Bernardo Guinand Ayala
“Me
queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el
corazón me dice que no te olvidaré;
pero,
al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez
empiezo a amarte como jamás te amé”
José Ángel Buesa
¿Has escrito alguna vez una carta de despecho? ¿Has
leído a Buesa o a Neruda en medio de un desamor? ¿Por qué será que los
sentimientos más extremos sacan de nuestra pluma las líneas más trascendentes? Quizás
por ello los poetas son tan desordenados con el amor, pues no hay musa más fecunda
que la pasión cuando florece, ni líneas más intensas que cuando ese mismo amor desgarra.
¿Será acaso por ello que he sentido deseos de
escribir tanto recientemente? Uno de esos amores que desgarra. Uno de esos
amores que pueden llegar a parecer un lugar
común pero que al sentirlo sabes que de verdad duele. Uno de esos amores
que sabes imperfecto, que sientes ingrato, del cual hay mil cosas que no te gustan,
que te retan y te hacen dudar. Un amor inexplicable, incluso cursi llamarlo
amor. Un amor con nombre de país. Un amor llamado Venezuela.
¿Qué no hicimos bien? ¿Qué dejamos de hacer? ¿Dónde
perdimos la conexión? Son tantas preguntas, tantos años luchando por
conservarlo y hoy siento que se nos escapa de las manos. Afuera podemos encontrar
las excusas perfectas: un gobierno sin escrúpulos, una oposición sin norte, una
población languidecida y obnubilada; pero yo ¿qué más pude haber hecho?, o si
cabe ¿qué más puedo hacer?
Soñaba con escribir las páginas de un final feliz,
pero hoy honestamente, no lo veo. Me veía a mí, a mis viejos, a mis hermanos,
como héroes al final de esta cruzada, pero hoy siento que la perdemos. Soy de
los que jamás pensó que podíamos llegar a lo que ahora vemos a diario; eso que se
puede ilustrar, lamentablemente, con miles de estadísticas aterradoras. Muertos
por hambre, familias entre basura, gente dependiente de una caja de comida,
diáspora que se traduce en una verdadera hemorragia de talento y de futuro,
calles vacías, encierros obligados, miedo, tristeza, desamor.
¿Qué pasó mientras creía que luchaba por ti? ¿Qué
pasó mientras te ponía incluso en el centro de mi trabajo, de mis pasiones, de
mis razones para seguir? ¿Cómo un amor engañoso, fracasado, inescrupuloso, pudo
más que este amor que me enseñaron mis padres y abuelos y que construí con mi
esposa y mis hijos? ¿He estado, acaso, equivocado todo este tiempo? Comienzo a sentirme
un extraño entre tus brazos. El otro día un niño me preguntó que de dónde era ¡Coño!
¿De donde carajo voy a ser? Pero me voy cansando de explicarlo. Parece que el
discurso divisionista, discriminatorio, balurdo; de tanto repetirlo encontró
resonancia. ¿Cómo pudimos llegar hasta aquí?
Sé que quien me lee, espera al menos en la última
línea un atisbo de esperanza. Es mi estilo, mi naturaleza, es mi impronta. No
quisiera decepcionarlos y menos a mi querida Venezuela. Pero de pasiones, desamores,
despechos también estamos hechos. Tal como Neruda, guardando las distancias
claro, yo también: “puedo escribir los
versos más tristes esta noche”. De
seguro, mañana volverá la esperanza; pero hoy… hoy solo quiero llorar.
10 de noviembre de 2018
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