Sí, soy muy ingenuo, lo sé. Pero no digo lo que va
a suceder, digo lo que debería suceder
si existiese un ápice de sensatez en el gobernante y si por un instante, una luz cegadora (como dice la canción
de Silvio Rodríguez) iluminase al señor presidente y pusiera al país primero. ¡Ojalá!
El discurso de Maduro está totalmente desgastado,
repetitivo y vacío. Se evidencia en cada nueva presentación la ausencia
absoluta de planteamientos para resolver la terrible crisis que afronta el país
y su juego de enroques ministeriales y burocracia creciente, se alejan cada vez
más del elemento clave que todo gobernante debería tener: confianza.
Uno tras otro he oído, no solo al presidente, sino
a cada uno de los ministros repetir la eterna cantaleta del capitalismo,
imperialismo, guerra económica, burguesía, derecha. Parece retórica, pero ante
la situación a puertas de una crisis humanitaria, el discurso ya raya en la más
absoluta irresponsabilidad y evidencia la total incompetencia en resolver la
crisis. Son gobierno desde hace 17 años, pero se siguen sintiendo contendores,
revanchistas y en campaña, cuando el país está exigiendo otro nivel de responsabilidad.
El tren ministerial, nombrado después de un mes que
sucedieran las elecciones, no puede contar con confianza pues más que ministros
es el presidente quien carece de ella. Un “bate
quebrao” no puede formar un equipo ganador, eso es así y punto. Así que el
país estará, lamentablemente cayéndose a pedazos, en la medida que Maduro
mantenga la primera magistratura y los rostros que escoja para afrontar esta
coyuntura nos aconsejen sembrar cebollín en una botella vieja o una latica (Emma Ortega, Ministra Agricultura
Urbana) o el responsable de la cartera de Comercio Exterior e Inversión
Extranjera (Jesús Faría) arranque su gestión aseverando que “la guerra
económica existe”. Venezuela no aguanta más tal nivel de caradurismo.
El modelo chavista, revolucionario, socialista - como
lo quieran llamar - fracasó desde su concepción, pero con la caída de los
precios del petróleo y la ausencia de liderazgo se reventaron sus costuras y
muestra el vacío que lleva dentro. Y así como el modelo bipartidista se agotó
luego de 40 años sin re-oxigenarse, este modelo populista alcanzó su
agotamiento inclusive para quienes se sintieron esperanzados con él.
Me duele Venezuela y siento que cada día sin
decisiones agrava nuestro futuro inmediato, inclusive en términos de
necesidades elementales. Maduro debe renunciar y darle al país la oportunidad
de reestructurarse. Es la salida más expedita y menos dañina.
Maduro debe renunciar, pero eso está a la altura de
los demócratas y no de aquellos comprometidos con violaciones a los DDHH y
actos de corrupción inconmensurables, lo cual hace que su única escapatoria sea
aferrándose al poder.
15 de enero de 2016
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