sábado, 16 de mayo de 2015

Te quiero

Agarro las llaves del carro para salir y veo a Bernardo Andrés echado viendo televisión. En automático le digo: “Nando ¡te quiero!”. Le comento que voy al autolavado, ya que hay poca agua para lavar el carro en la casa y le digo nuevamente pero ahora más consciente: “¿Sabes que eres lo que más quiero en el mundo?”. Responde casi sin dejar de ver su programa: “Si Pa, sé que a mí y a Ale es lo que más quieres en el mundo”.

Es sábado y Nando había tenido juego de fútbol en la mañana. No había sido su mejor juego pero tampoco estuvo mal. Otra vez les tocó jugar con niños mayores que ellos y el peso de un año en pleno crecimiento es determinante. Otra derrota que manejar para sacar provecho en su desarrollo. Casualmente, justo antes de salir al autolavado leía “Terapia para el emperador”, un libro de Manuel Llorens, psicólogo con quien compartí muchos años de trabajo en el Parque Social UCAB y quien ha tenido un rol clave como psicólogo de la vinotinto tanto de la selección de mayores como de las fases de formación. Leyendo sus lecciones pensaba en todas las cosas que le he dicho a mi hijo luego de cada juego, procurando no ser uno de esos papás eufóricos, sino tratar de aprovechar las bondades del deporte para ayudarlo a crecer, a vencer sus miedos, a tener más confianza en sí mismo. Ver a mi hijo jugar me ha demostrado una vez más que cada ser es único, que a pesar de las similitudes que veo conmigo en algunas cosas, su manera de jugar y sobretodo de pensar, es propia y característica. Allí he intentado reforzar lo bueno y tratar de transmitirle las áreas a mejorar.

En fin, el día de fútbol con sus altas y bajas y las enseñanzas que trato de transmitir así como aquellas que sencillamente no le interesan, solo me acrecientan un sentimiento: no hay nada más apasionante que ser papá y no hay amor más profundo que el que se siente por un hijo.

Algo parecido me pasó con Alexandra más tarde. Cuando ella se me acercó, yo acababa de leer un párrafo del libro de Manuel que dice: “Un estudio encontró que más de la mitad de una muestra de niños de ocho y nueve años afirmaban que no participaban en actividades deportivas por miedo a tener un mal desempeño o por miedo a no quedar en el equipo final”  Se lo leí a ver su reacción e inmediatamente me sonrió de manera cómplice. Ale está en el equipo de kickingball de su colegio pero le tiene pánico a los juegos por el riesgo de que se le caiga una pelota. Ha sido un tema que hemos venido trabajando para reforzar su confianza y vuelvo a pensar como papá: no importa cuánto falles, tienes  que aventurarte, tienes que tener confianza en ti misma, tienes que aprender de las caídas, pero siempre, siempre, siempre te querré.

Este sencillo post nació de la necesidad de expresar eso que a veces tanto escuchamos como recomendación para aplicar a la vida diaria. No dejar para mañana decir un ¡te quiero! a la gente que te importa - sin sonar a gurú motivacional ni a predicador de tv de medianoche -. Cada uno de nosotros tiene que asumir cada día un sinfín de actividades, trabajo, tráfico, expectativas, etc. que nos copa en tiempo y disposición, pero fundamentalmente tenemos que enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestra personalidad, nuestro carácter. Eso a veces nos bloquea y no nos permite saborear lo sabroso de las cosas sencillas.

Sé que con mis hijos me tocará crecer como papá, que habrá momentos de alegrías y también procesos difíciles. Cada uno es un ser irrepetible con su característica personalidad y sus talentos. Lo único que les puedo garantizar es ese “te quiero” y especialmente para ellos con esa certeza de ser “lo que más quiero en el mundo”. Pero por otro lado hay muchísimas más personas que quiero, a algunas más fáciles de decirlo y trasmitirlo que a otras, pero que a medida que escribo van surgiendo nombres, rostros, recuerdos. Y por esas cosas de la vida, a veces a quienes más quieres es con quien también más pleitos tienes, producto de esa misma confianza, producto de que el querer es recíproco.

A quien me quiere, puede tener la certeza que estas líneas van directo a ellos. Y a mis hijos - este blog, este post, este pequeño esfuerzo por dejar algunas cosas escritas que probablemente en algunos años les interese leer - les queda la certeza, para siempre, que son lo que más quiero en el mundo. 

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