“Porque tuve hambre, y me disteis de
comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la
cárcel, y vinisteis a mí.…” (Mt 25,
35-36)
La Torre - Centro Penitenciario de Aragua (Tocorón) |
Tocorón parece más
una ciudad feudal que una cárcel. Un pueblo feudal latinoamericano con
prácticas del Medioevo en pleno siglo XXI. Cosas que parecen imposibles, pero
que son. Visité Tocorón justamente un día después que saliera un reportaje que
mostraba lo que se ha convertido ese centro penitenciario con piscina, parque
infantil, zoológico, finca, gallera, discoteca, canchas deportivas. A quienes aún
son escépticos, puedo decir que sólo faltó mencionar que está en construcción
una manga de coleo. Pero también faltó describir la vida, el rostro humano, de
algún preso de la “población”.
Boulevard Tocorón con parque infantil y piscina (solo para uso de "los cachorros") |
Sin proponérmelo, Jesús
se acercó a mí. Yo había ido por la organización del primer torneo de Rugby realizado
dentro de un penal, ya que desde hace más de un año la Fundación Santa Teresa y
Proyecto Alcatraz se trazaron la meta de acercar este deporte y sus valores a
los privados de libertad. “Si yo salgo de
aquí, ¿es verdad que en la Hacienda Santa Teresa podrían darme trabajo?” me
dijo apenas me abordó. Jesús estaba pensando en su futuro y gracias a Alcatraz y
su proyecto dentro de los penales reconoció que en Santa Teresa se cree en
segundas oportunidades. Si ya el mercado laboral venezolano está complicado,
uno puede imaginar la dificultad adicional que supone para alguien con
antecedentes penales, un CV donde su universidad ha sido Tocorón y ninguna experiencia
laboral formal.
Luego de su abordaje
inicial y mientras sucedían varios juegos de Rugby entre el equipo de la casa y
los visitantes, Jesús se quedó a mi lado y estuvimos conversando largo rato. Lleva
8 años preso y tiene entre ceja y ceja salir de allí. Cuando habla de eso mira
a la distancia las torres de vigilancia de la guardia nacional apostadas a lo
largo del perímetro como esperando vivir algún día sin estar bajo el acecho de
algún “verde”. Cayó al mes de haber
cumplido 18 años. “Apenas recién había
cumplido la mayoría de edad”, me recuerda lamentándose, pero muy claro que
no puede echar el tiempo atrás. Su condena es de 15 años, pero tiene la
esperanza de salir pronto de acuerdo a su historial.
Jesús tiene una
condición muy especial dentro de la cárcel. Así como uno logra reconocer
claramente a los evangélicos pues visten camisa blanca con corbata y se dedican
a ciertas labores serviciales, Jesús tiene cierto privilegio al ser “trabajador”.
Así lo dice su camisa, mandada a bordar con un letrero más grande al dorso que
dice Tokyo - como se le conoce cariñosamente a Tocorón -. Más tarde en el
zoológico, lugar que fui a recorrer junto a él, vi que había otros trabajadores
con camisas similares pero distinto color identificando el lugar donde se
desempeñan. ¿Cómo lograste este trabajo? pregunté, y me respondió algo así como
“echando el agua”. Al no entender muy
bien, me dijo que allí en la cárcel hay un lenguaje propio: “aquí no puedes decir huevo, sino postura; a
la mantequilla la llamamos quilla o mantecosa, y pare usted de contar”. “Echar
el agua”, continuó diciendo, es algo así como “hacer portón”, término que utilizan los obreros que se apuestan al
portón de una obra o fábrica en busca de empleo. Así que por mucho tiempo estuvo
portándose bien y haciéndose notar para obtener ese trabajo.
Viviendas en Tocorón |
Hoy comparte con sus
compañeros un cuarto que está en la parte de atrás del duguot del campo de
softball, donde duermen, cocinan y lavan todos los días la única camisa con que
salen a trabajar cada jornada. Comparado con “la torre” y todos los ranchos de
madera donde vive casi la totalidad de la población, ese cuarto es un lujo.
Cuando la confianza
y la conversa me dieron la oportunidad me atreví a hacer la pregunta de las
veinte mil lochas: Jesús, ¿qué hiciste para estar aquí? Además de la respuesta,
me sorprendió la tranquilidad y sobretodo lo rápido que me respondió: “Asesinato, maté a un policía”. Es
difícil mantener la cara sin mostrar asombro y seguir la conversación como si
se tratara de cualquier otra cosa. El siguió más bien con ganas en contarme su
historia: “Ese carajo me la tenía
agarrada. Donde me veía me amenazaba, me señalaba, me decía que me iba a joder.
Sí! yo robaba; de algo tenía que vivir ¿no? Un día el tipo me interceptó y
teniéndome en el suelo me apuntó con su Glock. Disparó pero el arma se le
trancó. La próxima vez era él o era yo”. Tenía 18 recién cumplidos y su
mayoría de edad la ha celebrado año tras año en esa cárcel.
¿Cuál ha sido el
peor momento que has vivido en la cárcel? Llegué a pensar que podría haber sido
cuando llegó. Ese momento debe dar muchísimo miedo, inclusive para un homicida.
Pero no, esa llegada fue un paseo en comparación con “la guerra”, hecho
acontecido en 2010 donde un grupo de prisioneros decidieron arrebatar el
control de la cárcel a los líderes del momento. Fueron días de plomo parejo para
poder tomar la torre. Cuando le pregunté por el número de muertos solo me
respondía “a morir, a morir”
indicando tanto lo incontable como no querer recordar mucho esos hechos. A fin
de cuentas, cada día no sabía si sobreviviría. Aún hoy en la fachada de la
torre se ve la cantidad de plomo descargado que entiendo no se ha querido
restaurar para recordar tal hazaña. Desde esa fecha ahora “hay un solo carro”. Quien lleva las riendas de una cárcel se le
suele decir que “lleva el carro” y al estar claramente identificado el
liderazgo del pran, hay cierto clima de paz en la cárcel. Aunque suene extraño,
los presos de Tocorón prefieren las cosas así. “Si uno camina recto, no tiene por qué pasarte nada y más bien aquí
tenemos la oportunidad de estar todos los días al aire libre, a diferencia de
otros penales manejados por el gobierno”.
Su madre es la única
persona que lo visita. Le lleva comida “seca” que él mismo cocina. De su papá
no sabe desde que lo agarraron. Nunca lo visitó y la conversa se torna agria
con el recuerdo. “Si estando aquí no
recapacitas, ¿de qué vale?” me dice como queriendo ser otra persona cuando
logre salir, aunque me confiesa el susto que da enfrentarse al mundo. Aprovecho
y le cuento de Humberto Prado, director del observatorio de prisiones, a quien
conocí hace poco y quedé maravillado con su historia de vida, superación,
trabajo y estudio justo después de salir de la cárcel. Su testimonio da
esperanza y así se lo quise transmitir. Y así sigo pensando qué puedo decirle
que le sea útil a ese joven de 26 años que se me acercó buscando compañía por
lo menos un ratico de su vida. No estoy para juzgar, sino aprovechar la
bendición de haber entrado allí a acompañar, conocer y como siempre, recordar
cuan privilegiado soy.
PD: Justo cuando empezaba a redactar este post
se publicó este artículo del P. Alejandro Moreno sobre la vida de Don Bosco y
su cercanía a los presos y jóvenes delincuentes. Más oportuno, imposible. Prevenir por Alejandro Moreno
Hermoso post Bernado, excelente trabajo en apostar en la vida de los que en algún momento se consideran sin esperanza. Adelante!
ResponderEliminarMil gracias. Un abrazo!
EliminarHola primo, que testimonio tan conmovedor. Leí hace días el artículo sobre Tocorón y me cuesta imaginarme esa realidad y cómo se sobrevive en ella....... Adelante con tu trabajo y tu misión.
Eliminarun abrazo
Que gran trabajo, excelente Blog. Todos los éxitos.
EliminarSi existe la segunda oportunidad cuando uno la busca.
ResponderEliminarMuchas gracias por contar está historia.