Bernardo Guinand Ayala
Ángela levantó
la mirada y se dirigió, con el temple que la caracteriza, a las 15 mujeres que
tenía enfrente haciéndoles una sola pregunta: ¿por qué ustedes son imprescindibles
para lo que está ocurriendo aquí? Por un rato pensé que el adjetivo utilizado
era exagerado, pero con la realidad que vivimos comprendí que, efectivamente, en
la Venezuela actual, quienes trabajan con profesionalismo, dedicación y pasión,
pasan a ser imprescindibles.
Una a una
fue hablando, pero ninguna arrancó respondiendo la pregunta de las fortalezas
que las hacían imprescindibles. Ellas, antes, contaron sus experiencias, de dónde
venían, su grado de preparación, sus anhelos y su amor por la educación, por
los niños y por su trabajo. También relataron, con emoción, la fortuna de haber
escuchado la conferencia que, el día antes, Ángela había dado en el Paraninfo
de la Universidad Metropolitana. Ellas querían ser escuchadas, hacer catarsis y
llenarse de la mayor energía posible.
Desirée estalló
en lágrimas al articular un par de palabras, relatando el arraigo que tenía por
esa escuela de la cual, su madre, había sido maestra fundadora. Expresó su
pasión por ser maestra, aunque tuviera que hacer mil cosas más para rebuscarse,
pero que lo que realmente la llenaba era estar en un aula de clases.
Marilú
comenzó diciendo que era de Carúpano y que soñaba que algo de lo que estaba ocurriendo
allí, también llegara a los niños carupaneros en el oriente del país.
Yuleima,
la psicopedagoga que atiende a los niños con mayor rezago escolar, se emocionaba
al decirle a Ángela que su método funcionaba y que estaba segura que daría
buenos resultados si se aplicaba desde más temprana edad.
Libizay,
quien imparte tareas dirigidas, confesaba que había metido a cuanto niño fuera
posible al programa, porque “allá afuera” quedan aún miles por atender. Todas
coincidían sobre lo maravilloso que sería llegar a toda Caucagüita y, por qué
no, al país.
Mientras
cada una respondía, lloraba, reía, contaba anécdotas, yo pensaba qué respuesta
podría dar si llegasen a hacerme la misma pregunta. ¿Qué valor sumaba yo a todo
aquello que está sucediendo a mi alrededor? Y la verdad es que la respuesta no
me pareció complicada. Yo tengo la capacidad de ver milagros. Y es ese don el
que me abre la posibilidad de verlos a menudo, en la cotidianidad de lo que
hacemos, en las personas sencillas que los crean a diario. Esa misma tarde, yo presenciaba
un milagro.
En una
Venezuela cargada ciertamente de desesperanza, veo esperanzas en cada esquina.
En medio de una hecatombe real de la educación en el país, veo posibilidades
inimaginables para cambiarlo todo. En lugar del objetivo pesimismo por las avasallantes
cifras de rezago y analfabetismo, veo con optimismo el movimiento contagioso de
quienes están poniendo a la educación como prioridad.
Faltan ciertamente
algo así como 255.000 docentes en todo el país, pero me contagia ver el milagro
de estas 15 maestras quienes, en un mundo hipnotizado por influencers y
estrellas de reguetón, recibieron a Ángela, a una educadora, como una verdadera
“rock star” a quien agradecieron ser tomadas en cuenta para hablar de lectura.
Indiscutiblemente,
las escuelas están en ruinas, la educación está en una fase de revisión
trascendental en el mundo entero, pero tenemos un par de semanas impulsando acontecimientos
donde los auditorios se han quedado pequeños para recibir a docentes de
escuelas públicas y subsidiadas, queriendo poner a la educación en primera
página.
El maestro Cruz Diez, a sus noventa y pico de años dijo sobre Venezuela: “Está todo por hacer, ¡qué maravilla!”. Creo que, como yo, también tenía la capacidad de ver milagros.
27 de mayo de 2023
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