Bernardo Guinand Ayala
Como la
gran mayoría de los venezolanos, no tenía mayor referencia sobre Juan Guaidó,
salvo una cierta empatía que nada tiene que ver con la política. Transcurría
2017 y como fue costumbre dicho año, luego de las grotescas sentencias del TSJ
que pretendían anular la Asamblea Nacional, estábamos en la calle alzando
nuestra voz en alguna de las multitudinarias marchas que sucedieron ese año. Ese
día nos concentrábamos en la autopista justo frente a la base aérea La Carlota
cuando un camión con unas exiguas cornetas avanzaba entre la multitud. José
Antonio - mi hermano - levanta la mirada hacia el camión y me dice: “ese chamo es diputado por Vargas y mira,
siempre lleva orgulloso su gorra y camisa de los Tiburones de La Guaira”.
Juan Guaidó. Fanático de los Tiburones de La Guaira |
Para
quien nos conoce, sabe que la mayoría de los Guinand somos guaristas. Cuenta la
leyenda familiar que los hermanos mayores de mi viejo, mis tíos Carlos y Alfredo,
quienes jugaron pelota de chamos, por alguna razón seguían al Pampero, quizás
por llevar la contraria a la mayoría. El Pampero pasó a ser La Guaira a
principios de los sesenta y quedó así la afición. Eduardo, mi hermano mayor,
recuerda que siendo mi tío Carlos gobernador de Caracas, los Tiburones de la
Guaira ganaron el campeonato 1970-71 y como para ese entonces aún existía el Distrito
Vargas bajo la competencia de la Gobernación, mi tío - tanto por fanático como
por gobernador - invitó al equipo campeón a un agasajo en la casa. Yo aún no
había nacido, Eduardo no había cumplido los 6 años, pero me dice que ver a los
peloteros celebrando en casa marcó una huella imborrable en él y en mis primos
mayores y contribuyó al fanatismo familiar por los litoralenses. Eran los años
de figuras como Ángel Bravo, Enzo Hernández, Remigio Hermoso, Paúl Casanova y el
sempiterno Aurelio Monteagudo.
Muchos
años después, Eduardo me inculcó esa pasión por los Tiburones y me llevó por
primera vez al Universitario en los tempranos ochenta, tendría yo unos 9 años y
Juan Guaidó estaba próximo a nacer. Era la época de la célebre “Guerrilla”, quizás la conjugación de
figuras insignia más resonada del
equipo. Recuerdo que lo primero que vi al entrar al estadio, deslumbrado por la
luz de quien ve un campo profesional por primera vez, fue a Norman Carrasco ocupando
su puesto en la segunda base con su característico número 5. Esa generación de
peloteros, cuya marca de fábrica - al puro estilo venezolano - fue la de reunir
extraordinarios jugadores defensivos, sin duda me sembró la pasión por jugar SS.
La guerrilla incluso se dio el lujo
de prestar a Alfredo Pedrique al Magallanes pues había demasiadas buenas manos juntas
en el infield. Además del “atabacado”
Carrasco en 2B, Oswaldo Guillén y Argenis Salazar se disputaban el SS y Gustavo
Polidor, recordado por su caballerosidad dentro y fuera del terreno, debía
conformarse con la 3B. Ese equipo era completado por figuras de la talla de
Luis Salazar, Juan Francisco Monasterio y Raúl Pérez Tovar, uno de los jugadores
más completos y el CF más elegante que he visto jugar.
Ahora
bien, hablar hoy de La Guaira es hablar de la larga sequía en títulos del
equipo, cosa
que ha valido de eternas burlas a lo largo de los años, sobre todo
de nuestros rivales más cercanos: los caraquistas. Célebre es aquella “Carta a
Padrón Panza” fechada ya en un lejano 1995 donde el recordado dramaturgo José
Ignacio Cabrujas, gran fanático de los Tiburones, manifestaba su impotencia “renunciando”
al equipo y atribuyendo al propietario la falta de competitividad. Pero, como
diría otro destacado fanático escualo, Teodoro Petkoff: “como todos los fanatismos políticos y religiosos, el
fanatismo deportivo tiene un alto componente de irracionalidad, algo que no se
puede explicar”. Y es así, como a pesar de la ausencia de títulos, hay algo
irracional que nos identifica como fanáticos y que, en el caso de La Guaira,
tiene más peso que el campeonato en sí. Cuando ves a alguien con la gorra o algún
otro elemento que lo identifica con los Tiburones, te sientes rápidamente
conectado con esa persona, más aún, cuando tu equipo no es aquel equipo de
masas, sino más bien un especial grupo de fanáticos con unas características
muy particulares.
Caricatura de EDO. Cabrujas y Petkoff |
No conozco personalmente a Juan Guaidó. No espero de él algo
más allá que el cumplimiento de este enorme compromiso de transición que la historia
le ha encomendado, en el cual sin duda tendrá aciertos y también desaciertos.
Pero como fanático que soy del mismo equipo, siento esa particular simpatía que
nos conecta. Por eso trataré de esbozar en unas líneas tres características que,
bajo mi perspectiva, definen a la fanaticada de nuestros Tiburones, que bien
pueden ser útiles en medio de este compromiso.
La alegría. La Guaira, su
fanaticada, es eminentemente alegre. Por supuesto que somos un equipo que
quiere ganar, pero sobre todas las cosas sabe disfrutar. Es algo contagioso,
como su samba, sus gritos - por cierto que han sido copiados poco a poco por
otros equipos – y la buena vibra que retumba en la tribuna. Por muchos años me sorprendió
salir del estadio, aun cuando habíamos perdido y la algarabía que ponía la
samba justo al salir de las gradas era inexplicable para el equipo que había
ganado. Es esa particularidad del venezolano de ver el lado positivo de las
cosas, aún en los momentos menos afortunados y saber que vivir no es llegar a
un fin determinado, sino disfrutar también del trayecto.
Resiliencia. Hasta hace pocos años,
la resiliencia era una palabra que no existía en nuestro vocabulario y que la
situación venezolana nos obligó a desempolvar o inventar para procurar seguir
en medio de la debacle que el régimen nos metió. A veces pienso que la resiliencia
fue una palabra inventada por los fanáticos de los Tiburones de La Guaira para
seguir apostando, aún en medio de tal sequía. También siento que haber sido
fanático de los Tiburones me ha dado herramientas para enfrentar con optimismo
lo que vivimos como país.
Ser
diferentes. Por sobre todas las cosas, La Guaira nos ha enseñado a ser diferentes,
ni mejor ni peor que otros, sencillamente distintos y auténticos. Los fanáticos
de los Tiburones tenemos claro que no somos el equipo de multitudes como
Caracas o Magallanes, pero es que además no está en nuestro plan llegar a serlo.
Ese ser únicos se manifiesta de muchas maneras, por ejemplo, un fanático de La
Guaira suele ser fanático del béisbol, en consecuencia lo conoce y aprecia y es
capaz de ver lo fabuloso del deporte así se trate de un rival; hay un gran
respeto por el otro. En ese sentido, podemos reconocer que Vizquel superó en
trayectoria a Guillén y seremos de los primeros en aplaudirlo al llegar al
Salón de la Fama. O sabemos apreciar la hazaña - aun cuando sufrí enormemente siendo
adolescente en la primera fila del estadio - de aquel “no hit no run” de Urbano
Lugo en la final del campeonato 1986-87. Ese ser diferente también se define por
nuestra lealtad al equipo. ¿Que si sufrimos? por supuesto, pero la fidelidad a
esa tradición y manera de ser, está por encima.
En fin, al ver a Guaidó con su uniforme de La Guaira, es
imaginarme una persona que, al menos, en el plano deportivo ha conjugado esas
tres características. Lejos podría yo definirlo como político, pero si la
comparación funciona podría afirmar que es un tipo alegre, cual clásico
venezolano. Podría también afirmar que es resiliente, de hecho le tocó arrancar
de nuevo cuando el deslave de Vargas afectó fuertemente a su familia. Y
quisiera sobre manera pensar que es diferente, que es auténtico. Ni mejor, ni
peor que otros, pero único y leal como político. Que sepa la gente que Guaidó
es escualo, más no escuálido y que si Musiú Lacavalerie estuviese vivo, hoy
diría que Maduro “empieza a mecerse, como
paloma en alambre” y que “recojan su
gallo muerto” pues el guaireño los tiene en 3 y 2.
Guaidó ¡Pa´Encima! que #VamosBien
9 de febrero de 2019
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