Bernardo Guinand Ayala
Llegar a cualquier país de Hispanoamérica es
disfrutar el acento tan particular que cada región le pone a un mismo idioma.
Es increíble como una misma lengua puede tener tantos matices, velocidades,
acentuaciones. Somos tan parecidos y a la vez tan diversos. Una maravilla sin
duda, para una lengua tan viva y bella como el castellano. Y dentro de esa gran
gama de entonaciones, la argentina tiene un estilo en exceso característico.
Llegar a Buenos Aires es constatar que el “vos” aún existe y no es solo historia
antigua que aprendimos en clases de pronombres durante la primaria. Llegar a
Buenos Aires es destacar la “doble ele” con ese tono tan descriptivo,
hasta en los altavoces del Subte [Metro]
cuando dicen: “Estación… Callao”.
Llegar a Buenos Aires es usar palabras agudas, en donde nosotros solemos usar
graves o llanas: Comé, bebé, cantá,
vení….
Pero en este último viaje, algo diferente sucedió.
En cada restaurant, hotel, esquina, barra, tienda, empezaron a aparecer el “tú o Ud.” en vez del “vos”; la “doble ele” se atenuó y la acentuación grave volvió a jugar su rol
eliminando tildes en cada vocal al final de las palabras. Buenos Aires se llenó
de venezolanos y eso no puede sino generar una profunda mezcla de sentimientos
que van desde la angustia y la tristeza, hasta el orgullo y la alegría.
Luis, el clásico venezolano sabrosón, nos atendió en un restaurant donde nos comentó que el 80%
de los mesoneros son de Venezuela. Nos dio un trato cálido y servicial, en un
local que estaba a reventar. Otra noche, mientras pedía una cerveza en una
barra por Corrientes, al escuchar la
voz de la cajera, entre los murmullos de los cientos de personas que atestaban
el lugar, le pregunté: “¿De dónde eres?”,
a lo que inmediatamente recibí como respuesta: “Pues del mismo país que tú”.
También tuve el honor de participar en un programa
de radio llamado Somos Ciudadanos Radio, muy
parecido en contenido y misión al Radar
en Positivo que conduzco cada jueves en Radio Caracas Radio RCR. Pues uno de los conductores del programa
es un gocho de San Cristóbal que terminó siendo hasta primo mío. Ahora tengo
ese nexo con Gustavo, a quien vine a conocer en Buenos Aires.
No puedo dejar de mencionar a mi tocayo, el hijo de
Elvira, la guajira que trabaja ayudándonos con los quehaceres de la casa y la
oficina. Pues con Bernardo me cité en mi hotel, muy cerquita del cementerio de
Recoleta donde reposa Evita, así como para que el halo populista lo tengamos siempre
presente. Yo llegaba con un regalo de su mamá. El me contó sus peripecias desde
que salió de Caracas en autobús cruzando país por país. Me habló de las
vicisitudes de cada país, de los meses trabajando duro en Perú para reunir una
platica para seguir hacia el sur, del autobús accidentado bajo una nevada que
les cayó cruzando los Andes una noche de luna llena que terminó en una emotiva
reunión de latinoamericanos bebiendo pisco chileno. Y así hasta estabilizarse
en Buenos Aires trabajando de lunes a sábado, con una bicicleta como medio de
transporte.
Daniel, el chamo - o el pibe - de la recepción del
hotel, se despidió de nosotros con abrazo. “Manda
saludos por allá” nos dijo, entendiendo que ese saludo es un querer
sentirse parte. Estas líneas quizás sean mi mejor esfuerzo para que su mensaje
llegue.
Tantos años escuchando la historia de inmigrantes
españoles, italianos y portugueses, entre muchos otros, que llegaron a Venezuela
a trabajar para labrarse una nueva vida y ahora nos toca a la inversa, siendo
probablemente la diáspora más consistente de los últimos años en el mundo. Sin
guerra ni catástrofes naturales, sino una hecatombe llamada socialismo del
siglo XXI.
Se siente mucha nostalgia y ganas de regresar por
parte de un buen grupo. Pero en definitiva, no sé si los venezolanos esparcidos
por el mundo volverán o no. ¿Cuántos habrán tendido carpa definitiva al momento
que lleguen vientos de cambio por aquí? Supongo que algunos regresarán y muchos
otros seguirán su destino, tal como españoles, italianos y portugueses. La vida
sigue corriendo y las familias echando raíces en el mundo entero.
Lo que es claro es que Venezuela dejó de ser ese
espacio limítrofe que nos enseñaron en geografía, con el Mar Caribe al norte, rodeado
por Colombia, Brasil y Guyana. Venezuela ahora no es un territorio sino una
identidad. No es un lugar en el planeta, sino una esencia, una idiosincrasia, un
gentilicio esparcido por todo el planeta. Llegarán tiempos para hacer el balance
de lo que esto representa, por lo pronto soy un impaciente protagonista relatando
una época que, sin duda, será historia en las páginas de nuestro país.
7 de noviembre de 2018
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