domingo, 22 de agosto de 2021

Cuestión de actitud

 

Bernardo Guinand Ayala

 

¡Si claro! suena a frase cliché, a propaganda de Sony Entertaiment Television de principios de siglo o a guía práctica de autoayuda, pero sin duda, entrompar la vida es cuestión de actitud. Generalmente es difícil comparar las razones de por qué a algunas personas les va mejor que a otras, pues hay tantas variables en esto que llamamos vida que parecería imposible determinar cuáles de esas variables tienen mayor ponderación, pero de que la actitud frente las circunstancias de la vida tiene un peso fundamental es totalmente cierto y hoy tengo el ejemplo perfecto.

 

Cada mañana, tres veces por semana, llego a la misma hora al lugar donde hago rehabilitación. El edificio cuenta con dos puestos de estacionamiento para los pacientes del tercer piso, que son custodiados, al igual que el resto del estacionamiento, por un par de vigilantes; uno unos días y el otro, los restantes.

 

El señor Pedro y su compañero Julián tienen exactamente la misma responsabilidad, tienen prácticamente la misma edad y trabajan en idéntico horario y condiciones. Mismo uniforme, asumo que igual salario y la misma sillita verde para sentarse al lado del portón que abren y cierran según vayan dando acceso a vehículos y personas que llegan a las instalaciones. Incluso, si bien uno es más alto y robusto que el otro, ambos tienen características muy similares del típico venezolano mestizo. Sin embargo, uno es gran conversador, mientras el otro tiene siempre cara enfurruñada que no le permite ni saludar.

 

Sin conocerme, Julián – quien suele mantener el gran portón entreabierto - me preguntó amablemente una mañana que a dónde me dirigía, y al avisar que iba a terapia no sólo aceleró su paso para remover el cono que tranca uno de los puestos reservados, sino que se aventuró a preguntar por mi salud. Otra mañana, el Sr. Pedro me dejó un rato frente al gran portón trancando parcialmente la calle mientras verificaba varias veces a dónde me dirigía y luego de constatado mi rol como paciente del servicio de rehabilitación, arrancó su lento paso al lugar del cono en cuestión.  

 

Al pasar los días, las conversas con Julián se hicieron más nutridas y agradables. Llegaba a terapia contento y dispuesto a la sesión del día. Sin embargo, una mañana, estando de turno el hosco Sr. Pedro percibo una actitud aún más reacia a dejarme entrar al estacionamiento. Como siempre, le recordé que iba a terapia pero rápidamente me dijo que los dos puestos estaban ocupados. Insistí que estaba aún con la columna algo débil pero me dijo que todos los puestos libres eran de la farmacia y no me podía dejar entrar. Entonces le pedí que me dejara acceder brevemente para no trancar la calle y poder llamar a la fisioterapeuta para evaluar opciones o incluso esperar si alguno de los otros pacientes iba de salida. ¡Fue imposible! Poco le importó mi salud, ni las propuestas sugeridas. Se le daba natural plantar su carota para decir: ¡No es no! Tuve que irme hasta el Centro Comercial cercano, estacionar lejos, subir varias escaleras, caminar un par de cuadras y por supuesto, llegar a la terapia más caliente que plancha e’ chino recordando a la señora madre del fulano Pedro.

 

Días después, me di el gusto de hablar algo más largo con Julián para felicitarle, contarle la experiencia vivida con el otro señor y enfatizar que él, con su actitud, además de transmitir ser más feliz, hacía que mi día también arrancara mejor. Insistí en que no se trataba solamente del “deber ser” y profundicé mi felicitación, cosa que recibió casi con lágrimas de agradecimiento. Me hizo el día, le hice el día, o viceversa.

 

Hace pocas semanas, el mismo Julián se me acercó para notificarme que había encontrado un mejor trabajo, con mejores beneficios y sueldo. Se acercó a despedirse y agradecer los días y conversas compartidas. Lo sentí mucho por los clientes y trabajadores del edificio, pero me alegré profundamente por él.

 

Pensé, días atrás cuando revoloteaba en mi cabeza escribir esta anécdota, que con la historia hasta aquí estaba más que clara la moraleja: el de buena actitud encuentra mejores oportunidades y sale por la puerta grande, mientras que el amargado se queda con opciones limitadas, con la puerta más cerrada y la mirada esquiva al resto de la humanidad. Pero el viernes pasado, la mala actitud elevó la conclusión de este episodio.

 

Haciendo mis ejercicios empiezo a escuchar que otra de las terapeutas tiene un inconveniente con un paciente al que esperaba. No era clara la razón por la cual no llegaba, pero yo comento a mi fisioterapeuta: “Hoy está el Sr. Pedro, no dudo que allí esté la razón”. Cuento corto, el paciente venía por una vía que el vigilante consideró inadecuada y teniendo al vehículo frente a su puerta lo increpa a darle otra vuelta a la manzana para llegar por la auténtica calle de acceso. Entre molestia e intercambio de palabras, el paciente opta por dar la larga vuelta y al llegar de nuevo el vigilante decide que, por lo grosero, ese día no iba a entrar. Sin tener mayores detalles, el asunto terminó con el paciente bastante más molesto que yo en la otra oportunidad, bajándose del carro y dándole, al menos, un empujón y media trompada al viejo gruñón.

 

Sin pretender justificar la escaramuza, ese paciente no volverá, afectando ahora los honorarios de fisiatras y fisioterapeutas que dependían recurrentemente de esos ingresos. Y con toda seguridad, lejos de bajar la guardia, la actitud de este señor vigilante se vuelva aún más hostil y desafiante inundando con su mal humor el clima del lugar.

 

Hay miles de circunstancias que nos afectan en nuestro día a día, pero por aquello manejable intrínsecamente con tus propios recursos - como tu actitud - es absurdo arruinarse y arruinarle la vida al resto. La actitud no sólo determina tu propio camino, sino es capaz de afectar también el de los demás, así tu labor sea la de dirigir una nación como la de mover el cono del estacionamiento para que un paciente llegue feliz a su consulta. La vida sí, claro que sí, ¡es cuestión de actitud!  

  

          22 de agosto de 2021

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