Bernardo Guinand Ayala
¿Fracaso?
Sí, fracaso. Que palabra tan pesada y odiosa, pero cada día que fui pensando en
las líneas de este post, me fui convenciendo que así debía titularse. Le perdí
el miedo, pues a la distancia, hasta el fracaso se ve como parte esencial de la
vida, sobre todo cuando te aventuras a vivirla.
Luego de
mi último maratón quedé fuertemente golpeado física y moralmente; más
moralmente sin duda, aunque es decir bastante pues mi cuerpo aún resiente la
pela tan dura que me dio. “El maratón te
humilla” suelen decirte, pero es que este me zarandeó por completo. Nunca
había llegado tan preparado a un maratón, nunca había tenido tanta gente pendiente
de mí, nunca había tenido apuestas tan auspiciosas para mi tiempo y aun así,
terminé caminando varios kilómetros con la mente solo puesta en cruzar la meta
y colgarme la medalla. Sentí que el trabajo de todo un año y la emoción por
alcanzar el éxito se me esfumaba en pocas horas.
El
sinnúmero de imponderables no previstos en la ecuación podrían aliviar el golpe
anímico, pero aun así duele. Lluvia de principio a fin, pies bien mojados
durante la ruta, humedad al 95%, trayecto quebrado, viento de frente durante varios
kilómetros, en fin, un cóctel de dificultades ambientales que se atravesaron
como un camión de frente y sin frenos. Es lo complejo de este deporte, a
diferencia de otros donde un día malo lo puedes compensar al día o la semana
siguiente, un maratón si acaso podrás correr uno o dos al año. Y ese día
previsto, el día del examen final, como que el evaluador quiso poner todas las
conchas de mango en la prueba y patiné.
Sí,
fracasé en Washington considerando que un buen tiempo - el mejor tiempo - era
la meta. Sí, aún con las condiciones adversas me pega haber tenido que llegar a
rastras a la meta. Y sí, me he dado cuenta que mi carrera como maratonista ha
tenido bastante más de fracasos que de éxitos contundentes. De hecho, de los
ocho maratones que he realizado, en seis he pasado más trabajo que el fugitivo.
Y aun así, a veces yo mismo me pregunto por qué sigo intentándolo, por qué no
termino de darme cuenta que probablemente esa distancia sobrepasa las
condiciones de mis piernas o mi columna.
Pero es
allí donde esa dosis de fracaso te impulsa hacia adelante. Donde la terquedad
te empuja a seguir fortaleciendo las piernas con sus limitaciones o ver de qué
manera más abdominales puedan compensar la escoliosis que hace que me duela
toda la pierna, menos cuando corro. Y aunque por varios días pueda pensar en dedicarme
solo a correr una distancia más corta, al rato me doy cuenta que es justamente
lo difícil del reto lo que hace que desee volver a intentarlo. Una cosa es
fracasar por no haberlo intentado y otra muy distinta es asumir los desafíos y
mirarlos de frente, por ello no me incomoda el título de este post sino que me motiva
aún más.
Es
cierto que mejorar tus marcas y exigirte al límite es lo que le pone ese toque adictivo
a cada carrera, pero jamás debemos perder de vista ese intangible que hace de
esta pasión algo verdaderamente especial: tu familia gritando a lo largo de la
ruta - así sea emparamados - , estos cinco años seguidos sano corriendo
maratones, las ciudades que conoces a través de 42k de calles y bosques, los
amigos con quienes sueñas el próximo maratón y que esperas ver cada madrugada, el
cariño de todo un team que apenas
conocías y ahora siguen tus pasos como si nos conociéramos de siempre, los
otoños o primaveras que te deslumbran con sus colores, la sonrisa o lágrimas que
sueltas cada vez que cruzas la meta - así sea a rastras- . Así, no hay fracaso
que no sea una lección para seguir.
17 de noviembre de 2019
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