domingo, 19 de noviembre de 2017

¿Hasta dónde eres capaz de llegar?

Bernardo Guinand Ayala

Sorprendentemente - al menos para mí - he sabido de mucha gente que lee lo que escribo. Había pensado con mi blog dejar una especie de diario para mí y para mis hijos, sobre todo porque estamos viviendo momentos intensos y me pareció buena manera de dejar plasmadas estas anécdotas. Somos de memoria corta y a la distancia, lo que no se dijo, pierde contundencia.
  
No cabe duda de que emociona que me lean, pero empieza uno a sentir una especie de compromiso. Puedo imaginar la tensión del escritor que ha escrito una buena novela y se sienta nuevamente a ver cómo cautivar a su público. Hago esta introducción casi que para excusarme porque hoy vuelvo a hablar de running y probablemente sea un tema que no apasione a todos, sin embargo, está cargado de emociones tan intensas que son justamente esas que debes tratar de transmitir cuando la adrenalina está aún efervescente.      

Hoy fue la Gatorade Caracas Rock, la carrera de 10 kilómetros más popular y grande del país. Suele ser una fiesta variopinta pues hay desde atletas élite hasta gente que salta a correr sus primeros 10k, animada a lo largo del trayecto por bandas de rock. Muchos pensarán que quien haya corrido un maratón - 42k - correr luego 10k debe ser como un día de paseo. No es así. Son exigencias y preparaciones diferentes. Si bien la extrema distancia hace del maratón una aventura indescriptible, los 10k - si te empleas a fondo - pueden llegar ser una experiencia única. Y eso me pasó hoy.

Con Mimina, ambos con PR en la GatoradeCcsRock 2017
Después de tener tiempo sin correr oficialmente esta distancia, nuevamente pude imponer un récord personal, bajando 3 minutos mi tiempo anterior, que para 10k es bastante considerable. Como insistentemente he escrito, esto de correr es una competencia fundamentalmente con uno mismo. Tal vez mi tiempo sea nada para otros corredores y significativo para otros tantos, pero el tema es que hoy me exigí hasta el límite de mis capacidades, cosa que pocas veces he sentido. Como diría algún deportista siendo entrevistado en televisión: “dimos el ciento uno por ciento” y de verdad mi cuerpo estuvo a tope durante esos casi 45 minutos pensando cada minuto que sería insostenible ese furruco.

En un maratón logras mantener un ritmo en el cual, cardiopulmonarmente, estés a gusto, solo que la distancia representa tanto golpe a las piernas que terminan siendo mi lado débil. En 10 kilómetros pasa al revés; con piernas entrenadas la distancia es soportada razonablemente, pero como debes tratar de mantener una velocidad al tope de tus capacidades, la frecuencia cardíaca se dispara ampliamente. Para tratar de mostrar lo que significó para mí el ritmo/pace de hoy [4´29” cada km] puedo comentar que hasta hace muy poco esa era la velocidad a la cual corría series de 800 metros, o también mencionar que a tal velocidad solo había corrido recientemente hasta 3 kilómetros seguidos. Pensar en correr 10k a ese ritmo era algo así como imposible.

Ahora bien, esta historia realmente tiene otro protagonista. Así es, mi carrera, el récord personal, la anécdota de hoy tienen un protagonismo compartido.  Aunque efectivamente crucé la meta con el tiempo indicado, hubiese sido sencillamente imposible sin el pacer, animador y motivador que decidió que su carrera era hacerme cumplir la mía: Alfonso Porras.

Con Alfonso aprendí a correr en serio cuando entrenaba para mi segundo maratón. De él aprendí mucho de lo que sé de técnica, tipos de entrenamiento, motivación. Es decir, de esas cosas que hablamos quienes nos entusiasmamos con correr. Tenía tiempo sin correr con Alfonso y hoy coincidimos en el mismo corral de salida. No vale la pena ni mencionar que sus tiempos en todas las distancias son mucho mejores que los míos y que ha logrado correr un maratón [Boston] por debajo de las 3 horas, lo que es mucho decir.  

Como suele pasar en competencias, cada quien planifica y hace su propia carrera. Dada la largada empecé a zigzaguear a algunas doñas y “pesos pesados” mal ubicados de corral que impiden la fluidez de la carrera. A mis panas Carlos Behrends y Pedro Luis Álvarez [otros duros en la materia] los vi alejarse entre la multitud como alma que lleva el diablo. Antes de llegar al primer kilómetro, ya algo ajetreado entre la muchedumbre y ese empecinamiento individual de querer hacer "un buen tiempo", me alcanza Alfonso y me pregunta a cuánto estoy apuntando. Digo que soñaría hacer 45 minutos y de una me dice: “yo te llevo”

Acostumbrado a hacer mis carreras solo, me entra entre emoción y preocupación. Preocupación pues no quería embromarle la carrera a Alfonso, pero sobre todo por el compromiso de tenerlo al lado en una aventura desconocida para mí. Recuerdo que cuando empecé a entrenar con él, las primeras series que hice en mi vida [de 400 metros] me había sacado la chicha.

Para yo describir lo que significaron los siguientes 9 kilómetros, haría de este post algo demasiado largo. Popularmente entre los corredores decimos que hay que salir a disfrutar la carrera. ¡Bueno!  hoy fue algo distinto. No le paré al rock que sonaba, ni a la ciudad que suelo admirar mientras corro. Hoy fue seguirle la mecha a Alfonso y escuchar mi cuerpo a toda máquina pensando imposible sostener el ritmo el siguiente kilómetro.  

No hubo frase motivacional que Alfonso no me dijera en cada kilómetro para obligarme a mantener el ritmo. Generalmente en las carreras debes fortalecer tu mente para concentrarte y seguir, pero hoy fue como realizar una meditación en la cual alguien te guía y te hace más sencilla la experiencia.

“¡Vamos Bernardo! Tú eres un maratonista, tienes demasiados kilómetros en esas piernas ¿qué son 6 más?... para un fondista ¿qué son 5 más?... ¿qué son 4 más?” “Vamos, no te quedes, no mires el reloj, tu reloj soy yo. Levanta la cabeza, no bajes el ritmo”. “Bernardo, corre por quienes siguen en este país, eres inspiración Bernardo, no pares. Corre por tus hijos, vamos… ellos también querrán ser maratonistas” “Vamos, los últimos 2 apretamos”. ¡Pero coño Alfonso, si no puedo más!!! “Claro que sí, sigue” “Queda uno, aprieta, no bajes, aprieta” … No puedo… “Claro que puedes”

Finalmente apreté los últimos 300 metros, así como para bajar de 45 minutos sin saber a ciencia cierta en cuanto iba el reloj. No se cómo, ni con que fuerza di esa esprintada final, pero creo que Alfonso iba sonriendo. No pude sino darle un abrazo al final y ahora dedicarle estas letras de agradecimiento.

Alfonso me permitió entender que mi límite estaba mucho más allá de lo que yo podía imaginar. Jamás hubiese podido mantener ese ritmo si no fuese porque, literalmente, no me dejó bajarlo. Los deportes en general y particularmente el running, incluso más allá de lo físico, son capaces de mostrarte hasta donde eres capaz de llegar. Por supuesto, se necesita disciplina, trabajo duro, entrenamiento y motivación.

Y pienso que lo mismo sucede con tantas otras cosas de nuestras vidas que tal vez nos da flojera llevarlas a otro nivel. Papa Dios nos dio una máquina privilegiada dotada con excelente hardware y software que solemos sub-utilizar. No es que vivamos siempre al límite como en unos 10k, pero seguro frecuentemente subestimamos hasta donde somos capaces de llegar.  

19 de noviembre de 2017

sábado, 11 de noviembre de 2017

Hoy puede ser un gran día

Bernardo Guinand Ayala

A menos de dos meses para terminar este complejo 2017, quien pueda decir con algún grado de certeza cual será el futuro próximo de Venezuela tendrá, o mucho de adivino, o muchísimo de farsante. Sentimos - y con razón - que el país se nos va por un despeñadero gigantesco, sin que sepamos realmente cómo detenerlo. Para colmo de males, si no fuera suficiente con el nefasto gobierno que agobia a los venezolanos, la oposición política pareciera haber entrado en un proceso de desconexión total con la realidad y con la gente, terminando de cegar alguna esperanza, al menos de corto o mediano plazo.

Aún así seguimos. Y seguimos porque la catástrofe en la que estamos metidos no hace sino decirnos: “hay demasiado por hacer”. Somos, como reza uno de los lemas de la Bill & Melinda Gates Foundation unos “Optimistas impacientes”. Optimistas, porque nada alienta más a un ser humano que poder ser un eslabón del cambio y del progreso que requiere una empresa o el país. Impacientes, porque pasan los días, los meses, los años y sentimos que se nos va la vida sin poder desarrollar esos cambios a profundidad.

Esta semana tenía en mi agenda algunos eventos significativos para mí y para mi recién creada fundación. Entre esas cosas que vienen - sin saber de donde - a la cabeza, recordé aquella canción de Serrat titulada: “Hoy puede ser un gran día”.  Si bien creo que soy una persona optimista y motivadora, tampoco soy el mayor fan de aquellos gurús que predican constantemente que hay que tener “mente positiva” para todo, todo el tiempo, como si no fuese válido decir a veces que estamos frustrados, desesperanzados, molestos o intolerantes. Sin embargo, esa mañana busqué en You Tube la canción del catalán y me vacilé mi dosis de buena vibra. Tenía verdaderas ganas y razones para querer un buen día.

Uno de los elementos más objetivos de la canción en cuestión, es que Serrat no asegura que “va a ser un buen día” sino que “podría serlo” y allí da en el clavo: “Hoy puede ser un gran día, duro con el. Es decir, si quieres que el día sea bueno, hay que echarle ganas al asunto. No es solo mente positiva, sino que es trabajo duro y si hay trabajo puede haber recompensa.

Efectivamente el día fue bueno y es aquí donde expongo lo que quiero dejar de reflexión. En cualquier país en general, para cualquier persona en cualquier circunstancia, pero particularmente en esta Venezuela que nos ha tocado transitar, es clave que cada quien se enfoque en lo que sabe hacer mejor, en lo que construye, en donde pones al servicio de la sociedad los talentos que tienes. Aquel día y la semana en general fueron positivos para mi y para mi equipo porque logramos proponer una ruta para hacer las cosas que sabemos hacer bien, porque logramos sumar a otros, porque nos seguimos arriesgando por el país con propuestas concretas que aterrizaron y ahora tienen un norte claro y por supuesto, mucho más trabajo por desarrollar.

Fue particularmente maravilloso cautivar y proponer a la Junta Directiva del Instituto de Previsión
Junta Directiva del IPN y de Fundación Impronta
del Niño - cuyo promedio de edad, sin exageración, ronda los 80 años - una alianza para un novedoso y audaz programa de atención y generación de oportunidades para adolescentes venezolanos de sectores populares. Fue también genial constatar el poder de convocatoria para un taller sobre adolescencia, sirviendo de bisagra entre todos los interesados.


Como si fuera poco, esta misma semana hemos podido llevar los primeros folletos de nuestra fundación a un antiguo y muy apreciado aliado en España para comenzar a dejar nuestra impronta internacionalmente y dejar un mensaje claro: hay mucho por hacer en Venezuela y aquí estamos proponiendo.        

Comedor en casa de Henry Vivas en Caucagüita
También han sido unos días para conectarnos con otros, particularmente con esos que están en nuestra misma sintonía y hacen cosas realmente maravillosas. Visitamos a Henry Vivas - aliado del Radar de los Barrios - quien transformó la sala de su casa en Caucagüita en un comedor para los niños más vulnerables del sector La Embajada. Conocimos la puesta en marcha del “Panabus”, una buseta convertida en sala de baño, peluquería, comedor y atención médica que rueda por Caracas brindándole dignidad a las personas en situación de calle. Conversé a través de nuestro #RadarEnPositivo con mi pana Juancho Pérez quien reporta estar optimista con una generación de jóvenes en formación a quienes tuvo la fortuna de dirigirse cuando la desesperanza reina.  
El Panabus de la Fundación Santa En Las Calles
        

Quien se centra en lo que sabe hacer y es capaz de servir con gusto a los demás, tiene en Venezuela, aún a pesar de las muy objetivas adversas circunstancias, un horizonte de posibilidades de acción.  Muchos de nosotros, al igual que Bill y Melinda Gates – pero sin la chequera claro está – somos unos optimistas impacientes. De hecho, hoy puede ser un gran día…. y mañana también!


11 de noviembre de 2017

jueves, 12 de octubre de 2017

4 lecciones de vida en 42k

 Bernardo Guinand Ayala

Llega el otoño al hemisferio norte y acabo de terminar mi quinto maratón y primero que
realizo de los World Marathon Majors. Aun cuando logro hacer el segundo mejor tiempo de mi corta carrera en el asfalto, no me siento satisfecho pues me había preparado e ilusionado para más. Un calambre en el último cuarto de la carrera me destrozó los planes iniciales y así como en la vida, tuve que reaccionar para poner en marcha el plan “Z”: terminar lo mejor posible. Paradójicamente, las lecciones más duras nos dejan los mayores aprendizajes.

Es impresionante como una “simple” carrera de 42 kilómetros puede tener tantas similitudes con la vida cotidiana. En un flash que nos puede tomar unas cuantas horas de una mañana, podemos ver a la velocidad de una película, una vida entera. No seré el primero en escribir una comparación entre la vida y un maratón, menos pretendo enseñar a otros cómo vivir, pero me atrevo a compartir estas 4 reflexiones [y una ñapa] que me llevo luego de haber recorrido las calles de Chicago.

Carrera de resistencia. El maratón, como la vida misma son carreras de resistencia. No son simples explosiones de velocidad que ocurren a la misma intensidad. Como todo proceso relativamente largo, encontramos a través de su recorrido altos y bajos, momentos de aprendizaje y también de ocio, momentos felices y otros no tantos.

En un maratón los primeros kilómetros suelen ser como la infancia, pasan demasiado rápido y somos plenamente felices, luego maduramos y solemos poner cierto piloto automático que nos permita ser “productivos” durante los largos kilómetros que suceden. El transcurrir de la vida de una persona trabajadora es algo así como lo que ocurre entre el kilómetro 10 y el 30. Pasan cosas importantes, pero estamos concentrados en comer kilómetros y mantener el ritmo para lo que suceda a futuro. Los últimos 10 - 12 kilómetros se asemejan a la vejez; nos hemos preparado para vivirla a plenitud, pero el cansancio está presente y es mucho más posible contar con algunos imponderables que la vida nos plantea. Debería ser un momento de goce y sosiego, pero sabemos que estamos retando a la vida misma.

Así pues, habrá momentos de velocidad efervescente, pero comprender que nos embarcamos en una aventura de resistencia, aguante y esfuerzo permanente es una primera similitud entre la vida y un maratón.
   
Nunca estamos lo suficientemente listos. Si algo queda claro al cruzar la meta, es que nunca terminamos de estar listos del todo. La primera vez que corrí un maratón lo hice prácticamente sin mucho conocimiento y supe que para mejorar debía asesorarme bien. Luego entrené con un buen plan y mejoré, pero al terminar me di cuenta de que no todo es correr, sino que debes fortalecer el core (abdomen, espalda, caderas) y cuando mejoré el core, pues aprendí que a las piernas o la nutrición les debes poner más atención. Y así ocurre también con la parte psicológica, las emociones, la preparación mental y la motivación.

Como todo en la vida, hay una gran cantidad de cosas que dependen de uno: el entrenamiento, la alimentación, la disciplina, el plan de carrera. En ello hay que poner todo el esfuerzo, pues no existen excusas. Sin embargo, hay también muchas otras cosas que se nos escapan de las manos: el clima del día de la carrera, situaciones no planificadas, alguna lesión o malestar de última hora. Allí no vale la pena mortificarse de más sino prepararse y, para los que somos creyentes, confiar en los planes de Papá Dios. Quizás una reflexión de San Ignacio resuma muy claro este punto: Haz las cosas como si todo dependiera de ti y confía como si todo dependiera de Dios”.

Si para hacer mi mejor carrera pretendo estar totalmente listo, nunca voy a salir a correrla, pues justamente los tropiezos son los que nos van diciendo qué cosas debemos perfeccionar. De igual manera, uno no puede parar de vivir para estar listo del todo. Recuerdo que una gran amiga, en esos momentos que se sentía abrumada por alguna situación de estrés, solía decir: “paren el mundo que me quiero bajar”.

Por otro lado, los seres humanos tenemos esa particularidad de chocar con la misma piedra varias veces. En todos y cada uno de los maratones he vuelto a cometer los mismos errores. El deseo de conquistar una meta o imponer un récord ciertamente te hace mejorar, pero también te tropiezas mil veces con obstáculos que ya conocías. Y así, la vida.     

Carrera individual: Nadie puede correr una carrera por ti, mucho menos, alguien puede vivir la vida por ti. Cada uno de nosotros viene equipado con su caja de herramientas útiles, así como defectos que nos pesan en la espalda. Lo que me sirve a mí, no necesariamente sirve a los demás y algunas virtudes que no logramos desarrollar probablemente a otros se les den de manera natural.

Casualmente esta carrera la terminé casi en sincronía con el cuñado de mi hermano. Solo 19
segundos nos separaron y aún así, ambos preparamos estrategias y planes diferentes. Ambos sufrimos los últimos kilómetros, pero mientras mi principal problema fueron calambres y rigidez de mis piernas, para él la alimentación durante la carrera fue el tema crucial.

De igual manera, la vida, así como el maratón dependen fundamentalmente de las expectativas que pongamos en ellos y esas expectativas son individuales. Yo no pretendería ganarle a los keniatas, pero basado en mi entrenamiento y experiencia previa, tuve la expectativa de hacer un mejor tiempo. Y en base a ello puedo sentirme desilusionado. Por el contrario, mi primo llegó algunos minutos detrás de mí, pero para él significaba su récord personal y el tiempo que soñaba hacer. Cada quien debe trazar su carrera [y su vida] de la manera que pueda desarrollar su máximo potencial.  

Compartida, es mejor.  Recalco que cada carrera es un desafío individual. Nadie vive la
vida de otro. Cada vida, cada persona es única, sin embargo, podemos compartir nuestra vida con otros y eso nos aligera el peso y le da mucho más sentido. Originalmente tanto por costos como por logística, mi esposa me dijo que me fuera solo a correr Chicago, sin embargo, aunque era mi reto, el compartirlo con mis seres queridos le da un valor extraordinario.

Junto con otro grupo de venezolanos, mi esposa recorrió toda la ciudad para vernos pasar en tres puntos de la carrera. Gritaron y animaron a los élites, a los latinos, a atletas con silla de ruedas y a los invidentes. Habré pasado frente a ellos unos pocos segundos y sin embargo la emoción es indescriptible. Creo que si se hace un estudio quedará demostrado cómo al pasar frente a tus familiares instintivamente aceleras el paso y se te pone la piel de gallina al escuchar tu nombre.

Cada uno de nosotros debe construir y trabajar en su propia vida, sin embargo, que emoción cuando alguien, manteniendo su individualidad, quiere además ser parte de la tuya. Quien anima, apoya y acompaña es tan clave como el que corre y el que vive.

Consejo final. No importa que tan dura haya sido la prueba, cuanto de logros o cuanto de aprendizaje haya representado. La vida va a tener imponderables, altos y bajos, emociones y decepciones, pero cada carrera como la vida misma es una sola, así que más vale que disfrutes su trayecto, aprendas de los tropiezos y seas capaz siempre, siempre, siempre, de levantar la cabeza al final y cruzar la meta con una gran sonrisa.        

12 de octubre de 2017

domingo, 21 de mayo de 2017

Lecciones de Havel para Venezuela

Bernardo Guinand Ayala

Corría el año 1993, el último chance en mi infructuoso intento por estudiar ingeniería. Ya creía tener claro que no era lo mío y sin embargo una materia me dio luces para el futuro. Humanidades III, impartida de manera muy particular por el P. Manolo Ríos, un jesuita maracucho que rápidamente captó mi interés. Entre discutir de beisbol con ese fanático de las Águilas o comentar acerca de nuestras películas favoritas, aquellas clases me acercaron de alguna manera a lo que luego de aquel semestre sería mi nuevo destino: las ciencias sociales.

Recuerdo una oportunidad que nos dio a leer un texto sobre Václav Havel, para ese momento presidente de la República Checa de quien no había oído hablar nunca en mi vida. La pasión del Padre Ríos por Havel me hizo emocionarme también con aquel personaje que encaminaba una nueva república democrática luego de 40 años de opresión. Quizás aquella inspiración inicial sembrada por Ríos, sumada a la situación que nos ha tocado vivir en los últimos 18 años, me han hecho revisar algunos textos escritos por Havel y encontrar en ellos tremendas similitudes con lo que sucede en la Venezuela de hoy.

Guardando las distancias - de tiempo, de historia, de kilómetros de longitud - quisiera aventurarme a presentar tres ideas reiteradas en los textos de Havel que me impresionan al pensar en nuestro país.    

I La mentira como base del sistema totalitario:
Al entrar en la cuenta de Twitter del periodista Luis Carlos Díaz, suele tener un tuit fijo que dice: “El gobierno miente. No importa cuando leas esto”. Nada más real que esas tres simples palabras para describir a un régimen totalitario como el chavista-madurista. Recuerdo que, en sus inicios, antes de mostrar a cada rato la constitución de 1999, Chávez solía mostrar con cierta frecuencia “El arte de la guerra” de Sun Tzu, pues evidentemente su origen militar le hizo plantear su gobierno como una batalla que debía librar. Quien lea Sun Tzu se podrá dar cuenta que la lección más clara de todo el libro reza: “El arte de la guerra se basa por completo en el engaño” y así, en nuestra cara y con poco disimulo, la mentira - cada vez más burda - ha sido lo único sostenido por el gobierno.

En su célebre obra “El poder de los sin poder”, escrita en 1977-78 [13 años antes de llegar al poder] Havel toca la mentira, como uno de los ejes centrales del libro para describir al régimen:

"El sistema postotalitario con sus pretensiones toca al individuo casi a cada paso. Obviamente le toca con los guantes de la ideología. De ahí que en él la vida esté atravesada de una red de hipocresías y de mentiras: el poder de la burocracia se le llama poder del pueblo; a la clase obrera se le esclaviza en nombre de la clase obrera; la humillación total del hombre se contrabandea como su definitiva liberación; al aislamiento de las informaciones se le llama divulgación; a la manipulación autoritaria se la llama control público del poder y a la arbitrariedad, aplicación del ordenamiento jurídico; a la asfixia de la cultura se la llama desarrollo; a la práctica cada vez más difundida de la política imperialista se la difunde como la forma más alta de libertad; a la farsa electoral como la forma más alta de democracia; a la prohibición de un pensamiento independiente, como la concepción más científica del mundo; a la ocupación, como ayuda fraterna. El poder es prisionero de sus propias mentiras y, por tanto, tiene que estar diciendo continuamente falsedades. Falsedades sobre el pasado. Falsedades sobre el presente y sobre el futuro. Falsifica los datos estadísticos. Da a entender que no existe un aparato policíaco omnipotente y capaz de todo. Miente cuando dice que respeta los derechos humanos. Miente cuando dice que no persigue a nadie. Miente cuando dice que no tiene miedo. Miente cuando dice que no miente”.

Cualquier parecido con la Venezuela del siglo XXI no es pura coincidencia.

II Crisis moral y autocrítica:
El aspecto moral es otro consecuente tema en los documentos y vida de Havel, pero no solo al refirirse a sus opresores, sino fundamentalmente al resto de sus conciudadanos, convirtiéndolo en un autocrítico muy agudo.

Luego de seis semanas en resistencia pacífica a finales de 1989 - lo que se denominó la Revolución de Terciopelo - Checoslovaquia logró entrar en un proceso de transición y encomendó tal responsabilidad a Václav Havel. A solo 3 días de asumir esa misión, el 1ro de enero de 1990, Havel se dirigió a su país pronunciando uno de los discursos más espectaculares que haya leído de político alguno. Es alentador escuchar a un político apartado diametralmente del populismo. Es alentador escuchar a un político que en pleno auge es capaz de ver la corresponsabilidad de todos en lo sucedido y en lo que está por venir. Es alentador escuchar a un político ya en funciones, solicitar unidad para avanzar. Es alentador escuchar a un político plantear la ruta del período de transición. Todos esos aspectos que leo en ese discurso, es lo que sueño para Venezuela y para nuestros políticos. No en balde aquel discurso se tituló “La República que yo sueño”.

“Lo peor es que vivimos en un entorno moral contaminado. Nos sentíamos enfermos moralmente porque nos acostumbramos a hablar diferente a como pensábamos. Aprendimos a no creer en nada, a ignorarnos unos a otros, a preocuparnos solo por nosotros. Conceptos como el amor, la amistad, la compasión, la humildad o el perdón perdieron su profundidad y dimensión…

Cuando hablo de esa atmósfera moral contaminada, no me refiero solo a los caballeros que comen verduras orgánicas y no miran por las ventanas del avión. Me estoy refiriendo a todos nosotros. Nos hemos acostumbrado al sistema totalitario y lo hemos aceptado como un hecho inmutable, lo que nos ha ayudado a perpetuarlo…

La libertad y la democracia conllevan participación y, por tanto, responsabilidad por parte de todos nosotros… Si reconocemos esto, la esperanza volverá a nuestros corazones.

Nuestra mafia local… ya no son nuestros principales enemigos… Nuestros principales enemigos hoy son nuestros propios defectos: la indiferencia ante el bien común, la vanidad, la ambición personal, el egoísmo y la rivalidad. La batalla tendrá que librarse en ese ámbito”

III La esperanza:
Pero Havel no se queda en la crítica y autocrítica, el principal aspecto que quiero resaltar de su legado es esa fuerza, inexplicable a veces, que nos mueve por dentro y que está hoy día en la vida de cada venezolano que, esté donde esté, sigue apostando por el país: la esperanza.

Havel estuvo preso, perseguido. Su lucha duró años y tal como nos ocurre a quienes nos vemos inmersos en una situación que nos sobrepasa, se sintió, a veces, desalentado. Ante una pregunta que lo increpaba: ¿por qué, simplemente, no pierdes la fe en todo? o más drástico aún: ¿por qué resistes, cuando tu vida es tan claramente inútil?, Havel no encuentra otra respuesta que una fuerza interna llamada esperanza:

“Cada vez, al final me daba cuenta de que la esperanza, en el más profundo sentido de la palabra, no viene de fuera; la esperanza no es algo que se encuentra en señales externas simplemente cuando algo puede que salga bien. Me di cuenta, una y otra vez, de que la esperanza es, ante todo, un estado de ánimo, y como tal, o la tenemos o no, independientemente de las circunstancias a nuestro alrededor. La esperanza es, sencillamente, un fenómeno existencial que no tiene nada que ver con predecir el futuro. Podemos ver las cosas muy oscuras, y aun así, por alguna misteriosa razón, no perdemos la esperanza”. [“El futuro de la esperanza” Hiroshima 1995]  

Más aún, este particular dramaturgo convertido en político checo, descubrió que, al vivir en la oscuridad de estos regímenes crueles, la esperanza, lejos de apagarse, puede verse potenciada. Así lo hizo saber ante el Congreso de los Estados Unidos de América en 1990:

"El sistema totalitario de tipo comunista causó a nuestras naciones... un sin fin de muertos,
una gama inconmensurable de sufrimientos humanos, un profundo atraso económico y, sobre todo, una humillación inmensa del ser humano. 

Sin embargo, al mismo tiempo nos dio - naturalmente que sin querer - algo bueno: una capacidad extraordinaria de ver, de vez en cuando, con antelación lo que no puede ver el que no vivió esta amarga experiencia. El hombre que no puede moverse y vivir de manera un poco normal por estar derrumbado por un bloque de piedra tiene un poco más de tiempo para pensar en sus ESPERANZAS, más que el que no está derrumbado".

Muchos leerán hasta aquí y pensarán que ni somos checos, ni tenemos un “Havel”. Lo mismo pensaban otros países sobre Checoslovaquia en ese momento. Nadie imaginó el talante democrático y el deseo de libertad de los jóvenes que no habían conocido algo diferente. Nos corresponde a todos acabar con el totalitarismo y su red repugnante de mentiras. Nos toca a todos rescatar la moral, siendo incluso muy críticos con aquellos quienes desean gobernar nuestro país en el futuro próximo y aquellos otros que deseen “hacer negocios”. Pero, sobre todo, nos corresponde mantener viva la esperanza, por nosotros, por nuestros hijos y especialmente por todos aquellos venezolanos menos favorecidos.

Agradezco al P. Ríos aquellas clases que me motivaron a levantar la mirada por lo que ocurría en el mundo y espero que estas líneas sean un aporte útil en este momento que vivimos.

21 de mayo de 2017

viernes, 28 de abril de 2017

Carta pública al Defensor del Pueblo Tarek William Saab

Tarek:

Escribo esta carta pública, que debería ser privada, para intentar que llegue a su conocimiento.

Hace muchos años seguí sus intervenciones sobre los Derechos Humanos, considerándolo a usted un hombre comprometido con ellos.

Por esa razón, creí que su participación en la Constituyente del 99 era una garantía para que ellos fueran tomados en cuenta. Lo que sí se hizo.

Lo aprecié.

Sin embargo, su actuación no tiene nada que ver con los principios allí expuestos.

¿Qué le pasó?

Cuando vi el video de su hijo Yibram, a quien conocí de niño porque era compañero de una de mis nietas en el Colegio Don Bosco de Nueva Barcelona, sentí admiración y dolor.

Admiración por su valentía al reclamarle públicamente su complicidad con la ruptura del orden constitucional, con la terrible y feroz represión de los cuerpos de seguridad del gobierno, por permitir que la injusticia se haga dueña del país.

¿Por qué NO ha cumplido con su deber?

Dolor porque su hijo percibe que usted dejó en el camino los principios y valores en los que formó a su familia.

Cada venezolano caído por la represión de este gobierno nos duele como propio. Podría ser su hijo o el mío.

Tarek, HAGA LO CORRECTO

Elizabeth Ayala de Guinand
C.I. 1.881.919

miércoles, 26 de abril de 2017

Estoy dispuesto a morir?

Bernardo Guinand Ayala

Corre el mes de abril. Otro año, la misma calle, más arrechera. El único legado que dejó aquel populista militar fue odio y aún hoy lo seguimos padeciendo. Como ha sido costumbre estos días, la Guardia Nacional [cuyo lema “el honor es su divisa” ahora nos produce no menos que un ataque de acidez] despliega su incontenible furia contra cientos de miles de manifestantes que pedimos libertad y elecciones.

Represión en la AFF #19Abr
Bombas, humo, tanquetas, estruendos vuelven a la escena. Cabe destacar que nos vamos acostumbrando a ellas, pero cada quien a su respectiva distancia. Emprendemos retirada - demasiada gente para correr - y entre la multitud, las piernas de mi padrino destacan entre las menos ágiles. A medida que pasan los años parece que la responsabilidad asumida en la pila bautismal se invierte.

“Por aquí no, sigue por la autopista, muévete viejito, móntate en esa isla” voy dando instrucciones, pero igual nos vamos rezagando y nuestros compañeros de marcha se dispersan, escapando cada quien por su cuenta. Entre la angustia y el desespero, mi padrino con sus ojos enrojecidos cae - cual largo es - en plena vía y al volver la vista atrás quedamos junto a los jóvenes traga-bombas y las tanquetas endemoniadas. Bajo la mirada, trato de cargarlo y una bomba va volando hacia nosotros por un costado. Entro en pánico y al no poderlo levantar corro unos metros más adelante, mientras un par de héroes anónimos con máscaras anti-gas lo socorren.

Leopoldo Guinand Baldó afectado por las bombas
Aún en medio del bombardeo me tranquilizo, ajusto la máscara de buceo que llevé, empapo el pañuelo con más bicarbonato diluido en agua y volteo de nuevo a buscar a mi padrino entre las latas de humo que revolotean alrededor. Tal como le escuché a Tomás Vivas [el joven merideño que toca el cuatro mientras nos reprimen] ese momento parece vivirse en cámara lenta. Ya no se escuchan las bombas, te acostumbras a transitar en un campo lleno de humo, ves volar cosas en todas direcciones y aun así me encuentro ahora sorpresivamente relajado, al punto de sacar el teléfono con esa obsesión que tenemos en esta era digital de documentar todo.

Hemos marchado desde la proclama del decreto 1.011. Hemos recorrido cada calle de Caracas pidiendo elecciones, renuncias, derechos, paz, alimento y un larguísimo etcétera. Hemos enfrentado la muerte cientos de veces. Pero nunca - como en este 2017 - me he cuestionado tan en serio si estoy dispuesto a morir.

Sé que tal vez esta interrogante suene desproporcionada o hasta chocante. Incluso que suene pedante tirárnosla de mártires. Quizás la mayoría piense que la época en que la gente daba la vida por la Patria o la independencia quedó para los libros de historia. Pero acaso, consciente o inconscientemente ¿cada vez que salimos a la calle a protestar desprovistos de cualquier protección [o hasta literalmente desnudos] no nos estamos jugando la vida?

Mis anécdotas son cada vez más cercanas. Mi padrino, mi papá, mi primo Andrés [dado de
Andrés Guinand herido #19Abr
alta ayer luego de fractura de cráneo] afortunadamente viven para contarlo. Pero hoy #26Abr un joven estudiante [Juan Pablo Pernalete] murió por el impacto de una bomba lacrimógena en su pecho, en el mismo asfalto que recorríamos nosotros.  

Obvio que no quiero morir. Obvio que quiero ver a mis hijos crecer. Obvio que hay mucho trabajo por hacer y que nos necesita vivos. Pero aún conscientes que mañana puede tocarnos la suerte de Juan Pablo [o tantos otros asesinados por este régimen] seguimos saliendo.

Está pasando algo importante en Venezuela, está pasando algo trascendental. Pareciera que estamos dispuestos a jugarnos la vida individual por valores colectivos. Pareciera que nos jugamos la vida a cambio de un país con justicia. Pareciera que nos jugamos la vida por el rescate de la dignidad. No es cuestión de heroísmo, pero en la práctica, estamos saliendo millones de personas cada día dispuestos a sacrificar nuestras vidas, por un sueño llamado democracia.  


26 de abril de 2017

domingo, 9 de abril de 2017

Pasión venezolana

Bernardo Guinand Ayala

El domingo de ramos ha sido de los días que más gratos recuerdos me trae de la tradición católica y tengo muy claro el por qué. Durante toda mi infancia - cercano a la celebración de la Semana Santa - en mi Colegio De La Salle tan querido solíamos representar la pasión de Cristo. Era realmente una producción increíble que convocaba a todos los alumnos del colegio, bajo la dirección general del muy apreciado Hno. Iñaki. La puesta en escena de esta representación viviente se llevaba a cabo en el campo de fútbol del colegio e iniciaba con la entrada triunfante de Jesús en Jerusalem, entre palmas y alegría, justo lo que hoy celebramos como domingo de ramos.

Cuando estaba en los primeros años de primaria, recuerdo haber vivido ese momento como si fuera real. Jesús, que solía ser representado por algún alumno de los últimos años de bachillerato, iba efectivamente montado en un burro que era guiado por el propio Hno. Iñaki con una túnica que parecía trasladarnos a la época. Recuerdo los saltos de algarabía que dábamos rodeando a Jesús con el “Hosanna” de fondo de la versión en español de Jesucristo Superstar.    

Foto: José A. Guinand A.
Cada domingo de ramos, al recibir la palma a las puertas de la iglesia revivo mi infancia y el recuerdo de ese Jesucristo triunfante. Pero el domingo de ramos tiene una característica muy particular, pues durante la liturgia se muestran dos momentos antagónicos en la vida de Jesús. En primer lugar, se lee el texto correspondiente a ese momento de euforia durante la llegada a Jerusalem, pero luego se de paso al evangelio de la pasión de Cristo. En menos de una semana, Jesús pasa de ser aclamado para ser luego condenado, azotado y crucificado.    

Quien haya asistido a misa, se le hará prácticamente imposible no comparar estos evangelios con lo que estamos viviendo en Venezuela. Frecuentemente nos aconsejan leer la palabra de Dios y tratar de entender su significado en nuestros tiempos. Hoy, fue realmente contundente esa cercanía a nuestros tiempos. Comparto algunas de mis reflexiones.

Jesús fue perseguido y condenado por los que ostentaban el poder. Los sumos sacerdotes - sin pruebas ni razón - exigían la condena de Jesús. Actuaban como “magistrados” todopoderosos, que sin sustento en la ley y a través de un juicio viciado, pretendían mantener su posición. Hoy Venezuela cuenta con magistrados del mismo talante, distantes de la ley y más aún, de la gente. Describir a los sumos sacerdotes de esa época es describir a aquellos funcionarios corrompidos que desean mantener sus prebendas en la Venezuela de hoy.      

Después de condenado, Jesús es entregado a los soldados romanos para ser azotado. Recuerdo que de niño siempre me impactó la escena cuando, con saña, era flagelado por varios pretorianos. Recientemente rememoré esa escena, pero de la polémica película dirigida por Mel Gibson y me estremecía viendo el horror como se afincaban para proferirle mayor dolor. No contentos con el sufrimiento, los ejecutores reían, escupían y se burlaban cínicamente de Jesús. Es difícil asimilar tanta maldad, tanta crueldad; sin embargo, estos días hemos visto como policías y militares, vistiendo el uniforme que los obliga a defender una patria, propinan a sus coterráneos bombazos, perdigones, pero sobre todo linchan entre varios y con mucha saña a personas indefensas que solo piden respeto a la ley, a la libertad, a la democracia. ¿De dónde proviene tanto odio y resentimiento? ¿Esta gente disfruta haciendo el mal? ¿Cómo llegan a sus casas y ver a la cara a sus hijos? ¿Por qué tanta ausencia de Dios?

La pasión de Cristo está en nuestras calles, en los padecimientos de nuestra gente. La pobreza de espíritu sembrada y abonada por el régimen que gobierna se transforma en una grave carencia de valores. Que falta hace Dios entre nosotros, entre todos nosotros.                 

Vivimos momentos críticos y tanto ahora, como en la época de Jesús, el miedo se apodera de nosotros. Pilatos prefirió lavarse las manos por miedo a contradecir. Pedro negó a Jesús tres veces por miedo a ser perseguido. Un nutrido grupo de personas, que días atrás aclamaba a Jesús, se convirtió en turba que lo apresaba por miedo a desencajar. Hoy muchos estamos también llenos de miedo, los que hemos opuesto siempre al gobierno y también los que están dentro buscando salidas. Pero ese miedo que paraliza se neutraliza con una fuerza mucho más grande: la fe.

De la euforia de las palmas pasamos a la cruda pasión de Jesucristo. Pero, gracias a nuestra fe, sabemos que al final Jesús resucitó. Tal como sucederá con Venezuela.  


9 de abril de 2017

Domingo de Ramos

miércoles, 5 de abril de 2017

Todo sea por el país

Bernardo Guinand Ayala

Otra mañana de cielo azul ya bien entrado el año. Llegamos a abril y no deja de sorprender la nitidez del Ávila y del cielo que cubre a Caracas. No así en lo político, con un nubarrón que nos acecha desde hace unos 18 años.      

Llevo a los chamos al colegio y me devuelvo a la casa a trabajar un rato. Había suspendido una reunión pautada para esa mañana acatando la convocatoria de los demócratas a salir una vez más a la calle, en este caso para comenzar el proceso de destitución de los “magistrados” del TSJ quienes, a través de una sentencia sin precedentes, dieron un nuevo golpe de estado. No el primero de este régimen ciertamente [quien viola la Constitución a diestra y siniestra con bastante regularidad] pero si el más obvio y descarado.

Entre 9:00 y 9:30am suena el timbre de la casa. Como ha sido costumbre desde aquella primera marcha, un ya lejano 23 de enero en los albores del siglo XXI, mi viejo se presenta preguntando quién lo acompañaría a marchar. “Ya yo estoy listo, dime cuando salimos pues la convocatoria es temprano”. Entre esa hora y las 10:00am tocó el timbre unas dos veces más, impaciente por salir.

Emprendimos rumbo a Chacao para recoger a José Antonio en la acera norte de la Francisco de Miranda. Mi viejo se impacienta al ver que no llega. Mil y un marchas y aún sigue inquieto queriendo llegar pronto. Se baja del carro a apurar a Jose a quien encuentra en toda la esquina. Seguimos y en la vía nos enteramos que la concentración se reubicaría hacia las cercanías de la Plaza Brión de Chacaíto, pues, para variar, desde muy temprano el gobierno había desplegado su séquito de militares, policías y paramilitares armados, para impedir el normal desarrollo hacia la Asamblea Nacional.

El mundo entero clamando la restitución plena de las funciones de los parlamentarios y el régimen sigue de espaldas, apostando al único refugio que le queda: violencia y abuso de poder.

A golpe de 10:45am nos incorporamos al río de gente que venía subiendo a pie desde Chacaíto tomando la Av. Libertador. Apenas recorríamos los primeros metros recibo una llamada desde Radio Caracas Radio para hacer un contacto en vivo para “El Radar de los Barrios”. Vamos al aire, Evelyn y Jim desde el estudio me dan el pase para dar un breve resumen de lo que está sucediendo en ese momento. En medio de mi intervención se me ocurre decir que prefiero tener el testimonio de la persona que me ha sembrado el amor por este país: mi papá, quien con sus ya casi 81 años estaba nuevamente allí, marchando por Venezuela. Siempre más emocional que racional, mi viejo trasmitió en vivo sus razones de estar allí, su llamado a los más jóvenes a que se incorporaran y su convicción por ver el inicio de un cambio en el país. Como es usual en él, dijo poco y transmitió mucho. Me sorprendió el breve espacio de silencio que tomó para que Evelyn recobrara el mando, manifestando luego estar sumamente emocionada con el espíritu de mi viejo. “Don Eduardo” comienzan a llamarlo mis compañeros del Radar, en señal de respeto y admiración.

Minutos más tarde ya estábamos en medio del tumulto entre diputados y demás manifestantes. Estábamos en la última de las barricadas puesta por la Policía Nacional Bolivariana en la parte alta de la Av. Libertador. Cuadras más adelante se veía otro grupo, aún más numeroso, cuyo destino también estaba bloqueado por otro contingente antimotines. Prudentemente José Antonio - mi hermano menor - me sugiere no adelantarnos mucho para quedarnos más rezagados con mi papá. Inclusive, en un momento que algunos sugirieron bajar a la parte inferior de la Libertador, me dijo “ni de vaina”. Ya tantos años tragando gas del bueno, hacen que uno empiece a dominar ciertas técnicas de escape. “Y menos con mi viejo”, recalcaba Jose.

En un camión improvisado, un mensaje del Diputado Carlos Paparoni transmitía algo diferente: “Manténganse aquí. Hoy no vamos a ceder tan fácil”. Algo hacía sentir que los diputados se la estaban jugando.

A pesar de haber percatado el viento a nuestro favor, algo después comenzó la lluvia de lacrimógenas. A lo ancho de ese cielo azul se empezaba a ver el humo de las bombas que venía y luego se devolvía a quienes las lanzaban. Sin embargo, poco a poco empezó a llegar y comenzaron las carreras desesperadas de algunos con los ojos llorosos. Nos pintamos la cara con la pasta de diente que nos prestó algún estudiante más preparado. Mi viejo, a pesar de haber marchado todos estos años y de habernos dado un susto aquel 11 de abril de 2002, sigue preguntando para qué sirve la pasta de dientes. Igual le puse su “bigote” blanco y empezamos a retroceder manteniendo la calma. Pasito a pasito como la canción íbamos entre una multitud que se hacía más apretada.

Jose iba a la cabeza, yo luego, mi viejo detrás. En un momento volteo para ver que no se
quedara rezagado y lo veo justo dando una mirada hacia atrás, cuando me parece ver algo muy rápido volando como con una estela de humo. No puedo garantizar si vi una bomba lacrimógena o una piedra, pero lo cierto es que algo venía de forma horizontal desde el lugar que estaba la PNB, con la puntería necesaria para atinarle a la cabeza de mi viejo justo en la ceja derecha. Al ver como se agachó y llevó sus manos a la cara me di cuenta rápido que le habían dado. Retrocedo y lo veo con sus dos manos tapándose el ojo. Le pido que abra las manos para verlo con el susto de no saber qué encontrar. Apenas se deja ver, ya las manos estaban ensangrentadas y se empezaba a formar un bulto en su frente. Calma, calma. Si algo me doy cuenta que hemos aprendido con este régimen malandro, es a no desesperar. Paro a Jose y le digo que a Lalo le pegaron. Ambos lo abrazamos con el único norte de salir pronto del ambiente lacrimógeno. En ese trayecto solo atinaba a decir, con la fe en Dios que lo caracteriza: “Todo sea por el país, todo sea por el país”.  

Levanto la cabeza y justo en frente tengo a Carlos Ocariz, Alcalde del Municipio Sucre a quién Jose agarró pidiendo apoyo. No pasaron dos segundos que Ocariz dijo a un motorizado que andaba con él, que socorriera a mi viejo: “A Salud Chacao, a Salud Chacao, pronto” y mi papá, golpeado pero enterito se montó en esa moto como un carajito. Al mejor estilo venezolano, me percaté que si mi viejo abrazaba bien al pana motorizado, yo cabía atrás al estilo de San Pancracio “Una nalga adentro y la otra en el espacio”. Y así nos fuimos sin saber mucho a donde, pero alejándonos pronto del tumulto.

Después de una perdida en Chapellín, atravesamos el Country Club y llegamos al Pedregal. Recordé que allí está un ambulatorio que lleva el nombre del Dr. Guillermo Hernández Zozaya, insigne médico venezolano, abuelo de mis primos Guinand Hernández. Recordé la anécdota que cuando el Dr. Hernandez Zozaya murió, la comunidad de El Pedregal no dejó que la familia cargara su féretro. Ellos mismos lo levantaron en hombros y lo pasearon por esa comunidad popular de la cual fue médico abnegado.

El Dr. Hernández había sido pediatra de mi viejo, así que podía ser un buen presagio para

este reencuentro. Bajo de la moto y pregunto rápidamente si pueden brindarme los primeros auxilios. En pocos minutos mi viejo estaba en un cubículo, custodiado de varias enfermeras y doctoras. Diligentemente una enfermera agarró gasa y le limpió la herida percatándonos que no era profunda. Un par de steri strips bastaron para tapar la herida, mientras la cara se le iba transfigurando al punto que el ojo derecho se le iba desapareciendo tras la hinchazón. Una doctora hacía la referencia urgente a un oftalmólogo, mientras la enfermera tomaba la tensión percatándose, que, a pesar del susto, el paciente ya sonreía marcando un estupendo 120/80.


El cuerpo de mi viejo puede ser vulnerable, pero su espíritu es inquebrantable.   

Minutos más tarde llegó mi hermano Eduardo con su hija Daniela y luego mi mamá, que con su característico temple de acero ya tenía todo resuelto para llevarse a su viejito [55 años juntos] a chequearse a profundidad. Mi papá, aún herido, dedicó unos minutos para agradecer y "echarle" la bendición a todo el personal del ambulatorio, así como contarles sobre el insigne doctor que da nombre al centro asistencial.    

Mi viejo está bien, su ojo está fuera de riesgo gracias a Dios. Aprendimos a amar este país con su ejemplo de trabajo y honradez. Se siente fuerte para seguir luchando por este país hasta que Dios le de fuerzas y sumamente emocionado por las innumerables manifestaciones de cariño y solidaridad que le han llegado de cualquier rincón del planeta. Quien ha sembrado amor, no puede cosechar otra cosa.

Su llamado una y otra vez es a los más jóvenes, a que esta lucha es por ellos y que debemos mantenernos unidos. Te seguiremos acompañando en tus convicciones viejito.

¡Todo sea por el país!