Bernardo Guinand Ayala
No
tendría por qué que leer un libro o ver una película basada en hechos reales para
conocer las desigualdades que han transitado las mujeres a lo largo de la
historia. Tampoco tendría que revisar textos de siglos anteriores como parte de
un pasado que ha quedado atrás. Me basta con cruzar a la casa de mis padres y
sentarme un rato a conversar con mi mamá sobre las desventajas con las cuales
tuvo que enfrentarse durante su juventud para poder aprovechar al máximo su
talento. Mi abuelo, por quien mi mamá profiere una adoración y respeto
inconmensurables, fue un padre ultra conservador que, por un lado dilató las posibilidades
que una mujer de la inteligencia de mi mamá podría haber explotado en su adolescencia
y por otro, forjó su temple y carácter.
Hago
esta introducción tan cercana para entrar en un tema que hoy en día hay que
tratar con pinzas: el feminismo. Y digo “con pinzas” pues la opinión pública y
las redes hoy se encienden con demasiada volatilidad ante temas sensibles y
ante cualquier posición que no sea exactamente igual a la nuestra. Ciertamente
en las últimas décadas, las mujeres han logrado enormes avances en las más
variadas áreas del acontecer mundial, pero igualmente también siguen existiendo
muchas brechas por cerrar.
La
igualdad - de oportunidades, de ingresos, de justicia, de acceso a la educación
- son consideraciones claves para seguir avanzando, aunque también soy de los
que valoro que hombres y mujeres seamos diferentes. Iguales, sin duda, en todos
los derechos demandados y oportunidades ofrecidas, pero enriquecedoramente
diferentes en aquellos aspectos tan propios de cada género que nos complementan.
Y eso es espectacular.
Hay feministas
de feministas. Aquellas que luchan por esa igualdad de oportunidades pero también
aquellas que pareciera que su lucha es contra los hombres. Aquellas que buscan
inclusión o aquellas que buscan desarrollar propuestas exclusivas para mujeres.
En fin, el tema puede ser muy amplio y debatible, pero lo que quiero destacar
es que en cada una de las propuestas o reivindicaciones que hoy se postulan,
poco se habla o incluso se minimiza una de las cosas más maravillosas de las
mujeres: ser madres.
Soy de
los que siempre quiso ser papá, que tuve mis hijos en un hogar que los recibió
con los brazos abiertos, que he tenido un modelo de padre presente y cercano,
que he tratado de ser ese mismo modelo, aderezado con un involucramiento propio
de estos tiempos. Aún así, me doy cuenta lo prácticamente imposible que es llegar
al nivel de vínculo que una madre tiene con sus hijos. Es una poderosa mezcla
de ingredientes tan exclusiva, que por más que uno aspire a llegarle a los
talones, parece inalcanzable. Mi papá siempre ha sido un padre amoroso, sin
embargo mi mamá siempre supo intuitivamente cada situación que estaba
transitando. Ahora veo que el modelo se replica con mi esposa y mis hijos. Y
hay casos de casos, obviamente, pero espero poder expresar con palabras lo que
creo que todos pueden comprender con sentimientos.
Celebro,
aplaudo, impulso los avances en todos los campos que sumen a las mujeres. Tengo
plena conciencia que al camino le faltan cientos de kilómetros por recorrer. Tengo
además una larga tradición de trabajo junto a ellas que me ha enriquecido, ya
sea como par, supervisor o supervisado. También constato como en el barrio,
poner esfuerzos en generar oportunidades para mujeres y niñas es garantía de
éxito y es así porque la mujer pone en el centro de sus prioridades a su
familia, a sus hijos. Por eso creo en un feminismo que no se centra únicamente
en alcanzar los espacios aún no alcanzados, sino que pondera con verdadero
valor aquellos espacios que las hacen únicas y esenciales. Sumemos nuevos espacios,
pero sin dejar atrás esa naturaleza.
Hoy, ser
mamá, con todo lo que ella implica, me parece que sigue siendo una verdadera osadía
feminista. He tenido el privilegio de contar con los mejores ejemplos.
30 de mayo de 2021
Estoy totalmente de acuerdo con el punto de vista expresado en tu escrito.👍👍👍👏👏👏
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