sábado, 31 de agosto de 2024

Todos la llaman Democracia

BGA
 
Entra un hombre en un burdel, altanero y guachamarón, con ínfulas de conquistador, y le pregunta a la prostituta que lo recibe: “¿cómo te llamas?”, a lo que la meretriz le responde: “¿cómo quieres llamarme?”

Así mismo está ocurriendo con diversas formas de gobierno que cada quien tuerce a su antojo y, como si se tratara de una prostituta, todos quieren llamarla Democracia. 

Ningún totalitarista habla en nombre del totalitarismo.
Ningún dictador se afana en proclamarse dictador.
Ningún nepotista habla en favor del nepotismo.
Incluso las monarquías hoy se refugian bajo su tutela.
Todos la llaman Democracia.
 
No es secreto que ella, otrora refinada dama, símbolo de la libertad, la justicia y la equidad, ahora está en crisis y reducida a dama de compañía en el mundo entero. Bajo su pulcro manto aprendieron a resguardarse violadores disfrazados de caballeros. Y es un fenómeno del que no escapan diestros o zurdos, libertarios o comunistas, europeos o americanos. La democracia está en crisis.
 
Reducir la práctica de la democracia exclusivamente al “acto electoral” es tan simplista como peligroso. Así que es preciso encender alarmas a tiempo, pues cuando creas que “no te puede pasar” quizás sea demasiado tarde. 
   
  • Si insisten que “necesitan tiempo” … pongan freno en el acto. La reelección indefinida es la afrenta más grande contra una democracia. La alternancia es innegociable.
  • Si usan como pretexto “nosotros tenemos dignidad” … húyanles. Quien se llena la boca diciéndolo suelen ultrajar la dignidad del ser humano.
  • Si se escudan en “la autodeterminación de los pueblos” … desconfíen. Suelen ser explotadores que quieren mantener al mundo a raya de sus fechorías.
  • Si la mentira - obvia y grotesca - la normalizan como un mantra… no se rían. Decía Havel: “la mentira, aún cuando no la aceptes, ratifica el sistema, lo consolida, lo hace …”
  • Si siempre se trata de un enemigo externo, sin importar el nombre que le inventen… pilas. El autoritarismo siempre fabrica un culpable, un traidor, un otro.
  • Si cada vez se parecen más a lo que criticaron… están advertidos. La doble moral es siempre un indicador de alarma. Promesas para ganar, mentiras al gobernar.

Democracia, esa con letras grandes aún sin ser perfecta, debe ser, sobre todo, respeto fundamental al estado de derecho, tolerancia y diálogo, convivencia, alternancia, libertad para elegir y ser elegido, equilibrio de poderes, oportunidades para todos. Al quebrarse cualquiera, póngale otro nombre. La democracia no debería prostituirse a tal punto que solo caliente la cama de la “jornada electoral”, pues reducida a tal punto, puede llegar el momento que hasta eso sea violado.    
 
La democracia está en crisis y hay que reinventarla. No podemos seguir llamando Democracia a una cualquiera.
 
31 de agosto de 2024

sábado, 20 de julio de 2024

Acto de grado Colegio San Ignacio 2024

Palabras Acto de Grado Colegio San Ignacio
(En representación de las familias de los graduandos)

Apreciadas autoridades del colegio, docentes y trabajadores, familiares y - muy especialmente - jóvenes graduandos:

Cierto día, cuando Bernardo – nuestro hijo – apenas iniciaba sus estudios en Villa Piscina, luego de recogerlo al colegio, Mimina le preguntó: “Ajá ¿qué hiciste hoy?”, a lo que Nando respondió: “Mamá: hoy fuimos a la parrilla”.  “¿A la parrilla?” preguntó de vuelta Mimina sorprendida. “¿Y qué hiciste en la parrilla?”. “Lo que nos dijo la Hermana, mamá, fuimos a rezar con Jesús”.
 
Confundir parrilla con capilla puede parecer, sencillamente, una anécdota divertida, sin embargo, en esta confusión hay muchas similitudes; porque a cada una de ellas – sea parrilla o capilla – uno asiste para compartir y creo que esa es una buena definición de lo que ha sido el Colegio San Ignacio para nuestros hijos y nuestras familias; un colegio que sobrepasa los requerimientos básicos de formación académica para ser un espacio de crecimiento humano, espiritual, intelectual y de relaciones. Un espacio donde, ciertamente, nos puede convocar un acto de acción de gracias – como acabamos de tener minutos antes – así como una disciplina deportiva o cultural, alguna actividad extracurricular, formación académica y, por qué no, una sabrosa parrilla entre panas.  
 
Entonces, nuestras primeras palabras, procurando ser eco de las cientos de familias aquí representadas es de agradecimiento al colegio y a todo su personal directivo, docente, administrativo, servicios generales y de las numerosísimas actividades que aquí confluyen, por habernos acompañado en la formación de nuestros hijos, en estos años tan significativos para sus vidas.
 
La educación vive, en el mundo entero, enormes desafíos marcados por la velocidad en que están ocurriendo los cambios, la imprescindible necesidad de actualización docente, los avances vertiginosos de las nuevas tecnologías y un larguísimo etcétera. Deseamos, como familias salientes, que el colegio siga asumiendo tales desafíos con talento y creatividad, en esta Venezuela llena de retos.
 
Para ustedes graduandos, tres mensajes que quisiera recordaran en la celebración de este día tan significativo para todos nosotros.
 
En primer lugar, no voy a hablarles de valores, aun cuando fue la única directriz que nos dieron para estas palabras. Aunque realmente sí quiero resaltarlos. Los valores no podemos enseñarlos en un discurso, los valores se viven, se reconocen en aquel que nos sirve de modelo, en aquellos que son consistentes entre lo que dicen y lo que hacen. Y aquí, aún con todos los defectos que tanto sus padres como maestros podamos tener, les aseguro que han tenido buenos ejemplos.  Hoy, ese privilegio que han tenido se convierte en un compromiso que deben asumir, porque de nada les sirve haber salido de estas aulas recitando “En Todo Amar y Servir” como si fuera un pasaporte que les abre automáticamente las puertas, si verdaderamente no están dispuestos a ponerlo en práctica. Venezuela y el mundo entero requieren gente preparada, pero, sobre todo, requieren ciudadanos con don de gente. Ustedes están llamados a serlo.
 
Segundo mensaje. Agarré mi celular, abrí Copilot, la aplicación de inteligencia artificial que uso y le escribí: “dame frases inspiradoras sobre educación dichas en Venezuela”. Y más allá de las frases me llamó la atención que todas esas citas eran de venezolanos que ya murieron, incluso la mayoría hace muchos años: Arturo Uslar Pietri, Rómulo Gallegos, Andrés Bello o José María Vargas. Entonces más que inspirarlos con sus frases, creo que la gran conclusión es que ustedes forman parte de una generación que les tocará reinventar la educación, la política, el país… y que sean sus frases y sus logros los que en un futuro alguien, aquí parado, los ponga de ejemplo.
 
Para los que quedan con la intriga, me quedo con una frase atribuida a Miguel Rojas Sánchez: “La educación es el vestido de gala para la fiesta de la vida”. Y allí los veo, vestidos de gala, ahora enrumbados a seguir nuevos desafíos en sus estudios. 
 
Último mensaje. Insistí con la asistencia de la inteligencia artificial, pero esta vez fui mucho más específico: “¿qué mensaje transmitirías a jóvenes venezolanos en su grado de bachiller, que han vivido la pandemia del Covid, la migración de sus familiares y amigos, los apagones, la crisis económica y la polarización política”… y luego de una serie de sugerencias sobre resiliencia, solidaridad, persistencia, ciudadanía…el texto concluye (y oigan bien): “les diría que son capaces de enfrentar cualquier desafío y que su generación tiene el poder de transformar Venezuela”.
 
Hoy, empiezo a sentir un guayabo grande al dejar atrás ese momento tan especial de cada semana. Venir a compartir con mi hijo, desde una grada, esa pasión que descubrió entre amigos y en un colegio que ha sido mucho más que un salón de clases. Pero celebro la alegría de que seguirá siendo su colegio, con las puertas abiertas para siempre.
 
Y cierro con algo que la inteligencia artificial definitivamente no podrá sustituir nunca, y es una mamá o un papá, parado frente a ustedes y que les diga de corazón: los queremos, estamos completamente orgullosos de ustedes y saben que estaremos acompañándolos en todos los desafíos que están por venir.      
 
¡Felicitaciones y viva la 97!
  

Familia Guinand Frías
19 de julio de 2024

lunes, 1 de julio de 2024

Sentido de trascendencia

Bernardo Guinand Ayala

 

Esa tarde estaba conociendo a Laura y sus ojos aguados me movieron la fibra. Una vez más supe que estaba en el lugar correcto, haciendo lo correcto, con la gente correcta. Echemos la película para atrás porque no fue casualidad que, aquella tarde en Turumo, Laura me hiciera aquella confesión.

 

Al fundar Impronta establecimos cinco valores orientadores: dignidad, solidaridad, pasión, impacto y un quinto valor bastante particular: trascendencia. Personalmente me mueve profundamente la trascendencia, no tanto – o no solo – por el interés en ser memorables, sino como una especie de antídoto contra un flagelo que tenemos tatuado en nuestra idiosincrasia: el cortoplacismo. El mundo entero se ha vuelto obsesionado con el ¡para ya!, ¡para ahora!, ¡lo que me dé rédito inmediato! y un largo etcétera.

 

En Venezuela, habernos echado al pico la enorme bonanza que supuso el petróleo, sin haberlo invertido en el futuro, en un verdadero plan de desarrollo, así como en educación, es uno de los ejemplos más tristes de las gríngolas cortoplacistas. No sembramos el petróleo, nos reclamaría Uslar Pietri. Adicionalmente, la premura del corto plazo actúa como caldo de cultivo para vicios acaba-países como la corrupción y el clientelismo.   

                                                 

En contraposición, una impronta – una huella – tiene que ver con el largo plazo e invita a transitar una vida coherente – con la maravillosa oportunidad de equivocarnos en el camino – pero que apunta a dejar ese legado para nuestros seres queridos, nuestra comunidad y el país.

 

Como fundación, la trascendencia también ha sido una invitación para que otros apunten a ese largo plazo, a visibilizar su legado sumándose a nuestra causa. Y vaya que hemos visto casos, pero hoy vengo a recordar uno en particular con dos historias paralelas.

 

Hace algunos años, la familia De Sola se acercó a nosotros para, en alianza, ayudar a cumplir con el legado de su abuelo. Don René De Sola, luego de una larga y muy productiva vida, encomendó a sus nietos la noble tarea de crear una fundación familiar que hoy lleva el nombre de “Letras en Acción” para promover la lectura con foco en niños en su temprana edad escolar. De esta alianza nació “Lectura sobre Ruedas”, probablemente el programa más bonito y contundente que, hasta ahora, hemos desarrollado en Fundación Impronta.

 

Además de su dilatada trayectoria y destacada hoja de vida como jurista al servicio del país, René De Sola era un ávido lector y motivador por excelencia de la literatura en su núcleo familiar. Sus hijos recuerdan, con especial lucidez, la práctica rutinaria de la lectura a la que su padre los animaba, leyendo él en paralelo los mismos libros para luego poder comentarlos junto a cada uno de ellos.

 

No cabe ninguna duda que, cuando casi 140 niños de Caucagüita del programa reciben una palabra de aliento por parte de los familiares directos de ese señor mayor a quien no conocieron o incluso escriben un cuento sobre quien dio la oportunidad de que existiese Lectura sobre Ruedas, sigue vivo el recuerdo de Don René De Sola. Eso, justamente, es trascender. Y no solo por tenerlo muy presente, sino porque cuando un niño de Turumo es capaz de llevarse durante un año escolar, sin obligación, más de 30 cuentos para leer en casa, es como si ese niño o niña hubiese estado sentado en un puesto de aquella biblioteca del Doctor De Sola en su casa de Caracas.

 

Pero trascender va más allá. Quizás es común que una persona de la talla de un abogado destacado, que vivió casi 100 años y tuvo la fortuna de juntar algunos recursos en su carrera, pueda darse el lujo de seguir presente a través del deseo que manifestó a sus nietos. Pero quizás otros nos sintamos algo más pequeños frente a tal desafío o pensemos que solo la riqueza material puede acercarnos a semejante nivel de trascendencia. Yo también lo creía así, hasta que Laura, con sus ojos claros y brillosos detrás de sus lentes, me hablara aquella tarde.

 

Laura asistió para sacarnos unas fotos que iban a ser publicadas junto a una entrevista realizada para Debates IESA. La verdad que la foto la hemos podido hacer en nuestra oficina, pero ha sido maravilloso conectar a la gente con el trabajo que hacemos, en el lugar donde lo hacemos. De esa forma, aprovechando una tarde cualquiera del programa en la Escuela Don Bosco en la parte más alta de Turumo, Laura se encaramó en el Impronto Móvil junto a Virgilio – el redactor de la entrevista – y terminó recorriendo cada una de las estaciones donde los niños hacían sus actividades y apuntando con su lente cada circunstancia que le llamaba la atención.  

 

Al cerrar la tarde, Laura se me acerca, baja la voz en medio del bullicio de una escuela repleta de niños y me pregunta si puede comentarme algo. Allí me confiesa que su hijo murió hace 11 años, que era también un ávido lector y que ella – y su esposo – aún no habían podido desprenderse de muchas de sus cosas. Entre palabras pausadas y sus ojos húmedos se evidenciaba ese duelo tan profundo que está aún presente. Simón, su hijo, tenía apenas 13 años. Entonces me dijo: “Bernardo, aún conservamos muchas de sus cosas, entre ellas sus cuentos. No habíamos tenido el valor de desprendernos de ellos. Hasta hoy. Creo que encontré el lugar donde quiero que estén los cuentos de mi hijo”.

 


Volví a ver a Laura hace pocas semanas. La invitamos al cierre de Lectura sobre Ruedas nuevamente nos regaló sus maravillosas fotografías. Luego de haber hablado con su esposo, ambos llegaron ese día con los cuentos de Simón, cuentos que ahora son leídos por nuestros niños y niñas de Caucagüita, como legado de aquel niño lector y de sus padres.

 

Ese día aprendí que para trascender no hacen faltan grandes proezas ni riqueza, sino vivir de manera auténtica entre nuestros seres queridos y mirando un poco más allá de nuestra zona de confort. En Impronta honramos tanto el legado de Don René De Sola, como de Simón, así como de tantos otros que nos apoyan pensando en el futuro de nuestros niños y no sólo en algún resultado o beneficio inmediato.      

 

01 de julio de 2024

sábado, 29 de junio de 2024

¡De la pena al orgullo! El arte del fundraising

Bernardo Guinand Ayala

 

¡A ver! ¿Te ha pasado? ¿Quién no entra maravillado a una tienda Apple o Samsung? La iluminación de sus espacios, la disposición de sus productos, la facilidad de encontrar la información que deseas; y ese vendedor, perfectamente preparado, que te susurra: “Señor, si necesita más información no dude en preguntarme”. No hay duda de que encontrará el celular o la tablet adecuada para ti. Pagarás su valor y saldrás contento porque el amable trabajador te vendió justo lo que necesitabas.
 
¿Eres más de deportes? ¿Has entrado en una tienda Nike o Adidas y querer llevarte todo? El futbolista querrá tener los zapatos de Messi, la futbolista los de Deyna, el corredor sentirá que vistiendo la camisa de Kipchoge correrá como un keniata, algún tenista soñará con ser Nadal o una tenista lucir como María Sharapova. Esos referentes, actuando como embajadores de sus marcas, te harán sentir lo prestigioso que es lucirlas.
 
¿Te gusta darte un gusto al comer? No siempre, claro, pero imagina que tienes la enorme fortuna de viajar y poder reservar en alguno de esos reconocidos restaurantes con alguna Estrella Michelin. Imagina la experiencia plato tras plato, siendo bien atendido por amables mesoneros que te describirán cada manjar y el vino perfecto con que maridan, para finalmente recibir al afamado chef entre aplausos por su destacada trayectoria.
 
Esas hipotéticas situaciones suceden a diario en nuestro entorno y mueven el gigante aparato económico alrededor del mundo. Cada vendedor, embajador de marca, emprendedor o empresario salen cada día convencidos al mostrarte que vale la pena comprar sus productos o servicios. No lo dudan y lo ejecutan.
 
¿Pero qué pasa cuando, quienes hacemos vida en las organizaciones sin fines de lucro, salimos a mostrar el producto de nuestro trabajo a potenciales compradores? Es decir, cuando encomendamos a algún miembro de nuestra junta directiva o de nuestros equipos de trabajo a buscar fondos – hacer fundraising – para financiar las actividades de la organización. ¿Arrugaste la cara verdad? Parece que es mucho más complejo y frecuentemente, incluso a aquellos que conocen y apoyan nuestra causa, les incomoda tener que salir a buscar fondos.
 
Esa es la realidad en una gran cantidad de organizaciones sociales y es una barrera que debemos vencer. Pues sí, parte de tu labor actual es convencerte y convencer a tu equipo a ser los mejores vendedores, embajadores y fanáticos de tu causa. Así como el vendedor de Apple o el deportista patrocinado por Nike o el chef del restaurant que te gusta sale convencido a vender sus productos ¿por qué quien hace un bien a la humanidad afronta con pena la noble tarea de buscar financiamiento para lo que hace su organización?
 
Hace algunos años vivía una situación similar en Fundación Impronta, tratando de convencer a un amigo a quien veía gran potencial para ayudarnos a recaudar fondos. Como es usual, aun estando él convencido e involucrado con lo que hacíamos en la Fundación, cuando le dije que sería un buen embajador de la causa me respondió: “¿Yo? Yo de eso no sé nada”. Afortunadamente, nuestra directora ejecutiva había preparado unas notas para tratar de convencerlo, que al inicio rezaba algo así:  
 
“Cambia la pena por orgullo. No estás pidiendo dinero para ti, lo haces para una causa social con la cual estás comprometido y convencido de poder hacer una diferencia. Además, estás dando a otro la oportunidad de participar contigo y compartir ese orgullo. Ayudar se siente bien”.    
 
No suele ocurrir en todos los casos, pero a este amigo, ese párrafo le bastó para cambiar su percepción de pena y asumir el compromiso con verdadero orgullo. Redactó un mensaje maravilloso para sus amigos hablando de ello y el resto es historia. Hoy en día, no solo se ha convertido en un activo embajador o fundraiser, sino en un permanente generador de ideas que lo ha llevado a convertirse en el vicepresidente de la Fundación por su capacidad de entrega y movilización.
 
El vendedor de Apple o Samsung nos hace sentir la necesidad de adquirir ese iPhone o Galaxy. ¿Acaso lo que representamos – educar a un niño, dar de comer al desnutrido, revertir las consecuencias del cambio climático – no son necesidades sentidas por todos?
 
El embajador de Nike o Adidas nos mostrará que vestir sus marcas, da prestigio. Entonces imagina el prestigio que debe sentir algún donante de nuestras organizaciones, al saber que le ha transformado la vida a quien pudo obtener un título universitario gracias a su apoyo. O aquel que haya ayudado a descubrir la cura para alguna enfermedad que azota al mundo.  
 
Finalmente, ese chef, más allá del banquete con que nos haya deleitado, realmente nos hace vivir una experiencia, que quedará en nuestra memoria por los recuerdos vividos. Y he aquí un reto para toda organización que pretenda sumar más y más gente como colaboradores: ¿qué experiencia queremos que nuestros donantes se lleven? ¿qué desafíos podemos plantear para convertir donantes pasivos en personas que viven la experiencia de nuestro trabajo?
 
Cubrir necesidades, generar prestigio y fomentar buenas experiencias son elementos que las empresas con ánimos de lucro vienen fomentando hace mucho tiempo. Estas empresas han usado esas estrategias de venta basadas en nuestras expectativas individuales. Entonces ¿te daría pena hacer lo mismo aún convencido del bien que generas a varias, cientos o miles de personas que impactas con el trabajo de tu ONG?
 
Es cierto, el fundraising necesita práctica y estrategia. Ya tengo más de un par de décadas aprendiendo, con aciertos y desaciertos, pero sin duda, la pena la dejé hace mucho tiempo atrás y ahora siento un profundo orgullo al buscar recursos para lo que hago.    
 
 
6 de mayo de 2024


lunes, 6 de mayo de 2024

Una historia de amor

Bernardo Guinand Ayala

 

Por sexta vez crucé la misma línea de meta en Los Caobos, puse los brazos en jarra y cerré los ojos, compungido, denotando agotamiento y hasta cierto nivel de frustración, más que por el tiempo realizado, por la impotencia de haberme quedado sin combustible en una media maratón. Facturas acumuladas que la cabeza y las ganas se niegan a aceptar. No pasaron ni quince segundos cuando mi hija llegaba con sus brazos abiertos para aferrarse a mi cuello con todas sus fuerzas y luego colgarme, ella misma, la medalla de finisher. La rabia se desvanecía y me percataba que, a pesar del descontento, volvía a cruzar la meta de una larga distancia; sano, recuperado, en mi ciudad, entre los míos.


Alexandra se había involucrado con la organización del maratón CAF siendo pasante de la productora comunicacional del evento, lo cual hacía que los cuatro que conformamos nuestro núcleo familiar más íntimo estuviésemos esa mañana allí. Nando, por su parte, el menor del clan, cruzaría la meta solo un minuto después, siendo su primera media maratón y logrando clasificar tercero en la categoría juvenil, cosa que sabríamos horas más tarde. Lo recibí en el Parque Los Caobos con otro abrazo, de esos donde debe haber percibido que su logro yo lo evidenciaba más relevante que él mismo. Joven al fin, que hasta ciertas gestas las realizan sin divisar la magnitud que representan.


Un maratón tiene tantos héroes o historias como corredores inscritos, tantos héroes como quienes se atreven a organizarlo o como quienes salen a animar ese día. Incluso un maratón puede permitir, por ejemplo, que la ciudad sea ese protagonista. Tantos héroes que esta historia podría sumar a miles. Podría ser yo, podrían ser mis hijos o incluso podrían ser esas quince almas que salieron a correr esa mañana con un propósito adicional, que incluso sin conocerme salieron a correr por la fundación que represento o mejor aún, por los niños de Caucagüita que apoyamos con nuestro trabajo. Pero de esos miles de desconocidos, de esos quince maravillosos corredores con causa y de esos cuatro más cercanos de mi círculo familiar; esta historia finalmente confluye en una persona. Esta historia se ha ido convirtiendo, a medida que la digiero y que tecleo cada palabra, en una historia de amor.


Salimos apresurados de Los Caobos y encontramos un aventón para regresar al este de la ciudad. En el kilómetro 35 del recorrido, a la altura de Los Dos Caminos, se había instalado bien temprano, todo el equipo de Fundación Impronta junto a niños, jóvenes y maestras de Caucagüita para animar, en ese lugar tan duro y solitario del maratón, a todos los maratonistas, pero muy especialmente a esos quince que habían recaudado fondos por nuestros programas educativos y deportivos.


Sabía que no llegaría para ver pasar a los primeros que cruzaron por allí, pues entre abrazos, distracciones y hasta alguna foto con panas en Los Caobos, el cronómetro había seguido marcando su inclemente paso. Pero sabía el tiempo que estaría rondando esa persona que no podía dejar de ver. Me dejaron en casa, busqué a Kivo - nuestro Golden Retriever - y estacionamos frente al Millenium Mall a media cuadra del punto de animación, que a esa hora estaba repleto de nuestros voluntarios vestidos color naranja, ahora convertidos en fanáticos del maratón, quizás por vocación o quizás por capricho mío y de algunos corredores miembros de la directiva la fundación. En fin, entre Fundación Impronta y el running habíamos estado coqueteando desde la pandemia y, desde entonces, esa dupla no ha dejado de proveernos alegrías y buenos retos.


¡Genial! Mimina no había pasado aún. Entonces, junto a Kivo, quien rodeado por nuestros chamos de Caucagüita presentía a quien yo estaba esperando, tuve el chance de recordar cuando ella ni soñaba en correr. Por ese eterno dilema de vivir ajustados, casi bajo protesta me acompañó a Chicago porque me había ganado la lotería para correr ese maravilloso maratón. Y fue justo allá, en la ciudad de los vientos que, como espectadora, se percató que quería correr alguna vez 42 kilómetros. No fue por adrenalina o por bienestar, ni siquiera por seguirme; realmente fue al ver a ciegos guiados por un tutor, a personas en sillas de rueda, a cientos de veteranos bien entrados en canas o hasta mujeres bastante pasadas de peso, lo que inspiró a Mimina a decir: ¡si esta gente corre un maratón, yo lo tengo que intentar alguna vez en mi vida!


Y allí estaba yo, con mi perro, mi equipo y mi gente querida de la comunidad por la que trabajamos, esperando ver pasar a Mimina rumbo a la meta de su quinto maratón, tercero en Caracas y segundo CAF, pues tuvo que esperar a la vuelta de este significativo maratón para vivir esa experiencia de una carrera de primer mundo, en nuestra agobiada ciudad.


Pasito a pasito, sin pretensiones de tiempo, pero sin descanso, sin quejadera alguna, sin calambres ni achaques y sin dudas que cruzaría la meta, finalmente venía. Puse la mirada hacia el oriente y divisé a lo lejos el tormentoso distribuidor de Los Ruices, desde donde se asomaba la silueta de ella con su característico tumbao. Kivo parecía que lo sentía, aun cuando no supiera que el encuentro sería efímero. Si yo hubiese tenido la resistencia, pero sobre todo la concentración de Mimina, sin importar lo torcido de mi columna o la persistente debilidad de mis piernas, quizás habría realizado algunas hazañas más relevantes en maratón, pero reconocerlas en ella, que sin impaciencia y sin pretensiones es verdaderamente capaz de gozar esa distancia, no tiene precio.


En 2023, Mimina había corrido por primera vez los 42 kilómetros de CAF, pero ese maratón lo había dedicado personalmente a su papá, quien había fallecido el diciembre anterior. Este año, la foto de mi suegro volvía a estar presente en su atuendo, adherida de manera artesanal a su reloj, para poder echarle un ojo cada vez que fuera a chequear su ritmo. Además del recuerdo de mi suegro en la correa de su Garmin, Mimina también llevaba a cuestas los sueños de varios jóvenes de Caucagüita, becados por nuestra Fundación, pues ella era una de esos quince que estaban corriendo con propósito. Así, cuando finalmente la vi acercarse, con su muy característica mano en forma de puño, agitando de arriba a abajo su brazo en señal de ánimo y esa sonrisa como si fuera posible gozar esa tortura sobre el kilometro 35, supe que nuevamente conquistaría aquella meta.


Animar un maratón, cuando tienes a tus afectos corriendo, es un verdadero acto de amor. Esperas por horas para verlos solo un par de segundos sin saber realmente si escucharon lo que le gritaste, si leyeron la pancarta que preparaste o si el fugaz encuentro sirvió realmente como la dosis de adrenalina que esperabas. Pero la vibra de Caracas tiene un plus adicional, quizás por ser nuestra ciudad o quizás por la sangre latina que nos atribuye ese toque de cercanía. Así que habría que estirar esos dos segundos. Y es que ante el agotamiento de Nando luego de sus primeros 21k que, en teoría acompañaría a su mamá a correr algunos kilómetros y mis compromisos con mi equipo de seguir animando al resto de los embajadores de Impronta, fue Carlos, un joven de origen muy humilde de Caucagüita, que conocemos desde que llegamos a la comunidad en 2017 - y a quien este mismo año otorgamos una beca para estudiar el oficio de barbería - quien se apuntó rápidamente para acompañar a Mimina en los últimos 7 kilómetros que la separaban de la meta.

Y es que eso es lo más bonito que tiene la solidaridad; que nunca va en una sola dirección, sino que es recíproca. De esa manera, Mimina salió esa mañana a correr por Carlos, por sus estudios, por sus anhelos, por su futuro, y Carlos lo correspondía de la manera más cercana y útil que tenía; corriendo a su lado, con aquella franelilla sin mangas del maratón de Buenos Aires que hacía varios años yo mismo había donado a la comunidad y terminó en el armario de Carlos.


En efecto, 7 kilómetros más adelante y con Carlos a su lado, Mimina levantaba los brazos en el arco de llegada del maratón, siendo también recibida en la meta por Alexandra, quien le ofrecía la misma receta que todo maratonista anhela: la medalla que simboliza esa élite que logra desafiar la mítica distancia establecida por Filípides hace más de 2.500 años y el abrazo cálido de un ser querido.


Mimina sabe lo que es gozar un maratón. Aún habiendo hecho más tiempo que el año anterior, sin importarle horas, minutos ni segundos, tuvo la capacidad de decirme lo mucho que había disfrutado esta carrera. Y es que ciertamente la competitividad, así sea con nosotros mismos, alimenta a la mayoría de las personas, pero la capacidad de disfrutar el momento presente de manera consciente está reservada para personas especiales.


Y tengo la dicha que esa persona especial es la madre de mis hijos, es mi pareja desde hace 33 años y es la que se sumó a correr, además de la inspiración dada por ciegos o personas mayores, por tener algún plan más que hacer juntos. O me pongo las pilas o pronto alcanzará el número de maratones que he corrido. Así que Caracas, parece que esta historia de amor continuará, nuevamente en tus calles.      

 

17 de abril de 2024

domingo, 24 de marzo de 2024

Prohibido olvidar

 

Bernardo Guinand Ayala

 

Un hombre hurga en la basura en busca de comida. Lo veo y volteo, no por indiferencia sino por evitarle la vergüenza de ser visto en tan vulnerable situación. No está revisando cualquier basura, sino los desechos de nuestra casa, cosa que me sacude aún más.

Solo un par de cuadras más adelante, casi al frente de “El Cedro” - esa casa vecina donde pasé alguno de los momentos más felices de mi infancia - veo a otro hombre, también en el culmen de su edad productiva, durmiendo entre cartones bajo el estrecho portal de entrada de otra casa.

Mientras recorro algunas otras cuadras paseando a mi perro, recuerdo nunca haber visto escenas iguales cuando niño, salvo al par de “locos” - como solíamos llamarlos - que deambulaban por Los Chorros como casos de excepción: el Loco Rosita y el Loco Chino.

Agarro mi teléfono y me urge ver, entre mis fotos destacadas, esa imagen que tengo guardada de mi papá, con su cara ensangrentada, el párpado hinchado y su mirada desorbitada, luego de recibir el impacto de una bomba lacrimógena en abril de 2017. Caigo en cuenta, de repente, que nuestro sentido de sobrevivencia nos hace seguir y casi acostumbrarnos a los horrores que hemos vivido a causa de una ambición política que se afincó en el resentimiento y la miseria.

Me obligo a recapitular algunas cosas vividas. Entonces pienso en Franklin Brito, que, luchando por la defensa de su propiedad y de lo que es justo, como un Gandhi venezolano, terminó por morir a raíz de una huelga de hambre, sin la más mínima compasión de sus saqueadores. Pienso en Rodolfo González “El Aviador”, en la soledad de su celda en El Helicoide y la desesperación que lo debe haber consumido en las últimas horas de vida, tras ser preso por el testimonio infundado de un “patriota cooperante” anónimo luego de las protestas de 2014. Pienso en Lissette - su hija -, pienso en su familia transitando aquellos duros momentos y en la responsabilidad de la sociedad de no olvidarles.

Pienso en los discursos acalorados, llenos de ira, de quienes hoy gobiernan, refiriéndose con sobresalto a alguna escaramuza ocurrida en la UCV décadas atrás, para luego convertirse ellos, supuestos reivindicadores de aquellos desmanes, en vulgares asesinos sin escrúpulos, ridiculizando incluso a sus víctimas. Al que hablaba de Derechos Humanos, verlo ahora el rol de ejecutor desde la fiscalía. Al que reclamaba justicia para su padre, verlo ahora como portavoz de un régimen al que no le tiembla el pulso para encarcelar o torturar inocentes.

Más allá de la persecución, la Venezuela que aún sobrevive está plagada de niños que han crecido desnutridos, para aspirar a ser, de adultos, solo un retazo de los que podrían haber sido. Vivimos también un terrible proceso de pérdida de aprendizaje, para lo cual no hay que irse hasta Delta Amacuro, sino darse una vuelta por cualquier escuela de una barriada caraqueña y constatar que en todos los grados de primaria hay niños que no saben leer. He visto a niños temblar de miedo cuando, a sus 13 años, se avergüenzan frente a otros por no saber identificar ni la letra A. Eso está pasando hoy, mientras la propaganda roja despliega su campaña electoral cargada de atropellos, muy lejos de ser democracia.

Sigo pensando y, tal vez, una de las maneras más directas de ilustrar la aterradora hecatombe que padece Venezuela, se resume en los siete millones de venezolanos abriéndose paso en otros países para sobrevivir. Un cuarto de la población, desde los más pudientes a los más pobres, desde los cerebros más brillantes hasta los delincuentes más aborrecibles, se han ido a buscar suerte en otro lado.

Sigo revisando en mi cabeza cifras, hechos, personas y aún no he expuesto la debacle económica. Podríamos hacer un tratado de miles de páginas, como miles han sido las empresas que ya no existen y, por ende, millones los puestos de trabajo que desaparecieron. Pero nada tan elocuente como los míseros 800.000 barriles de petróleo que hoy se producen, en un país que debería haber estado en 5 millones hace rato. ¡Qué vergüenza! Los defensores del modelo socialista, otrora críticos del desajuste económico de la “IV República”, han tenido que rasparle hasta 14 ceros a la moneda, porque hoy sería extremadamente complejo decir que un dólar, un solo dolarito, realmente nos cuesta tres mil seiscientos billones (3.600.000.000.000.000) de aquellos bolívares, que, durante toda la democracia pre-chavista, nunca perdió ni un cero.

Hace muchos años llegué a pensar que era obsesiva esa insistente necesidad de los judíos de recordar permanentemente el Holocausto. Erróneamente llegué a pensar que había que pasar la página y seguir. Pero al haberme tocado presenciar en primera persona y padecer esta Venezuela, ahora comparto el gravísimo error de que lleguemos a olvidar los horrores que hemos vivido. Y esto no se refiere a revanchas, ni venganzas, ni vivir amargados; pero es menester, para ser un país con mejor futuro, imprimir en nuestra memoria esta página para no repetir jamás los desmanes vividos. ¡Prohibido olvidar!

Olvidar sería reivindicar la barbarie, el abuso, la ignominia. Olvidar sería dejar sepultado, sin honores, a Franklin Brito, al Aviador, a Pernalete, Miguel Castillo, Neomar Lander, Bassil Da Costa y tantísimos otros. Olvidar sería asumir que Rocío San Miguel no debería haberse metido en la defensa de los oprimidos. Olvidar sería reconocer como lógica la fractura de tantas familias divididas por el resentimiento sembrado o por la distancia forzada. Olvidar sería decirle a mi viejo, o a mi padrino, o a mis suegros, que no tuvo ningún sentido cada vez que pusieron su vida en riesgo, exigiendo libertades y democracia, armados de banderas y amor a este país.

Estamos frente a una nueva alternativa de cambio que sabemos será minada con toda la furia de un régimen que ya no oculta ni las formas. Nos toca seguir buscando soluciones creativas para un cambio real. Nos toca hacerlo por nosotros, por nuestros hijos y por todos aquellos que han entregado sus vidas, que han sufrido vejaciones, que mueren de hambre, que han partido y sueñan con regresar, que buscan un repele de comida entre la basura o duermen sin un techo.

Vivamos ciertamente el presente, pero, para el país que vendrá, por favor ¡prohibido olvidar!                  

24 de marzo de 2024

domingo, 18 de febrero de 2024

Por estas calles

 

Bernardo Guinand Ayala

 

Diez y media de la noche y la Plaza Francia de Altamira seguía completamente repleta de gente. Aún cuando cientos de veces vivimos en ese mismo lugar aglomeraciones similares, esta vez la convocatoria era distinta. No porque las razones por las que nos congregábamos antes no estuviesen vigentes, pues lamentablemente siguen más vigentes que nunca, pero vivir en totalitarismo también nos ha enseñado a aprender a vivir.

 

Y esa noche fue para vivir y revivir. Diez y media de la noche y Yordano anunciaba la despedida desde la tarima ubicada en la Av. Francisco de Miranda, aun cuando estábamos plenamente conscientes que faltaban, al menos, tres canciones ícono de su repertorio. Todas ellas, al igual que probablemente todo el concierto, suponían lo que ahora llaman un “throwback”, una vuelta al pasado con cierto sabor a nostalgia, a añoranza, a reflexión.

 

No pasaron ni dos segundos y los acordes dejaban claro que una de esas canciones había llegado. Quizás, en su momento, “Por estas calles” llegó a tener tanto éxito como muchas de sus otras canciones emblema, pero a la distancia tiene un significado todavía más contundente. La canción y la novela a la cual daba título habían sido una referencia por la manera de hacer crítica sobre la situación de impunidad, corrupción y delincuencia que vivía Venezuela a principios de los noventa del siglo pasado.

 

En retrospectiva, parece que ya décadas atrás borramos de nuestro diccionario algunos conceptos claves, pues, sin duda “por estas calles la compasión ya no aparece y la piedad hace rato que se fue de viaje…”

 

Es muy paradójico volver la vista atrás y evidenciar que tanto la novela “Por estas calles” de la clausurada RCTV, como el movimiento que dio vida al chavismo en Venezuela, tuvieron como chispa originaria ese terrible acontecimiento conocido como el Caracazo, ocurrido en febrero de 1989. Pero aquella canción de denuncia y la novela homónima que plasmaba cada noche en la pantalla lo que ocurría en el país - realidad que se exhibió como el germen de dos golpes de estado (1992) y posterior ascenso a la escena política del teniente coronel Hugo Chávez Frías - quedaron como niñas de pecho cuando los supuestos redentores de los pobres llegaron al poder para convertirse, con su aura brillante de resentimiento, en algo infinitamente peor a lo que venían denunciando. 

 

En fin, “por estas calles hay tantos pillos y malhechores, y en eso si que no importa credo, raza o colores…”    

      

Si algo nos demuestra fehacientemente la historia universal, es que los regímenes totalitarios de tinte socialista, enarbolando la pretendida bandera de defensa de los oprimidos, terminan siendo todo lo que critican, multiplicado a la enésima potencia. Basta leer los célebres títulos de George Orwell – Rebelión en la Granja y 1984 – y constatar, capítulo a capítulo, el guion más perverso que siguen, al pie de la letra y sin ningún tipo de vergüenza, esta casta de pillos y malhechores.   

 

Cuando nos adentramos en un crucial año 2024, el régimen venezolano vuelve a su esencia más perversa y persigue de la manera más obscena a la activista de los Derechos Humanos, Rocío San Miguel, por un presunto complot. Como respuesta ante la crítica del mundo, expulsan a los miembros de la Oficina del Alto Comisionado de los DDHH de las Naciones Unidas. No hay muchas explicaciones que dar sobre el talante del gobierno. En fin, “tú te la juegas si andas diciendo lo que tu piensas, al hombre bueno le ponen precio a la cabeza”.   

 

El poder corrompe, pero el poder con resentimiento, mata. Así estamos. Y lo más grave, el mundo entero está igual. Basta con darse una paseadita por las noticias en una cárcel de Siberia, donde al igual que en las cárceles venezolanas, los opositores mueren en extrañas circunstancias.

 

Volvemos a la noche del viernes en Altamira. Algunos recordamos - entre acordes y estrofas pegajosas - errores del pasado que catapultaron al poder a los que hoy gobiernan. Por estas calles denunciaba la corrupción, la impunidad, el abuso de poder que ciertamente existió… pero en los noventa aún había un marco constitucional que aseguraba, al menos, la regla mínima de la democracia: la alternancia en el poder. Lo de ahora es un tema de mafias a otra escala, perverso y vil. Este año hay elecciones tanto en Rusia como en Venezuela y vale recordar que, de esos que se hacen llamar señores, “hay algunos que hasta se (re)lanzan pa´ presidente”.

 

“Por eso cuídate de las esquinas, no te distraigas cuando caminas…”

18 de febrero de 2024