿Por qué tanta
ausencia de Dios?
La pasión de Cristo está en nuestras calles, en los
padecimientos de nuestra gente. La pobreza de espíritu sembrada y abonada por
el régimen que gobierna se transforma en una grave carencia de valores. Que
falta hace Dios entre nosotros, entre todos nosotros.
Vivimos momentos críticos y tanto ahora, como en la
época de Jesús, el miedo se apodera de nosotros. Pilatos prefirió lavarse las
manos por miedo a contradecir. Pedro negó a Jesús tres veces por miedo a ser
perseguido. Un nutrido grupo de personas, que días atrás aclamaba a Jesús, se
convirtió en turba que lo apresaba por miedo a desencajar. Hoy muchos estamos también
llenos de miedo, los que hemos opuesto siempre al gobierno y también los que están
dentro buscando salidas. Pero ese miedo que paraliza se neutraliza con una
fuerza mucho más grande: la fe.
De la euforia de las palmas pasamos a la cruda pasión
de Jesucristo. Pero, gracias a nuestra fe, sabemos que al final Jesús resucitó.
Tal como sucederá con Venezuela.
9 de abril de 2017
Domingo de Ramos
Para la reflexión, Bernardo. Aunque no profeso la fe cristiana, creo en Dios a mi manera.
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