Bernardo Guinand Ayala
“En las montañas está la libertad. Las fuentes
de la degradación no llegan a las regiones puras del aire. El mundo está bien
en aquellos lugares donde el ser humano no alcanza a turbarlo con sus miserias” Alexander Von
Humboldt
En el Pico Humboldt con Jose - Marzo 2020 |
Esta historia
podría ser larga. Fatal - tal vez - en una época de mensajes cortos, lecturas a
vuelo e’ pájaro, Twitter y videos TikTok.
Pero les aseguro que la publicación del “Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo
Continente” obra maestra del gran Alejandro de Humboldt, no era tampoco
apto para tuiteros. Además, será solo la bitácora de un viaje, un viaje corto,
que se me hace vital mantener en el recuerdo y adicionalmente sale publicado en
medio de cuarentena nacional, así que no hay excusas, pues hay tiempo para una
lectura diferente y distinta al odioso coronavirus. Además, no será realmente tan
largo y quizás hasta se animen a una aventura similar.
Todo comenzó con una
llamada de Jose: “Epa Nando, Luis Felipe
Luciani cumple 50 años y
los quiere celebrar en la cumbre del Pico Humboldt. Me
dijo que te avisara. Es en la primera quincena de marzo, pues cumple el 13 y
ese día quiere estar allá encaramado ¿le echamos pichón?” Era efectivamente
una fecha bastante atravesada, con compromisos de trabajo y todo lo que sueles pensar
cuando no tienes algo planificado, pero Mimina me terminó de empujar: “Siempre has querido volver al Humboldt, más
fácil no te la pueden poner, dale”. Así que rápidamente dije que me anotaba
y empezaba a recordar aquella primera subida en un ya lejano 1992 junto a mi
hermano Carlos y mis primos Leo y Alberto.
Cumbre Humboldt 1992 |
Luis Felipe,
Mariana, Carlos, Tita, Elías, Jota, Robert, Jose y yo nos embarcamos el lunes
por la mañana rumbo a Mérida, luego de haber planificado semanas antes todo el
itinerario y la logística. La verdad que el cumpleañero nos la puso en
bandejita de plata, todo al extremo bien planificado, al punto que casi solo
requería nuestra presencia y el morral con nuestra ropa y el sleeping. Luego me percataría que la
planificación desde Mérida estaba siendo ejecutada por profesionales de la
montaña, que nos hicieron la aventura – ya de por sí fenomenal – en algo
extraordinario. A diferencia de mi subida en los años noventa, este paseo
proponía algo diferente, ya que la ruta de ida no sería vía La Mucuy sino
saliendo desde el valle de Gavidia, lo que permitiría, además de días de
aclimatación, una travesía entre montañas y valles, con subidas y bajadas, que
conferiría al viaje un disfrute adicional a la sola expectativa de subir más
alto y lograr la cumbre.
Día 1: ¡Nos fuimos!
Arreglando la bomba de gasolina en Guanare |
Tres carros salimos encaravanados en una Venezuela con el
turismo en estado crítico y escasez de gasolina, rodando a buen ritmo hasta
mitad del trayecto entre Acarigua y Guanare. Nuestro líder de caravana y
promotor de la aventura reducía drásticamente la velocidad, ponía luces de
emergencia y se orillaba en una evidente situación inesperada. Con la clásica
actitud para mantener la calma pero obviamente preocupado, rápidamente intuyó
el problema: “debe ser la bomba de
gasolina que ya en Margarita estuvo echando vaina”. No es que fuera muy
alentador, pero un diagnóstico temprano era mejor que la incertidumbre
absoluta. En minutos se presentaron varias alternativas de solución, pero
viendo que Jose cargaba una cincha a la mano, decidimos jalar el carro
esperando ver si soportaba los 45-50 kilómetros que nos faltaban para llegar a
la capital portugueseña. Entre jalones, rupturas de la cincha y empates,
logramos llegar a Guanare y ubicar rápidamente un proveedor de repuestos donde
apareció la bomba requerida; solo faltaba el taller para hacerlo y ya que en
plena hora de almuerzo todo estaba cerrado, el ofrecimiento a un mecánico de
motos en plena acera terminó resultando una buena oportunidad para el susodicho
y para los viajeros. Un par de horas tomó desmontar el tanque de gasolina,
montar la nueva bomba, verificar que la presencia de sucio y agua en la
gasolina ha debido ser el detonante de la emergencia; para luego seguir,
agradecidos con el amable llanero y su familia que nos acogió, bajo el
inclemente calor del llano. Un retraso inesperado pero sin nada que lamentar;
el team seguía contento, el cumpleañero sonriente - una constante que se
mantendría durante todo el viaje - y todos dispuestos a seguir la aventura que
apenas comenzaba.
Horas más tarde,
habiendo transitado el llano, el piedemonte barinés y parte del páramo, nos deteníamos
en Santo Domingo con la esperanza de adentrarnos en la gastronomía merideña,
dispuestos a devorar unos típicos pastelitos andinos. Éramos los únicos en el
local, pero aparecieron dos jóvenes andinas dispuestas a atendernos; una
friendo al momento los pastelitos de sabores varios deseados y otra repartiendo
jugos de fresas, café y facturando alegremente la llegada de los escasos
turistas de la jornada. Minutos más tarde estaríamos estacionando los carros en
una posada a las afueras de Apartaderos solo con chance de ordenar algunas
cosas finales, dejar ropa de repuesto y gasolina en la posada para el regreso y
hacer una última llamada a Caracas pues preveíamos no tener más comunicación
una vez adentrados en la montaña.
Dos Toyotas chasis
largo aparecieron rápidamente y de allí salió Ender, el gran organizador de la
excursión, con quien Luis Felipe y algunos otros conocidos habían planificado
travesías anteriormente con altísima satisfacción. Además de cerebro de la
operación, descubriríamos luego que era capaz de montarse en el lomo un morral
del doble de su tamaño y de tomar decisiones acertadas en los momentos
apremiantes. Así partimos, morrales en un Toyota y la gente pa’l otro rumbo a
Gavidia, pueblito inmerso en medio del páramo, muy conocido por la cantidad de
paseos que pueden planificarse desde allí. La posada “Llano del Trigo”
increíblemente acogedora y bien atendida nos recibía para la primera noche,
última con cama, agua caliente y con mesa y sillas para sentarse a comer. Al
día siguiente tocaría una de las caminatas, si no la más fuerte, sí la más
larga, por lo cual cenamos un abundante plato de pasta con salsa de tomate
fresca hecha con especial cariño y aderezada con abundante albahaca y queso
parmesano. Descubríamos así a otra de las piezas claves de la excursión,
nuestro guía y cocinero Yovanny, un pana que perfectamente podría estar montado
en la montaña, a pie o en su bici - alto competidor en estas disciplinas - así
como con una tabla de surf en pleno mar Caribe venezolano. Su chispa y buena
vibra solo podrían compararse con su excelente gastronomía de alta montaña.
Siempre pensé que nosotros sabíamos llevar buena comida a las excursiones, hasta
que conocimos a Yovanny. Claro, anteriormente gerenció su negocio “La Casa del Páramo” en Apartaderos,
reconocido por sus artesanías y buen restaurant, pero que lamentablemente la
terrible crisis venezolana obligó a cerrarlo - por ahora -.
Día 2: De Gavidia a Don Alfonso
Dormimos como unos
bebés en la posada, desayunamos huevo frito, par de arepas andinas, queso
rallado y abundante café - eso del abundante café se repetiría cada día, pues
el sonido de la greca colando en la mañana se convertiría en nuestro
despertador en la montaña, claro, junto a las risas de los primos Gil quienes
lo preparaban -. Allí conocimos a Juan, primo de Yovanny, ambos de apellido
Gil. Juan, Juancito o Juancho, es lo más parecido que he conocido a Cantinflas,
tanto en lo físico - con su idéntico bigote - como por la picardía de cada
comentario. Un personaje de esos que te alegra conocer. Además del café, Juan
era el encargado de preparar también un té de hierbas varias que era perfecto
para mantenerte caliente o para acostarte a dormir relajado. Ese té, propio de
su manufactura, llevaba un compuesto de hojas secas que traía empaquetadas pero
que aderezaba adicionalmente con papelón, flores de frailejón - dice que las
flores son menos amargas que las hojas - ramitas de hinojo fresco y hasta
alguna vez unos sobrecitos de hojas de coca que trajo de una expedición que
hizo a Bolivia.
Ese martes tocaría
caminar casi 15,5 kilómetros, comenzando desde Gavidia en el sector Las
Piñuelas - último lugar al que llegan los carros - haciendo una travesía que
tomaría unos primeros 6 kilómetros en subida hasta el Alto de Santo Cristo a
unos 4.200 msnm y luego descender el resto del kilometraje hasta más abajo del
sector denominado como Don Alfonso. A los 9 excursionistas mencionados se nos
sumaban nuestros guías Ender, Yovanny, Juan, Alexis y Andrew, así como los
arrieros Giovanni y Alexis con su hijo Alexander y 9 “bestias”- como suelen
llamar en los Andes a los animales de carga - entre mulas y caballos.
El Humboldt desde el Alto de Santo Cristo |
Comenzar a subir
plantea de inicio el reto de la altura. Aún arrancando a unos 3.300 msnm
aproximadamente, se siente que debes tomarte las cosas con calma. Poco a poco
fuimos ordenando los grupos, unos más adelante y otros más rezagados, pero
realmente fuimos un grupo bastante compacto sin largos espacios de espera entre
primeros y últimos y eso fue genial para el paseo. Llegar adelante suponía, por
un lado, tomar buenos períodos de recuperación, pero sobre todo, tiempo para
sacar el celular del bolsillo - que de teléfono valía poco pero de cámara de
fotos un montón -. En el Alto de Santo Cristo visualizamos por primera vez el
objetivo: el Pico Humboldt mostraba su esplendor a la distancia, aunque
tendríamos que dar una amplia vuelta para llegar a su base. Media canilla
rellena con tortilla de papas dejaba en evidencia que nuestros nutricionistas
harían lo posible por mantener nuestras reservas de carbohidratos altas para la
caminata, y así, luego de una inesperada comunicación telefónica con Caracas en
lo alto del camino, emprendimos la bajada entre montañas, valles, piedras hasta
llegar a las ruinas de un antiguo refugio que se mostraba como el sector Don
Alfonso, pero donde debíamos caminar unos 2-3 kilómetros más surcando el río
hasta el lugar decidido para acampar. Allí, a orillas del río y bajo un
espectacular cielo con nubes estrafalarias montamos el primer campamento, con
una gran tienda pentagonal como de circo que serviría de cocina y centro de
reuniones. Yovanny montaba rápidamente un caldero full de arroz blanco mientras
sazonaba una a una tanto con ajo recién picado y pimienta recién molida, una
suculenta pechuga de pollo para cada comensal. A eso debía sumarle unos
vegetales mixtos pre-elaborados que traía sellados al vacío y unos plátanos
maduritos que rápidamente buscaron espacio en un sartén con un toque de
margarina y azúcar para caramelizar. El hambre que suele dar en una excursión no
sería excusa para abortar, pues bien alimentados estaríamos todos los días.
Campamento Don Alfonso |
Día 3: Don Alfonso hasta Las Ruinas:
La primera noche en
carpa fuimos sorprendidos por un oso frontino en el campamento. Bueno, en
realidad era Carlos - hermano del cumpleañero - quien roncó desde las 8:30 de la
noche hasta las 6:30 de la mañana siguiente. A partir de ese día su carpa
siempre se instaló algo más alejada del resto, aunque su pobre esposa Tita,
acostumbrada a tales menesteres, se tuvo que conformar con el uso de tapones. Arepitas
andinas, recogida del campamento y a ponernos en marcha. La caminata fue justo
la mitad de la del día anterior pero supuso varios retos de subidas y bajadas.
Arrancamos bajando el río junto a unas formaciones rocosas impresionantes para
luego caer al Valle de los Aranguren. Durante toda la tarde anterior y
arrancando el día habíamos estado bordeando por completo la cadena montañosa,
para finalmente abrirnos espacio en un valle que nos permitía nuevamente
retomar el camino en dirección al Humboldt. Ese trayecto, conocido como el
“Camino Real” conecta desde ese valle hasta Tabay, siendo una travesía
reservada para arrieros y lugareños para trasladar ganado y mercancías.
Del Valle de los
Aranguren pasamos al Valle de los Molinos, no sin antes escuchar de Juan sus
aventuras entre las únicas dos familias que quedan viviendo en ese sector.
Contaba que una vez, tratando de hacer esa excursión en invierno, el palo de
agua no les permitió avanzar más de allí, así que apeló por dar una vuelta a la
aldea en Los Aranguren quienes celebraron su visita entre cantos, miche, ron y
hasta una botellita de Old Parr. Cada buena celebración siempre recordaba a
Juancito su estrechez con los divertidos habitantes de Los Aranguren, tanto así
como la gente que conoció en Nepal.
Campamento Las Ruinas |
En Los Molinos
encontramos un río con cascadas de agua cristalina que caían por la ladera que
nos disponíamos a subir. Aprovechando los rayos del sol, algunos nos
aventuramos a echarnos un chapuzón en uno de los pozos y quitarnos el olorcito
a “guaralito e’ guindá chorizos” que
veníamos arrastrando, para salir frescos hacia Las Ruinas, un espacio protegido
del viento donde armaríamos el segundo campamento. No habíamos terminado de
llegar cuando Yovanny ya estaba sacando sus famosos platicos metálicos llenos
con falafel de arvejas, crema de berenjenas, pan pita y la novedad del día: una
ensalada verde de pimentones, cebollas, vinagreta de cilantro y plátano verde
rallado que rápidamente anotamos en el recetario montañés. Si eso parecía
bueno, bastaba esperar la noche para darnos un festín de lomito – sí, lomito en
la montaña – magistralmente acompañado con papas “a las finas hierbas”, hinojo salteado que le daba un toque aromático
a la cena y lo que quedó de la famosa ensalada verde. Lamentablemente, esa
noche Jose ya venía algo descompuesto y creo que no ha debido comer ni carne ni
hinojo. En medio del frío de la madrugada requirió salir hasta 3 veces al baño,
no sin antes dejarme perfumada la carpa y no precisamente con hinojo. Había
sobrevivido a los ronquidos de Carlos la noche anterior, pero esa noche hubiese
preferido sinceramente al oso frontino que al mapurite.
Día 4: Rumbo al campamento base
Cada nuevo día nos
tocaba formalmente menos kilometraje, pero ganar más altura así como mayor
nivel de dificultad, lo cual hacía el trayecto igual de largo. Ese jueves,
rumbo a la Laguna Verde - una de las más grandes y espectaculares lagunas de
nuestros Andes - suponía además un reto adicional, dejar a nuestros fieles
arrieros y sus maravillosas mulas, para echarnos todo el peso en el lomo. Por
supuesto, no dejamos de salir sin un buen desayuno compuesto esta vez por par
de arepas de maíz, revoltillo con cebollín recién cosechado, caraotas negras,
queso ahumado rallado, nata y la sorpresa del día: unas truchitas bien fritas
que habían pescado nuestros arrieros la tarde anterior. Como si se tratase de
sardinas, yo me comía la mía - y alguna otra que quedó allí pagando - con todo
y el espinazo, situación que me atribuyó por un momento el apodo de” el gato Guinand”.
Laguna Verde |
Desayuno digerido y
campamento recogido, emprendimos marcha por el mismo camino dejando en un punto
el antiguo “Camino Real” para desviarnos hacia la montaña rumbo al Alto de Los
Parra. En los Andes suelen llamar “Alto o
Ventana” al lugar donde hay que encaramarse para poder atravesar una cordillera
de montañas. Suele ser el sitio más accesible por el cual cruzar, aunque supone
subir fuertemente. Dichos “Altos” suelen ser bautizados con el nombre de
lagunas o referencias próximas con los cuales identificarlos y generalmente una
vez alcanzada esta ventana, la recompensa suele ser poder ver la laguna que
está del otro lado. Así, en todo el trayecto atravesamos el Alto de Santo Cristo,
próximo a la laguna del mismo nombre, el Alto de Los Parra, antes de la Laguna
de Los Parra y el Alto de La Verde, antes de llegar a la laguna que anticipa el
campamento base para el Pico Humboldt y el Bonpland. Justo en el Alto de Los
Parra despedimos a las mulas, nos montamos los morrales con todo, distribuimos
carpas y comida y arrancamos pasito a pasito hasta el Alto de la Laguna Verde,
punto más alto de la travesía de ese día.
El descenso desde el
Alto de la Verde comenzó relativamente manejable hasta llegar a la laguna La
Verdecita donde nos zampamos el almuerzo de marcha compuesto por fajitas con pisillo
de trucha o carne molida, acompañados por una crema de cebollín bautizada “Cusicori”. Aunque continuábamos en
bajada rumbo al desagüe de la Laguna Verde que nos
permitiría cruzar al otro
lado donde montaríamos campamento, faltaba sortear dos duros pasos de la vía.
En primer lugar, de la Verdecita hasta La Verde, se presentaba una bajada
abrupta entre rocas monumentales cuyos pasos había que realizar con precisión.
El peso en la espalda ponía todo más riesgoso por el desbalance que suponía,
sin embargo, uno a uno fuimos sorteando el camino, a veces con ayuda de
nuestros maravillosos guías, otras veces apelando a nuestras manos o al muy
útil “culicross” para minimizar
riesgos. Una vez cruzado el desagüe de la laguna y ya rumbo al sector del
acampada, faltaba atravesar el “paso de
las cabras” un sector sin camino, formado solo por monumentales piedras
inclinadas en diagonal con un interesante precipicio hacia abajo. Afortunadamente,
el agarre en las piedras durante toda la travesía fue genial por encontrarnos en
pleno verano y con suelas adaptadas a la superficie. Cruzado ese paso, voilá, ya estábamos instalados en
nuestro campamento final a orillas del riachuelo que baja de la Laguna El Suero
hacia la Laguna Verde.
Paso de las cabras |
Día 5: Cumbre y cumpleaños
Si algo se me hace
verdaderamente difícil en la montaña es poder dormir corrido. Las noches se
hacen eternas ya sea por el frío, por incomodidad en el sleeping bag o por lo que hayamos escogido de almohada. Uno se
suele parar mil veces revisando el reloj y las horas pasan en cámara lenta. Así
que esa mañana para nada me molestó levantarnos a las 2:45 am para que rindiera
el día. Nuevamente, las voces de los primos Gil y el sonido del café colando, indicaron
que era hora de pararse aun faltando un cuarto para la hora prevista. Afortunadamente
el frío no se sentía particularmente intenso y había algunas pocas nubes en el
cielo. Empezamos con cierta angustia al ver hacia arriba esperando tener buen
clima. La naturaleza siempre es impredecible y aunque el cumpleañero rezaba
como mantra desde días atrás que nos tocaría buen día, en las montañas las
ráfagas de viento transforman las expectativas en segundos.
Con botas, chaquetas,
morral de ataque, linterna en la frente, gorros y guantes, cada uno se
fue
acercando a la carpa comedor por su taza de café, su ración de avena y su
arepita andina. Algo temprano para desayunar de esa manera pero buscando tener
fuerzas para ascender unos 900 metros esa mañana. A eso de las 4:10 am Ender - como
jefe de la expedición - salió de primero secundado por Jose y por mí. Cada dos
excursionistas iban con un guía con algo de luz de la luna para el horizonte y linternas
para las pisadas. Así salimos a la conquista del segundo pico más elevado de
nuestra geografía. 4.100, 4.200, 4.300, 4.400 msnm iban siendo alcanzados poco
a poco. Me percaté que la altura, más allá de fatiga respiratoria, generaba
alteraciones en la frecuencia cardíaca que subía con cada escalón y se aliviaba
increíblemente en los descansos, aunque luego costara volver a tomar el ritmo.
Tres estrellas brillantes se posaron en la oscuridad sobre el reflejo también
brillante del último pedacito de glaciar que queda en nuestro país. Hace casi
30 años, cuando escalaba por primera vez esa misma cumbre, había tocado llevar
crampones para atravesar el glaciar en una larga caminata sobre la nieve y el
hielo. Ya hoy es totalmente innecesario pues el pedacito que queda solo lo
atraviesas para saber que estuviste allí, antes de que termine de desaparecer “el último glaciar” El último glaciar de Venezuela
Primeros rayos de luz |
Amanecer en plena subida |
Con la luna siempre
presente – que se coló en casi todas las fotos de ese día – empezaron a
despuntar las primeras luces del amanecer justo detrás del Humboldt. El día,
tal como predijo el cumpleañero, se fue despejando por completo apareciendo un
azul intenso pintado con los tonos amarillos, anaranjados y rojizos de los
primeros rayos de sol. Al taparse directamente el sol por la presencia de la
cordillera que sube al pico, la luz se reflejaba detrás de nosotros en las montañas
que circundan al Pico Agustín Codazzi, mostrando las piedras cada vez más
encendidas por el efecto directo de los rayos solares. Al fondo se veía clarita,
cual trazos de un electrocardiograma, la silueta constante de la Sierra de La
Culata, hermana de la Sierra Nevada.
En alguna parte del
ascenso, Ender cedió el puesto de vanguardia para pedirle a Juancito que nos acompañara
al frente. Así, los hermanos Guinand llegamos al glaciar de la Corona con
tiempo para echar bromas con Juan, siempre dispuesto a alegrarnos el día. El
sol seguía tapado tras el Humboldt pero ya el cielo lucía impecablemente
despejado, las linternas terminaron de apagarse y tras jugar brevemente en el
glaciar y ver las grietas que aún quedan, nos embarcamos en un último jalón
hacia la masa rocosa que te encamina hacia la cumbre. Hubo algunos últimos
tramos que había que sortear con precaución, donde el corazón latía más rápido
en cada pisada al estar arañando los 5.000 msnm. Faltando una última cuesta, de
manera muy delicada, Juan se hizo a un lado simulando ir a apoyar a José
Antonio para dejarme pasar a la delantera y coronar los 4.952 msnm del
espectacular Pico Humboldt por segunda vez en mi vida. Serían poco más de las
8:00am, tiempo para sacar de una el celular convertido en cámara de video y ver
llegar a Juan y a Jose para darnos un abrazo en lo alto de la montaña. Dos
veces conquistada esa cumbre, dos veces realizada con alguno de mis hermanos.
A pesar de estar en
el tope, arriba finalmente el sol calentó y el azul del techo era contrarrestado
con una cama de espesas nubes blancas a nuestros pies del otro lado de la
cordillera que dibujaban la forma de la montaña. Detrás de nosotros, el Pico
Ruiz Terán, un vertiginoso pico solo apto para escaladores pro. A nuestra
izquierda, perfectamente definida la cresta que lleva hacia el Bonpland, cuarto
pico más alto de nuestros Andes, que lleva el nombre del francés Aimé Bonpland, inseparable amigo y compañero
de expediciones del barón Von Humboldt.
A diferencia de lo que muchos creen, ni Humboldt ni Bonpland estuvieron jamás
en lo alto de los Andes venezolanos; de hecho, nuestros picos emblemáticos de
la Sierra Nevada fueron todos conquistados durante el primer tercio del siglo
XX, mientras que Humboldt y Bonpland pasaron por estas tierras justo un siglo
antes. Y finalmente, frente a nosotros, se exponía en toda su dimensión el
resto de la cordillera en lo que otrora fueran las cinco águilas blancas.
Perfectamente se definía la silueta logrando ver a lo más lejos la estación del
teleférico en Pico Espejo, el característico perfil del Pico Bolívar, la
Concha, así como “la travesía” que se
refiere al camino que va justo desde la Laguna del Suero, pasando por la temida
subida de Chumajoma, hasta la base del Pico Bolívar.
Cumbre con todos en el Pico Humboldt - marzo 2020 |
Una hora más tarde
asomaba su cara entre la grieta final Mariana - la esposa de Luis Felipe - que
con su sonrisa característica venía más atrás para efectivamente cumplir su
promesa de pasar su cumpleaños en la cumbre del Humboldt. No le cabía la cara
de la felicidad y se vaciló segundo a segundo la celebración que tiempo atrás
había planificado. #QueBuenPlan se
fue posicionando como nuestro hashtag imaginario de esos días, un hashtag más
contundente pues no estaba escrito en ninguna red - en efecto estábamos desde
el martes sin señal - sino en la cabeza y en los sentimientos de cada uno de
nosotros. Uno a uno fue llegando el resto de los expedicionarios y sus guías,
mientras entonábamos un desafinado ¡Feliz
Cumpleaños! y hasta salía una “carterita
de ron” que traía Elías reservada para tal ocasión. Foto grupal, abrazos,
emoción por todos lados y el mejor día – ya de por si todos buenos – de la
aventura.
Cumbre en el Pico Bonpland junto a Jose, Juan y Alexis |
Días atrás había rodado
la idea de que un grupo pudiese también hacer Bonpland. Con el cansancio y lo
agreste de la arista que lleva al pico, hubo poca mención arriba. Jose dudaba y
Juan - quien probablemente nos podría acompañar - me mostraba con cierta
preocupación el ascenso de la niebla desde la cordillera. También dudé pero dije
a Jose: “luego seguro nos vamos a arrepentir
de no haberlo hecho, esta ahí frente a nosotros” Así que con mayor
determinación pregunté quién se anotaba y Luis Felipe termina de empujarnos: “Hermanos Guinand: el día no puede estar
mejor, échenle pichón con un par de guías que nosotros bajamos con los otros
tres” Y así, mientras el grupo
grueso bajaba nuevamente rumbo al glaciar, Jose y yo, acompañados por Juan y
Alexis - uno de los guías más experimentados, clásico merideño reservado pero increíblemente
colaborador - emprendíamos camino rumbo a la temida cresta que planteaba,
durante casi todo su trayecto, acantilados de ambos lados del camino, compuesto
por lajas de piedras sueltas producto del clásico vaivén de congelación y
descongelación a la cual se ven expuestas constantemente. Cada paso se
convirtió en un movimiento bien pensado y luego de la larga cresta, en las
cuales hubo un sector muy parecido al “paso de las cabras” pero mil metros más
arriba, finalmente entrompamos la subida final donde nuevamente, ante mi
pregunta: “dime Juancito que esa es la
cumbre” me volvió a dejar pasar para coronar ahora, a 4.883 msnm el tope
del Pico Bonpland. Jose, Juan y Alexis llegaban segundos más tardes para volver
a repetir el video, el abrazo, la foto y el grito de cumbre.
Vista al Humboldt desde el Bonpland (y team en el glaciar) |
Desde arriba veíamos
al resto del team jugando y tomándose fotos en plena nieve, así como una vista
panorámica hacia el Humboldt verdaderamente privilegiada. El descenso de la
cresta fue aún más temeroso que la subida, sentía que el corazón se me salía
por la boca con la adrenalina a mil, buscando descender lo antes posible de la
zona más vertiginosa. Emprendimos así, luego de una pequeña conferencia de
nuestros guías, la bajada por el antiguo camino del glaciar vía Laguna El
Suero, siendo un trayecto largo y complejo entre tramos de piedras deslizantes,
piedras gigantes, morrenas y enormes formaciones de roca colorada, alguna vez
totalmente escondidas debajo de la masa de hielo que una vez fue glaciar. En el
trayecto dejamos atrás las lagunas Los Hielitos y finalmente llegamos a El
Suero, para seguir a toda velocidad, ya finalmente en terreno firme, hacia la
Laguna Verde
donde el resto del grupo esperaba.
Jose y Alexis en la cresta del Bonpland |
Para no finalizar la
emoción, esa tarde Robert había estado tosiendo más de lo normal y luego de un
pertinente chequeo médico por parte de Ender, se planteó la necesidad de
bajarlo de altura lo más posible, previendo la posibilidad de un edema pulmonar
causado por la altura. Y así, entre cansancio y decisiones apresuradas, tres de
los guías - Ender, Alexis y su hijo Andrew - se suman a la tarea de acompañar hasta
la Laguna de La Coromoto, para que Robert pudiera pasar la noche a mucha menor
altura. El desafío planteaba quedarnos el resto solo con dos guías y desmontar
el campamento al día siguiente con parte de la carga, sin embargo, antes de que
pudiéramos salir de las carpas esa última madrugada después de hacer cumbre y
bajo un fría mañana bajo cero que dejó todo escarchado a nuestro alrededor,
escuché las voces de Ender y Alexis llegar nuevamente desde La Coromoto, justo
a tiempo para desmontar campamento y volver a emprender camino hacia abajo bien
cargados, mientras Andrew se había quedado con la responsabilidad de bajar
junto a Robert a La Mucuy, habiendo pasado buena noche. Son unos bárbaros esos merideños.
Jose y yo estábamos agotados la tarde anterior por la doble cumbre, mientras
Alexis no solo había hecho lo mismo junto a nosotros, sino que bajó a La
Coromoto – unos casi mil metros de altura por debajo de la Verde – descansó algo
y volvió a subir justo a la hora que nosotros apenas abríamos los ojos.
Día 6 y 7: De la euforia al coronavirus
Y como esta historia
se está poniendo muy larga, es preciso decir que ese día nos tiramos el jalón
completo desde la Laguna Verde hasta el Puesto de Guarda Parques de La Mucuy,
con almuerzo - siempre especial - en la Laguna La Coromoto. Al llegar a La
Mucuy nos alegró ver a Robert totalmente tranquilo y descansado, segundos antes
de chequear que finalmente, luego de cinco días sin comunicación, había señal y
marcaba a Mimina para saber de ella, de mis chamos y especialmente de mi suegro
que había sido operado durante mi ausencia. Luego de constatar que mi suegro,
luego de un buen susto, ya se encontraba bien, Mimina pasó a comentar el
próximo punto de agenda: “pero no creas
que todo está tan bien, durante tu ausencia el país cambió: llegó el
coronavirus, se acabaron las clases y arrancamos la cuarentena”. Debido a
ello, luego de poder atravesar con relativa pero incierta tranquilidad medio
país de regreso a Caracas, es que he tenido chance de escribir esta novela
aprovechando que este virus - al menos - nos traiga horas de lectura,
escritura, familia y recuerdos de los buenos, como el que he narrado.
Infinitamente
agradecido con Jose, Luis Felipe, su familia y la mía, compañeros de travesía,
guías, arrieros y todos los que hicieron posible esta recarga de buena energía que
nos permite afrontar esta cuarentena con ánimo y sosiego. A ver cuando sumamos
más cumbres.
19 de marzo de 2020
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