Bernardo Guinand Ayala
Andrés - mi sobrino - es un ser verdaderamente especial. Como la gran mayoría que me lee lo conoce, no habrá que dar mayores explicaciones y, para quien no lo conoce, esta historia será solo un abrebocas. Lo que hace especial a Andrés es su actitud frente a la vida, es poder enfocarse siempre en lo bueno que hay a su alrededor, de esos que ven el vaso medio lleno siempre, independientemente de cómo esté en realidad. Andrés es, por sobre todas las cosas, un tipo feliz. Y esa bendición hace particularmente feliz a su mamá, a sus hermanas y a quienes lo queremos.
No vengo a contar la historia de cómo Andrés, contra toda dificultad sacó su bachillerato en un
Vengo a contar tres breves anécdotas que relacionan a Andrés con lo que yo hago y que me emociona contarlas pues denotan su personalidad, así como la sangre que corre por sus venas para hacer el bien.
La anécdota primera se remonta a los años que Andrew aún estaba en bachillerato. Vivir en los Estados Unidos le permitió acceder a un programa que lo preparara para la vida. Mientras sus hermanas se fajaban con las materias formales que las catapultarían a la universidad, Andrés compartía algunas horas de estudio con oficios prácticos. En algún momento le tocó alistarse en un programa donde trabaja en los supermercados Publix y ayudaba en varias funciones. Recuerdo que le encantó la pasantía por la panadería; me temo que seguro picoteaba algún pedazo de pan de vez en cuando, pues su bondad es solo comparable con su apetito.
En dado caso, en un momento le tocó la labor de llenar las bolsas de los clientes en la caja, quienes amablemente y debido al buen servicio recibido, le dejaban alguna propina. El colegio, por norma, prohibía la recepción de tips por parte de los pasantes, cosa que preocupaba a mi hermana quien se lo recordaba frecuentemente. Un día Andrés llegó con unos dólares y le dice a Elisa: “Mamá, dije que no todo el tiempo, pero igual me lo dieron”. Poco tiempo después, en un viaje que hicieron a Londres, a mitad de vuelo las aeromozas pasaron haciendo una colecta y en menos de lo que espabila un cura loco, Andrés ¡zas! sacó sus dólares del bolsillo y los entregó íntegros a UNICEF. Cuando Elisa relató lo sucedido a dos de las profesoras del programa de educación especial, una de ellas dijo: “Daré la orden para que a este alumno se le permita recibir propinas”
El segundo cuento es más reciente, hace algunos meses. Desde Fundación Impronta habíamos
Lo mejor queda para el final. La tercera anécdota está aún calientica. Entrada la cuarentena Andrés se graduó en un emotivo acto a distancia del cual, como de costumbre, nos hizo partícipes asegurando nuestra presencia vía Zoom con mucha antelación. A partir de allí y cuando las circunstancias lo permitieron, Elisa reactivó su trabajo y Andrés comenzó a acompañarla regularmente a Pompano Beach. Se trata de una pequeña fábrica de ductos de aires acondicionados que han asumido con mucho trabajo e ilusión. Luego de algunos días, uno de los socios dio a Elisa un billete de cien dólares para que se los entregara a Andrés como compensación por su esfuerzo al irse vinculando con el trabajo. Elisa, quien pondera en su justa medida el valor del trabajo, consideró inconveniente otorgarle a Andrés ese dinero pues estaba acompañándola sin realizar francamente un trabajo real.
Me llama Elisa emocionada el día que me cuenta la siguiente parte de la anécdota. Fueron
En fin, lo que podríamos considerar su primer sueldo, sabiendo además que a Andrés le gusta de vez en cuando darse sus gusticos, ha decidido otorgarlo completico para que unos chamos acá en Venezuela puedan pasar una semana diferente. Sencillamente, no tengo palabras; díganme ustedes si eso no es ser verdaderamente especial.
Este personaje está hoy resguardado en su cuarto con covid19. Seguramente habrá sido una semana sintiéndose como león enjaulado, pero atento a cada movida de la relación de Messi con el Barça, pues el fútbol y particularmente el equipo culé, además de la bondad son su otra gran pasión.
5 de septiembre de 2020